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15 de noviembre de 2016

SE TE HA PUESTO CARA DE TRUMP

Por Marat

Situemos la cuestión
Hace unos días escribí un artículo en el que señalaba que el discurso y la práctica del mundo progre-liberal, que defendían a los “demócratas” de Obama y de Hillary Clinton más recientemente, como el menor de los males, habían traído al ultrareaccionario Trump como mal mayor. Para quien desee seguir el hilo argumental de aquél texto y el que desarrollaré en éste sugiero que lea el primero. Insisto en que lo hagan, no sea que, al no hacerlo, pretendan luego extraer conclusiones sobre lo que he pretendido decir que en ningún caso he dicho ni sugerido.

La derrota de la señora Clinton y la consiguiente victoria de Trump ha dividido a gran parte de eso que se hace llamar a sí misma “la izquierda”, un concepto en descomposición en el que muchos de sus adscritos chapotean entre la confusión, el aturdimiento, la perplejidad y su acelerada involución ideológica.

Los sectores más moderados de esa llamada “izquierda”, los “progres”, se alinearon con las tesis de los demócratas norteamericanos que, recordemos han sido grandes neoliberales, a la vez que salvajemente belicistas. Un sector de los supuestamente más radicales se han inclinado, especialmente tras su victoria electoral, con Trump, más que con los republicanos. Ambas posturas indican hasta que punto el conjunto de esa llamada “izquierda” carece de proyecto, posiciones ideológicas y relato político propios.

Hoy lo que muchos se empeñan en llamar “la izquierda” no existe, está muerta.

Una parte de ella se encarga en los gobiernos o en los reductos de institucionalidad que ocupa de cumplir las exigencias del capital y de arrebatar derechos, condiciones de vida y dignidad a la clase trabajadora. Es la tarea de la vieja y nueva socialdemocracia, los partidos social-liberales, progresistas y de los emergentes “populismos de izquierda” europeos, además de justificar y/o entregarse a las intervenciones humanitarias (violencia bélica y terrorista) de los Estados capitalistas. Sobre este segmento ya hemos hablado en un artículo anterior relativo a la victoria de Trump en las elecciones en EEUU

Un sector creciente de la otra izquierda, de la autodenominada revolucionaria, presenta graves signos de involución ideológica, ubicándose en posiciones de apoyo a los sectores más reaccionarios y prefascistas, como es el caso de Donald Trump.

Es necesario diferenciar entre lo que es una celebración más o menos explícita por el triunfo del candidato republicano y lo que es un desenmascaramiento de lo que han representado las posiciones de los demócratas y de los progres en general, así como del hecho de que las políticas realizadas por estos han traído a aquellos.

Esta última postura conlleva un análisis correcto porque cualquier interpretación no sesgada, en el sentido que dan los progres al resultado electoral, destacará el aspecto de cómo la clase trabajadora y la pérdida de su nivel de vida, consecuencia de la globalización capitalista, fue ignorada en la campaña de Hillary Clinton por candidatos, analistas, medios de comunicación, artistas, supuestos “intelectuales” y otros sectores del establishment que la despreciaron, manifestando actitudes claramente elitistas hacia ella tras los resultados electorales.

Pero ello nada tiene que ver con alegrarse del triunfo de Trump. Es tan indecente como alegrarse de que un criminal de guerra como Obama renovase mandato en el pasado o que lo hubiese hecho su cómplice belicista, Hillary Clinton. Poner en la victoria del republicano grandes esperanzas y destacar las buenas nuevas que ello puede traer es, además, estúpido. Lo mismo sucede cuando se da un voto de confianza, en espera de lo que haga en su futuro mandato, bajo el argumento de que ya sabemos lo que hicieron los demócratas ¿Acaso la tarea de un revolucionario es situarse en medio del dilema de uno u otro?

Los argumentos que esos “revolucionarios” esgrimen en defensa de Trump es que puede acabar con o frenar la globalización, enfrentarse al establishment y frenar las agresiones del imperialismo.

Vayamos con esos “argumentos”
De momento, Trump ha hecho algo más que matizar sus promesas electorales y sus fanfarronadas de campaña, empezando por lo de meter a la cárcel a Hyllary, a la que ha acabado por elogiar.

Su imagen antiestablishment, al menos en lo que se refiere al aparato de su partido, ha quedado en evidencia al designar a Reince Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano, el máximo cargo del partido, como su jefe de gabinete.

En cuanto a la reforma sanitaria, el Obamacare, de Clinton, ha anunciado ya que no la derogará sino que dejará buena parte de la misma. Aclaro para quienes vean en ello un signo de menor derechismo en el nuevo presidente de EEUU que el Omabacare no es una Seguridad Social, o al menos no lo es como la hemos conocido en el el pasado en Europa, sino un convenio entre el Estado e instituciones sanitarias privadas, que hacen grandes negocios con la salud de las personas, lo que ahora se está haciendo en Europa.

Respecto a los lobbys, a los que dijo que iba a enfrentarse, vamos viendo que ya los incluye en su equipo de transición, con figuras como Michael Torrey, del sector agroalimentario, Jeffrey Eisenach, proveniente del mundo de las telecomunicaciones o Michael Catanzaro, del petrolero. Estos tres colaboradores de Trump no están muy lejos de la globalización sino que son parte esencial de la misma. ¿O es que hay alguien tan estúpido como para limitar la globalización neoliberal al capital financiero?

Habría que recordar los intereses internacionales del imperio Trump en países como Escocia y Méjico por citar sólo dos ejemplos. En cuanto a sus declaraciones sobre frenar el libre comercio de China hacia EEUU convendría aclarar que el capital chino es socio del próximo presidente en una parte de sus negocios inmobiliarios. Veremos cómo cabalga esas contradicciones en relación con sus posiciones sobre la globalización.

Donald Trump está haciendo el recorrido contrario a lo que se supone que debe quien intenta poner patas arriba el sistema de poder político, económico y lobbista en EEUU. Empezó como pirómano y pronto veremos que acaba de apagafuegos sistémico.

A los progres les lanza sus mensajes sobre mantener los matrimonios homosexuales - “yo no tengo problemas con eso”, ha afirmado-, señalando que es ley porque la Corte Suprema lo ratificó en su día. Del mismo modo matiza la cuestión de la expulsión de 10 millones de sin papeles, limitándola ahora a entre 2 y 3 millones de inmigrantes que hayan delinquido. Veremos cómo pronto lanza sus redes de neo-amabilidad al lobby feminista.

Por lo que se refiere a la agenda imperialista de Trump, la preferida de ciertos sectores “revolucionarios” es llamativo que no encuentren contradicción entre las esperanzas que Trump les despierta y la actitud beligerante de éste respecto a Cuba, Venezuela, Corea del Norte e Irán.

Entiendo que esas esperanzas provienen en en buena medida de las declaraciones de Trump de ayudar al gobierno sirio a derrotar al ISIS, promesa que sería muy deseable que sí cumpliera.

Pero con ser esa una baza muy importante para ganarse la simpatía de una parte de esos sectores de la “izquierda revolucionaria”, la principal son sus declaraciones de simpatía hacia y de voluntad de colaboración con el presidente ruso Putin, al que los mencionados consideran un factor de progreso mundial por hacer de contrapeso de EEUU y por su proyecto de los BRICS.

Sería muy positivo que ambos mandatarios encontrasen vías de cooperación para rebajar la tensión belicista mundial.

Pero me creo sólo a medias que el futuro presidente de EEUU vaya a acabar con el ISIS porque el complejo militar-industrial en ese país y a nivel mundial es extraordinariamente poderoso y porque fue un neocon republicano, Ronald Reagan, quien dio un fuerte impulso al apoyo iniciado por Jimmy Carter con la “Operación Ciclón”, armando a grupos yihadistas en Afganistán (talibanes); labor que luego siguieron haciendo los sucesivos gobiernos tanto republicanos como demócratas en otros países, incluido Barak Obama, con la colaboración entusiasta de Hillary Clinton, aunque nadie llegó tan lejos como la sin par pareja Obama-Clinton.

Por otro lado, en el contexto de lucha de las superpotencias por hacerse con el control del petróleo y el gas sirios, como antes EEUU luchó por hacerse con el iraquí, parece poco probable que Trump fuera a abandonar ese objetivo, de no mediar un pacto de reparto del botín entre quienes deciden la continuidad o no de la guerra.

Y me creo menos aún que la hipotética destrucción del ISIS, que anuncia Trump, no fuera acompañada de su sustitución por otros terroristas “moderados” con el fin de acabar con el gobierno laico del presidente al Ássad.

Respecto a las positivas relaciones con Putin que dice querer establecer Trump es evidente que ello daría un severo golpe al lobby armamentista de EEUU, lo que parece poco probable.

A ello debe añadirse que la alianza geoestratégica y económica Rusia-China no va a romperse, por lo que los posibles intentos de Trump de separar a ambos, adulando a Putin y frenando la expansión económica del gigante asiático no funcionará.

Trump es un neocon disfrazado, no un mero populista reaccionario que les ha derrotado
En cualquier caso, los neocons, que han estado muy callados en los últimos tiempos, irán acercándose al futuro inquilino de la Casa Blanca, y colocando sus peones. Sostener, como hace Heinz Dieterich, que Trump les ha derrotado es de una ignorancia supina. Sus halcones han sobrevivido durante la administración Obama, colocaron sus huevos tanto en el partido republicano como en el demócrata y vienen marcando la agenda neoliberal, globalista y belicista desde hace décadas, sencillamente porque no son un grupo de presión más, ni unos cuantos asesores y cabilderos políticos, sino la clave de la estrategia imperialista en lo económico, cosa que la supuesta “izquierda revolucionaria” olvida cuando tiende a reducir el imperialismo al militarismo de EEUU sin entender que éste es la consecuencia de la fase mundial actual del capitalismo.

Los neocons (neconservadores) conforman un cuerpo difuso con gran capacidad de adaptación, donde lo central es la defensa de la globalización, la deslocalización de empresas allá donde ello pueda incrementar los beneficios de las grandes corporaciones, el mantenimiento de las desregulación del sistema financiero y comercial, el detraimiento de las herramientas de control de la economía a favor del poder económico de la hiperclase y la toma de posiciones ventajosas en la lucha geoestratégica por apoderarse de unos recursos energéticos cada vez más escasos, entre los que el agua será cada vez más un elemento central.

El resto, las posiciones sobre la familia, la homosexualidad, la religión, los inmigrantes, las mujeres, el nacionalismo o el cambio climático, por citar sólo algunos ejemplos, son puro excipiente ideológico destinado a disfrazar que la lucha es por mantener y ampliar el poder económico internacional de las grandes corporaciones mundiales y el control de los recursos naturales y energéticos allá donde se encuentren. Dicho esto, no pretendo minusvalorar la importancia de dicho “excipiente”, sobre todo cuando cuesta vidas, pero creo que es necesario resituarlo donde corresponde realmente dentro de la estrategia de los neocons.

En el aspecto relativo al poder económico de las grandes corporaciones mundiales quiero hacer un hincapié especial porque los vínculos territoriales son difusos. La casa matriz puede ser norteamericana pero tener grandes vinculaciones con el capitalismo británico, de Singapur o chino, por ejemplo. De ahí que sea muy difícil la imposición de un proteccionismo por parte de Trump cuando los flujos de capitales se mueven a velocidades siderales por la red y China es el primer tenedor de deuda estadounidense.

Hablemos del imperialismo pero en serio
El imperialismo es, como decía Lenin, la fase superior del capitalismo. Para este pensador y hombre de acción revolucionario el imperialismo se caracteriza por varios rasgos que lo definen:
1) Concentración de la producción y el capital, que da origen a los monopolios.
2) Formación del capital financiero, resultado de la alianza del capital bancario con el industrial.
3) Predominio de exportación de capital sobre exportación de mercancías.
4) Reparto económico de los mercados mundiales entre corporaciones monopolistas.
5) Nuevo reparto territorial del mundo entre las grandes potencias, razón por la cual se han producido las conflagraciones mundiales y está latente el peligro de nuevas guerras.

Fíjense en que entre los factores que definen al imperialismo, los factores financieros y corporativos son los principales. Fíjense también en otros dos que los simplificadores y tergiversadores de la teoría imperialista de Lenin intentan ocultarnos:
  • El imperialismo es un sistema global mundial en el que no hay una única superpotencia imperialista que domine el mundo sino varias que se lo reparten.
  • La guerra es una consecuencia de esa lucha entre las superpotencias por imponer la hegemonía de las poderes económicos de los que son sus defensoras y no el único, ni siquiera el principal rasgo que define al imperialismo como tal.
Quienes hacen abstracción del punto 4 y quienes reducen el imperialismo al militarismo tienden a “olvidar” que junto a EEUU Rusia y China son también potencias imperialistas que en los espacios geográficos de su influencia desarrollan políticas destinadas a acrecentar el poder de sus corporaciones y capital financiero.

Sobre ésta cuestión a quienes le hacen la ola al futuro presidente estadounidense porque ha mostrado sus simpatías hacia Putin, presidente de un país capitalista e imperialista, les vendría bien conocer el discurso de George Marinos dirigente del KKE (Partido Comunista de Grecia) en el 18º Encuentro Internacional de Partidos Comunistas y Obreros en Vietnam sobre el tema “La crisis capitalista y la ofensiva imperialista - Tácticas y estrategia de los Partidos Comunistas y Obreros en la lucha por la paz, los derechos obreros y populares, por el socialismo”.

Por si las cuestiones no les quedan suficientemente claras, pueden leer la posición del Partido Comunista de Méjico, a través de su secretario general, Pavel Blanco, que expone la misma opinión que George Marinos al respecto.

Si no les convencen, con acusarles de “ni-nis” y trotskistas ya resuelven ustedes sus propias contradicciones políticas que básicamente consisten en:
  • Carecer de una posición propia y marxista basada en el análisis de clase del capitalismo y del imperialismo y en la práctica política correspondiente.
  • Sustituir ésta por un mal sucedáneo de la teoría leninista sobre el imperialismo, la geoestrategia.
  • Situarse en campo ideológico ajeno al optar en EEUU y a nivel planetario por la tesis del “menos malo” (en el caso de Trump está por ver que finalmente no sea el suyo el tercer gobierno de Obama), algo no muy distinto a lo que hicieron los “progres” con Killary desde su perspectiva.
    En el plano internacional, por mucho menos belicistas que sean los imperialismos ruso o chino, lo cierto es que sus ayudas internacionales no están basadas en ningún “internacionalismo proletario” sino que, como países capitalistas que son, lo hacen por los intereses económicos de sus oligarquías. Otra cosa es que eso beneficie a países con gobiernos progresistas pero no les sale gratis.
Conviene recordar que, frente a la guerra imperialista del 14 y a su preparación, Lenin no se alió a una fracción concreta de las burguesías internacionales, representadas por Alemania o Inglaterra, por citar dos ejemplos, sino que rechazó la guerra y, cuando se produjo, desde una posición de clase autónoma de cualquiera de los intereses capitalistas, optó por la revolución; algo muy lejano a la tesis de que haya un solo imperialismo y, de otro lado, potencias capitalistas “buenas”.

23 de febrero de 2012

DE QUÉ VA ESTA CRISIS

Joaquín Arriola. rpublica.org

Los análisis de la crisis que proliferan últimamente se centran en la dimensión financiera o macroeconómica de la misma. Se suele señalar como “culpable” de la crisis a un largo periodo de incremento del crédito que, unido a la liberalización financiera, ha permitido crear un mercado financiero mundial que ha alimentado burbujas especulativas en el sector inmobiliario e inflación de activos. Tras varios episodios de crisis financiera (caracterizadas por el hundimiento de los precios de activos del capital ficticio y situaciones de insolvencia bancaria que se trasladan a destrucción de empleo y capital productivo con mayor o menor virulencia, y de impacto sobre todo regional (Países Nórdicos 1991, Japón 1992, México 1995, Tigres y Dragones de Asia 1997, Rusia 1998, dotcom 2001…), en agosto de 2007 se produce una crisis financiera en Estados Unidos que a finales de 2008 se traslada al conjunto de las economías desarrolladas, articuladas en el negocio bancario internacional. Ese momento es señalado como el del inicio de “la crisis” por antonomasia.

Sin embargo, las crisis se sitúan en los principios del funcionamiento del sistema económico vigente basado en los mercados privados de trabajo, crédito y bienes. Su expresión más evidente es la caída de la tasa media de ganancia o de rentabilidad del capital, que obedece, en última instancia, a la constante tendencia del capital de reducir los trabajadores ocupados a tiempo completo y con plenos derechos y sustituirlos por máquinas. En breves términos, ese fenómeno no daña la producción a corto plazo, porque el creciente aumento de la tecnología de los procesos se combina con una expansión general de la actividad basada en la inversión productiva. A largo plazo, sin embargo, el proceso de tecnologización se traduce en una relación inversión/ocupación siempre mayor, que, y esto es lo fundamental, no se compensa por aumentos de la productividad equivalentes. En consecuencia, la presión sobre la rentabilidad de la inversión se traduce en crisis recurrentes y en seguida en reducciones salariales y despidos, y a continuación en caídas de la demanda que presionan todavía más a la baja la rentabilidad de la inversión.

Es de ese modo que, en forma periódica, el modo de producción capitalista genera un exceso de producción como consecuencia de su constante objetivo de poder alcanzar un nivel de ganancia siempre mayor, que a corto plazo se obtiene mediante la tecnificación, pero que a largo plazo pasa por una desvalorización masiva del capital, con cierre de empresas y líneas de producción que abastecen a una demanda insolvente, una crisis que conduce al establecimiento de un nuevo camino de crecimiento cuantitativo y de expansión del capital sobre la base de la reconstrucción y el relanzamiento de otras actividades inaugurando un nuevo ciclo de acumulación más o menos regular, hasta el siguiente batacazo.

Lo que expresa la crisis es la dificultad que está encontrando el sistema para reconstruirse, generando una fase de acumulación más o menos estable. Por tanto, son ya varias décadas instalados en la crisis global y la crisis financiera no es sino el síntoma de que las pretendidas soluciones aplicadas desde los años ochenta no eran tales.

Crisis estructural
Ya en los primeros años 70 la crisis internacional de acumulación adquiere un carácter fuertemente estructural. Hay varios factores que señalan cierto agotamiento del fordismo hacia finales de los años sesenta. Por un lado, la saturación del mercado sobre la base de los productos existentes introducidos de forma masiva al final de la segunda guerra mundial. Cuando los habitantes de los países centrales empiezan a tener todos los artículos necesarios de consumo (TV, lavadoras, teléfono, vacaciones pagadas, etc.), se comienza a producir una ralentización en las ventas y por lo tanto en el crecimiento. El mercado potencial que son las grandes mayorías empobrecidas de los países periféricos, no están incorporados al consumo porque su función en el modelo de desarrollo fordista consiste precisamente en trabajar a cambio de un ingreso de subsistencia, y producir a bajo coste las materias primas y algunos bienes de lujo y de consumo obrero que se demandan desde los países centrales. Es sintomático que desde el desencadenamiento de la crisis, a principios de los setenta, solo dos productos nuevos se han incorporado al consumo masivo de los hogares de los países desarrollados: el video y el ordenador, y donde más cambios se observan es en el contenido de los productos, más que en la aparición de nuevos productos con nuevas funciones: transistores por chips, acero por plástico, cobre por fibra óptica etc.

Otro factor fundamental fue la redistribución del poder en el interior de la fábrica desde el capital hacia el trabajo. Una de las características del modelo es que se alcanzó de hecho el pleno empleo de la fuerza de trabajo. Aunque esta característica solamente abarcó al 20% de la población mundial y durante un lapso de tiempo de no más de dos décadas, entre 1948 y 1968 –en los otros doscientos años del capitalismo, antes y después, no ha existido el pleno empleo de la fuerza de trabajo, de modo que este rasgo es una rareza. Pese a las limitaciones temporales y espaciales del fenómeno, su combinación con el fortalecimiento de los sindicatos y al crecimiento de la negociación colectiva facilitó la organización de la resistencia obrera frente a los cambios tecnológicos en curso. Esto se tradujo, entre otros, en los siguientes acontecimientos:

- Aumento de las tasas de absentismo laboral
- Rechazo a la tecnología de la cadena de montaje y el control numérico de las máquinas
- Sabotajes a la propia cadena de montaje y a las máquinas automáticas
- Reducción impuesta por los trabajadores de los ritmos de trabajo

Como resultado, la disminución progresiva de la productividad, unida al aumento constante de los salarios, da lugar a la consiguiente reducción del excedente empresarial y de la rentabilidad.
Otro elemento que influye en el proceso de crisis es el aumento de los precios de las materias primas en 1973. Hasta ese momento había unos altos costes salariales unido a una productividad creciente y a unos costes bajos de las materias primas. Esta situación cambia, y el aumento de los precios de las materias primas, en particular la energía (petróleo) agrava la crisis de rentabilidad iniciada con la ralentización de la productividad a finales de los sesenta y las ganancias de las empresas se van a pique, por lo que muchos países experimentan incluso unos PIB anuales negativos – es decir, que. no solo no crecen, sino que se encoge su economía.

Esta sucesión de acontecimientos es enfrentada por los gobiernos de la época con los recursos a los que están acostumbrados: como se experimenta severas recesiones, se aplican las recetas tradicionales de aumento del gasto público para contrarrestar la caída de la economía. Pero como la crisis es de largo plazo, el incremento del gasto, unido a la disminución o ralentización de los ingresos, desembocó en una crisis fiscal del Estado.

A partir de 1980 se produce un cambio fundamental. Una nueva conciencia se va adueñando de los líderes del mundo capitalista, que aceptan las dimensiones estructurales de la crisis y las interpretan a su manera.: el neoliberalismo se presenta como la estrategia más adecuada para resolver la pandemia reinante. Las medidas más importantes aplicadas han sido orientadas en cuatro direcciones:

A. Rearme ideológico
Continuar la guerra fría con el rearme ideológico del proyecto conservador significa pasar de la lucha defensiva interna, Estado social “keynesiano”, a la lucha ofensiva interna: postmodernismo, nuevo individualismo y combatir el espacio ocupado por el comunismo, utilizando la penetración de los nuevos medios de comunicación de masa (cine, música, televisión, videos, etc.).
Un factor político clave en el triunfo del neoliberalismo, con importantes consecuencias en el panorama político mundial, ha sido la victoria estadounidense sobre la Unión Soviética en la carrera armamentística. Estados Unidos debe este hecho a que los recursos destinados a los armamentos se obtienen disminuyendo los beneficios sociales.

Resulta paradójico que aquellos que han visto vacilar las propias ideas con la caída del sistema soviético hayan investigado tan poco sobre las causas reales de esta derrota. La crisis del sistema soviético reside en sus limitaciones políticas, y no en el hecho que su sistema de organización económica fuese menos eficiente que el capitalista.

El nuevo individualismo se fundamenta en la creación de una sociedad de consumo de masas internacional; para realizar esto se fragmenta internacionalmente la clase obrera que se había unificado política y culturalmente en el contexto nacional (ahora una parte de la clase obrera textil alemana está formada por trabajadores que trabajan en Singapur y Malasia; una parte de la clase obrera del sector del automóvil en Estados Unidos está compuesta por trabajadores mejicanos o argentinos de la Ford, etc.).

B. Rearme militar
En Estados Unidos la carrera armamentística forma parte del sistema de acumulación del capital. Esta ha servido al funcionamiento del sistema capitalista, desde el punto de vista de la acumulación, ya que ha logrado transformar el empeño militar en producción de bienes y servicios para la distribución universal. Las inversiones militares han sido financiadas con el presupuesto público y el Pentágono sigue siendo la unidad económica planificada más grande del mundo. En estos últimos años los Estados Unidos han vuelto a tener una cuota de alrededor de un cuarto del PIB global gracias a los gastos militares. Estados Unidos es consciente de que, sin hegemonía militar, no podrían imponer al mundo el financiamiento de sus déficit, que le permite mantener la posición guía incluso en el campo económico, pero de modo absolutamente artificial, ficticio, sin ninguna base estable ni estructural en ningún fundamento macroeconómico sólido. Una disminución de los gastos militares en Estados Unidos implicaría hoy una crisis profunda y aún más aguda del sistema económico americano total y agravaría la ya sistémica y violenta crisis económica.

La única salida de la gestión de la crisis es, según parece, la del mantenimiento de la demanda y del dominio capitalista en una especie de “macartismo globalizado”, es decir, desarrollar, una vez más, un keynesianismo militar como tentativa para resolver las dificultades de relanzamiento productivo.

De hecho, todas las grandes crisis se han resuelto inicialmente acudiendo a la planificación del gasto y de la inversión que supone el militarismo. Por ejemplo, la crisis económica de finales del XIX se resuelve con la primera guerra mundial, cerrando la fase del imperialismo inglés. La crisis de los primeros años 20 registra su manifestación más evidente con la explosión de la burbuja financiera del 29, que golpea la capacidad de crédito y hace precipitar la demanda real, y no se resuelve simplemente con el New Deal en 1933; se soluciona definitivamente con la segunda guerra mundial, cuando se abre la fase de reconstrucción de post guerra, que pone al centro el poder político y económico a los Estados Unidos.

La “guerra de las galaxias” de Ronald Reagan y la guerra contra Iraq de Bush son dos manifestaciones de la búsqueda de reconstruir el keynesianismo militar como salida a la crisis. La propia UE trata de afirmarse en términos de expansión geográfica, pero también manu militari (basta recordar la “guerra humanitaria” de los demás gobiernos de centro izquierda europeos para destruir Yugoslavia y despejar el campo a la llegada de los gasoductos y de los corredores económicamente estratégicos al corazón de Europa, y el esfuerzo de generar una industria militar europea también con fines civiles (EADS).

C. El fin del pacto social
En los países desarrollados, el pacto social del período post bélico entre el capital y el trabajo se fundamentó en el miedo al comunismo, o sea, por la eventualidad de perder nuevos territorios y poblaciones para la acumulación del capital. En este contexto, el modelo de keynesianismo social juega un rol de amortiguador en el conflicto capital-trabajo, ya que está preparado para redistribuir ingresos a los trabajadores. Estos últimos, gracias a la fuerza expresada por el gran ciclo de luchas laborales exitosas de los años 50 y 60, conquistan mayor capacidad adquisitiva y por lo tanto una fuerte propensión al consumo apoyada en los propios salarios; con esta alta capacidad de compra se logra incluso crear fuentes abundantes de ahorro destinado, a través de los bancos, a facilitar el endeudamiento de las empresas para efectuar inversiones y por lo tanto apoyar el ciclo de acumulación del capital.


Desaparecido el miedo del capital hacia el comunismo, la fuerza política de los trabajadores, que buscaba imponer la propia participación en la distribución de la riqueza social generada, se debilita considerablemente, gracias también a la deriva adaptativa y moderada de los partidos y de las organizaciones históricas del movimiento obrero. Así, se va facilitando la puesta en marcha de otros componentes del ajuste neoliberal, como la flexibilización salarial y de empleo y la desreglamentación legal, (es decir la inseguridad institucionalizada), la reducción del conjunto de normas que regulan el funcionamiento de la economía y las privatizaciones, es decir la limitación de la capacidad de intervención directa en la economía del Estado y del sector público.

El Estado se aleja progresivamente de cualquier forma de participación social efectiva y se pone al servicio de la recuperación de la rentabilidad empresarial (políticas de ”desreglamentación y competitividad”, de “ajustes y privatizaciones”), para menoscabar duramente el poder de los trabajadores y de los sindicatos (lo que a continuación ha sido denominad política de la “flexibilidad”). Esta medida económica ha sido completada con la activación de nuevas tecnologías de automatización de los procesos de producción, que han reducido, en forma drástica, la necesidad de trabajo y por lo tanto han reducido decididamente el costo del trabajo.

La flexibilización es también un componente de desreglamentación, que consiste en reducir los obstáculos al despido y facilitar al mismo tiempo la contratación parcial. A su vez, se busca sustituir la flexibilización salarial ligada a la negociación colectiva por la individualización salarial para reforzar la disciplina en el trabajo, de modo que aumente la productividad individual; esto lleva a la legitimación legal a través de las decenas de modelos de contratos del trabajo denominado atípico, es decir precario, que se traducen en una creciente decadencia de grupos sociales enteros, a un empobrecimiento de clases sociales que se consideraban inmunes a cualquier crisis de sistema.

D. La globalización
En términos generales, se puede definir la globalización como un proceso a escala mundial de redistribución del poder entre clases sociales (de los trabajadores hacia los capitalistas) y entre territorios (de las zonas rurales a las urbanas (China, o las nuevas perespectivas finacieras de la UE 2007-2013 lo ejemplifican: menos poder a la PAC, más poder a la política de competitividad/I+D.), de las periferias de las ciudades a los centros de negocios (la gentrificacion, anglicismo que denota la revalorización del precio del suelo y la expulsión de los residentes de menos ingresos de los centros urbanos, refleja esta transferencia de poder), de las regiones menos desarrolladas a las más desarrolladas, de las periferias a los centros). Así por ejemplo, en la Unión Europea las disparidades regionales de renta no se reducen (a diferencia de lo que ocurre con las medias nacionales, que sí se aproximan), y eso a pesar de las importantes trasferencias implicadas en los fondos estructurales. Obviamente, a escala internacional, sin transferencias del centro a las periferias de ningún tipo, no es de extrañar que las diferencias se hayan incrementado: en 1960 el 10% de la población mundial en los países más ricos tenía una renta media 46 veces mayor que el 10% de la población en los países más pobres (11.080 US$ frente a 256 US$ dólares constantes de 1995). En 2000 la diferencia era de 144 veces (35.210 US$ frente a 245 US$ : los más pobres se empobrecieron en esos 40 años, mientras los más ricos multiplicaron tres veces su riqueza). (Datos calculados a partir de World Development Indicators 2004).

Un proceso que reconoce la propia OCDE -el club de los países industrializados-, que recientemente constató estadísticamente un periodo largo de deterioro de la participación de las rentas del trabajo (asalariado y autónomo) en el PIB de todos los países desarrollados. En treinta años, el trabajo en los países centrales ha perdido diez puntos de participación en el PIB. Esto significa que, cada año, el capital genera más plusvalía, por un volumen equivalente a 5 billones de dólares (a precios de 2008), de la que ingresaba treinta años antes, no como consecuencia de una desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, sino mediante una modificación estructural de la distribución del ingreso.

Así, mientras el número de asalariados ha aumentado más de un 20% en los países de la OCDE desde 1993, las rentas salariales y cotizaciones sociales sólo lo han hecho en términos constantes en un 10%. Por el contrario, el consumo y la inversión rentista, no productiva, de los capitalistas, ¡han aumentado en un 211%! Estas rentas del capital, que solo para el año 2008 equivalen a cerca de 1,7 billones de euros (más que toda la economía italiana de ese año, de 1,6 billones) no se han destinado a mejorar la productividad (la inversión privada en capital fijo en la OCDE fue de 8 billones de euros en 2008), sino a perseguir su multiplicación en forma de rentas de la propiedad por medio de su inversión en activos sometidos a un proceso acelerado de revalorización especulativa, proceso que ha encontrado su límite con el agotamiento del ciclo especulativo desde el verano de 2007.

Estos procedimientos de gestión de la crisis, aplicados desde los años ochenta, pretendían recomponer la tasa de beneficios y relanzar la acumulación a escala global. Sin embargo, la crisis financiera anuncia el fracaso de esta estrategia. EL volumen de crédito se amplió enormemente en los últimos quince años, sobre la base de que la estrategia puesta en marcha iba a rendir sus frutos, es decir que el relanzamiento de la acumulación permitiría pagar las deudas. Pero esa esperanza no se cumplió: el PIB mundial creció en los setenta menos que en los sesenta, pero tras la primera dosis de medicina neoliberal, en los ochenta creció aun menos que en la década anterior, y en los noventa menos que en los ochenta. Tan sólo las deslocalizaciones permitieron un crecimiento extensivo de la acumulación en China y otras plataformas de la fábrica mundial, insuficiente para compensar el estancamiento de los países centrales.
Por eso, la crisis financiera de la primera década del siglo XXI es expresión de la vía muerta en que se encuentra el sistema social vigente. Lo que resulta paradójico es que tras tres décadas de fracaso, se insista en la misma vía para intentar solucionar los problemas.