4 de enero de 2016

EL ESTADO CREA LOS PARTIDOS QUE NECESITA

Juan Manuel Olarieta. movimientopoliticoderesistencia

No se si debo sorprenderme de que mi artículo No es el bipartidismo lo que está en crisis haya sido calificado por algún lector de “conspiracionista” por asegurar que el Estado crea los partidos que necesita.

Como casi todo el lenguaje posmoderno, lo de “conspiracionista” procede de Estados Unidos y es una etiqueta que utilizan quienes sirven a la ideología dominante para repudiar aquellas reflexiones que van un poco más allá de la versión oficial. Luego sí: soy “conspiracionista”. Sí: la mayor parte de las explicaciones corrientes me parecen superficiales, propias de tertulianos y charlatanes.

Pero sobre todo: yo no opongo las “conspiraciones” a la lucha de clases. La clase obrera “conspira” cada día contra sus explotadores y estos (y sus instrumentos de dominación) hacen lo mismo de manera centuplicada. Así viene ocurriendo, al menos, desde los tiempos del Imperio Romano hasta ayer sin ir más lejos.

El Estado español, tal y como lo conocemos, nace de una conspiración contra la República, de un intento de golpe de Estado que desembocó en una guerra civil. La conspiración es uno de sus componentes esenciales. No es nada distinto ni de la lucha de clases, ni de la crisis general del capitalismo, sino una de sus expresiones políticas.

Para mi esto es tan obvio que no voy a abundar en ello. Únicamente diré que quienes opinan de otra manera, que son bastantes, no saben a lo que se enfrentan, es decir, no saben qué es exactamente este Estado, cómo funciona y sobre todo: no han estudiado su historia. No me refiero a las historietas típicas con las que los libros de texto engañan a los estudiantes de instituto cuando hablan de la transición, sino a la historia real.

Cuando hablamos de partidos políticos, debemos empezar por el principio de todo, por el Estado franquista que, a diferencia de otros regímenes parecidos, como el nazi alemán o el fascista italiano, no procede de un partido político sino al revés: el Estado franquista creó por decreto su propio partido, llamado FET y de las JONS, con los desechos que tenía más a mano.

La transición continuó exactamente las mismas prácticas franquistas. La UCD no sólo se creó desde el Estado sino desde el gobierno y en torno al entonces presidente del gobierno: Adolfo Suárez. Pero hay algo más: una marioneta como Suárez era incapaz de crear algo así. A Suárez tuvieron que darle todo masticado, incluida la UCD.

Lo mismo se puede decir del actual PP, antes AP (Alianza Popular) y antes Godsa (Gabinete de Orientación y Documentación, Sociedad Anónima), creada, financiada y dirigida por oficiales del servicio secreto de Carrero Blanco.

El alquiler de la sede en Barcelona del Partido Español Nacional Socialista, luego llamado Círculo Español de Amigos de Europa y luego reconvertido en Librería Europa, es decir, uno de los primeros grupos nazis, lo pagaba ese mismo y omnipresente servicio secreto.

Los últimos años del Partido Carlista son la mejor ilustración de lo que estoy diciendo: al mismo tiempo que en 1969 le nombraron al Borbón para suceder a Franco, el Estado se dispuso a desembarazarse de la otra dinastía, la de Carlos Hugo, con todo tipo de manejos, que fueron desde el impulso de una escisión hasta la matanza de Montejurra en 1976, todo ello planificado desde las conocidas cloacas franquistas.

El PSOE es otro partido cortado por ese mismo patrón: tras la experiencia de la Revolución los Claveles en Portugal, el gobierno franquista provocó una escisión en el PSOE para sacudirse de encima a los viejos carcamales republicanos que dormitaban en Francia desde el final de la guerra civil, capitaneados por Rodolfo Llopis, para sustituirlos por sus fieles cachorros (Felipe González, Alfonso Guerra, Enrique Múgica, Nicolás Redondo), capaces de ejercer como oposición domesticada al franquismo, enterrar el recuerdo de la República, apuntalar al capitalismo, mantener las bases militares de la OTAN y combatir a los comunistas, entre otros objetivos que les impusieron.

En 1974 el Estado franquista, por medio de los servicios secretos de Carrero Blanco, llevó a los futuros dirigentes del PSOE hasta Suresnes, cerca de París, para que pudieran cruzar la frontera sin contratiempos, celebraran su Congreso y se hicieran con las riendas del Partido. Luego no es el PSOE quien crea la transición sino la transición quien crea un PSOE a su imagen y semejanza, tal y como lo necesita.

Desde 1939 hasta hoy el Estado fascista legaliza a algunos partidos e ilegaliza a otros, financia a los fieles y castiga a los infieles, reúne coaliciones y provoca escisiones, impulsa a ciertos lacayos y excomulga a otros, cede sus locales para que unos se reúnan libremente al tiempo que impide las de los otros, difunde los mensajes de unos en los medios públicos de comunicación y silencia los de los otros...

La moderna sociología política califica a los Estados occidentales como “Estados de partidos”. Los partidos son su gran coartada. El Estado los necesita para que le vistan con los ropajes de la libertad y la democracia. No puede permitirse el lujo de que desaparezcan sin antes crear otros nuevos exactamente iguales a los anteriores, plenamente adaptados a la nueva situación de bancarrota política.

Al mismo tiempo, hay otro lujo no menos trascendente que el Estado tampoco puede permitirse: que aparezcan partidos que busquen su destrucción, es decir, partidos revolucionarios.

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
No es la primera vez que publico en este blog un artículo de Juan Manuel Olarieta. Se puede estar o no de acuerdo con sus simpatías políticas concretas. Pero lo que no se puede negar es que es un autor interesante cuyas reflexiones conviene seguir porque enriquecen la capacidad de reflexión política del lector.  

3 de enero de 2016

ARGENTINA OSCILANDO ENTRE LA CRISIS DE GOBERNABILIDAD Y LA DICTADURA MAFIOSA

Jorge Beinstein. La Haine

Ha sido señalado hasta el hartazgo que por primera vez en un siglo el 10 de Diciembre de 2015 la derecha llegó al gobierno sin ocultar su rostro, sin fraude, sin golpe militar, a través de elecciones supuestamente limpias, se trataría de un hecho novedoso.

Es necesario aclarar tres cosas:

En primer lugar resulta evidente que no se trató de “elecciones limpias” sino de un proceso asimétrico, completamente distorsionado por una manipulación mediática sin precedentes en Argentina activada desde hace varios años pero que finalmente derivó en un operativo muy sofisticado y abrumador. Consumada la operación electoral la presidenta saliente fue destituida unas pocas horas antes de la transmisión del mando presidencial mediante un golpe de estado “judicial” demostración de fuerza del poder real que establecía de ese modo un precedente importante, en realidad el primer paso del nuevo régimen.

Esto nos lleva a una segunda aclaración: el kirchnerismo no produjo transformaciones estructurales decisivas del sistema, introdujo reformas que incluyeron a vastos sectores de las clases bajas, reclamos populares insatisfechos (como el juzgamiento de protagonistas de la última dictadura militar), implementó una política internacional que distanció al país del sometimiento integral a los Estados Unidos y otras medidas que se superpusieron a estructuras y grupos de poder preexistentes. Pero no generó una avalancha plebeya capaz de neutralizar a las bases sociales de la derecha quebrando los pilares del sistema (sus aparatos judiciales, mediáticos, financieros, transnacionales, etc.) desarticulando la arremetida reaccionaria. La alternativa transformadora radicalizada estaba completamente fuera del libreto progresista, la astucia, el juego hábil y sus buenos resultados en el corto y hasta en el mediano plazo maravilló al kirchnerismo, lo llevó por un camino sinuoso, acumulando contradicciones marchando así hacia la derrota final. Nunca se propuso transgredir los límites del sistema, saltar por encima de la institucionalidad elitista-mafiosa de las camarillas judiciales apuntaladas por el partido mediático componentes de una lumpenburguesía que aprovechó el restablecimiento de la gobernabilidad post 2001-2002 para curar sus heridas, recuperar fuerzas y renovar su apetito.

Como era previsible las clases medias, grandes beneficiarias de la prosperidad económica de los años del auge progresista, no se volcaron de manera agradecida hacia el kirchnerismo sino todo lo contrario, azuzadas por el poder mediático retomaron viejos prejuicios reaccionarios, su ascenso social reprodujo formas culturales latentes provenientes del viejo gorilismo, del desprecio a “la negrada” enlazando con la ola regional y occidental en curso de aproximaciones clasemedieras al neofascismo. No se trató entonces de una simple manipulación mediática manejada por un aparato comunicacional bien aceitado sino del aprovechamiento derechista de irracionalidades ancladas en los más profundo del alma del país burgués.

La tercera observación es que el fenómeno no es tan novedoso. Si bien es cierto que el proceso de manipulación electoral se inscribe en el marco del declive del progresismo latinoamericano y que fue realizado de manera impecable por especialistas de primer nivel seguramente monitoreados por el aparato de inteligencia de los Estados Unidos, no deberíamos olvidar que antes de la llegada del peronismo en 1945 la sociedad argentina había sido moldeada por cerca de un siglo de república oligárquica (que no fue abolida durante el período de gobiernos radicales entre 1916 y 1930) dejando huellas culturales e institucionales muy profundas atravesando las sucesivas transformaciones de las elites dominantes como una suerte de referencia mítica de una época donde supuestamente los de arriba mandaban mediante estructuras autoritarias estables. Constituye una curiosa casualidad cargada de simbolismo pero lo cierto es que fue el presidente “cautelar-instantáneo” Federico Pinedo impuesto por la mafia judicial el encargado de entregar el bastón presidencial a Macri. Federico Pinedo: nieto de Federico Pinedo, una de la figuras más representativas de la restauración oligárquica de los años 1930, bisnieto de Federico Pinedo Rubio intendente de Buenos Aires hacia fines del siglo XIX y luego diputado nacional durante un prolongado período como representante del viejo partido conservador. Seguir la trayectoria de esa familia permite observar el ascenso y consolidación del país aristocrático colonial construido desde mediados del siglo XIX. El lejano descendiente de aquella oligarquía fue el encargado de entregar los atributos del mando presidencial a Mauricio Macri, por su parte heredero de un clan familiar mafioso de raiz italo-fascista[1], instaurador de un “gobierno de gerentes”. Los avatares de un golpe de estado instantáneo establecieron un simbólico lazo histórico entre la lumpenburguesía actual y la vieja casta oligárquica.

La crisis
El contexto económico internacional viene dado por una crisis deflacionaria motorizada por el desinfle de las grandes potencias económicas. Estados Unidos, la Unión Europea y Japón navegando entre el crecimiento anémico, el estancamiento y la recesión, China desacelerando su crecimiento y Brasil en recesión sobredeterminan una coyuntura marcada por el enfriamiento de la demanda global lo que deprime los precios de las materias primas y estanca o achica los mercados de productos industriales. En suma un panorama mundial negativo para un país como la Argentina principalmente exportador de materias primas y en menor escala de productos industriales de mediano-bajo nivel tecnológico.

Ante ese ciclo internacional adverso, desde el punto de vista teórico la economía Argentina para no caer en la recesión debería apoyarse cada vez más en la expansión y protección de su mercado interno, su tejido industrial, su autonomía financiera. Sin embargo el gobierno de Macri inicia su mandato haciendo todo lo contrario: achicando el mercado interno mediante la reducción drástica en términos reales de salarios y jubilaciones, aumentando el endeudamiento externo, desprotegiendo al grueso de la estructura industrial. A ello apuntan sus decisiones económicas iniciales como la megadevaluación, la eliminación o disminución de impuestos a las exportaciones, la suba de las tasas de interés, la liberalización de importaciones, y pronto la eliminación de subsidios a los servicios públicos con el consiguiente aumento de sus tarifas. Se trata de una gigantesca transferencia de ingresos hacia los grupos económicos más concentrados (grandes exportadores agrarios, empresas y especuladores financieros poseedores de fondos en dólares, etc.), de un saqueo descomunal que se irá prolongando en el tiempo al ritmo de las subas de precios, las depresiones salariales, las devaluaciones y los tarifazos. Crecerá la desocupación, la pobreza y la indigencia, la concentración de ingresos avanzará (ya está avanzando) rápidamente, el crecimiento económico nulo o negativo serán inevitables.

Según ciertos expertos estaríamos embarcados en una vorágine completamente irracional marcada por la declinación del grueso de la industria y la desintegración de la sociedad resultado de la aplicación ortodoxa de recetas neoliberales “equivocadas”. Pero el gobierno no se equivoca, actúa según la dinámica de una lumpenburguesía portadora de una racionalidad instrumental cuyo fin no es otro que el de la acumulación rápida de riquezas saqueando todo lo que se le cruza en el camino. La racionalidad de los bandidos dueños del poder no es la del desarrollo económico armonioso y general que anida en la cabeza de ciertos economistas.

Así es como hemos pasado de una versión suave de la política económica contra-cíclica (desde el punto de vista de la tendencia de la economía global) a una política pro-cíclica que se incorpora con notable ferocidad a la degeneración general (financiera, institucional, ideológica, etc.) del mundo capitalista.

El progresismo gobernó entre 2003 y 2015 restableciendo la gobernabilidad del sistema, todo anduvo bien mientras la bestia lamía sus heridas en un contexto de relativa prosperidad recomponiéndose del terremoto de los años 2001-2002, pero desde 2008 las cosas fueron cambiando: el achatamiento del crecimiento económico exacerbó su voluntad por acaparar una porción mayor de la torta, en ese sentido el 10 de diciembre de 2015 puede ser visto como el punto de inflexión, como un salto cualitativo del poder draculiano de las élites dominantes inaugurando una etapa de decadencia de la sociedad argentina. Las fuerzas entrópicas, devastadoras, lograron imponer su dinámica.

Dos escenarios
Nos encontramos ante los primeros pasos de una aventura autoritaria de trayectoria incierta. No se trata de un hecho producto del azar sino del resultado de un prolongado proceso de maduración (degeneración) de las élites dominantes de Argentina convertidas en jaurías depredadoras coincidentes con el fenómeno global de financierización y decadencia. Basta con echarle una mirada al gobierno y sus respaldos donde sobreabundan personajes acusados de ser delincuentes financieros como Prat Gay, Melconian o Aranguren, o “padrinos” como Cristiano Rattazzi, Paolo Roca, Franco Macri (y su hijo-presidente) o de otros señalados como agentes de la CIA como Susana Malcorra o Patricia Bullrich[2], para percibir que la tragedia local no es más que un apéndice periférico de un capitalismo global embarcado en una loca carrera liderada por lobos de Wall Streeet, militares delirantes y políticos corruptos destruyendo países enteros, triturando instituciones, saqueando recursos naturales imponiendo un proceso de destrucción a escala planetaria.

La lumpenburguesía argentina, su articulación mafiosa en la cúpula del poder (empresario, judicial, mediático) y sus prolongaciones institucionales y abiertamente ilegales ha dejado de ser la fuerza dominante en las sombras, jaqueando, condicionando, bloqueando, imponiendo, para asumir abiertamente el gobierno. Esto puede ser atribuido a varios motivos entre otros a la inexistencia de un elenco de “políticos” con capacidad de decisión como para implementar el mega-saqueo en curso, entonces son los gerentes los que deben hacerse cargo de manera directa del Poder Ejecutivo, es decir “técnicos” completamente ajenos al embrollo electoral.

El nuevo esquema resulta sumamente eficaz a la hora de adoptar medidas contundentes contra la mayoría de la población pero aparece muy poco útil para amortiguar el inevitable descontento popular (incluido el de una porción significativa de incautos votantes de Macri). Las camarillas sindicales podrán durante un corto período generar inacción, algunos políticos provinciales empujarán en el mismos sentido, los medios masivos de comunicación buscarán distraer, confundir, justificar (ya lo están haciendo) intensificando la campaña de idiotización pero todo eso es insuficiente frente a la magnitud del desastre en curso.

Por otra parte el carácter lumpen, inestable del régimen macrista afectado por previsibles disputas internas, golpes financieros, turbulencias exógenas de todo tipo propias de un sistema global a la deriva y además (principalmente) presionado por una base social cuyo descontento irá ascendiendo como una avalancha gigantesca, va dejando al descubierto la única alternativa posible de gobernabilidad mafiosa.

Se trata de la formación de un sistema dictatorial con rostro civil y de configuración variable. Tiene claros antecedentes internacionales recientes, viene guiado por el aparato de inteligencia de los Estados Unidos y se apoya en la llamada doctrina de la Guerra de Cuarta Generación cuyo objetivo central es la transformación de la sociedad objeto de ataque en una masa amorfa, degradada, acosada por erupciones “desprolijas” de violencia caótica y en consecuencia impotente ante el saqueo. Irak, Libia, Siria aparecen como experiencias de manual extremas y lejanas, por el contrario México o Guatemala son paradigmas latinoamericanos a tener en cuenta aunque la especificidad argentina aportará seguramente rasgos originales. Tenemos que pensar en una combinación pragmática de distintas dosis de represión directa “clásica”, judicialización de opositores sindicales, políticos, etc., bombardeo mediático (diversionista y/o demonizador), represión clandestina, incentivos a la rivalidades intrapopulares (cuanto más sanguinarias mejor), irrupción de bandas que aterrorizan a la población (como las “maras” en América Central o los batallones de narcos de México), fraudes electorales, etc. De ese modo Argentina entraría de lleno en el siglo XXI signado por el ascenso del capitalismo tanático.
Sin embargo esa estrategia no se puede instalar plenamente de un día para otro, requiere tiempo y una cierta pasividad inicial de las bases populares, además encontraría serias dificultades ante una sociedad compleja como la Argentina, con un amplio abanico de clases bajas y medias portadoras de culturas, capacidad de organización, de historias que desde la mirada superficial de los gerentes financieros y de los expertos en control social no aparecen como amenazas visibles (o aparecen como resistencias o nostalgias impotentes) pero que constituyen latencias, bombas de tiempo de enorme poder que pueden estallar en cualquier momento. Este desafío desde abajo converge con el temor de los de arriba a puebladas inmanejables conformando grandes interrogantes gelatinosos que generalizan la incertidumbre en las elites, deterioran su psicología.

La no viabilidad de ese escenario siniestro, su posible empantanamiento, dejaría abierto el espacio para el desarrollo de un segundo escenario: el de una crisis de gobernabilidad mucho más devastadora que la de 2001. En ese caso la fantasía elitista de la recomposición dictatorial-mafiosa del poder político no habría sido otra cosa que una ilusión burguesa acompañando al fin de la gobernabilidad, al comienzo de un período de alta turbulencia, de desintegración social de duración impredecible. El progresismo tan despreciado por las elites y sus preservativos de clase media habría sido un paraíso capitalista destruido por sus principales beneficiarios.

Como vemos el infierno mafioso no es inevitable aunque no deberíamos subestimar la capacidad operativa de sus ejecutores locales y su mega padrino imperial, los Estados Unidos están lanzados a la reconquista de su patio trasero latinoamericano.

¿Hacia dónde va esta historia?: la resistencia popular tiene la respuesta.

NOTAS:
[1] Horacio Verbitsky, "A las Malvinas en subte. El rol de la P-2, los Macri, FIAT y TECHINT en la guerra de 1982", http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-190366-2012-03-25.html
[2] ARGENTINA: la nueva ministra de Exteriores pertenece a la CIA, según Diosdado Cabello.
- El presidente de la Asamblea Nacional (AN) de Venezuela, Diosdado Cabello, declaró que la canciller argentina, Susana Malcorra, pertenece a la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA, por sus siglas en inglés). “Estuvo aquí, la recibí yo en mi oficina, es la CIA misma, se la nombraron de canciller al señor (Mauricio) Macri”, presidente electo de Argentina, subrayó Cabello en su programa semanal de los miércoles, transmitido por el canal estatal Venezolana de Televisión (VTV).
- También Patricia Bullrich reporta a “la agencia” y probablemente lo hagan otros y otras, como Laura Alonso. El rumor que corre es que Macri prácticamente no conoce a Malcorra y que le fue impuesta telefónicamente por el Departamento de Estado.
- Pájaro Rojo, 11/12/2015, http://pajarorojo.com.ar/?p=20433