8 de marzo de 2011

NO ABANDONAR A LOS PUEBLOS ÁRABES



Atilio A. Boron * .Página 12
La inesperada rebelión en el mundo árabe tomó a todos por sorpresa. Las satrapías del Magreb y Medio Oriente quedaron tan pasmadas como sus amos imperiales por la eclosión que se originó en un incidente relativamente marginal, más allá de lo terrible y doloroso que fue en el plano individual: la autoinmolación de Muhammad Al Bouazizi, un graduado universitario tunecino de 26 años que no encontraba trabajo y que se entregó a las llamas porque la policía le impedía vender frutas y verduras en la calle. El terrible sacrificio de su protesta fue la chispa que incendió la reseca pradera de una región conocida por la opulencia de sus oligarquías gobernantes y la secular miseria de las masas. O, para decirlo con las palabras siempre bellas de Eduardo Galeano, lo que encendió “la hermosa llamarada de libertad” que prendió fuego al mundo árabe y que tiene al imperialismo sobre ascuas.
No es casual, entonces, que los acontecimientos del mundo árabe hayan sumido en la confusión a buena parte de la izquierda latinoamericana. Daniel Ortega apoyó sin calificaciones a Khadafi; el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, a su vez, se declaró amigo del gobernante, aunque por cierto que aclarando que tal cosa no significa –en sus propias palabras– “que estoy a favor o aplaudo cualquier decisión que tome un amigo mío en cualquier parte del mundo”. Además, prosiguió, “apoyamos al gobierno de Libia, a la independencia de Libia”. Con sus declaraciones Chávez tomaba nota de la precoz advertencia formulada por Fidel no bien estalló la crisis libia: ésta podría ser utilizada para legitimar una “intervención humanitaria” de Estados Unidos y sus aliados europeos, bajo el paraguas de la OTAN, para apoderarse del petróleo y el gas libios.
Pero de ninguna manera esta sabia advertencia del líder de la Revolución Cubana podría traducirse en un endoso sin reservas al régimen de Khadafi. No lo hizo Chávez, pero sí lo hizo Ortega. Como era de esperar, la descarada manipulación mediática con la que el imperialismo ataca a los gobiernos de izquierda de nuestra región torció el sentido de las palabras de Chávez y de Fidel haciéndolos aparecer como cómplices de un gobierno que estaba descargando metralla sobre su propio pueblo.
En una esclarecedora nota publicada pocos días atrás en Rebelión, Santiago Alba Rico y Alma Allende argumentaron que un erróneo posicionamiento de la izquierda latinoamericana –y muy especialmente de los gobiernos de Venezuela y Cuba– “puede producir al menos tres efectos terribles: romper los lazos con los movimientos populares árabes, dar legitimidad a las acusaciones contra Venezuela y Cuba y ‘represtigiar’ el muy dañado discurso democrático imperialista”. “De ahí la gravedad de la situación actual, que exige transitar un estrechísimo sendero flanqueado por dos tremendos abismos: uno, el de hacerles el juego al imperialismo norteamericano y sus socios europeos y facilitar sus indisimulados planes de arrebatarles a los libios su petróleo; el otro, salir a respaldar un régimen que habiendo sido anticolonialista y de izquierda en sus orígenes, en las dos últimas décadas se subordinó sin escrúpulos al capital imperialista y abrazó y puso en práctica, sin reparos, las fatídicas políticas del Consenso de Washington y los preceptos de la “lucha contra el terrorismo” instituida por George W. Bush.
El Khadafi de hoy nada tiene que ver con el de los años setenta: su “tercera vía” degeneró en un “capitalismo popular” y las nacionalizaciones comenzaron a ser revertidas mediante un corrupto festival de privatizaciones y aperturas al capital extranjero que afectó a la industria petrolera y a las más importantes ramas de la economía. Hoy Khadafi no es Nasser sino Mubarak: abastecedor seguro de petróleo a Occidente, buen cliente de las transnacionales europeas y norteamericanas y fuerte inversor en las economías metropolitanas.
¿Qué debe hacer la izquierda latinoamericana? Primero, manifestar su absoluto repudio a la salvaje represión que Khadafi está perpetrando contra su propio pueblo. Solidarizarse con quien incurre en semejante crimen dañaría irreparablemente la integridad moral y la credibilidad de la izquierda. El reconocimiento de la justicia y la legitimidad de las protestas populares, tal como se hizo en los casos de Túnez y Egipto, tiene un único posible corolario: el alineamiento de nuestros pueblos con el proceso revolucionario en curso en el mundo árabe. La forma en que esto se manifieste no podrá ser igual en el caso de las fuerzas políticas y movimientos sociales y, por otra parte, los gobiernos de izquierda de la región, que necesariamente tienen que contemplar otros aspectos y compromisos. Pero la consideración de las siempre complejas y a menudo traicioneras “razones de estado” y las contradicciones propias de la “real politik” no pueden llevar a los segundos tan lejos como para respaldar a un dictador acosado por la movilización y la lucha de su propio pueblo, reprimido y ultrajado mientras el entorno familiar de Khadafi y el estrecho círculo de sus incondicionales se enriquecen hasta límites inimaginables. ¿Cómo explicar a las masas árabes, que por décadas buscaron las claves de su emancipación en las luchas de nuestros pueblos y que reconocen en el Che, Fidel y Chávez la personificación de sus ideales libertarios y democráticos, la indecisión de los gobiernos más avanzados de América latina mientras que toda la canalla imperialista, desde Obama para abajo, se alinea –aunque sea hipócritamente– a su lado?
Segundo, será preciso denunciar y repudiar los planes del imperialismo norteamericano y sus sirvientes europeos. Y organizar la solidaridad con los nuevos gobiernos que surjan de la insurgencia árabe. Los propios rebeldes libios emitieron declaraciones clarísimas al respecto: si hay invasión de los Estados Unidos, con o sin la (poco probable) cobertura de la OTAN, los insurrectos volverán sus fusiles contra los invasores y luego ajustarán cuentas con Khadafi, responsable principal de la sumisión de Libia a los dictados de las potencias imperialistas. Lo que hoy se está jugando en el norte de Africa y en Medio Oriente no es un problema local, sino una batalla decisiva en la larga guerra contra la dominación imperialista a escala mundial.
El triunfo de la insurrección popular en Libia tendrá como correlato el fortalecimiento de las rebeliones en curso en Yemen, Marruecos, Jordania, Argelia, Barheim y la que hace tiempo se viene incubando en Arabia Saudita modificaría radicalmente la geopolítica internacional a favor de los pueblos y naciones oprimidas. Por eso, nuestra región no puede ni tiene el derecho a equivocarse ante un proceso cuyas proyecciones pueden ser aún mayores, y de otro signo, que las que en su momento tuvo el derrumbe de la Unión Soviética y cuyo desenlace revolucionario fortalecerá los procesos emancipatorios en nuestra región.
Abandonar a los pueblos árabes en esta batalla decisiva sería un error imperdonable, tanto desde el punto de vista ético como desde el más específicamente político. Sería traicionar el internacionalismo del Che y de Fidel y archivar, tal vez definitivamente, los ideales bolivarianos. No hay que perder esta oportunidad.

* Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales.

LIBIA ESTÁ INCOMODANDO A LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA



Bernard PerrinAporrea: aporrea.org
La sublevación en contra de Gadafi, aliado político y económico del bloque de izquierda, desorienta a ciertos gobiernos “revolucionarios”. Se ha producido un increíble e inquietante paralelismo. Mientras que numerosas cancillerías europeas dan muestras de gran preocupación ante la posibilidad de que la presión popular destituya al coronel Gadafi — que hasta hace poco era un «amigo íntimo» (de Silvio Berlusconi) o por lo menos, un socio económico indispensable (el 90% del petróleo libio iba rumbo a Europa) — en los gobiernos “progresistas” de la izquierda latinoamericana existe otra clase de aprehensión : la de presenciar la caída de… un compañero revolucionario. En realidad, la reacción europea no es demasiado sorprendente. La Europa capitalista prefiere seguir contando con un socio fiable, aunque éste haya ocupado durante mucho tiempo el primer lugar en la lista de los terroristas más intratables del planeta y aunque hoy en día dé órdenes de disparar sobre su propio pueblo. Tal es el cinismo de la realpolitik.
Debilidad ideológica
El caso de América latina es más enigmático. Que algunos lloren la caída del “guía espiritual de la revolución”, en Venezuela y en Bolivia, pasando por Cuba, Ecuador y Nicaragua, a pesar de la matanza del pueblo libio, de la cual el “guía” se declara culpable, denota una lamentable interpretación del curso de la historia y una ceguera a la que la izquierda ha estado demasiado acostumbrada en el siglo pasado. Desgraciadamente, detrás de la fachada discursiva del «socialismo del siglo XXI» se perfila otra realidad: la falta de una verdadera orientación ideológica, de Caracas a La Paz. ¿Cómo es posible que el dictador sanguinario libio sea considerado como un “hermano revolucionario”? ¿Acaso se pueden justificar todas sus malversaciones por su rivalidad con el imperialismo estadounidense? ¿Cómo han podido equivocarse hasta tal punto de revolución? Para el argentino Pablo Stefanoni, director de la edición boliviana de Le Monde Diplomatique, y coautor, con el politólogo francés Hervé do Alto, de Seremos millones, Evo Morales y la izquierda en el poder en Bolivia, la respuesta es simple: «Fue tomado por sorpresa el nuevo socialismo nacionalista latinoamericano, que quedó apabullado por los acontecimientos, sin recursos políticos ni ideológicos para decodificar las claves de lo que sucede en el mundo árabe».
En América latina, en Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia o Nicaragua, Gadafi todavía sigue siendo considerado como un “combatiente revolucionario”, a pesar de su histórico viraje y su idilio con Occidente, con Washington y con Roma incluyendo a Londres y a París. Hugo Chávez no ocultó el hecho: hace unas semanas, para entender la revolución que se está gestando en los países árabes, se habría puesto en contacto directo con … ¡Trípoli! En cuanto al ministro boliviano de Relaciones Exteriores, David Choquehuanca, éste — como muchos otros dirigentes latinoamericanos — reconoció su fascinación por el Libro verde del líder libio. 
«Apoyar a los pueblos »
De manera más directa, el presidente nicaragüense Daniel Ortega declaró abiertamente su apoyo al régimen sanguinario, considerándolo como víctima de « una “arremetida mediática feroz” por su petróleo ». Esta información fue ampliamente difundida por Telesur, la cadena de información continental con sede en Caracas. El periódico cubano Granma tituló «Denuncia Gadafi complot foráneo contra Libia…». Sin embargo, no se hizo alusión alguna a la sangrienta represión. En Bolivia, Evo Morales se mostró más prudente y exhortó al coronel Gadafi y al pueblo libio «a realizar todos los esfuerzos necesarios para que a través de medios pacíficos se pueda resolver la crisis política desatada».
Afortunadamente, los gobiernos no tienen el monopolio del socialismo latinoamericano. En Venezuela, el grupo Marea socialista (corriente del Partido socialista de Hugo Chávez) anticipó la victoria del pueblo libio y denunció «el horror de que son capaces los dictadores, sumisos o no al imperialismo». Los militantes venezolanos consideran que los acontecimientos indican que se trata de un levantamiento popular y que «lo que ocurre es parte […] del terremoto democrático que recorre el mundo árabe […] que lucha por conquistar libertad y democracia».
Lucha con la que «han abierto las puertas a la revolución internacional contra el capitalismo y sus regímenes de opresión y miseria».
Según Pablo Stefanoni «la izquierda debe apoyar a los pueblos, sus luchas democráticas y sus aspiraciones libertarias, y no atrincherarse con dictadores patéticos y corruptos en base a consideraciones meramente geopolíticas». Hervé do Alto abunda en el mismo sentido: «Hoy en día, el peligro que corre la izquierda latinoamericana es el de calcar su realidad — su lucha diaria contra el imperialismo — sobre la de los otros continentes. Por ejemplo, en la inestabilidad política en Libia se puede entrever la posibilidad de un desmembramiento similar al que la oposición de Santa Cruz en Bolivia proyecta como amenaza. Ahora bien, confundir la lucha antiimperialista con la lucha a muerte de las elites asociadas a las dictaduras significaría una regresión aún mayor».
Y fundamentalmente — afirma do Alto — «mientras la izquierda menosprecie el respeto de los derechos humanos, mientras considere que la realpolitik lo justifica todo y mientras confunda al antiimperialismo con los intereses burocráticos, no habrá nada que esperar de ella».
¿Y por qué mientras que la Europa capitalista se puede permitir mantener relaciones con socios dudosos, los países de América latina deberían obviarlas y renunciar a ellas, a esa realpolitik? «Hay una diferencia fundamental — responde Hervé do Alto — entre un gobierno autoritario y una dictadura que lleva a cabo masacres masivas contra su propio pueblo, que es lo que ocurre en Libia con el régimen de Gadafi. Desarrollar una “diplomacia de los pueblos”, como es el caso de Bolivia, y no tener en cuenta este criterio discriminante, nos lleva a un callejón sin salida.»
« Luego — añade el politólogo — una cosa es mantener relaciones comerciales con regímenes autoritarios y otra muy diferente consiste en establecer con ellos vínculos de solidaridad política, confundiendo su antiimperialismo (que por otra parte, en realidad suele ser sólo oposición a los EE. UU.) con su carácter progresista.»
Socio sí, “compañero” no
Por supuesto que Bolivia tiene todo el derecho de comerciar con la República islámica de Irán. «Sin embargo — aclara Hervé do Alto — nadie obliga a Evo Morales a levantar el brazo de Ahmadinejad llamándolo “compañero”. No hay que olvidar que este régimen ejerce una represión sobre los movimientos sociales que los gobiernos de derecha en Bolivia han estado muy lejos de igualar.»
Alinearse con Ahmadinejad o Gadafi so pretexto de que se trata de socios estratégicos equivale a renunciar al proclamado «nuevo orden mundial» progresista, socialista. Y también equivale a renunciar a toda acción que apunte hacia una transformación social, sobre todo en el ámbito de las relaciones internacionales.
Sin embargo, si bien las luchas que se están desarrollando están lejos de ser pro occidentales, en el fondo, tampoco son socialistas. Por consiguiente, ¿qué posición debería adoptar la izquierda latina? «El propio Marx — responde do Alto — quien no se perdía una oportunidad para criticar la democracia burguesa, consideraba esa “democracia formal” como un primer paso absolutamente necesario.» En otras palabras, por ahora, la corriente democrática le abre nuevamente (¡por fin!) la puerta a los movimientos socialistas árabes, cuarenta años después de su derrota.
La conclusión nos viene de la pluma del escritor y militante uruguayo Raúl Zibechi: «Todos debemos mirar el horror de frente. [...] Pensemos [los de la izquierda] qué nos llevó en su momento a no querer ver, a no escuchar ni entender los dolores de la gente de abajo sacrificada en el altar de la revolución. No sirve escudarse en el “no sabía”».
El hecho de denunciar de manera absolutamente justificada las amenazas de intervención en Libia mediante la OTAN o los EE. UU., así como otros intentos de injerencia occidental, no debería de eclipsar este auténtico debate.
(*) Corresponsal en La Paz (Bolivia) de Le Courrier de Ginebra (Suiza).
Traducido y adaptado por Marina Almeida

Fuente http://www.lecourrier.ch/index.php?name=NewsPaper&file=article&sid=448392