18 de enero de 2011

LA CRISIS CAPITALISTA TAMBIÉN ES DE URBANIZACIÓN


Por Natalia Aruguete. Página 12

Mientras algunos expertos se esmeran en alegar que la actual es una crisis de las hipotecas subprime o el estallido de un capitalismo que se ha financiarizado, David Harvey prefiere hablar de “crisis urbanas”, provocadas por una fiebre de la construcción “sin importar qué”. Autor de Breve historia del neoliberalismo, Harvey no sólo acusa a la desregulación del sector financiero como uno de los factores que llevaron al descalabro actual, sino que advierte que la supremacía del capital concentrado sobre las decisiones políticas seguirá siendo un impedimento para salir de la crisis. En su paso por Buenos Aires, invitado por el Cemop, el geógrafo británico dialogó con Cash sobre las transformaciones del mercado inmobiliario en las últimas décadas, la orientación que tuvo la inversión en infraestructura y la consecuente “acumulación por desposesión”. Frente a un modelo que no es sustentable, Harvey propuso pensar “un nuevo tipo de urbanización”.

Desde su perspectiva como geógrafo, ¿qué conexiones encuentra entre urbanización y esta crisis?
–Una de las cosas que me gustaría enfatizar es la relación entre urbanización y formación de la crisis. En las décadas del ‘50 y ‘60, el capitalismo se estabilizó con una forma de masiva suburbanización: caminos, autos, un estilo de vida. Una de las preguntas es si son sostenibles a largo plazo. En el sur de California y Florida, que son epicentros de la crisis, estamos viendo que este modelo de suburbanización no sirve más. Algunos quieren hablar de las crisis subprime, yo quiero hablar de las crisis urbanas.

¿Qué piensa de las crisis urbanas?
–En la década del ‘80 se pensaba que Japón era una potencia y se cayó en los años ‘90 por la crisis de los precios de la tierra. Desde entonces, no se recuperó más. También existe una preocupación en Estados Unidos de que la crisis inmobiliaria impida la recuperación, pese a los intentos que se hacen. Otra cuestión es que la forma de uso intensivo de la energía requería muchas extensiones de terreno y creaba un estilo de vida de lugares dispersos. Esto está planteando, justamente, un nuevo tipo de urbanización. Lo llamativo es que China está copiando a Estados Unidos, lo que es muy tonto. Uno observa que no es sustentable bajo la crisis ambiental. Existe una alta conexión entre desarrollo capitalista, crisis capitalista y urbanización.

¿En qué medida influyó la transformación del mercado inmobiliario en la crisis de la urbanización?
–¿Dónde puso la gente rica su dinero en los últimos 30 años? Hasta los ‘80, poner dinero en la producción daba más dinero que ponerlo en el negocio inmobiliario. A partir de allí empezó a pensarse dónde poner el dinero para que dé una tasa de retorno más alta. Los mercados inmobiliarios y de la tierra son muy interesantes: si yo invierto, el precio sube, como el precio sube, más gente invierte, entonces sigue subiendo el precio. A mediados de la década del ‘70, en Manhattan (Nueva York), se podía vender por 200.000 dólares un tipo de edificio que ahora cuesta dos millones de dólares. Desde entonces, hubo burbujas de distintos tipos, que se van reventado una a una. Los mercados bursátiles se volvieron locos en los años ‘90. Si uno observa la participación de los distintos sectores en el producto bruto interno de los Estados Unidos, en 1994, el mercado accionario tenía una participación del 50 por ciento en el PBI. En el 2000 subió a un 120 por ciento y empezó a caer con la “crisis puntocom”. Mientras que la participación del mercado inmobiliario en el PBI empezó a crecer, y pasó del 90 al 130 por ciento en el mismo período.

¿Qué opina sobre la orientación que tuvo la inversión en infraestructura en las últimas décadas?
–El capitalismo no puede funcionar sin su infraestructura típica: carreteras, puertos y vías, edificios y fábricas. La gran pregunta es cómo se construyen estas infraestructuras y en qué medida contribuyen a la productividad en el futuro. En Estados Unidos se habla mucho de puentes que van a ninguna parte. Hay intereses muy grandes de los lobbistas de la construcción que quieren construir sin importar qué. Pueden corromper gobiernos para hacer obras que no van a ser de uso para nada.

Un ejemplo de lo que describe es lo que sucedió en España, con el boom de la construcción.
–Una parte de la explicación de la crisis en Grecia y España puede vincularse con estas malas inversiones en infraestructura. Grecia es también un caso típico con los Juegos Olímpicos, grandes obras de infraestructura que ahora no se usan. En los años ‘50 y ‘60, la red de caminos y autopistas, en Estados Unidos, fue muy importante para el mejoramiento de la productividad. Algo similar se observa actualmente en China, con caminos, ferrocarriles y nuevas ciudades, que en los próximos años van a tener un alto impacto en la productividad.

¿Cree qué China está enfrentando la crisis de manera distinta de Estados Unidos?
–Tiene mejores condiciones que otros países, sobre todo porque cuenta con grandes reservas de divisas. Estados Unidos tiene un gran déficit y China, un gran superávit. El otro problema en Estados Unidos es político.

¿Cuáles son los factores políticos que dificultan salir de la crisis?
–Quien intenta construir obras de infraestructura útiles es acusado inmediatamente de “socialista”, que es lo que está sufriendo Barack Obama. En China eso no importa porque tienen otras condiciones políticas. El gobierno en China es autoritario y puede poner las cosas en su lugar. En el caso del Congreso norteamericano está dominado por grupos republicanos y demócratas que manejan intereses económicos y las condiciones para tomar decisiones son otras.

Se deduce una diferencia en la relación entre el poder político y el poder económico en estos países.
–En China, por efecto de la crisis americana, la respuesta fue hacer grandes proyectos de infraestructura de inmediato. Además, el gobierno centralizado de China tiene enorme poder sobre los bancos. Dio la orden: “Den préstamos para estas obras a gobiernos municipales y a los privados que estaban haciéndolas”. El gobierno central de los Estados Unidos no puede hacer eso. Se mantiene diciéndoles a los bancos: “Presten” y los bancos dicen: “No”. China está creciendo a ritmos del 10 por ciento después de la crisis y Estados Unidos está por el piso.

¿Cuáles son las fallas institucionales que han llevado a esta crisis?
–Desde la década del ‘70 hubo una idea dominante de que la respuesta era privatizar. Hay muchas alternativas para que el sector público provea mejores servicios que el sector privado.


¿Cree que esta concepción también penetró en el sistema financiero?
–En Estados Unidos, en la década del ‘30, los bancos de inversión estaban separados de los bancos comerciales. En los últimos años se permitió que se unieran. Es un caso de cambio regulatorio, donde el Estado se retira del control.

¿Cómo evalúa el tipo de regulaciones que se propusieron implementar a partir de la crisis?
–Hay una teoría llamada “captura regulatoria”. Supone poner a las gallinas a ser controladas por los zorros. Si uno mira las formas regulatorias propuestas hasta ahora, se da cuenta de que los zorros están ganando y eso es porque los zorros controlan también el Congreso de los Estados Unidos.

¿Hay diferencias entre las políticas impulsadas en los Estados Unidos y en Europa?
–Sí, hay diferencias. Uno de los temas que estoy estudiando es justamente las diferencias que hay en distintos lugares. Por ejemplo, en América latina la reacción de los gobiernos fue mucho más sensible a la crisis que lo que se observa en los Estados Unidos y Europa. En Europa hay un gran conflicto entre los países más grandes y los más chicos. Alemania, que por razones históricas tiene una obsesión con el tema de la inflación, impone el tema de la austeridad. El triunfo de un gobierno conservador en Inglaterra también fortalece la idea de austeridad. Por eso, no sorprende que Europa esté estancada, mientras China está creciendo fuerte.

¿Qué impacto tienen las políticas de austeridad?
–La austeridad es algo totalmente erróneo. En primer lugar, por las diferencias de impacto entre clases sociales. En general, las clases más bajas son las más damnificadas. Además, las clases más bajas, cuando tienen dinero, lo gastan, mientras que las clases altas lo usan para generar más dinero y no necesariamente para hacer cosas productivas.

¿Por ejemplo?
–Muchos ricos de los Estados Unidos compraron tierras en América latina. Esto llevó al aumento del precio de la tierra. En el largo plazo, debemos pensar cómo puede vivir el mundo de acuerdo con sus recursos. Eso no significa austeridad, sino una forma más austera de vivir, que no es lo mismo.

¿En qué se diferencian?
–Deberemos pensar qué es lo que realmente necesitamos para tener una buena vida, y muchas de las cosas que pensamos del consumo son una locura; es dilapidar recursos, naturales y humanos. Tenemos que pensar cómo hacemos en el largo plazo para que 6800 millones de personas puedan vivir, tener vivienda, salud, alimento para que tengan una vida razonable y feliz

17 de enero de 2011

SOBRE EL "PACTO GLOBAL DE CCOO...CARGARSE DE SINRAZÓN


Miguel Romero. anticapitalistas.org  
Desde comienzos de semana, se nos viene machacando con el señuelo del “pacto social” o “pacto global” como medio para lograr
“una salida justa y equilibrada de la crisis”. Suena parecido a la “gran coalición” en forma de gobierno PSOE-PP que algunos tertulianos proponen desde hace unos años para marear la perdiz, que es finalmente su oficio y su beneficio. La novedad, y la gravedad, del asunto es que ahora el principal valedor del “pacto global” sea el secretario general de CC OO y, lo que es peor, que esta política haya obtenido un apoyo prácticamente unánime en el Consejo Confederal (158 votos a favor, 1 en contra y 15 abstenciones).
Todo lo que se ha estado haciendo, y sobre todo no haciendo, desde el 29-S por parte de los sindicatos mayoritarios está debilitando las posibilidades abiertas por la huelga general para la reconstrucción del tejido sindical militante y de las capacidades de movilización y resistencia social a medio plazo, necesarias para hacer frente con posibilidades de éxito a la crisis capitalista.
Por ejemplo, no se ha respondido con fuerza  y convicción a la campaña político-mediática que condenaba a la huelga como un “fracaso”, con el fin de obstaculizar futuras movilizaciones. No se ha hecho nada para revitalizar los sectores en los que la huelga no alcanzó sus objetivos (banca, administración pública, sanidad…). No se ha creado opinión pública crítica de las reformas del Gobierno, capaz de comprender las trampas del viejo cuento sobre “los sacrificios de hoy son la prosperidad de mañana” e identificada con alternativas justas, aunque no se puedan conseguir inmediatamente. En fin, por no hacer la lista interminable, no se ha organizado un plan sostenido de acciones y movilización, que mantuviera activa a la gente que se movilizó el 29-S y animara a quien no lo hizo a reactivarse.
Tareas como éstas, razonables y posibles, han sido sustituidas por una actitud pasiva, que cedió toda la alternativa al gobierno, y que convirtió en el gran acontecimiento “social” del último trimestre el nombramiento del nuevo ministro de Trabajo.

Desde entonces, ha ido creciendo una calculada ambigüedad en la posición de CC OO y UGT ante las “reformas” del Gobierno (no retirada la “reforma laboral” sino de sus “aspectos más negativos”; no rechazo global de la reforma de las pensiones sino de la “línea roja” de los 67 años…) y unas advertencias de “movilización si no hay acuerdo” dichas cada vez con la boca más chica, salvo las calenturas programadas de los discursos al final de las manifestaciones. Manifestaciones, por cierto, convocadas muy tardíamente, con bastante flojera, con un lema absurdo (“En defensa del Estado social”: ¿dónde está aquí y ahora ese “Estado social”? ¿No saben que éste es uno de los países de la Unión Europea con menor gasto social y con una fiscalidad más injusta? Se trata de cambiar radicalmente esta situación, no de defender entelequias). Así no es de extrañar que los resultados de las manifestaciones del 18 de diciembre fueran, en general, malos. Y da la impresión de que, en una espiral negativa, esos malos resultados se han convertido en argumento, no para corregir errores y buscar las condiciones para que las movilizaciones futuras sean fuertes, sino para abandonar la vía de la movilización.

A la vuelta de las fiestas navideñas hemos entrado en una pendiente de despropósitos que nos están aproximando a una derrota cuyas consecuencias son duras hasta de imaginar.
Veamos un ejemplo. El secretario de Comunicación de CC OO Fernando Lezcano declaraba el pasado 9 de agosto: "El movimiento sindical debe combatir la dictadura de los mercados y defender el valor de la democracia". Pero el 11 de enero se despachaba diciendo: “CC OO aboga por ensayar la posibilidad de un acuerdo global, mas allá de la reforma de las pensiones, que daría más tranquilidad a la sociedad para afrontar la crisis y enviaría un mensaje más nítido a los mercados". ¿Qué pasa? ¿Han cambiado los mercados entre agosto y enero? ¿Ha cambiado Lezcano? ¿Qué historia es ésta de que el portavoz del mayor sindicato del país hable como un consultor de inversiones en Bolsa? Eso es lo que ha cambiado: desde la apertura de la negociación con el gobierno, CC OO y UGT no se dirigen a la gente trabajadora: hablan para los que mandan, para los poderes políticos, económicos y mediáticos.

Veamos otro ejemplo: a la hora de definir los perfiles del “pacto global” algunos periodistas han recordado a Toxo los Pactos de la Moncloa y éste no parece sentirse incómodo con la analogía. ¿No recuerda Toxo las consecuencias sociales y políticas de los Pactos de la Moncloa, instrumento clave de la Transición? Seguro que hay gente en su equipo que puede recordárselas. Nadie puede albergar ahora la menor duda de que los perdedores de entonces fueron las clases trabajadoras. Los sindicatos que apoyaron los pactos sufrieron una auténtica sangría en su afiliación, a la vez que  recibían elogios entusiastas de los poderes establecidos por su “sentido de la responsabilidad”. El “mensaje nítido” que envió el movimiento obrero a “los mercados” de entonces es que dejaba de luchar. Así nos fue.

¿Y ahora? Es muy improbable que llegue a existir algo parecido a los Pactos de la Moncloa, entre otras cosas, porque hoy no hacen falta instrumentos de ese calibre para desorganizar al movimiento obrero.
Los “mercados” pueden conseguir sus objetivos por procedimientos más simples, que además en este país les vienen funcionando muy bien desde hace años, tipo “diálogo social”. En eso parece que estamos.
Desde el comienzo de la negociación gobierno-sindicatos, ha caído sobre éstos una formidable presión política y mediática para empujarles  a evitar, por encima de todo, la convocatoria de una nueva huelga general y a buscar unos cuantos retales de cambios menores en las “reformas”, para tapar las vergüenzas de un acuerdo que ratifique básicamente la política gubernamental.
Es verdad que no existe una presión social potente en sentido contrario, que esté exigiendo a los sindicatos una defensa con firmeza de los objetivos básicos del 29-S, al menos. Pero, aunque sólo fuera por sentido de la autodefensa, los sindicatos deberían estar contribuyendo a que esa presión se cree y, en primer lugar, manteniendo en pie la convocatoria de una nueva huelga general si esos objetivos no se obtienen lo cual es hoy una certeza.
Pero están actuando al revés: Méndez habla de “aparcar las movilizaciones”; Toxo envía la HG a improbables calendas griegas. Ambos ensalzan la “flexibilidad” que estaría mostrando el Gobierno. ¿Flexibilidad del gobierno? Lo que se conoce es un cambio irrisorio en la reglamentación de la reforma laboral (no se podrá recurrir al despido barato por pérdidas… si son “meramente coyunturales”) y un calendario de aplicación del retraso en la edad de jubilación a los 67 años que, al menos hasta ayer, Toxo consideraba “disparatado”.

Es tan obvio que no habría ni que escribirlo: el gobierno está comprometido hasta el tuétano en su programa de “reformas”, no hará el menor cambio sustancial en él en una mesa de negociaciones y sólo podrían obtenerse esos cambios mediante un cambio de relación de fuerzas resultado de una movilización social sostenida a medio plazo.
“Aparcar” la Huelga General porque ahora tocaría, como dice Toxo, “elevar la mirada y ampliar el perímetro de las materias a negociar” es, por decirlo de un modo suave, una insensatez. En una situación de debilidad como la que están exhibiendo los sindicatos en la mesa de negociaciones, cuanto más se amplíe “el perímetro”, mayor será el riesgo de recibir compensaciones minúsculas a cambio de cesiones sustanciales. Y cuanto más “eleven” la mirada, mayor será el riesgo de que se caigan de bruces. En realidad, ese es el problema: los sindicatos están “elevando la mirada” y sólo se dirigen a quienes están arriba, o sea, las elites políticas y económicas y, por supuesto, los “mercados”. Por el contrario, tendrían que “bajar la mirada” y dirigirla hacia las víctimas de la crisis, que serían también las víctimas del “pacto global”.

Hay quien piensa que estamos solamente ante “maniobras tácticas” y que CC OO y UGT estarían buscando “cargarse de razón” ante la sociedad para convocar una nueva huelga general. Si así fuera, están consiguiendo justamente el objetivo contrario: se están cargando de sinrazón, especialmente hacia la gente que se partió el alma por sacar adelante la huelga general, confiando en que se iniciaba por fin una etapa de reconstrucción de la moral y de la fuerza social de la izquierda.

¿Es posible aún una rectificación? Pudiera ser: si CC OO y UGT se tomaran en serio incluso su “programa mínimo” de cambios respecto a las reformas, no habría acuerdo. Aún en ese caso, costaría trabajo recuperar la confianza perdida en estos días de desatinos.
No hay razones para confiar en que mantengan los arrestos necesarios para levantarse de la mesa de negociaciones, pero quizás no consigan ni esos mínimos resquicios que están buscando desesperadamente para poder no ya aparcar, sino mandar al desguace a la huelga general. En cualquier caso, si se decidieran, aún de mala gana a convocarla, sería una buena noticia. En los días que quedan hasta el 25 de enero, habría que intentar que se expresara una oposición, y una indignación, social, que efectivamente existe, frente a todo lo que representa el “pacto global” y se reclamara desde la calle una rectificación urgente a CC OO y UGT.

Dice John Berger que “pensar estratégicamente implica que uno se imagine en los zapatos del enemigo”. Parece que el Gobierno, y los mercados, conocen muy bien los zapatos de CC OO y UGT. Pero lamentablemente CC OO y UGT no piensan estratégicamente, ni siquiera saben identificar al enemigo.

Miguel Romero es editor de VIENTO SUR y militante de Izquierda Anticapitalista