11 de diciembre de 2011

NOTAS DE UN TIEMPO OSCURO

Javier Alfaya. LE MONDE Diplomatique diciembre 2011 CONTRA LA ABOLICIÓN DE LA MEMORIA.

Si la historia de la II República (1931 – 1939) y la guerra civil (1936-1939) han sido muy estudiadas, no sucede lo mismo acerca de posguerra. Entre 1939 y 1975, una parte del pueblo español vivió bajo distintas formas del terror que todavía hoy condicionan su existencia en diversos aspectos, lo que merecería ser mejor explorado. Hay un acuerdo acerca de lo terrible que fue, de los miles de muertos que la represión causó, pero los trabajos históricos importantes sobre esa época siguen siendo escasos. Algunos testimonios sin embargo destacan por su interés y mantienen viva la memoria de aquella gran abominación.

Los libros que reflejan en términos concretos y no generales la represión franquista durante la posguerra (1939-1975) llegan con cuentagotas a las librerías. Cierto es que, en los años 1960 y 1980, algunos autores abordan ese periodo con sumo talento. Podemos citar, por ejemplo, a mujeres como Juana Doña y Tomasa Cuevas que escribieron impresionantes testimonios vividos directamente. Y hubo –y hay- historiadores como Ricard Vinyes, Julián Casanova, Marta Núñez Díaz –Balzart y Francisco Espinosa –por citar algunos, plenamente reconocidos- que supieron tratar aquella tragedia en su verdadera dimensión.
Es una lastima que un libro reciente como las memorias de Marcos Ana (1) –el poeta que cumplió más de veinte años en la cárcel por razones políticas-, de elevada calidad, haya tenido escasa repercusión. Las editoriales con más capacidad de difusión parecen remisas a dar a conocer textos distintos a los que no se puede achacar que violan los principios de lo políticamente correcto. Por eso es importante encontrarse con obras cuyo tema central son esos años de posguerra de los que, en 1986. Joseph Fontana, en el prólogo de su excelente libro titulado: España bajo el franquismo (2), decía: “Esta claro (...) que las consecuencias retardatarias del franquismo no ejercieron solamente sobre la economía, sino sobre todos los terrenos de la vida española, incluyendo el de la propia cultura”. Una frase que no hubiera estado nada mal que los dirigentes de los partidos de izquierda (socialista, comunista o poscomunista) hubieran tenido en cuenta para poner en marcha la campaña pedagógica que necesitaba un país que había vivido tres decenios y medio en la oscuridad. Algo que nunca se hizo y cuyas consecuencias están a la vista.
En este caso, el libro del que vamos a hablar es también una autobiografía: la historia de un hombre que tiene ahora 87 años. Se titula Cuando los pasos se alejan (3) y ha sido publicada por una pequeña editorial: Ediciones La Bahía (de paso digamos que los libros más interesantes que se están publicando actualmente llevan el sello de pequeñas y combativas editoriales de escasos medios pero con mucha vocación e inteligencia).
El autor del libro que comentamos, Eduardo Rincón, nació en Santander en 1924. A los quince años, conoció, como detenido, las cárceles franquistas. La policía –la siniestra brigada político-social- apareció un día de 1939 en su casa para detener a un hermano suyo republicano, y como éste no se encontraba se llevaron a Eduardo. Fue la primera prisión que conoció. Allí encontró a un muchacho que sólo tenía dos años más que él, se llamaba José Hierro y se convertiría en una especie de hermano mayor suyo, y después en un extraordinario poeta (4).
Antes de seguir adelante hay que decir que Eduardo Rincón es actualmente uno de los compositores más notables de música clásica en nuestro país. Sus obras se dan con frecuencia en España y fuera de ella. En ese caso, el de la música clásica, se ha hecho justicia a una obra de primer orden, que estuvo durante mucho tiempo bajo llaves de un baúl y fue compuesta en gran parte en la prisión. Por fortuna, hace unos veinte años, la obra musical de Rincón empezó a conocerse. Y Rincón es hoy un compositor apreciado. Sus obras, repetimos, empiezan a interpretarse dentro y fuera de España. Le ha llegado el éxito con un aire de justicia tardía pero que no lo es tanto porque ha servido para dar a conocer su talento singular.
Rincón ha tenido una vida rica en dramáticos episodios. Su militancia en el Partido Comunista de España (PCE) le llevó entre otras cosas, a desempeñar un importante papel en las huelgas de los mineros de Asturias en 1962, uno de los episodios más importantes del doloroso y heroico renacer del movimiento obrero en España. La detención a los quince años fue solamente un prólogo –estuvo encerrado en otras cinco cárceles en total, la última vez en 1968. Conoció como pocos la persecución, la tortura, el exilio y el desempleo. Pero la experiencia de los terribles años de la dictadura también hicieron nacer el él el orgullo de haber sido un luchador antifranquista. Ahora, Rincón acaba de publicar un libro extraordinario, su autorretrato, que se abre con un iluminador prólogo del poeta Juan Antonio González Fuentes.

Cuando los pasos se alejan es una obra fascinante. Escrita en una prosa precisa y cuidadosamente elaborada, reconstruye la tremenda verdad de una época que abarcó el final de la guerra civil hasta los años preagónicos del franquismo. Crítico de su partido, cuya miseria y grandeza conoció muy bien, Rincón nos trae el recuerdo de un tiempo que marcó con fuego la vida española para generaciones y generaciones, un régimen que nació de una violencia salvaje y se extinguió manchado de sangre una vez más. Escéptico pero no necio, Eduardo Rincón sabe dar emoción al recuerdo de sus años de militancia en los que tuvo el privilegio de conocer a hombres y mujeres excepcionales, la inmensa mayoría de cuyos nombres ha borrado el silencio culpable de la Transición.
En el libro hay retratos de gente que nunca pidió nada en compensación de su sacrificio por la libertad y la democracia, gente que, en los años que se empezaron a construir las libertades, se mantuvo callada y vivió la amargura de que nadie le mostrara ni siquiera una mínima consideración. Me refiero a la responsabilidad que tienen quienes se hicieron años y señores de la democracia. El propio Rincón fue uno de esos olvidados y es más que posible que fuera su pasión por la música la que le ha permitido no desaparecer en el anonimato como tantos hombres y tantas mujeres de su generación.
Cuando los pasos se alejan es también un libro repleto de pasión y de una medida carga emocional. En algunos momentos es una singular dureza, como sucede cuando el autor describe la vida carcelaria o cuando rememora los hechos de los que fue testigo, en particular los momentos previos a las ejecuciones. Esas ejecuciones cuya visión no le ahorró la bestialidad franquista cuando era un niño. Cuando los pasos se alejan no es una elegía sino un canto de esperanza. Reconstruye el ambiente de unos años terribles que llevaron a nuestro país a la más descarada y cruel crisis de su existencia. Merece una atención especial y que sea una necesaria referencia para saber que ocurrió en España entre 1939 y 1975.
Hay en él un momento especialmente emotivo y es el recuerdo de uno de los hombres más extraordinarios, victima de la represión franquista: Manuel de la Escalera, de familia santanderina como Rincón, nacido el 6 de agosto de 1985 en San Luis de Potosí, México, fallecido el 22 de abril de 1994 en Santander, unos meses antes de cumplir los noventa y nueve años. Escalera pasó veintidós años en las cárceles de Franco y dejó una obra literaria de primer orden que no ha interesado, al menos hasta ahora, a ningún editor español. Fue también un soberbio traductor de John Berger, Catherine Mansfield, William Sayoran y Somerset Maugham. La única de sus obras que vio la luz fue publicada por una editorial de prestigio pero del otro lado del Atlántico, la mexicana Era. Se trata de sus memorias de condenado a muerte en la prisión de Alcalá de Henares, un libro estremecedor, titulado: Muerte después de Reyes (5). El único homenaje que se le hizo a ese hombre excepcional fue “post mortem”, se celebró el 9 de junio de 1994 en los locales de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) en Madrid y su convocatoria fue firmada entre otros por Jesús Aguirre, Marcos Ana, Manolo Arroyo, Juan Antonio Bardem, Antonio Buero Vallejo, Rafael Conte, Manolo Gutiérrez Aragón, y Lauro Olmo. Todos los firmantes de la convocatoria de aquel homenaje tuvimos la inmensa suerte de haber conocido a un hombre como él, que vivió el anonimato durante su larga vida y que lo dio todo por el socialismo y la libertad.
Las palabras que Rincón dedica a Manolo de Escalera se encuentran entre las más emotivas de Cuando los pasos se alejan. Afortunadamente, Rincón está vivo y al contrario que Escalera ya no es un desconocido. Pero la lectura de su autobiografía tiene también otra dimensión. Es un libro cuyo protagonista es la memoria de unos hechos que han marcado la historia de este país. Una dictadura que duró casi cuarenta años hay que repetirlo una y otra vez. Hace unos meses un airado y polémico artículo de Gregorio Peces-Barba, publicado en el diario El País, planteaba, sin citar su origen, el efecto devastador que está teniendo la forma más reciente de la desmemoria, la que se ocupa del descrédito de la política (6).

“Abolir el pasado es una forma de destruir el presente y abrir el camino para los disparates de antaño”.

Todos hemos visto con simpatía un movimiento como el llamado 15-M. Pero en un momento de crisis, que no es solo económica y social sino que atañe también a la ética y al conocimiento de la historia, condenar a quienes hacen la política es una tendencia demasiado fácil. Significa, que aunque no se quiera hacerlo deliberadamente, borrar un pasado, o sea, conscientemente o no, destruir una parte vital de nuestra historia. Quienes, no solo en España sino en todo Europa, lucharon contra el fascismo, lo hicieron por razones políticas.
Por desgracia, es fácil criticar a los políticos que no han estado a la altura de sus obligaciones pero convertir en bandera el “No a la política” es un inmenso error que, a quienes tenemos memoria, nos hace recordar una parte esencial de la retórica de una extrema derecha que llevó al mundo –y no solo al occidental- a la más devastadora de sus guerras... Aquello de no ser “ni de derecha ni de izquierda”, que se oyó con frecuencia durante el 15-M, es una cantinela que inevitablemente hace recordar la propia de los movimientos fascistas. Es así y no de otra manera. Abolir el pasado –también esto es necesario repetirlo una y otra vez-, es una forma de destruir el presente, de hacerlo añicos y abrir el camino para los disparates de antaño.
Libros como Cuando los pasos se alejan deberían servir para hacer reflexionar. Durante demasiados años hemos vivido en un silencio casi total que arrastró tras de si lo que las nuevas generaciones deberían haber aprendido acerca de la miseria franquista y su utilización incansable del terror.
No ha sido así porque se creyó que hacerlo desencadenaría de nuevo la fiera acechante. El paso de los años ha demostrado que la abolición de la memoria ha sido un tremendo error porque quienes detestan la idea de libertad han sabido manipular el pasado, taparlo y luego convertirlo en un instrumento de lucha contra la democracia. La democracia, dijo en su día alguien que la supo defender, tiene muchos defectos pero es la única garantía de poder vivir con dignidad, sin miedo a que si suena en casa el timbre al amanecer es el lechero y no la policía política.

(1) Marcos Ana, Decidme como es un árbol, Umbriel, Barcelona 2007.
(2) Editorial Crítica y Departamento de Historia Contemporánea, Universidad de Valencia, 1986.
(3) Eduardo Rincón, Cuando los pasos se alejan, (prólogo del poeta Juan Antonio González Fuentes), ediciones de la Bahía, Santander, 2011, 220 páginas, 20euros.
(4) José Hierro (1922-2002), autor entre otros libros, de Cuanto sé de mi (1957) y Libro de las alucinaciones (1964).
(5) Manuel de la Escalera Amblard, Muerte después de Reyes Era, México, 1966.
(6) Gregorio Peces-Barba, “Los indignados y la democrácia”. El País, Madrid, 13 de septiembre de 2011.

PACTO PARA IMPONER UN MEGAAJUSTE


Europa aprobó un acuerdo con metas muy duras para reducir el déficit fiscal

Eduardo Febbro. Página/12

Un hombre feliz, 26 contentos y poco más de 23 millones de personas olvidadas y 330 millones amordazadas. Con ese cuadro concluyó la cumbre de la Unión Europea celebrada el jueves y el viernes en Bruselas, cuyo objetivo consistió en adoptar el pacto fiscal promovido por Francia y Alemania, mediante el cual se endurece la disciplina presupuestaria y se acentúa la coordinación entre los 17 países de la Zona Euro. En contra de lo que se esperaba y al cabo de una noche de negociaciones, 26 de los 27 países aprobaron el texto que modificará también el tratado europeo. Sólo Gran Bretaña, los 23 millones de desempleados que tiene la Unión y sus 330 millones de habitantes quedaron fuera del consenso.

El Reino Unido se apartó del acuerdo al tiempo que los dirigentes de la Unión no incluyeron ni una sola línea sobre la gente que están llamados a gobernar: ni una palabra sobre el desempleo, ni una idea para reactivar el crecimiento ni menos aún un plan dirigido a la extrema pobreza que gana sectores cada vez más amplios de la sociedad europea. El pacto aprobado por los 26 es un texto de tecnócratas para tecnócratas, cuyo contenido parece especialmente diseñado para contentar a los bancos y principalmente al nuevo rey de Europa, el BCE, Banco Central Europeo. Gran Bretaña se negó a apoyar la revisión de los tratados europeos porque no consiguió que sus socios le acordaran el derecho de veto que le hubiese permitido interferir en la legislación financiera de Europa. Fiel a sus posturas históricas, el primer ministro británico, David Cameron, declaró: “Nosotros no formamos parte de la moneda única (el euro) y tampoco queremos entrar en ella, tampoco estamos dentro de la zona de libre circulación de Schengen y estoy feliz por ello”. En lo concreto, para conservar el carácter salvaje de su sistema financiero y no plegarse a las reformas de los mercados financieros que están en curso dentro de Europa el Reino Unido sacrificó la Unión.

“Hubiésemos preferido un cambio completo del tratado con los 27, pero como no hubo una decisión unánime tuvimos que adoptar otro camino”, dijo el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy. La canciller alemana declaró que esta cumbre significaba “un avance hacia la unión y la estabilidad”. Según Merkel, los europeos “van a utilizar la crisis para empezar de nuevo”. Ese comienzo implica un nuevo tratado europeo cuyos términos se discutirán de aquí al mes marzo y que no será sometido a referéndum en los respectivos países. Los ejes del tratado responden a las ideas impulsadas por la pareja Merkozy, Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy. La cumbre de Bruselas se consagró por entero a fabricar una suerte de Golem que supervise la disciplina fiscal de los Estados con la consiguiente ola de austeridad que ese tipo de mecanismos provoca.

En el futuro, el déficit no podrá sobrepasar el 3 por ciento del PIB. Ese criterio estará garantizado por las legislaciones nacionales. Si algún Estado sobrepasara ese margen, el acuerdo estipula que habrá sanciones casi automáticas, que la Comisión Europea no sólo podrá emitir su opinión sino, también, pedir que se introduzcan cambios en los presupuestos de cada país antes de que el Tribunal de la UE determine si un Estado cumplió o no con las normas fiscales. Los 26 aceptaron así someterse al arbitraje externo de un club de tecnócratas que nada tienen que ver con las mayorías electas que elaboran los presupuestos nacionales. La cumbre de Bruselas aprobó de hecho cuatro acuerdos: el fiscal propiamente dicho, otro de coordinación económica de la Zona Euro mediante el cual se introducen procedimientos para que los cambios esenciales de la política económica de los Estados se coordinen con los países de la Zona Euro, un tercero sobre el refuerzo del fondo de rescate, FESF, y el último sobre el Mecanismo Europeo de Estabilidad, MES. Sin tardanza, el Banco Central Europeo y el FMI se felicitaron por los resultados de una cumbre calificada por todos como la de “la última posibilidad”. Los norteamericanos, en cambio, no vieron en ella ningún signo de apaciguamiento.

El viernes, justo cuando se anunciaban los resultados del encuentro en la capital belga, la agencia de calificación norteamericana Standard and Poor’s volvió a poner un dedo en la felicidad europea. Por cuarta vez en la semana, S&P anunció que contemplaba bajar la nota de 15 compañías de seguro de la Zona Euro (entre ellas figuran, CNP, Allianz, Aviva, Caisse Centrale de Réassurance, Generali e Irish Public Bodies Mutual Insurances).

El jueves, Standard and Poor’s había adelantado su intención de bajar la nota a 15 países de la Zona Euro y a los bancos más importantes de esa zona, el miércoles reveló que haría lo mismo con el fondo de rescate europeo y el lunes decidió colocar en una perspectiva negativa las notas de los países de la Zona Euro y poner bajo vigilancia a 15 de los 17 países de dicha zona, incluida Alemania, Francia, Austria, Luxemburgo, Finlandia y Holanda. El euro salió de Bruselas con un nuevo tratado pero la Unión Europea quedó herida, doblemente. El acuerdo sin Gran Bretaña deja a uno de sus miembros afuera, al tiempo que se reducen los espacios de debate democrático en el seno de la UE.

Casi todo queda en manos de la Comisión de Bruselas y del Consejo Europeo. El Parlamento Europeo de Estrasburgo pasa a tener un papel mucho menor y, con ello, se pierde el principio de control público sobre las decisiones. Estas se tomarán entre tecnócratas y bancos sin que la opinión pública tenga el más lejano derecho a intervenir o interceder con los mecanismos legítimos de la democracia. La cumbre de Bruselas salvó el euro pero enterró mucho de los principios con los que sonaron los padres fundadores de la construcción europea. Una vez más, la elite tecnócrata y financiera avanzó sobre el territorio de la gestión política. 330 millones de europeos se quedaron sin voz.