7 de febrero de 2014

LA MUJER QUE DISPARÓ A MUSSOLINI

Elvira Huelbes. CuartoPoder

Esta es la historia ejemplar de una vida desdichada. La de una mujer de clase alta irlandesa, Violet Gibson, que atentó contra la vida de Benito Mussolini, en 1926, por razones que ella se llevó consigo a la tumba. Un ser que pasó sus años juveniles entre notables y bailes aristocráticos, para morir, abandonada, en un manicomio de aires victorianos, Saint Andrew, Northampton, con las peores referencias.

La autora de esta biografía contextualizada y minuciosa es la historiadora y periodistaFrances Stonor Saunders, que se ha tomado la tarea de desenterrar a este personaje insólito como una manera de honrar su memoria y denunciar la lamentable injusticia que sufrió y que arruinó su vida.

A ciencia cierta, nadie sabe por qué una mañana luminosa de abril de 1926, la honorable Gibson, que se encontraba disfrutando de una temporada en Roma, abriéndose paso entre la multitud, dispara a pocos metros del Duce su revolver Lebel, agujereando apenas la nariz del mostrenco, con tan mala fortuna que se encasquilló el trastito impidiendo a Violet terminar su misión con éxito. Además salió de milagro viva del linchamiento que la jauría humana enfebrecida intentó inmediatamente después.

La propia heroína lo había dicho a uno de sus médicos en el frenopático: “Decir o no decir la verdad no es importante. Lo importante es no decir lo que no se puede decir. Hay ciertos secretos que una nunca puede revelar”. (Pág. 235)

Violet Gibson era una mujer físicamente endeble –medía algo más de metro y medio y pesaba alrededor de 40 kilos- pero anímicamente fortalecida por sus convicciones morales, políticas y religiosas. Militó entre sufragistas, pacifistas y socialistas, y se propuso combatir el fascismo en un tiempo en que hasta el mismo Winston Churchill tenía buenas palabras para Mussolini; igual que el rey Jorge V y las clases dominantes británicas en general. Esta simpatía se hacía extensiva al mismo Hitler. Pero, a lo que íbamos.

Saunders cuenta la historia contextualizando muy bien los asuntos y las personas implicadas en ellos, salpicando oportunamente el relato con nombres y citas de escritores como Virginia Woolf,James Joyce, Ezra Pound, Robert Musil, que lo ilustran y enriquecen. Su trabajo minucioso de investigación desvela sorpresas hasta en las biografías más estereotipadas y conocidas, como la del propio Mussolini.

Pero la creación del personaje de Violet, para cuyos rasgos la autora ha tenido que indagar en archivos en los que esos papeles estaban olvidados, reconstruyendo sus pasos y sus pensamientos, es la parte del león de este libro, me parece. Se detecta la simpatía que despierta esta figura debilucha y empecinada en su misión, como una Juana de Arco decidida a cumplir lo que ella cree la voluntad de Dios, sin considerar el peligro para sí misma.

Después del atentado, la irlandesa queda un tiempo largo vigilada por las autoridades italianas que estudian el caso antes de decidir si la enjuician o la consideran trastornada y la deportan a su país. Junto al de ella, otros dos atentados al Duce se saldan con sendas cadenas perpetuas para sus autores y uno más, cuando Violet ya estaba detenida, acabó con el linchamiento del joven de quince años que lo intentó.

Por fin, Violet es trasladada a Gran Bretaña, por su propia familia que la mantiene engañada con la falsa promesa de la libertad, cuando en realidad, su futuro, el más negro imaginable, estaba escrito en el sanatorio de los horrores en el que también acabó  sus días Lucía Joyce, la hija del autor del Ulyses. Ambas murieron treinta años después de un ingreso. Ambas están enterradas, de cualquier manera, a pocos metros de distancia en el cementerio de Kingsthorpe, “una lúgubre extensión de llanuras que se topaban contra una ruidosa travesía de Northampton”. (Pág. 363)

Saunders desvela que el mismo psiquiatra que trató a Violet había tratado también a Virginia Woolf: Maurice Craig, “el psiquiatra favorito del grupo Bloomsbury” (pág. 288) que disuadió a los Woolf, Virginia y Leonard, de tener hijos. La escritora lo retrata en La señora Dalloway, de manera bastante cáustica. La venganza del escritor no tiene límites.

En resumen, una biografía muy bien escrita, con su carga de suspense y de poesía y dotada del deseo de su autora de hacer una mínima justicia a la memoria de la pequeña y decidida Violet Gibson.