2 de julio de 2013

LA SILENCIOSA MUERTE DE LA IZQUIERDA NORTEAMERICANA

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:

Salvando las naturales diferencias sobre los marcos sociales y políticos de USA y otros lugares del mundo y sobre los acontecimientos políticos de los que se ocupan, la situación de la izquierda norteamericana y la de las izquierdas de otros muchos países del planeta es muy similar.

Leyendo el texto que les presento a continuación cabría preguntarse qué tiene que ver en esa crisis agónica el sujeto del que se ocupan (¿qué/quiénes ocupan la centralidad de sus luchas?), las temáticas frente a las que se oponen (lo decisivo en el antagonismo y lo secundario, por importante que esto último sea) y los objetivos y horizontes sociales, económicos por los que luchan.

Mientras la clase trabajadora, su organización y concienciación sigan marginadas por las izquierdas como elemento y objetivo primero de sus luchas, mientras las izquierdas sigan comportándose como coordinadoras de movimientos sociales, su cultura política sea la de la “nueva izquierda” y su ámbito de denuncia el modelo de la antiglobalización, mientras se niegue la lucha de clases, enmascarándola en este estúpido 99% vs. 1%, que oculta que en ese 99% están también los explotadores burgueses de pequeñas y medianas empresas, y mientras su horizonte de sociedad sea la democracia radical y no el socialismo, las izquierdas, al menos las de los países desarrollados, serán una versión edulcorada de un “capitalismo compasivo y de rostro humano”.  Y lo que es peor, no producirá los necesarios motivos para que las víctimas principales de la crisis general y sistémica del capitalismo y sus crímenes –la clase trabajadora, que es la principal en la estructura social porque la componen los asalariados- sientan que tienen una bandera que seguir.   

Sin más les dejo con el artículo que da título a esta entrada del blog.

LA SILENCIOSA MUERTE DE LA IZQUIERDA NORTEAMERICANA

Jeffrey St. Clair, Counterpunch/PIA)

En la actualidad, ¿existe la Izquierda en EE.UU.?

Están, por supuesto, la ideología de Izquierda, la mentalidad de Izquierda, la teoría y la crítica de Izquierda. ¿Pero hay algún movimiento de izquierda?

¿Existe la Izquierda como una fuerza de oposición política, cultural o económica? ¿Hay alguien que se sienta intimidado o representado por la Izquierda? ¿Hay alguna fuerza contraria a la ruidosa maquinaria del capitalismo neoliberal y sus políticos administradores?

Algunos podemos publicar artículos en CounterPunch y otras publicaciones similares, como Monthly Review y New Left Review. Podemos publicar distintos análisis sobre el capitalismo y sus vulnerabilidades inherentes, podemos catalogar y describir la depredación, las guerras, la conquista militar y la explotación imperialista. ¿Pero dónde está nuestra capacidad para confrontar los horrores cotidianos de los ataques perpetrados con drones, las listas de asesinatos selectivos, los despidos masivos, el robo a los jubilados y la pesadilla amenazadora del cambio climático?

El hecho de que la Izquierda sea una fuerza paralizada y políticamente impotente es una amarga realidad puesta de relieve por los cinco años de gobierno de Barack Obama. Esto se hace evidente desde el momento en que las desigualdades económicas, diseñadas por nuestros excelentísimos Señores de la Goldman Sachs que conducen la economía global, deberían haber recargado y vuelto a la vida al moribundo movimiento de resistencia.

En cambio, la Izquierda parece incapaz de unirse, de transformar la crítica en práctica, de movilizarse contra las guerras, de resistir los embates contra las libertades civiles más básicas. Incapaz de confrontar al gobierno de los tenedores de bonos y de los fondos de inversión, imposibilitada de obstruir de manera significativa el avance de un sistema económico parasitario que glorifica la codicia mientras explota a los más débiles y desposeídos, e incapaz de confrontar el verdadero legado del hombre -Obama- en el cual depositaron su confianza.

Esta es la política del agotamiento. Nos hemos convertido en una generación de sobrantes. Hemos llegado a un fracaso histórico que haría estremecer hasta el propio Nietzsche.

Nos mantenemos en los márgenes, como exiliados políticos dentro de nuestro propio país, en una especie de mutismo oscuro, de obturación política, cada vez más obsesionados con la tragedia de nuestra propia derrota, tal como expuso hace algunos años el radical historiador del arte Tim Clark en un perturbador ensayo publicado en New Left Review.

Consideremos lo siguiente. Dos tercios del electorado norteamericano se opone a la guerra en curso en Afganistán. Una cantidad similar objetó la intervención en Libia. Aún más personas retroceden ante la posibilidad de entrar en el teatro de operaciones sirio.

Aun así, no existe ningún movimiento anti-guerra que transforme esa rabiosa desilusión en acciones concretas. No hay protestas masivas. No hay ningún esfuerzo sistemático para impedir los reclutamientos militares. No hay huelgas nacionales. No hay marchas en las universidades. No hay campañas para boicotear a las compañías vinculadas con la tecnología de los drones.

Un malestar popular similar se hace evidente cuando se observa la imposición de severas medidas de austeridad durante la prolongada recesión. Pero una vez más, la furia creciente no tiene ningún correlato en el clima político actual, donde los dos partidos políticos dominantes, Demócratas y Republicanos, han abrazado por completo las salvajes matemáticas del neoliberalismo.

Como un tema prohibido, sin que la prensa lo mencione, y ausente en todo discurso político, sin control a lo largo de todo el país, el hambre, representa una crisis profunda en los ámbitos rurales y urbanos de los EE.UU., un tema tabú, abandonado a la caridad religiosa o a los vaivenes caprichosos de los beneficios fiscales corporativos.

En lugar de esto, ¿qué nos ofrecen a cambio? Homilías piadosas sobre la ética del trabajo, la santidad de la integridad familiar y el laxante auto-corrector de las fuerzas del mercado.

El brutal y constante empobrecimiento económico del EE.UU. negro, es simplemente omitido, borrado del discurso político, incluso en las sesiones de debate del Congressional Black Caucus (organización que representa los miembros negros del Congreso). En cambio, toda vez que Obama menciona las urgencias de los afro americanos (más o menos una vez cada dos años y tal como lo hizo en su última y condescendiente ceremonia de apertura de sesiones), lo hace para reprender a los negros para que pongan en orden sus vidas, exhortándolos  a que dejen de quejarse sobre sus condiciones de vida y que trabajen más duro para adoptar el estilo de vida de la cultura corporativa de los blancos.

La evidente necesidad de proyectos de obras públicas a gran escala para activar la economía y dar empleo a los trabajadores no se menciona. Mientras tanto la prensa y los políticos se involucran en un falso debate sobre los recortes de presupuesto y preparan las herramientas para comenzar con el desguace de la Seguridad Social y el programa de salud Medicare. ¿Dónde está la rabia colectiva? ¿Dónde están las marchas al Capitolio? ¿Y las sentadas frente a las oficinas de los congresales?

Unas semanas atrás escribí un ensayo sobre el infame memorándum de la administración Obama que justificaba los ataques de drones en países como Pakistán y Yemen, con los cuales los EE.UU. no están oficialmente en guerra. En un párrafo revelador, un abogado del Departamento de Justicia citó el bombardeo ilegal de Camboya ordenado por Richard Nixon durante la guerra de Vietnam como un precedente para los ataques asesinos con los drones de Obama. Recordemos que el bombardeo de Camboya motivó la renuncia de varios funcionarios de alto nivel del gabinete de Nixon, incluyendo el actual escritor de CounterPunch, Roger Morris. El bombardeo sobre Camboya también desató la movilización de estudiantes en la Universidad Estatal de Kent, lo que condujo al gobernador de Ohio Jim Rhodes a declarar el estado de emergencia, ordenando a la Guardia Nacional que arrasaran con los manifestantes en el campus. Las tropas de la Guardia dispararon contra los manifestantes, matando a cuatro e hiriendo otros nueve. La guerra había llegado a casa.

¿Dónde están esas protestas hoy en día?

El medioambiente se está desmoronando, pedazo a pedazo, justo frente a nuestros propios ojos. Cada día nos trae noticias más terribles. En los EE.UU. la fauna anfibia están en un marcado declive. Semana tras semana, tormentas de una ferocidad inimaginable arrecian en las Grandes Llanuras. Muy pronto, el Ártico no tendrá más hielo. El nivel del agua está bajando en el acuífero más grande del mundo. El aire que se respira en decenas de ciudades de California es cancerígeno. El búho con manchas continúa extinto. Los lobos mueren de a cientos a causa de las balas en las Montañas Rocallosas. Desde la costa este a la costa oeste, las abejas, las grandes polinizadoras, espantadas por la agricultura química, están desapareciendo. La temporada de huracanes ahora se extiende de mayo a diciembre. Y toda la resistencia que el movimiento de medioambientalistas puede ofrecer son unas pocas protestas contra la construcción de un gasoducto, que por cierto, ya es un hecho consumado.

Nuestros políticos se han convertido en sociópatas, y los liberales norteamericanos, enredados en la tóxica y mordaz retórica de Obama, han sido dóciles ante todo abusos. Se tragan con ansias cada política placebo que Obama les ofrece, defendiendo obedientemente cada incursión contra los derechos fundamentales. Y cada traición solo sirve para que el séquito de aduladores reciba una sonrisa, una mirada o un saludo ocasional a cambio. Por su parte, aquellos que forman parte del círculo vicioso de la Izquierda dogmática, se encuentran en el callejón sin salida de las identidades políticas, al igual que los personajes del Dante, destinados a sus roles eternos.

¿Cuánto más soportaremos antes de levantarnos? Una guerra fabricada, una economía saqueada, una atmósfera incendiada, un golfo depredado, la pérdida del habeas corpus, el asesinato selectivo de ciudadanos norteamericanos…

En vano, uno no busca a lo largo de este vasto panorama de desesperación al menos una mínima muestra de rebelión popular, como si estuviera analizando una nación de sonámbulos.

Extrañamente, permanecemos imperturbables frente a nuestra propia extinción.