12 de febrero de 2012

15-M, DE LA INDIGNACIÓN A LA DILUCIÓN

Por Marat

"Existo. Es algo tan dulce, tan dulce, tan lento. Y leve; como si se mantuviera solo en el aire. Se mueve. Por todas partes, roces que caen y se desvanecen. Muy suave, muy suave." (Jean-Paul Sartre. 'La Nausea')

Después del 15-O de 2011, fecha de la gran conjunción cósmico-global del movimiento indignado, el M 15M, como lo denominan sus miembros, ya no ha vuelto a ser ni siquiera un pálido reflejo de lo que fue.

Lo decíamos el mismo 15 de Octubre de 2011 con motivo de tal evento:

“En realidad el 15-O no es el inicio de nada que pueda llamarse revolución sino el cierre del círculo (tan redondo como la inicial O) desde dentro. Al mundial sólo puede sucederle, en el mejor de los casos, el mundialito. Cuando la teoría y la práctica “revolucionarias” no están dispuestas a ir más allá de lo que sus líderes (que los tienen) y sus individualistas activistas de clase media pretenden, el viaje de la locomotora no puede continuar porque le faltan energía motriz, raíles y estación de destino” (1)

El movimiento de los “indignados” que, recordemos una vez más, ya que la memoria es frágil, se inició con aquello de “unos nos consideramos más progresistas, otros más conservadores” (2). Pasado el tiempo, no han cambiado tanto las definiciones o la indefinición del movimiento que tuvo su origen “oficial” en Democracia Real Ya, aunque buena parte del 15-M diga no identificarse ni sentirse representado por esa plataforma. El modo en que se defina políticamente cada miembro del 15-M es irrelevante porque las voces del propio movimiento afirman que nadie les representa y que cada miembro se representa a sí mismo.

Su rechazo al capitalismo, puro enunciado antineoliberal, es una mera protesta dentro de los límites de un Estado capitalista del Bienestar ya muerto. La prueba del algodón para conocer qué predican los indignados consiste en tratar de encontrar un documento consensuado que resuma claramente cuál es su proyecto de sociedad y que no se quede en el absurdo aserto de una “democracia real” porque, al fin y al cabo, ¿cuál es el modelo económico de esa democracia real?

"Los movimientos espontáneos son minoritarios, ni siquiera son de izquierdas, son pura manifestación de energía, no tienen tesis ni un programa político, sólo tienen frases contundentes que no son tesis políticas, apenas eslóganes. Ahora el efecto es que los movimientos se han quedado en silencio", afirma Raffaele Simone (3), uno de tantos teóricos que ha guardado mutismo mientras el 15M y la Multinacional de Franquicias Indignadas estaba en la cresta de la ola aupada por los voceros mediáticos del capitalismo.

Pero Raféale Simone dice algo más, sumamente interesante: "Esos movimientos pueden dar impulsos. No hay discursos articulados. No tenemos más". ¿Antes teníamos menos, no? (pregunta el periodista que le entrevista) "Sí. Ahora tenemos energía, pero esta energía tiene que canalizarse en partidos. Reflexionemos sobre sus exigencias. Pero ellos no son una respuesta política".

He aquí dos de las principales –no las únicas, como veremos más adelante- fuentes del fracaso de la “indignación”: la falta de proyecto y la falta de organización, del intelectual orgánico de la concepción de partido gramsciana. Pero la ausencia de organización partidaria, por mucho que se empeñen en negar la representación y la estructura partido los asambleístas indignados, implica otras carencias que se han plasmado en el efecto souflé de un movimiento que avisaba ruina desde sus inicios, dada la carencia de materia sólida en su interior. Las ideas, si se tienen, necesitan organización. La vieja tesis leninista se impone por la terquedad de los hechos como otras veces en la historia.

Una “ideología” evanescente, apoyada en un lenguaje metapoético, pretencioso y efectista, de frases “ingeniosas” sin valor operativo alguno, mero “déjà vu” del 68 francés, un mensaje dirigido a los hijos de la clase media sin acceso al estatus que ahora empiezan a perder sus propios padres, una coordinación tan pobre como unas asambleas diseñadas para perder interminablemente el tiempo hasta que las decisiones puedan ser tomadas por los incombustibles, no podían persistir más tiempo de lo que duró la moda de la performance en plazas y barrios.

Recuerdo aún cómo se sostuvo esta burbuja con el apoyo público de premios Nobel de Economía (el keyneskiano Stiglitz), ex funcionarios del FMI (Punset), la infraestructura de telecomunicaciones prestada por magnates de las TIC multimillonarios (Martin Varsavsky), el seguimiento masivo de los principales medios de comunicación, la portada de la revista TIME 2011, el reconocimiento del vocero del capitalismo financiero global Financial Times,...Y es que esa burbuja, como la del ladrillo y la financiera primero, sólo tenía aire dentro y un sospechoso impulso externo que le hacía elevarse hacia los cielos como un globo aerostático.

Pareciera que los sectores económicos más poderosos del sistema capitalista necesitasen crearse una oposición autocontrolada (pacífica y de pensamiento no violento), interclasista e integrada que denunciase la “dictadura de los mercados”, criticase a los bancos pero mucho menos al capitalismo, se declarase anticapitalista pero no partidaria de una sociedad socialista, situando el horizonte de su R-Evolución (cualquier cosa con tal de ser moderados) con una “democracia real” a la islandesa que no ha tocado nada esencial de la propiedad privada, tomase las plazas pero no los centros de trabajo,...

Cuando un sistema económico no tiene enemigos se los inventa. En tiempos de rabia e ira sociales es necesario soltar un poco de presión de la olla para relajar tensiones y evitar, a su vez, otro tipo de respuestas menos integrables o bien estallidos sociales, sin dirección política, pero peligrosos para la “paz social”. De Reykiavik a El Cairo, de Wall Street a Londres, pasando por Madrid, ninguna protesta tocó lo esencial de una sociedad dividida en clases. En unos casos porque el islamismo era la fuerza subterránea decisiva de sus sociedades, en otros porque hace demasiado tiempo la izquierda renunció a asaltar el Palacio de Invierno para convertirse en guardias de ese mismo Palacio, mientras se dejaba corromper por los ideólogos de la sociedad liquida y el poder difuso, del antineoliberalismo de cómodo paraíso de Estado del Bienestar que ya no existe y de promesa de paz, Nueva Era y amor cósmico.

Si un efecto final ha tenido el entramado indignado es el de convertirse en una fábrica de frustración. Gentes que se acercaban al escenario público, muchos de ellos por primera vez en su vida, la mayoría muy jóvenes y sin experiencia política alguna pero sobrados de prepotencia y en posesión de su verdad, como si no hubieran existido antes movilizaciones y luchas infinitamente más combativas que las suyas, sólo porque ellos no habían estado jamás allí, son las mismas gentes que después de unos meses se han vuelto a sus casas y muy probablemente, en su mayoría, ya no vuelvan a salir de allí jamás porque ya disfrutaron su particular Mayo del 2011.

Las burguesías pequeñas y medianas no van a hacer ninguna Revolución. Ya la hicieron en 1789 y en 1848. La revolución no se hace para mantener lo que se tiene y rara vez se ha hecho cuando se teme perder algo. Ante el temor a la pérdida de estatus las burguesías reaccionaron en Europa con los fascismos. Las revoluciones se han hecho siempre con el objetivo de ganar algo distinto a lo que existe y no se entiende qué sea ello que las clases medias no tuvieran antes de que crisis capitalista estallara.

En las movilizaciones del 15-M el componente fundamental ha sido el de los jóvenes universitarios y de estudios superiores, provenientes de las clases medias urbanas, por mucho que ahora quieran recibir ayuda suplementaria de los pensionistas, yayoflautas como se hacen llamar a sí mismos. La base obrera clásica, trabajadora en categoría moderna, asalariada en términos globales, ha sido muy escasa y ello por diversas razones. La primera nace de la propia crisis de la izquierda y del domesticado movimiento sindical, muy mayoritario. Si la composición social de los indignados hubiera sido otra el discurso indignado habría sido muy diferente, su relato hubiera expresado la voz de la lucha de clases, se hubiera centrado mucho más en el mundo del trabajo y de las relaciones sociales de producción y sus proclamas hubieran tenido una radicalidad de proyecto social, aunque fuera como consigna, mucho más ambiciosas. Cabe incluso pensar que muy probablemente ese movimiento respondiera a otro nombre muy distinto al pequeño-burgués de “indignados”, nacido de la mente de un anciano anticomunista y partidario de la OTAN como Hessel. Las palabras nunca son neutras salvo para los que justamente quieren colar de matute su averiada mercancía ideológica.

Pero la clase trabajadora tampoco podía reconocerse en unas proclamas sobre políticos y banqueros que igualaban al raso a todos los primeros y limitaban la crítica al capitalismo a los segundos, quedándose siempre a las puertas de los centros de trabajo, de esos centros de trabajo con sus EREs, sus accidentes laborales, sus sobredimensionadas jornadas laborales con horas extras impagadas, sus condiciones de trabajo deterioradas, el miedo permanente al despido, el silencio ante el despotismo del superior jerárquico por temor a las represalias,...Pasado el primer calentón tras la primeras manifestaciones públicas del 15-M vieron que era demasiado exquisito este movimiento para ser capaz de acercarse sin la prepotencia del señorito universitario, que tanto ignora, a tan “vulgares” realidades.

La paradoja de las “izquierdas sistémicas” que actúan entre los indignados ha sido la de ir imponiéndose lentamente en el control (la horizontalidad es la patraña de quienes creen que los demás nunca hemos conocido como funcionan los movimientos difusos y asamblearios) del movimiento presentando una aparente radicalidad en las formas pero manteniendo un fondo de discurso tan moderado como el existente en origen. Sus propuestas de la Comisión de Economía caen del lado del más burdo keynesianismo, restablecedor de la recuperación económica capitalista, sin apuntar en ningún caso a la ruptura del orden económico del capital. Y es que en el fondo ese es el horizonte del 15-M y de la gran mayoría de las “izquierdas” que actúan dentro de él: el restablecimiento de la situación previa a la crisis y la vuelta a los momentos de bonanza económica. Una cosa son los lemas que se corean ocasionalmente y otra muy distinta las estrategias y el fondo ideológico desde el que gritan las gargantas.

Pero por si esto no fuera suficiente para ver qué defienden las “izquierdas sistémicas” dentro del 15-M baste el botón de sus planteamientos en relación con el asunto de los desahucios de hipotecados. Es llamativo que existiendo entre 2 y 3 millones de pisos vacíos sin vender, y sin ocupar, quienes defienden a los hipotecados frente al desahucio propongan la alternativa de la dación en pago, que es la garantía de la patada en el culo al desahuciado y su familia, con la gracia dadivosa de que el banco se conforme con no embargarle la cuenta hasta que satisfaga el último céntimo del préstamo. ¿Qué hacen esos 2-3 millones de pisos vacíos, señores indignados de “izquierdas”? Alguien que tuviera menos respeto a la propiedad privada que ustedes utilizaría el ariete de la patada en la puerta y colocaría dentro a la familia desahuciada. Menos radicalismo de boquilla antibanqueros y especuladores y más consecuencia. Momentos sociales y económicos dramáticos exigen respuestas contundentes.

No se intente hacer pasar como creación combativa de los indignados al movimiento YO NO PAGO. No es un producto creado por el 15-M. Ha sido importado desde Grecia por diversos sectores de los movimientos sociales que pueden estar o no ampararse bajo el paraguas nominal de indignados. Den Plirono (YO NO PAGO) existía en Grecia mucho antes de que se crease la Plataforma de Coordinación de Grupos Pro Movilización Ciudadana (luego DRY), origen aparente de todo lo que vino después. En Grecia empezó todo. La democracia y la combatividad auténticamente revolucionaria plasmada en luchas infinitamente más dignas y anticapitalistas de lo que los DRY y el 15-M han pretendido jamás. Será por eso que allí les quitaron la careta a los indignados y su “movimiento” fue flor de un día.

Aquel discurso antipartidos de los meses pasados, aquella negación de las categorías izquierda derecha y de su antagonismo, aquella afirmación de unidad de régimen –PPSOE- han contribuido al desarme de las izquierdas, a su desmovilización bajo el mendaz argumento, sólo útil para el enemigo de clase de los trabajadores, del “todos son iguales” y a una aplastante mayoría del PP en todas las instituciones cuyas consecuencias las está pagando nuestra clase con la más salvaje agresión a nuestros derechos que podamos recordar.

Por supuesto que las políticas del PSOE abrieron las puertas al triunfo del PP. Por supuesto que el PSOE merecía ser duramente castigado pero aquella campaña basura del “NO LES VOTES”, impulsada y amparada mediáticamente por los liberales y reaccionarios de toda laya y condición fue muy útil a opciones populistas como UPyD y al propio PP, cuya base social no se desmovilizó en absoluto, antes que a cualquier opción de las izquierdas. Éstas recogieron magros resultados, cuando la reacción de la derecha y el capital hubieran debido provocar la contrareacción contundente de un giro a la izquierda, como respuesta.

Pero, paradójicamente, las propias izquierdas fueron cómplices necesarios de ese ariete llamado 15-M, utilizado contra ellas. Se ha aludido desde este movimiento con gran frecuencia a los mensajes de El Roto que, unas veces les ha adulado y que, otras, quizá aportase unos mensajes que necesitaran una segunda pensada. Aquella viñeta que decía “los jóvenes salieron a la calle y súbitamente todos los partidos envejecieron” quizá tuviera más lecturas que la interesada de quienes se han recreado en su propio ombligo durante todos estos meses. Envejecer a todos los partidos, sin distinción, es negar la esencia de la representación plural de intereses que son diversos y, cada vez más antagónicos, en nuestra sociedad. Es negar la base de la democracia política y la vertebración de la lucha política que, de otro modo, se hace amorfa e indiferenciable en objetivos, programas e ideologías.

Que los partidos de las izquierdas necesiten una profunda renovación –las derechas ya lo hacen en un baile ideológico que involuciona al siglo de Dikens en lo social y a los años 30 del siglo pasado marcando el paso de la oca alemán en lo político-, que los poderes reales de los capitalistas hayan dejado sin el mínimo resquicio de autonomía política a las instituciones –no otro han tenido siempre en la democracia burguesa- no puede significar que las formas partidarias deban ser satanizadas y disueltas bajo un transversal ciudadanismo interclasista que le saque las castañas a la pequeña burguesía urbana y a sus hijos.

La negación, de facto y de discurso, de que la crisis capitalista sólo puede tener una respuesta de clase, la de los trabajadores, en la que las organizaciones de las izquierdas son decisivas para organizar la lucha ha traído la confusión ideológica, interesadamente promovida, de las primaveras árabes y de la “revolución ciudadana islandesa”. Las primeras se han convertido ya en inviernos fundamentalistas y en revoluciones naranjas promovidas por el imperialismo y la segunda es una mera relegitimación de la democracia burguesa. La nacionalización de sus bancos no es otra cosa que la garantía del reflote de la estructura financiera de un país de clases medias en el que cerca del 30% de su población era inversora en la burbuja que les estalló tiempo antes. Nacionalizar dentro del sistema capitalista no conlleva propiedad social de los medios de producción sino sacar las castañas del fuego a empresas con pérdidas que cuando den beneficios serán devueltas a la propiedad privada. Y por supuesto no ha significado tampoco en el caso islandés un cambio en las relaciones sociales de producción. Lo que sí constituye una respuesta revolucionaria es la toma del control obrero de las empresas, como ha sucedido en el Hospital de Kilkís en Grecia (4). Eso sí supone algo radicalmente distinto al gatopardismo islandés porque es germen de socialismo.

El reformismo burgués del 15-M es, en esencia, el mismo que impregna a las izquierdas que actúan en su interior: su programa de lucha contra el capitalismo es, en palabras claves: ciudadanía, revolución islandesa, revoluciones árabes, democracia contra los mercados (como si los “mercados” no hubieran sido, desde siempre y alternativamente, perfectamente compatibles con la democracia burguesa y con la dictadura política) y Proceso Constituyente (éste entre una parte de esas izquierdas). El Proceso Constituyente que impulsan sectores de IU, algunos republicanos que están meando fuera del tiesto al dar protagonismo a la lucha por la República antes que a la lucha de clases, el grupo socialismo del Siglo XXI Y sectores de la secta trevijana del MCRC. El Proceso Constituyente representa, ante todo, una nueva Pepa (Constitución de 1812 para el siglo XXI), como colofón de una nueva revolución democrático burguesa; algo radicalmente alejado de la auténtica democracia socialista de los consejos obreros, de una política de clase, sin pactos con la burguesía, de la toma del poder económico por los trabajadores y de la construcción de un proyecto de Estado sólo por y para la clase trabajadora.

Pero los sectores más combativos de las izquierdas y del sindicalismo griegos no bebieron de las fuentes oportunistas que arrojaron a las organizaciones españolas a los brazos de un movimiento al servicio de los intereses de la pequeña burguesía, aquella que nunca se indignó antes de la crisis contra las duras condiciones de la mayoría de los trabajadores, mileuristas que nunca gozaron de sus simpatías.

Las izquierdas que participan del 15-M se han encontrado enfrente potentes corrientes, de la derecha del movimiento, la populista y, oficialmente antipartidos (en las elecciones municipales y generales han intentado poner en pie sus candidaturas reaccionarias) y también de la libertaria, rabiosamente antimarxista y siempre antipartidos. Y es cierto también que han luchado por evitar esa pauta pero lo han hecho sin combatirla frontalmente, por temor a ser acusados –lo que de cualquier modo ha ocurrido- de querer manipular al 15-M o de intentar destruirlo.

Algo empezó a cambiar en la manifestación de laicos y ateos contra la visita de Benedicto XVI en Madrid, cuando todas las izquierdas salieron con sus banderas y sus identidades a la calle (mientras la comisión de pensamiento del “movimiento” se prodigaba en abrazos con la alegre y benedictina muchachada de las JMJ), después de tener que ocultarlas en las manifestaciones del 15-M, del 15-J (Junio y Julio), por presión de los políticos antipartidos.

Continuó cambiando durante las movilizaciones de la “marea verde”, lo ha hecho después en las sucesivas manifestaciones en defensa de los servicios públicos en Madrid y contra “les retallades” en Barcelona, en las movilizaciones contra la Reforma de la Constitución y en cada sucesiva movilización que se ha producido ante las políticas antisociales del PP.

Pero este cambio se ha producido de nuevo desde el oportunismo, justo cuando el 15-M ha evidenciado su agonía tras las elecciones del 20-N, a pesar de la obstinación de los medios de comunicación de cubrir toda movilización bajo las siglas del 15-M o el nombre de indignados. Para muestra baste el último botón (5) del diario Público, cuyo titular tiene poco que ver con el desarrollo de la noticia y la evidencia de la pluralidad grupos de la última convocatoria en Sol contra la reforma laboral del PP.

El 15-M se escurre como agua entre los dedos de una mano mientras las siglas y las organizaciones van adquiriendo protagonismo. El espejismo de un 15-M vivo continuará hasta que los medios de comunicación que le dieron su bendición y relevancia decidan firmar su certificado de defunción.

Es significativo el modo en que la palabra indignado, ya desafortunada en su origen (6), se banaliza día a día. Cualquier protesta, al margen de su causa, que salta a los medios de comunicación se ve acompañada por el término en sus titulares. Se indignan los deportistas españoles al ser tratados por los medios franceses como yonkies, se indignan los participantes en los programas de telerealidad y casquería, se indigna el conductor multado por la avidez recaudatoria de la DGT, Mourinho está siempre indignado,...

Y, en el colmo del oportunismo, vemos ahora una sucesión de opiniones abiertamente críticas hacia los límites de proyecto del 15-M de quienes antes eran convencidos de las virtudes “revolucionarias” de la indignación (7), algunos de ellos martillos de herejes de quienes nos oponíamos desde el principio al carácter puramente regresivo de este movimiento (8).

El listado sería realmente largo, con la excepción de algún incombustible entusiasta para el que el aparente reflujo del 15-M es cosa de que hace mucho frío en invierno (como si la ola siberiana se hubiese anticipado ya desde Octubre, Noviembre, Diciembre y Enero), que en cuanto llegue la primavera se tornará florido, luminoso y masivo (9).

De cualquier modo, estos análisis ignoran que las razones que esgrimen para explicar el desinfle del 15-M son casi siempre superficiales.

Más allá del origen de este movimiento, sobre lo que no volveré porque lo hice en su día, su discurso vacío, su desconexión con quienes de verdad tienen razones para expresar no su indignación sino su rabia –la clase trabajadora-, su ataque visceral, aunque merezcan la repulsa social por pactistas y entreguistas, a los sindicatos mayoritarios, olvidando que en ellos están la inmensa mayoría de los asalariados organizados, su discurso “superador” de la contradicción izquierda-derecha, su vacío ideológico, la carencia de proyecto (el “vamos despacio porque vamos lejos” ya no tapa indigencias), la simplificación de su discurso a eslóganes y la percepción muy extendida de haber sido el caballo de Troya al servicio del PP explican dónde está hoy el 15-M.

La realidad es que, a pesar de que se intente negar la evidencia tanto DRY, como el asambleario 15-M apenas son ya un pálido reflejo de lo que fueron en las redes, en la propaganda de calle, en la asistencia a sus asambleas (muchas existen sólo nominalmente) y en los medios de comunicación que, no obstante, recogen cada última genialidad del “movimiento”.

De hecho, la aparición del periódico que se hace llamar Madrid 15-M pero que afirma que no hablará en nombre de tal sino sólo de las actividades de las asambleas (la vieja muletilla del somos pero no somos, nadie nos representa pero nos representamos todos y vaguedades similares) no es otra cosa que un intento de seguir en un candelero que se apaga en su protagonismo por momentos. La escasa presencia de gente en sus actos (decenas o algunos cientos en el mejor de los casos) se convierten finalmente en hechos irrebatibles que dicen mejor que cualquier opinión siempre discutible qué fue de aquél sarpullido primaveral indignado.

Nadie se engañe. No ignoro la dificultad de poner en pie un proyecto de revolución social contra el sistema capitalista. La ausencia de una izquierda que merezca llamarse tal, de un partido organizado de clase, fuerte, con un programa y una estrategia capaces de superar la esclerosis que atenaza tanto a reformistas como a grupos más radicales y la situación de una clase trabajadora que no se movilizará hasta que las circunstancias sociales, económicas y políticas hayan madurado suficientemente, lo impide.

Pero los hechos han convertido en obvio que el 15-M no es el la tarea de los revolucionaros “mientras tanto”, por mucho que la revista que en su día creó Manuel Sacristán le rinda entregado culto. Ni su orientación ideológica, ni sus propuestas, ni su sustrato de clase responde a un planteamiento que nos haga avanzar ni un solo centímetro en esa dirección. Más bien el 15-M se ha convertido en un virus inoculado a un sector de las izquierdas que si antes de él estaban desarmadas y presas de un pragmatismo vergonzoso, aunque con un viejo eco de utopía, ahora incluso han renunciado al horizonte que evocaba ese eco, justo en el momento en que es más necesaria que nunca la reconstrucción de la vieja/nueva, porque siempre lo es como aspiración más noble de la Humanidad, esperanza socialista.

Es necesario romper ya esa vieja trampa que consiste en creer que porque me manifiesto hago algo útil, ignorando si las propuestas con las que me manifiesto son realmente alternativas y ayudan a romper con el capitalismo y construir una nueva sociedad o son un trampantojo para entretener a incautos e impedir que se levante un proyecto con toda la radicalidad socialista necesaria para derrocar el capitalismo porque de eso se trata ya que sin la toma del poder todo es ilusión y narcótico.





Cuando acabo de redactar estas líneas Grecia está ardiendo tras dos días de combativa Huelga General, con la experiencia militante de dos largos años de proceso de acumulación de fuerzas en una dirección revolucionaria. Ellos, los trabajadores griegos, sí saben a dónde quieren ir y lo hacen sin agitar manitas al sol, ni narcóticos gandhianos sino con organización, dirección revolucionaria, mensajes claros y la convicción de no dar un paso atrás.




NOTAS:

(1) http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com/2011/10/15-o-cerrando-el-circulo-desde-dentro.html
(2) http://www.democraciarealya.es/manifiesto-comun/
(3) http://www.publico.es/culturas/420264/esta-izquierda-huele-a-derechas
(4) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144408&titular=hospital-bajo-control-obrero-
(5) http://www.publico.es/espana/421422/el-15-m-protesta-contra-la-reforma-laboral-y-los-recortes-en-igualdad
(6) http://antigonia.com/2011/10/16/por-que-no-siento-nada/
(7) http://laprisionmental.wordpress.com/2011/05/31/no-hay-objetivos-comunes-reconozcamoslo-de-una-vez-movimiento-15-m/ y también http://jsmutxamel.blogspot.com/2012/01/el-15m-mayo-noviembre-relato-de-un.html
(8) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142551
(9) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144178

UNA REFORMA LABORAL "CLASISTA"

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:

No comparto la pretensión del autor del presente artículo de oponer la Constitución Española a la salvaje Reforma Laboral recientemente aprobada por el PP. Más allá del rechazo que me merece una Constitución fruto del pacto entre la oposición mayoritaria al franquismo, por un lado y los postfranquistas y buena parte de los franquistas, por otro, tras la Reforma, pactada por PSOE y PP, del Artículo 135 de la Constitución se consagró el fin de los contenidos sociales de dicho ordenamiento jurídico en aras del objetivo de la recuperación de la tasa de beneficio capitalista y del control draconiano del déficit de las Administraciones Públicas. Apelar ahora a ella para condenar este ataque criminal a los derechos de los trabajadores carece de sentido y de efecto. Cualquier salvajada que a los capitalistas y a su partido natural, el PP, se les ocurra tendrá encaje perfecto, por la fuerza de los hechos, en una Constitución a la que su última reforma ha convertido en papel mojado.

Tampoco comparto la esperanza del autor en la voluntad de unas “izquierdas sistémicas” y de unos sindicatos amaestrados para oponerse frontalmente contra este último atentado del capital y su brazo político contra los trabajadores. Preveo que las movilizaciones de CCOO y UGT seguirán la misma pauta del 29-S: obligadas al haber sido convocadas por Rajoy (su “involuntaria” indiscreción a micrófono abierto advirtiendo de que la Reforma Laboral le iba a costar una Huelga General sólo es creíble para los crédulos) pero con el freno y la marcha atrás puestos. Después del amago sin consecuencias volverán a las mesas de imposiciones patronal/gobierno para escenificar una “difícil negociación siempre al límite” y continuar justificando la función social de sus burocracias sindicales ante una clá cada vez más reducida y más cabreada. Aún así, si se convoca Huelga General yo iré a ella, con el planteamiento de desbordar los "tímidos" y autocontrolados objetivos de las burocracias sindicales. Y, por favor, no más tonterías sobre huelgas de consumo como alternativa a una lucha sindical combativa. Estos llamamientos pueden estarse haciendo desde la ignorancia más profunda de quien parece desconocer que, de hecho, la huelga "forzada" de consumo ya la practican millones de trabajadores, por la fuerza de las circunstancias. O bien desde un "ciudadanismo", desligado de la realidad de la explotación de clase y de la lucha de clases y con intenciones cada vez más evidentes. Las huelgas de consumo, como otras fórmulas de lucha social, pueden ser útiles pero siempre desde la claridad de que la primera de las explotaciones se produce en el marco natural de la lucha de clases -la producción- y es en ella donde ha de ponerse el mayor esfurzo de lucha.

Hace demasiado tiempo que las izquierdas y los sindicatos en su conjunto debieron haber tomado el camino de los trabajadores griegos, una vez que el capital ha roto el contrato social con la liquidación del Estado del Bienestar y la legislación que protegía derechos históricos conquistados, no adquiridos, de los asalariados.

Pero sí comparto el fondo de lo que este artículo sostiene en relación al carácter clasista y de revancha contra la clase trabajadora y por eso lo presento ante ustedes.

Una reforma laboral "clasista"
Antonio Baylos. NuevaTribuna
Ya está aquí la “agresiva” reforma laboral tantas veces anunciada. Se define como “equilibrada” aunque la noción de equilibrio que tienen sus autores dista mucho de la que poseemos los comunes mortales. Es un texto legal que impone elementos centrales de desregulación de las relaciones laborales, acompañada de un profundo rechazo de la acción sindical, lo que efectúa mediante diversas vías. Son las más destacadas el encumbramiento de la decisión unilateral del empresario como fuente principal de determinación de reglas sobre el trabajo en sustitución de la negociación colectiva, el disciplinamiento de los trabajadores en torno a un despido barato y siempre definitivo y a unos contratos con salarios cada vez más reducidos y períodos de prueba larguísimos, la funcionalización de los acuerdos colectivos a la decisión empresarial, y una fortísima reducción del contenido laboral del derecho al trabajo tal como se desprende de su reconocimiento constitucional. Todo ello se justifica mediante el recurso, cada vez menos creíble, a la estimulación del empleo.

Es realmente una norma clasista que impone la confiscación violenta de espacios decisivos de poder contractual colectivo y de derechos laborales básicos

Pese a lo que afirman las autoridades de gobierno, los creadores de opinión afectos y un preámbulo afectado de esquizofrenia legislativa entre lo que afirma y lo que realmente hace, el RDL 3/2012 es realmente una norma clasista que impone la confiscación violenta de espacios decisivos de poder contractual colectivo y de derechos laborales básicos ligados a las garantías de empleo, alterando de forma sustancial la arquitectura de equilibrios que caracteriza la relación entre capital y trabajo, entre libre empresa y derecho al trabajo, y que se corporeiza en la estructura institucional del derecho del trabajo desarrollado en nuestro ordenamiento.

La norma nace acompañada del desprecio a los procedimientos democráticos. No ha respetado el derecho de información y consulta previa con los sindicatos representativos que garantizan tanto nuestro ordenamiento como el europeo en materia de política social, no reúne en absoluto los requisitos de urgente necesidad que la constitución exige para que el gobierno pueda legislar por vía de urgencia, y se ofrece un texto cerrado en el que la hostilidad hacia la acción sindical y las condiciones de empleo y trabajo es su principal característica.

La norma se inserta en un proceso paulatino de deterioro de la estabilidad normativa como base de cualquier política laboral y de la seguridad jurídica derivada. Modifica de forma profunda normas básicas del ordenamiento laboral que ya se habían ido cambiando en un proceso de idas y venidas a partir de mayo de 2010, y en especial supone una modificación sustancial de la Ley 35/2010 y del RDL 7/2011, que constituían el núcleo de la anterior etapa reformadora, con afectación de las mucho más recientes leyes de Seguridad Social y de Jurisdicción Social. Pulveriza por tanto el marco legal que se había ido generando en los últimos dos años con vocación de permanencia. Permanencia que una vez más se pretende definitiva, como señala el preámbulo de la norma, sin que se conciba de forma temporal. Ni un paso atrás en el proceso de desregulación.

La norma desprecia la buena fe de los sindicatos que han desarrollado en el espacio de la autonomía colectiva un diseño de cesiones de derechos mediado por la contratación de sus aspectos concretos –la flexibilidad interna negociada– que está acotado temporalmente hasta el 2014 en razón de unas expectativas razonables de duración de la emergencia económica y social. Por el contrario, la ley hace permanente el contenido del Acuerdo, lo arranca del espacio de la autonomía colectiva y lo desnaturaliza de forma definitiva al eliminar paralelamente los más importantes mecanismos de contratación de la restructuración de empleo y fortalecer doblemente tanto la “decisión empresarial de carácter colectivo” como la decisión unilateral del empresario en la extinción de los contratos de trabajo. El RDL 3/2012 además, expulsa al convenio colectivo y su función normativa de las condiciones de trabajo de todas las empresas en dificultades económicas, lo que tendrá especial incidencia en las PYMEs. Introduce en el sector público mecanismos de extinción generalizada de contratos sin las garantías colectivas ni de estatuto que antes tenían los trabajadores de aquél. Es hostil al sindicato y a su capacidad de regular colectivamente la situación del empleo. Quiere al empresario como autoridad incontestable en los lugares de producción, en donde se sustituye la procedimentalización y contratación de las decisiones sobre las condiciones de trabajo y las previsiones de empleo por la unilateralidad de la decisión del poder empresarial a la que se dota siempre de carácter definitivo para modificar sustancialmente el contrato de trabajo y para extinguir la relación laboral. El poder contractual del sindicato sólo es aceptado en la medida en que coincida con la decisión del empleador, con su proyecto organizativo y directivo. La decisión empresarial de carácter colectivo es la nueva fuente de creación del derecho en los lugares de trabajo.

Ese autoritarismo normativo doble – en cuanto que ignora los mecanismos de publicidad y debate en la creación de la norma y en cuanto que impone la autoridad incontestable del poder privado empresarial sobre las personas – actúa tanto en la vertiente colectiva como en la individual de garantía de los derechos de los trabajadores. El asociacionismo empresarial ha saludado esta reforma como necesaria y conveniente. De esta manera, reniega expresamente de la vía del diálogo social que parecía haber elegido hace tan sólo unas semanas con la firma del Acuerdo con los sindicatos más representativos.

El RDL 3/2012 genera fuertes dudas sobre la inserción constitucional de algunas de sus prescripciones. Se renuncia implícitamente al papel que el art. 40.2 CE asigna a los poderes públicos de llevar adelante una política orientada al pleno empleo, al anular el sistema de control administrativo y colectivo de los despidos colectivos, y es muy cuestionable que la vulneración del derecho al trabajo mediante el despido sin causa o arbitrario, se regule permitiendo en todo caso al empleador prescindir del trabajador injustamente despedido abonándole una indemnización reducida y limitada que pierde su carácter disuasorio y sancionatorio del acto lesivo del derecho constitucional al trabajo. Por otra parte, la fijación de un período de prueba de un año no sólo descausaliza esta institución – que busca verificar si el trabajador es competente para el trabajo para el que fue contratado - sino que implica una situación en la que se permite el libre desistimiento prohibido en nuestro sistema constitucional. La aplicación que realiza de la irretroactividad de la aplicación de las indemnizaciones reducidas por despido improcedente, de manera que la “rebaja” indemnizatoria comienza a contar a partir del día de publicación de la norma para los despidos de aquellos contratados con anterioridad a la misma, no respeta el principio establecido en el art. 9.3 CE. Es también llamativo la configuración de la "decisión empresarial de carácter colectivo" como una nueva fuente de producción de normas laborales que se opone de forma excluyente a la negociación colectiva, que es el instrumento que privilegia el art. 37 CE para la regulación de las condiciones de trabajo y de empleo, y que se relaciona directamente con la libertad de acción sindical protegida en el art. 28 CE. Y así sucesivamente.

Este Real decreto de urgente necesidad– cuyos contenidos concretos ya irán siendo analizados en su momento – nos aboca a una situación irremediable de conflicto social, lo que sin duda ha sido valorado como un coste asumible por parte del gobierno legislador. Quizá un daño colateral que se tiene ya amortizado, como se dice en la jerga al uso. Una situación de conflicto difuso, no sólo en el enfrentamiento frontal entre el sindicalismo y el poder público, sino en una buena parte del panorama económico y social tanto en el sector público– donde la extinción de los contratos por razones presupuestarias y de liquidez de las administraciones va a abrir la espita de los despidos en masa –como en el sector privado. Que el gobierno haya sacado la norma adelante tal como se comprometió ante los reguladores del mercado financiero europeos y la defienda con convicción fanática es una cosa, y otra es comprobar que esta (des)regulación ha hecho las delicias de los representantes de la (cada vez más) libre empresa y de la economía del mercado.

Una parte del empresariado exulta ante esta pieza legislativa expresiva de un clasismo que hace mucho tiempo no veíamos en el BOE

En efecto, una parte del empresariado exulta ante esta pieza legislativa expresiva de un clasismo que hace mucho tiempo no veíamos en el BOE. Llevados por la satisfacción que produce ser reconocidos públicamente como clase dirigente que normativiza sus deseos e intereses de forma directa, sin mediaciones ni contrapesos, demuestran su seguridad aplastante en la violencia del poder privado como única forma de encarar la regulación de las relaciones de trabajo. Confían plenamente en que el sindicalismo confederal, el único realmente organizado en los lugares de producción y en enclaves sociales muy relevantes, sea incapaz de mantener una conflictividad permanente que ponga en riesgo sus expectativas de negocio y su tasa de beneficio. Piensan posiblemente que será el espacio de la política de gobierno y el del sector público el que las fuerzas sindicales recorrerán prioritariamente, de forma que el sector privado, sobre el que pesan como losas los más de cinco millones de parados, será poco o apenas alcanzado por esa onda conflictiva. El desgaste de la reforma lo endosan por tanto al gobierno legislador y a sus recortes en el sector público, sin que se genere demasiado coste en el sector privado. Ya veremos si estas razonables previsiones se cumplen en la realidad ante una fractura social tan intensa como la que se está generando con la cooperación necesaria del empresariado español.

La situación es crítica, y la acción de los poderes públicos como salida de la crisis demuestra su alineamiento claro con el privilegio económico y el autoritarismo no sólo económico y empresarial. Ahora comienza una larga marcha de conflictividad y de crítica política que tiene que culminar en el medio plazo con la abolición de esta normativa clasista. Y que sin duda conducirá a la renovación de la acción sindical, de las formas de conflicto y de incidencia social de los sujetos sociales, en torno a un proyecto de regulación garantista de los derechos de los trabajadores y trabajadoras de este país. Hay que confiar en que en esa dirección los partidos políticos progresistas cooperen eficazmente. El camino es largo y es difícil, no sólo porque son muy fuertes las posiciones de los adversarios y la desigualdad entre las partes de la confrontación se incrementa cada día, sino porque el contexto cívico es muy estrecho y las carencias en la difusión generalizada de un pensamiento democrático se revelan decisivas en orden a dar la vuelta a esta situación de opresión y de domesticación del trabajo como punto de partida de una sociedad más igualitaria.