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30 de mayo de 2016

EL PLAN B DE VAROUFAKIS DIO EL GOLPE DE GRACIA A LAS MARCHAS POR LA DIGNIDAD

Por Marat

Las Marchas por la Dignidad del 28 de Mayo han sido un fracaso estrepitoso. 1.000 personas en Madrid, 200 en Valladolid, 200 más en Córdoba, aproximadamente 1.000 en Sevilla y lo que reste de otras ciudades, no permiten otro calificativo más compasivo.

Estas cifras nada tienen que ver con aquella impresionante manifestación de alrededor de un millón y medio de personas de 2014 que probablemente superase a las mayores manifestaciones antiOTAN de la transición, las del NO a la Guerra y las del Prestige.


¿Qué ha pasado para que hayamos llegado a esto?
No hay una única respuesta. La manifestación del 22 de Marzo de 2014 fue el último canto del cisne de una movilización contra las medidas antisociales de los dos gobiernos de la crisis -PSOE y PP- que venía dando síntomas de cansancio.

La falta de claridad política en las propuestas, la ausencia de una organización fuerte de la clase trabajadora en las luchas con una radicalidad clara en su proyecto y en sus demandas, el ciudadanismo interclasista y transversal nacido del 15M, disolvente de la conciencia de clase entre los trabajadores, y su bucle permanente en un viaje a ninguna parte, junto con la gestión claudicante y pactista de las huelgas convocadas por CCOO y UGT, generaron un sentimiento de frustración y posterior pasividad entre los sectores populares golpeados por la crisis capitalista. Esto por lo que se refiere a la protesta social en general.

En el caso de las Marchas por la Dignidad hay además factores propios que explican el hundimiento de las mismas.

La finalización de la primera edición de las mismas con una provocación fascista que sirvió a la policía de la ex Delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, para llevar a cabo una represión salvaje contra los manifestantes que nada tenían que ver con la violencia ejercida por el reducido grupo de los Bandera Negra infiltrados en la manifestación.

Ello seguramente produjo un fondo de temor entre un sector de personas que probablemente no habían acudido con anterioridad a una manifestación. El altísimo número de manifestantes, que en muchos casos incluían familias con niños da, en mi opinión, fuerza a esta hipótesis.

La criminalización posterior de la protesta social a través de la reforma del Código Penal y de la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, con penas de cárcel y multas de hasta 600.000 € sería otro de los factores fuertemente disuasorios para las posteriores Marchas de la Dignidad. Ello también afecto a otras movilizaciones, como las reformistas, constituyentes y poco más que limitadas a exigencias de cambios institucionales de las distintas convocatorias de Rodea el Congreso. Éste además tuvo el añadido de verse reprimido de manera brutal, como sucedió a la primera Marcha, mediante golpes, cargas, detenciones multas y condenas.

Al desinfle contribuiría también la sensación de que las movilizaciones que, no olvidemos, fueron planteadas siempre como meras luchas de resistencia, sin proyecto real de avance, no habían logrado arrancar a ninguno de los dos gobiernos del capital concesiones concretas, retiradas de leyes regresivas y mucho menos dimisiones de ministros o de gobierno. Se amplificó este ambiente interesadamente, difundiéndose un discurso de cesión de la soberanía activa de la lucha a la delegación pasiva mediante el voto a “opciones de cambio”. Como si cualquier gobierno, independientemente del signo que diga tener, fuese a ser más garantista de una política progresiva hacia las clases trabajadoras sin presión que con presión. El objetivo del relato naciente sobre la inutilidad de la movilización era el de desactivar ésta para hacer cómoda la gestión de otros gobiernos por venir y dejarlos las manos libres a futuro.

No es necesario un ejercicio intelectual excesivamente intenso para deducir que aquella campaña de “las manifestaciones no sirven para nada, lo que hace falta es votar estaba orquestada por sectores del reformismo claudicante que ha convertido a sus insensatos apóstoles en propagandistas fervorosos del poder mágico de las urnas. Todo ello a pesar de que el obsceno cambiazo, no tan imprevisible en cualquier caso, de Syriza tras llegar al gobierno, demostró lo ilusorio de creer en proyectos que conduzcan al cacareo parlamentario.

Mientras tanto, llegó la segunda Marcha por la Dignidad, la de 2015, que fue ya un primer fracaso, aunque algo menos rotundo que este último.

Por entonces se notaban ya los efectos de la desmovilización con la que los nuevos gatopardos del sistema regaban a la opinión pública. La tensión que en la coordinación de las marchas se había manifestado entre rupturistas y posibilistas en la primera de las marchas (PCE/IU, Podemos y otros especímenes: ATTAC, EQUO,…).

La consolidación de Podemos como partido tras las elecciones municipales ( a través de sus marcas blancas) y autonómicas traería el discurso de la “ilusión” política, el concepto más irracional que pueda existir pues no se sustenta sobre ningún argumento mínimamente racional ni sobre hechos probados. Todo lo contrario, un año más tarde hemos podido ver en el comportamiento prepotente en sus protagonistas (Kichi: “yo tengo una carrera y usted no”), condescendiente con el capital (Carmena: “vamos a convocar a corresponsales económicos extranjeros para hacer todo lo posible por animar las inversiones”), insensible y despótico con los débiles (Colau: manteros, huelga del metro de Barcelona).

Mientras tanto, alguno de los grupos supuestamente rupturistas de las Marchas empezaba a fraguar alianzas tácitas en ámbitos concretos como las plataformas de parados, ciertos espacios pacifistas o las propias marchas, con los nuevos gatopardos. El oportunismo de cierta supuesta izquierda radical es algo tan viejo como la existencia del reformismo.

Y en esto apareció el esforzado campeón de la defensa de “otro capitalismo es posible”, Varoufakis
Tras su salida intempestiva y teatral del gobierno Tsipras, Varoufakis se presentó en un primer momento como sacrificada víctima en el altar de la Troika para pasar a representar durante unos brevísimos instantes el papel de Tisífone vengadora de la tragedia griega y, finalmente, se destapó como compinche de refresco del capitalismo europeo: “La cuestión que concierne a los radicales es esta: ¿deberíamos darle la bienvenida a esta crisis del capitalismo europeo como una oportunidad para reemplazarlo por un mejor sistema? ¿o deberíamos estar preocupados respecto a como embarcarnos en una campaña para estabilizar al capitalismo europeo?"). Por si hubiera dudas, con un mohín de repugnancia de vieja beata ante lo que supuestamente escandaliza a su moral, proclamó:

[Debemos] "defender a un repugnante capitalismo europeo cuya implosión, a pesar de sus muchos males, debe ser evitada a toda costa".

Pero el fariseo Varoufakis no nos explica cuáles son esos muchos males del capitalismo y, de ser tantos, por qué se toma la hercúlea tarea de salvarlo y, sobre todo, por qué debemos creer que los males del capitalismo a los que alude compensarán el sostenerlo, sobre todo cuando no serán los políticos como él y sus secuaces quienes los sufran sino las clases trabajadoras europeas.

Como todo tendero que alaba las excelencias de sus mercancías caducadas, Varoufakis se saca de la manga una de esas categorías abstractas mitoflolklóricas: “la identidad europea”, que el mismo reconoce que no existe. Objetivo: salvar a la UE, que como la casa Usher amenaza ruina y hundimiento: “Los problemas y las luchas de los europeos son tan comunes que se puede crear una identidad paneuropea. Si no lo hacemos, la UE se romperá. Somos la mejor oportunidad para que la UE sobreviva”.

Y tras tantos peregrinos “argumentos” a favor de que otro capitalismo y otra UE son posibles, como aquí afirman los cipayos IU y Podemos, Varoufakis inventó su Plan B para Europa, algo así como un botiquín de últimos recursos para contingencias mayores.

Conferencias generosamente pagadas, viajes, entrevistas, actos de presentación del nuevo divertimento varoufakiano, dejan la sensación de que estamos ante una marca (Plan B para Europa) empleada como reclamo publicitario pero carente de otro producto real que no sea la venta de humo de artificio que oculte la realidad de la naturaleza explotadora e irreformable del capitalismo europeo expresada en unas siglas de dos letras: UE.

De momento, una parte de los promotores del Plan B hablan de salir del euro, mientras otros no aclaran su posición al respecto. Lo que parece claro es que no muestran dudas sobre su permanencia en la UE, otra UE dicen ellos, porque en cualquier caso, según afirman, la UE ha impulsado el “internacionalismo”. E invocan la “democracia” como talismán salvador de todos los males; su democracia burguesa y representativa, por supuesto. Tampoco explican cómo acabar con las políticas de austeridad, ni su hoja de ruta para rechazar el pago de la deuda. Lo fían todo a un hipotético cambio de signo de unos cuantos gobiernos en Europa, como si el capital necesitara pasar por las urnas o como si el poder no residiese en él sino en las instituciones políticas.

Este brindis al sol es un señuelo para no ir a ningún lado y echar las energías de la protesta social en saco roto.

No insistiré sobre los vínculos de algunos de los participantes en la reunión de febrero pasado para presentar el Plan B de Varoufakis en Madrid con fundaciones globalistas, algunas de ellas ligadas a George Soros, dado que en su momento escribí sobre ello. Sólo esta cuestión debiera ser ya causa de repudio del Plan B desde una posición no ya revolucionaria sino simplemente de izquierda, un concepto tan secuestrado en los últimos años. Eso sin contar con la carencia absoluta de planes de algo que se hace llamar Plan B para Europa, nombre que sugiere que aparece cuando un Plan A ha fracasado. No estaría de más preguntarse a quiénes les ha fallado, a quiénes interesa el Plan B que no sea la propia UE, y si no está pensado para sacarle las castañas del fuego a través de personajes, turbios unos, vedettes otros, aventureros y arribistas todos ellos.

Merece la pena que nos detengamos en dos acciones concretas que promueve el Plan B para Europa para que comprendamos sus intenciones reales respecto a los llamados “movimientos sociales”:

1. “Reforzar y ampliar la red de movimientos europeos contra la deudocracia y la austeridad”
4. “Promover espacios de confluencia entre movimientos sociales, técnicos y grupos políticos para compartir metodologías y experiencias en realización de auditorías ciudadanas".

No hace falta ser un lince para detectar en ellas el deseo de influir e incluso de “orientar” a los movimientos sociales en una determinada dirección, algo legítimo para cualquier grupo, si no fuera por las evidentes intenciones de llevarlos -es el caso de las Marchas de la Dignidad- a un terreno que no es el suyo.

A tal fin, el Plan B para Europa hacía coincidir la fecha de la manifestación en Madrid (28 de Mayo) con la convocatoria de las Marchas en la misma ciudad, sabedores los primeros de que la notoriedad del ex ministro griego y de su muy publicitada nueva marca eclipsarían, con la complicidad de los medios de desinformación del capital, en buena medida a las propias Marchas. Al ponerse el foco mediático sobre la capital de España la envolvente sería perfecta.

La alianza de una parte de los despojos del 15M, los minireformistas de IU/PCE/UJCE, Frente Cívico, Podemos, Anticapitalistas y algún oportunista convidado de piedra, que usa las luchas de los trabajadores para sus propias orientaciones políticas, daría el golpe de gracia a las Marchas.

Y así fue. Les salió la jugada mejor de lo que creían. Dos días antes de la manifestación del 28M, las Marchas de la Dignidad de Madrid informaban en algún medio alternativo de su desconvocatoria. Y se reafirmaba dicha desconvocatoria en un comunicado realizado en el propio blog de las mismas.

En general se criticaba el oportunismo de los convocantes del Plan B para Europa al hacer coincidir ambas movilizaciones, se explicaba que el peso mediático de algunos participantes en la primera de ellas (en alusión indirecta a los dos protagonistas del pacto Unidos Podemos) no garantizaba la independencia de las Marchas respecto “al proceso electoral en curso” y se rechazaba su intento de salvar a la UE desde posiciones reformistas.

El éxito del golpe de los promotores del Plan B estaba asegurado. No sólo se había echado de la carretera a las Marchas en Madrid sino que se las había dividido, pues en el resto de territorio español se mantenía su convocatoria, en ocasiones con la firma de los del Plan B. Peor aún, la unidad de la coordinadora de las Marchas de Madrid, siempre muy frágil por la tensión entre rupturistas y posibilistas, ha quedado rota.

A esa tarea se han aplicado algunos medios indignos como Cuarto Poder, una especie de voz de su amo mixta entre los medios “alternativos”, de los que una parte cada vez lo son menos, y los del capital.

Sería un error pensar en que el propio Plan B para Europa ha fracasado también en número de convocantes. Su objetivo no era llenar Sol. Es evidente que aunque el poder movilizador de Podemos e IU haya caído muchos enteros, no así su proyección electoral, son capaces de juntar más de mil personas en Madrid. En realidad su objetivo era dar la puntilla a las Marchas, con el fin de desacreditarlas a futuro y de lograr que la calle sea una balsa de aceite ante un posible gobierno de “cambio”. Lo irán haciendo, o al menos lo intentarán, con todas las organizaciones, plataformas y coordinadoras que consideren un obstáculo. En esta ocasión lo han logrado precisamente porque las Marchas ya estaban muy debilitadas. Pero que no se descuiden los del caballo de Troya porque, si llegan al gobierno, su obediencia a la Troika, más que segura cuando les toque continuar con los recortes que, de momento, ya son de más de 8.000 €, puede que deje los silbidos de hace 15 días en Sol en un sutil reproche.

Mientras tanto no estaría de más pedirle a cierta organización, que se dice comunista y de izquierda radical, y a determinado sindicato pastoreado por Podemos y con algún dirigente ambicioso por saltar a la política nacional, explicaciones por su doble juego de reivindicaciones combativas y aproximaciones a los nuevos gatopardos.