9 de septiembre de 2014

MARINA SILVA: LA INESPERADA CARTA DE LA DERECHA BRASILEÑA

Gerardo Szalkowicz.  Librered


Dilma caminaba tranquila a la reelección pero la muerte de un candidato cambió el panorama con la aparición de Marina Silva, que no para de subir en las encuestas. Perfil de una líder ecologista que se transformó en la imprevista esperanza de la derecha brasileña.

No se puede negar que la muerte de Eduardo Campos el 13 de agosto y la irrupción de Marina Silva heredando la candidatura del Partido Socialista Brasileño trastocaron el escenario electoral. Según la encuesta de Ibope replicada el miércoles en todos los medios, a poco más de un mes para los comicios la ex senadora no sólo arrastra una intención de voto de 21 puntos más que su antecesor, sino que se impondría ante Dilma Rousseff por 45% a 36% en una eventual segunda vuelta. Lo que no muchos repararon es que el estudio fue contratado por el grupo Globo, el mayor emporio mediático del Brasil.

Más allá de la credibilidad en las encuestas, de su incierto correlato con la realidad y de la influencia de los medios en la construcción de sentidos en coyunturas electorales, queda clara la decisión que tomó buena parte de la derecha empresarial y mediática tras comprobar que su candidato natural, Aécio Neves, no daba pie con bola: apostar ahora todas las fichas a Marina en la búsqueda de su objetivo cardinal, tumbar el proceso iniciado por Lula en 2003.

La editorial del Diario O Globo del 20/8 proclama: “Otra constatación es que Marina atrae de manera bastante fuerte a aquellos que, sin ella como candidata del PSB, habrían votado en blanco o nulo o no sabían a quién elegir”. Sin eufemismos, sigue la bajada de línea: “Marina funciona como una aspiradora, atrae el voto de los desilusionados con la política”.

Pero además del polo mediático, ¿cuáles son los otros soportes de su candidatura? Una ficha clave es su amiga y coordinadora de campaña, la multimillonaria Mary Alice Setubal, hija del fundador del Banco Itaú, entidad que donó casi US$ 450 mil para su postulación presidencial en 2010.

El pragmatismo extremo de Marina se trasluce también en la convivencia de sus posturas ecologistas con las de su candidato a vice, Luiz Roberto de Albuquerque, de estrechos vínculos con el agronegocio, quien como diputado impulsó una ley que autorizó el incremento de cultivos de soja transgénica y tuvo como financistas a las empresas Klabin y Semientes Roos, dos símbolos del agronegocio.

También se encolumnan en esta apuesta los sectores financieros y empresariales seducidos por sus planes económicos, de claro corte ortodoxo, cuyos mentores son Eduardo Giannetti da Fonseca y André Lara Resende, dos nombres ligados a las políticas privatizadoras de Fernando Henrique Cardoso. Las alianzas del PSB también dan cuenta de su versatilidad: en algunas regiones, como San Pablo y Paraná, apoya a los candidatos del derechista Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Recientemente, Marina aseguró que el ex gobernador José Serra, referente del PSDB, no faltaría en su eventual gobierno.

Su mirada sobre América Latina también desacredita una impronta progresista. En su campaña en 2010, afirmó que en Cuba y Venezuela “las libertades han sido secuestradas”, que el entonces gobierno de Chávez “pone en riesgo la alternancia del poder” y que Cuba debe “abrirse al mundo y no puede tener miedo de transformarse en una democracia”. Lo mismo ocurre -como gran devota evangelista- con sus posturas ultraconsevadoras contra el matrimonio igualitario y el aborto.

Lejos quedó de Marina Silva su paso juvenil por el troskismo y su sindicalismo amazónico combativo en los ´80 junto al campesino asesinado Chico Mendes. También sus casi tres décadas como militante y funcionaria del PT, hasta que en 2009 rompió filas y comenzó a cimentar su fuerza propia. Este martes, durante el primer debate televisado, dejó en claro su idiosincrasia actual al responder sobre sus vínculos con banqueros y empresarios: “El problema de Brasil no es su élite, es la falta de ella”.

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