20 de junio de 2014

LA CORTINA DE HIERRO DE WASHINGTON EN UCRANIA

Diana Johnstone. CounterPunch
Los dirigentes de la OTAN presentan actualmente una farsa deliberada en Europa, hecha para reconstruir una Cortina de Hierro entre Rusia y Occidente.
Con sorprendente unanimidad, los dirigentes de la OTAN fingen sorpresa ante eventos que planificaron durante meses por anticipado. Eventos que provocaron deliberadamente están siendo falseados como una repentina, sorprendente, injustificada “agresión rusa”. EE.UU. y la Unión Europea acometieron una provocación agresiva en Ucrania a sabiendas de que obligaría a Rusia a reaccionar defensivamente, de una u otra manera.
No podían estar exactamente seguros de cómo el presidente ruso Vladimir Putin reaccionaría al ver que EE.UU. estaba manipulando un conflicto político en Ucrania para instalar un gobierno pro occidental resuelto a unirse a la OTAN. No se trataba solo de un asunto de “esfera de influencia” en el “extranjero cercano” de Rusia, sino de un asunto de vida y muerte para la Armada Rusa, así como una grave amenaza para la seguridad nacional en la frontera de Rusia.
Habían preparado una trampa para Putin. Estaba condenado si caía en ella, y condenado si no lo hacía. Podía reaccionar pasivamente, y traicionar los intereses nacionales básicos de Rusia, permitiendo que la OTAN avanzara sus fuerzas hostiles a una posición ideal de ataque.
O podía reaccionar exageradamente, enviando fuerzas rusas para invadir Ucrania. Occidente estaba listo para esto, preparado para gritar que Putin era “el nuevo Hitler”, listo para invadir la pobre, indefensa Europa, que solo podía ser salvada (de nuevo) por los generosos estadounidenses.
En realidad, la acción defensiva rusa fue un curso medio muy razonable. Gracias al hecho de que la abrumadora mayoría de los crimeos se sentían rusos, por haber sido ciudadanos rusos hasta que Jruschov obsequió frívolamente el territorio a Ucrania en 1954, se encontró una solución democrática. Los crimeos votaron por su retorno a Rusia en un referéndum que fue perfectamente legal según el derecho internacional, aunque violaba la constitución ucraniana, que para entonces estaba por los suelos porque acababa de ser violada por el derrocamiento del presidente debidamente elegido del país, Victor Yanukovych, facilitado por violentas milicias. El cambio de estatus de Crimea fue logrado sin derramamiento de sangre, mediante las urnas.
Así y todo, los gritos de indignación de Occidente fueron en todo tan histéricamente hostiles como si Putin hubiera reaccionado exageradamente y sometido Ucrania a una campaña de bombardeo al estilo estadounidense, o invadido el país completamente – lo que pueden haber esperado que hiciera.
El Secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, dirigió el coro de indignación farisaica, acusando a Rusia del tipo de actitud que su propio gobierno acostumbra adoptar. “No se invade otro país utilizando pretextos falsos a fin de imponer sus intereses. Es un acto de agresión que es totalmente inventado en términos de su pretexto”, sermoneó Kerry. “Es realmente una conducta del Siglo XIX en el Siglo XXI”. En lugar de reírse ante esta hipocresía, los medios, políticos y expertos estadounidenses retomaron fervorosamente el tema de la inaceptable agresión expansionista de Putin. Los europeos se sumaron con un eco débil, obediente.

Todo fue planificado en Yalta
En septiembre de 2013, uno de los oligarcas más ricos de Ucrania, Viktor Pinchuk financió una conferencia estratégica elitista sobre el futuro de Ucrania que fue realizada en el mismo Palacio en Yalta, Crimea, donde Roosevelt, Stalin y Churchill se reunieron para decidir el futuro de Europa en 1945.The Economist, uno de los medios de la elite, al informar sobre lo que calificó de “demostración de diplomacia feroz”, señaló que: “El futuro de Ucrania, un país de 48 millones de habitantes, y de Europa estaba siendo decidido en tiempo real”. Los participantes incluyeron a Bill y Hillary Clinton, al ex jefe de la CIA, general David Petraeus, al ex secretario del Tesoro de EE.UU. Lawrence Summers, al ex jefe del Banco Mundial Robert Zoellick, al ministro sueco de exteriores Carl Bildt, Shimon Peres, Tony Blair, Gerhard Schröder, Dominique Strauss-Kahn, Mario Monti, la presidenta de Lituania
Dalia Grybauskaite, y el influyente ministro de exteriores de Polonia Radek Sikorski. Tanto el Presidente Viktor Yanukovych, depuesto cinco meses antes, y su recientemente elegido sucesor Petro Poroshenko estaban presentes. El secretario de energía de EE.UU. Bill Richardson participó para hablar sobre la revolución del gas de shale que EE.UU. espera utilizar para debilitar a Rusia al sustituir el fracking en lugar de las reservas de gas natural de Rusia. El centro de la discusión fue el “Profundo y Exhaustivo Acuerdo de Libre Comercio” (DCFTA por su sigla en inglés) entre Ucrania y la Unión Europea, y la perspectiva de la integración de Ucrania con Occidente. El tono general era eufórico por la perspectiva de romper los vínculos de Ucrania con Rusia a favor de Occidente.
¿Conspiración contra Rusia? En ningún caso. A diferencia de Bilderberg las reuniones no fueron secretas. Frente a algo como una docena de VIP estadounidenses y una amplia muestra de la elite política europea se encontraba un consejero de Putin llamado Sergei Glazyev, quien dejó perfectamente en claro la posición rusa.
Glazyev inyectó una nota de realismo político y económico a la conferencia. Forbes informó durante esos días sobre la “extrema diferencia” entre los puntos de vista rusos y occidentales “no sobre la conveniencia de la integración de Ucrania con la UE sino sobre su probable impacto”. En contraste con la euforia occidental, el punto de vista ruso se basaba en “críticas económicas muy específicas y muy específicas” sobre el impacto del Acuerdo de Comercio en la economía de Ucrania, señalando que Ucrania tenía un inmenso déficit en sus cuentas externas, financiado con préstamos del extranjero, y que el resultante aumento sustancial en las importaciones occidentales solo podría aumentar el déficit. "Ucrania cesará el pago de su deuda externa o necesitará el rescate"
El periodista de Forbes llegó a la conclusión de que “la posición rusa está mucho más cerca de la verdad que la chanza proveniente de Bruselas y Kiev”.
En cuanto al impacto político, Glazyev destacó que la minoría rusoparlante en Ucrania Oriental podría actuar para dividir el país en protesta contra el corte de los lazos con Rusia, y que Rusia tendría derecho legítimo a apoyarla, según The Times de Londres.
En breve, mientras planificaban incorporar Ucrania en la esfera occidental, los dirigentes occidentales sabían perfectamente que esa acción involucraría serios problemas con los ucranianos rusoparlantes y con la propia Rusia. En lugar de tratar de encontrar un compromiso, los dirigentes occidentales decidieron seguir adelante y culpar a Rusia por cualquier cosa que saliera mal. Lo que salió mal para comenzar fue que Yanukovych se acobardó ante el colapso económico implicado por el Acuerdo de Comercio con la Unión Europea. Postergó la firma, esperando conseguir un mejor trato. Ya que nada de esto fue explicado claramente al público ucraniano, se produjeron protestas indignadas, que fueron rápidamente aprovechadas por EE.UU…. contra Rusia.

Ucrania como puente… o talón de Aquiles
Ucrania, un término que significa zona fronteriza, es un país sin fronteras claramente fijadas históricamente que ha sido estirado demasiado lejos hacia el Este y demasiado lejos hacia Occidente. La Unión Soviética fue responsable por esto, pero la Unión Soviética ya no existe, y el resultado es un país sin una identidad unificada y que emerge como un problema para sí mismo y para sus vecinos.
Fue extendido demasiado lejos hacia el Este, incorporando territorio que muy bien podría haber sido ruso, como parte de una política general para distinguir la URSS del imperio zarista, aumentando Ucrania a costa de su componente ruso y demostrando que la Unión Soviética era realmente una unión entre repúblicas socialistas iguales. Mientras toda la Unión Soviética fue dirigida por una dirigencia comunista, esas fronteras no importaban demasiado.
Fue extendida demasiado lejos hacia Oeste a fines de la Segunda Guerra Mundial. La victoriosa Unión Soviética extendió la frontera de Ucrania para que incluyera regiones occidentales, dominadas por la ciudad diversamente llamada Lviv, Lwow, Lemberg o Lvov, dependiendo de si pertenecía a Lituania, Polonia, el Imperio Habsburgo o la URSS, una región que fue un foco de sentimientos anti-rusos. Esto fue indudablemente concebido como una acción defensiva, para neutralizar a elementos hostiles, pero creó la nación fundamentalmente dividida que hoy constituye el río revuelto perfecto para la pesca hostil.
El informe Forbes antes citado señala que: “Durante la mayor parte de los últimos cinco años, Ucrania estuvo básicamente jugando un doble juego, diciendo a la UE que estaba interesada en firmar el DCFTA mientras decía a los rusos que estaba interesada en sumarse a la unión aduanera”. O Yanukovych no podía decidirse, o estaba tratando de conseguir el mejor trato de ambos lados, o estaba buscando el mejor postor. En todo caso, nunca fue “el hombre de Moscú”, y su caída indudablemente se debe en gran parte a su papel al enfrentar a uno con el otro para ganar ventaja.
Se puede afirmar que lo que se necesitaba era algo que hasta ahora parece faltar totalmente en Ucrania: una dirigencia que reconozca la naturaleza dividida del país y que trabaje diplomáticamente para encontrar una solución que satisfaga a las poblaciones locales y sus vínculos históricos con el Oeste Católico y con Rusia. En breve, Ucrania podría ser un puente entre Este y Oeste – y esto, a propósito, ha sido precisamente la posición rusa. La posición rusa no ha sido dividir Ucrania, mucho menos conquistarla, sino facilitar el papel del país como puente. Esto involucraría un cierto grado de federalismo, de gobierno local, que hasta ahora falta totalmente en el país, con gobernadores locales seleccionados no por elección sino por el gobierno central en Kiev. Una Ucrania federal podría desarrollar relaciones con la UE y mantener sus vitales (y lucrativas) relaciones económicas con Rusia.
Pero esta configuración requiere la disposición occidental de cooperar con Rusia. EE.UU. ha vetado explícitamente esta posibilidad, y ha preferido explotar la crisis para calificar a Rusia de “el enemigo”.

Plan A y Plan B
La política de EE.UU. que ya fue evidente en la reunión en Yalta de septiembre de 2013, fue impuesta en el terreno por Victoria Nuland, ex consejera de Dick Cheney, embajadora adjunta en la OTAN, portavoz de Hillary Clinton, esposa del teórico neoconservador Robert Kagan. Su papel dirigente en los eventos de Ucrania prueba que la influencia neoconservadora en el Departamento de Estado, establecida por Bush hijo, fue retenida por Obama, cuya única contribución visible al cambio de la política exterior ha sido la presencia de un hombre de ascendencia africana en la presidencia, calculada para impresionar al mundo con la virtud multicultural de EE.UU. Como muchos otros presidentes recientes de EE.UU., Obama ocupa el puesto de vendedor temporario de políticas hechas y ejecutadas por otros.
Como alardeó Victoria Nuland en Washington, desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, EE.UU. ha gastado cinco mil millones de dólares para obtener influencia política en Ucrania (lo que se llama “promover la democracia”). Esta inversión no es “por petróleo”, o por alguna ventaja económica inmediata. Los motivos primordiales son geopolíticos, porque Ucrania es el talón de Aquiles de Rusia, el territorio con el mayor potencial para causarle problemas.
Lo que atrajo atención pública al papel de Victoria Nuland en la crisis ucraniana fue su uso de una mala palabra, cuando dijo al embajador de EE.UU. “¡Qué se joda la UE!”. Pero el alboroto por su lenguaje ofensivo ocultó sus malas intenciones. El tema era quién debiera sacar del poder al presidente elegido Viktor Yanukovych. El partido de la canciller alemana Angela Merkel había estado promoviendo al ex boxeador Vitaly Klitschko como su candidato. El grosero rechazo de Nuland dejó en claro que EE.UU., no Alemania o la UE, debía elegir al nuevo dirigente, y ese no era Klitschko sino “Yats”. Y por cierto el que obtuvo el puesto fue Yats, Arseniy Yatsenyuk, un tecnócrata de segunda fila. Eso colocó a un gobierno patrocinado por EE.UU., impuesto en las calles por milicias fascistas con poca influencia electoral pero mucha maldad armada, en condiciones de manejar las elecciones del 25 de mayo, que excluyeron en gran parte al Este rusoparlante.
El plan A para el golpe de Victoria Nuland era probablemente instalar, rápidamente, un gobierno en Kiev que se uniera a la OTAN, preparando el camino para que EE.UU. tomara posesión de la indispensable base naval de Rusia de Sebastopol en Crimea. Reincorporar Crimea en Rusia fue la acción defensiva necesaria de Putin para impedirlo.
Pero la estratagema de Nuland era en realidad un ardid con el que no podía salir perdiendo. Si Rusia no se defendía, arriesgaba perder toda su flota del sur – un desastre nacional. Por otra parte, si Rusia reaccionaba, lo que era lo más probable, EE.UU. obtendría una victoria política, probablemente su principal objetivo. La acción totalmente defensiva de Putin es presentada por los medios dominantes occidentales, haciéndose eco de dirigentes políticos, como “expansionismo ruso” no provocado, que la maquinaria propagandística compara con la captura de Checoslovaquia y Polonia por Hitler.
Por lo tanto una flagrante provocación occidental, utilizando la confusión política ucraniana contra una Rusia fundamentalmente defensiva, ha tenido un éxito sorpresivo al producir un cambio total en el espíritu artificial de nuestra era, producido por medios de masa occidentales. Repentinamente, se nos dice que “Occidente amante de la paz” se ve enfrentado por la amenaza del “agresivo expansionismo ruso”. Hace unos cuarenta años, los dirigentes soviéticos regalaron la tienda bajo la ilusión de que una renuncia pacífica por su parte podría conducir a una cooperación amistosa con Occidente, y especialmente con EE.UU. Pero aquellos en EE.UU. que nunca quisieron terminar la Guerra Fría se están vengando. No importa el “comunismo”; si, en lugar de propugnar la dictadura del proletariado, el actual líder de Rusia es simplemente a la antigua de cierta manera, los medios occidentales pueden fabricar un monstruo. EE.UU. necesita un enemigo para salvar el mundo.

Vuelve la extorsión por intimidación
Pero ante todo, EE.UU. necesita Rusia como un enemigo a fin de “salvar Europa”, lo que es otra manera de decir, a fin de seguir dominando Europa. Los responsables políticos en Washington parecen estar preocupados de que el giro de Obama hacia Asia y el descuido de Europa podrían debilitar el control estadounidense de sus aliados de la OTAN. Las elecciones al Parlamento Europeo del 25 de mayo revelaron considerable desapego hacia la Unión Europea. Ese desapego, notablemente en Francia, está vinculado a una creciente comprensión de que la UE, lejos de ser una alternativa a EE.UU., es en realidad un mecanismo que fija a los países europeos en una globalización definida por EE.UU., la decadencia económica, y la política exterior de EE.UU., incluyendo guerras y todo.
Ucrania no es la única entidad que ha sido sobre-extendida. Lo mismo ha pasado con la UE. Con 28 miembros de diversos lenguajes, cultura, historia y mentalidad, la UE es incapaz de ponerse de acuerdo en ninguna política exterior diferente de la propuesta por Washington. La extensión de la UE a ex satélites europeos orientales ha roto totalmente todo profundo consenso que pueda haber sido posible entre los países de la Comunidad Económica original: Francia, Alemania, Italia y los Estados del Benelux. Polonia y los Estados bálticos ven la membresía en la UE como útil, pero sus corazones están en EE.UU. – donde muchos de sus dirigentes con más influencia han sido educados y entrenados. Washington puede explotar la nostalgia anticomunista, anti-rusa e incluso pro nazi de Europa del nordeste para enarbolar el falso grito de “¡los rusos vienen!” a fin de obstruir la creciente cooperación económica entre la vieja UE, notablemente Alemania, y Rusia.
Rusia no constituye ninguna amenaza. Pero para los vociferantes rusófobos en los Estados del Báltico, Ucrania occidental y Polonia, la existencia misma de Rusia es una amenaza. Alentada por EE.UU. y la OTAN, esa hostilidad endémica es la base política de la nueva “cortina de hierro” que debe lograr el objetivo señalado en 1997 por Zbigniew Brzezinski en El Gran Tablero de Ajedrez: mantener dividido el continente eurasiático a fin de perpetuar la hegemonía mundial de EE.UU. La vieja Guerra Fría servía ese propósito, afirmando la presencia militar y la influencia política de EE.UU. en Europa Occidental. Una nueva Guerra Fría puede impedir que la influencia de EE.UU. sea diluida por buenas relaciones entre Europa Occidental y Rusia.
Obama ha ido a Europa prometiendo ostentosamente que la “protegerá” colocando más tropas en regiones lo más cerca posible de Rusia, mientras al mismo tiempo ordena a Rusia que retire sus propias tropas, en su propio territorio, aún más lejos de la atribulada Ucrania. Esto parece tener el objetivo de humillar a Putin y privarlo de apoyo político en el interior, en un momento en el que aumentan las protestas en Ucrania oriental contra el dirigente ruso por abandonarlos a la merced de los asesinos enviados de Kiev.
Para reforzar el control estadounidense de Europa, EE.UU. está utilizando la crisis artificial para exigir que sus aliados endeudados gasten más en “defensa”, en especial comprando sistemas de armas estadounidenses. Aunque EE.UU. todavía está lejos de ser capaz de satisfacer las necesidades de energía de Europa con el nuevo boom del fracking, esta perspectiva está siendo saludada como un sustituto para las ventas de gas natural ruso – estigmatizadas como una “manera de ejercer presión política”, que se presume que no es ejercida por las ventas energéticas de EE.UU. Se presiona a Bulgaria e incluso a Serbia para que bloqueen la construcción del gasoducto South Stream que llevaría gas ruso a los Balcanes y a Europa meridional.

Del Día-D al Día de la Condena
Hoy, 6 de junio, el 70 aniversario del desembarco del Día-D está siendo conmemorado en Normandía como una gigantesca celebración de la dominación estadounidense, en la cual Obama encabeza un reparto estelar de dirigentes europeos. Los últimos ancianos sobrevivientes soldados y aviadores presentes son como los fantasmas de días más inocentes cuando EE.UU. estaba solo al comienzo de su nueva carrera como amo del mundo. Eran reales, pero el resto es una payasada. La televisión francesa está inundada de lágrimas de jóvenes aldeanos en Normandía a los que se ha enseñado que EE.UU. es una especie de Ángel Guardián, que envió a sus muchachos a morir en las playas de Normandía por puro amor hacia Francia. Esta imagen idealizada del pasado es implícitamente proyectada hacia el futuro. En setenta años, la Guerra Fría, una dominante narrativa propagandística y sobre todo Hollywood, han convencido a los franceses, y a la mayor parte de Occidente, de que el Día-D fue el punto de inflexión que ganó la Segunda Guerra Mundial y salvó Europa de Alemania nazi.
Vladimir Putin fue a la celebración, y ha sido ampulosamente eludido por Obama, autoproclamado árbitro de la virtud. Los rusos están rindiendo homenaje a la operación del Día-D que liberó Francia de la ocupación nazi, pero ellos –y los historiadores– saben lo que la mayor parte de Occidente ha olvidado: que el Ejército Alemán no fue decisivamente derrotado por el desembarco en Normandía, sino por el Ejército Rojo. Si el grueso de las fuerzas alemanas no hubiera sido inmovilizado librando una guerra perdida en el frente oriental, nadie celebraría el Día-D como está siendo celebrado en la actualidad.
Se reconoce ampliamente que Putin es “el mejor jugador de ajedrez”, quien ganó la primera vuelta de la crisis ucraniana. No cabe duda que ha hecho todo lo posible, enfrentado con la crisis que le ha sido impuesta. Pero EE.UU. controla una multitud de peones que Putin no tiene. Y no se trata solo de un juego de ajedrez, sino de ajedrez combinado con póker, combinado con ruleta rusa. EE.UU. está dispuesto a correr riesgos que los más prudentes dirigentes rusos prefieren evitar… mientras sea posible.
Tal vez el aspecto más extraordinario de la actual charada es el servilismo de los “viejos” europeos. Abandonando aparentemente toda la sabiduría acumulada de Europa, resultante de sus guerras y tragedias, e incluso haciendo caso omiso de sus propios intereses, los actuales dirigentes europeos parecen estar dispuestos a seguir a sus protectores estadounidenses a un Día-C… C como condena.
¿Puede ser importante la presencia de un dirigente ruso en busca de la paz en Normandía? Bastaría con que los medios de masa dijeran la verdad, y que Europa produjera dirigentes razonablemente sabios y valerosos, para que toda la facticia maquinaria bélica perdiera su lustre, y para que la verdad comenzara a aparecer. Una Europa pacífica sigue siendo posible, ¿pero por cuánto tiempo?

19 de junio de 2014

NUEVA ESTRATEGIA MILITAR NORTEAMERICANA

Michael Klare. Le Monde Diplomatique

“Nuestra nación vive un momento de transición”, anunciaba en enero de 2012 el presidente Obama, antes de develar la futura estrategia de defensa de su país: reducir el tamaño del ejército, destacar la ciberguerra y las operaciones especiales, poner fin a algunas misiones de combate y centrar su atención en el Pacífico. China es la sombra que planea sobre los nuevos planes.

Las reducciones que contempla la reforma militar de Estados Unidos comprenden especialmente los combates por tierra mecanizados en Europa y las operaciones contrainsurreccionales en Afganistán y en Pakistán. El fin es concentrarse mejor en otras regiones –en particular en Asia y el Pacífico– y otros objetivos: la ciberguerra, las operaciones especiales y el control de los mares. “La fuerza interaliada estadounidense será aligerada –precisaba el secretario de Defensa, Leon Panetta–, pero será más ágil y flexible, lista para desplegarse rápidamente, innovadora y tecnológicamente perfeccionada” (1).

Según Barack Obama y Panetta, esta nueva orientación es el reflejo de una situación interna y externa sombría. En Estados Unidos, debilitado por la crisis económica, la deuda pública explotó; en virtud del Acta de Control Presupuestario adoptada en 2011, el presupuesto del Departamento de Defensa será recortado en 487.000 millones de dólares en el transcurso de los próximos diez años. Es posible que haya recortes más importantes aun, si republicanos y demócratas no llegan a ponerse de acuerdo sobre otras medidas económicas. En el plano internacional, la retirada de Irak no hizo disminuir la presión militar. Washington enfrenta nuevos conflictos potenciales, por ejemplo con Irán o Corea del Norte, como también el afianzamiento de China.

A primera vista, esta política que apunta a constituir una fuerza militar más restringida, pero mejor adaptada a los futuros peligros potenciales, puede pues ser percibida como una respuesta pragmática a un contexto económico y geopolítico en transformación. Sin embargo, si se la considera más atentamente, se descubren objetivos más amplios. Confrontado con el surgimiento de rivales ambiciosos y con el inevitable desgaste de su estatus de superpotencia, Estados Unidos quiere perpetuar su supremacía mundial manteniendo su superioridad en los conflictos decisivos y en las zonas clave del planeta, es decir, en la periferia marítima de Asia, según un arco que se extiende desde el Golfo Pérsico hasta el Océano Índico, el Mar de China y el noroeste del Pacífico. Para eso, el Pentágono va a dedicarse a conservar su superioridad tanto en el aire y en el mar como en el dominio de la ciberguerra y de la tecnología espacial. El contraterrorismo, que es un aspecto central de la política de defensa estadounidense, será delegado en gran parte a fuerzas de élite, equipadas con drones de combate y con material ultramoderno.

Nunca es fácil para un imperio administrar la contracción de su presencia en el extranjero o, para decirlo de otra manera, administrar su declinación. Varios países confrontados a este desafío, especialmente el Reino Unido y Francia después de la Segunda Guerra Mundial, o Rusia después de la caída de la Unión Soviética, lo han constatado en carne propia. Con frecuencia se precipitaron en aventuras militares temerarias, como la invasión franco-británica de Egipto en 1956, o la de Afganistán por la URSS en 1979; iniciativas que han acelerado la decadencia en lugar de retardarla. Cuando atacó Irak en 2003, Estados Unidos se encontraba en la cima de su poder. Pero la insurrección que siguió duró tanto tiempo y costó tan cara –alrededor de tres billones de dólares– que erosionó la propensión y, en parte, la capacidad de Estados Unidos de comprometerse en un conflicto de largo aliento en Asia. Parece ahora muy poco probable que Obama o cualquier otro presidente, demócrata o republicano, se lance próximamente a una campaña militar comparable a las guerras de Irak y de Afganistán (2).

Seleccionar objetivos

Como buenos conocedores de la historia, el presidente Obama y sus principales consejeros comprendieron que sería ineficaz –y desastroso– aferrarse a la totalidad de los compromisos militares estadounidenses en el extranjero, pero no por ello tienen la intención de abandonarlos todos. Su nueva política de defensa elige una vía intermedia: reducir su implicación en algunas regiones, en particular Europa, y reforzar su presencia en otras. “En el transcurso de las próximas décadas, el Pacífico se convertirá en la parte del mundo más dinámica y más importante para los intereses estadounidenses –comunicaba el secretario de Estado adjunto William J. Burns durante un discurso en Washington en noviembre de 2011–. Esta zona reúne ya a más de la mitad de la población mundial, a varios aliados clave, a potencias emergentes y a algunos de los principales mercados económicos.” Con el fin de seguir siendo prósperos, y no padecer el crecimiento chino, Estados Unidos debe concentrar sus esfuerzos en esta zona, explica Burns: “Para responder a los profundos cambios que se dan en Asia, debemos desarrollar una arquitectura diplomática, económica y securitaria que pueda estar a la altura de estos cambios” (3).

Esta “nueva arquitectura” comporta varias dimensiones, a la vez militares y no militares. Washington reforzó recientemente sus lazos diplomáticos con Indonesia, Filipinas y Vietnam (4), y restableció relaciones oficiales con Birmania. Paralelamente, la Casa Blanca se dedica a estimular el comercio estadounidense en Asia y milita fervientemente a favor de la adopción de un tratado multilateral de libre comercio: el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP). Esta estrategia tiene un objetivo implícito: contrarrestar el ascenso de China y su influencia en el Sudeste Asiático. Restableciendo relaciones diplomáticas con Birmania, por ejemplo, Estados Unidos espera penetrar en un país donde Pekín tenía, hasta el presente, pocos competidores.

En cuanto al TPP, excluye, simplemente, a China, supuestamente por razones técnicas.

La voluntad de coronarle el peón al rival chino necesita también de una nueva orientación militar. Según las estrategias del Pentágono, la prosperidad de los aliados estadounidenses en Asia depende de su libertad de acceso al Pacífico y al Océano Índico, condición indispensable para importar materias primas (en particular petróleo) y exportar productos manufacturados con toda tranquilidad. “El ascenso de China no sólo remodeló las ciudades y las economías asiáticas: rediseñó asimismo el mapa geoestratégico –analizaba Burns–. Para no citar sino un solo ejemplo, la mitad del tonelaje mercante pasa en la actualidad por el Mar de China meridional” (5).

Privilegiar la Marina

Al dominar las aguas chinas, Estados Unidos podría ejercer un poder coercitivo latente sobre Pekín y los otros Estados de la región, como lo hacía antes la Marina británica. Los asesores del Pentágono defendieron mucho tiempo esta política, proclamando que la ventaja singular de Estados Unidos residía en su capacidad de controlar las principales vías marítimas mundiales, una ventaja de la que no goza ninguna otra potencia. Parece que la administración Obama ha adoptado también este punto de vista (6). El presidente estadounidense así lo prometió durante un discurso en Canberra, Australia, en noviembre de 2011: a pesar de los recortes presupuestarios, aseguró que “asignaremos los recursos necesarios al mantenimiento de nuestra presencia militar en esta región mejorando al mismo tiempo nuestra presencia en el Sudeste Asiático”. Hay que esperar entonces que los ejercicios militares y el desplazamiento de buques de guerra estadounidenses en la zona se multipliquen. Obama anunció también la creación de una nueva base en Darwin, sobre la costa norte de Australia, y el aumento de la ayuda militar a Indonesia (7).

La puesta en práctica de este vasto proyecto geopolítico generará finalmente una transformación del ejército estadounidense. Éste va a “aumentar su peso institucional y concentrar su presencia, su poder de proyección y su fuerza de disuasión en Asia-Pacífico”, anuncia un documento del Pentágono (8). Aunque el texto no precise qué componentes del ejército serán favorecidos, está claro que el acento recaerá sobre las fuerzas navales –en particular los portaaviones y sus flotillas– y sobre los aviones y misiles de última generación. En efecto, mientras que la fuerza total del ejército estadounidense pasará, en diez años, de 570.000 a 490.000 efectivos, Obama rechazó la idea de reducir la flota. Estados Unidos prevé además invertir sumas considerables en armas destinadas a contrarrestar la estrategia llamada de “anti-acceso” y de “prohibición de zona” de sus enemigos potenciales (9). “Con el fin de disuadir de manera creíble a sus eventuales adversarios y evitar que éstos alcancen sus objetivos –explica el nuevo plan del Pentágono–, Estados Unidos debe conservar su poder de proyección en las zonas donde nuestra libertad de circulación y de acción es cuestionada”: una referencia casi explícita al Mar de China meridional y oriental, así como a Irán y a Corea del Norte. En estas regiones, indica el texto, es posible que los adversarios potenciales de Estados Unidos “como China”, utilicen “medios asimétricos” –submarinos, misiles antibuques, ciberguerra, etc.– para vencer o inmovilizar a las tropas estadounidenses. En consecuencia, “el ejército estadounidense invertirá cuanto sea necesario para garantizar su capacidad de acción en el entorno A2/AD” (10). Es decir, la prioridad actual de Estados Unidos es dominar la periferia marítima de Asia. Poco importa si China y otras potencias emergentes se oponen. 

1. Leon E. Panetta, “Statement on Defense Strategic Guidance”, Pentágono, Washington, 5 de enero de 2012.
2. Stephen M. Walt, “The End of the American Era”, The National Interest, noviembre-diciembre de 2011.
3. William J. Burns, “Asia, the Americas and U. S. strategy for a new century”, World Affairs Councils of America National Conference, Washington, 4 de noviembre de 2011. Véase también Hillary Clinton, “America’s Pacific Century”, Foreign Policy, noviembre de 2011.
4. Xavier Monthéard, “Una alianza insólita, Vietnam y Estados Unidos”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, junio de 2011.
5. Olivier Zajec, “Pekín reafirma sus ambiciones”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2008.
6. Ronald O’Rourke, “Special – U. S. Grand Strategy and Maritime Power”, U. S. Naval Institute Proceedings, enero de 2012.
7. “Remarks by President Obama to the Australian Parliament”, Parliament House, Canberra, Australia, 17 de noviembre de 2011.
8. U. S. Department of Defense, “Defense Strategic Guidance Briefing from the Pentagon”, 5 de enero de 2012.
9. Anti-access/area denial, o A2/AD, designa especialmente la estrategia china que apunta a mantener a las fuerzas estadounidenses fuera de las zonas de la primera y la segunda cadenas de islas. (La primera, llamada línea verde, cubre el Mar de China oriental y meridional, incluyendo Taiwán y las Paracels; la segunda, llamada línea blanca, se extiende mucho más allá de las Filipinas). Véase Zajec, ob. cit.
10. U. S. Department of Defense (DoD), Sustaining U. S. Global Leadership: Priorities for 21st Century Defense, Washington, enero de 2012.