9 de febrero de 2016

TIEMPO DE REPRESIÓN: A PROPÓSITO DE LOS 8 DE AIRBUS Y LOS 2 TITIRITEROS

Por Marat

El puño del capital y de su Estado golpea sobre la clase trabajadora organizada

«Proyecto de Ley.
El presidente del Consejo, jefe del poder ejecutivo de la república francesa, propone a la Asamblea nacional el proyecto de ley siguiente:

Artículo 1.º Todo francés que después de la promulgación de la presente ley se afilie o permanezca afiliado a la Asociación Internacional de los trabajadores o a cualquiera otra Asociación internacional, sea pública o privada, que profese las mismas doctrinas y tenga el mismo fin, será castigado con prisión de dos meses a dos años y con multa de 50 a 1.000 francos. Además será privado de todos los derechos cívicos, civiles y de familia enumerados en el art. 42 del Código penal.

Podrá ser sometido a la vigilancia de la alta policía por cinco años, sin perjuicio de las penas más graves aplicables conforme con el Código penal, a los crímenes o delitos de que los miembros de estas asociaciones se hayan hecho culpables como autores principales o como cómplices.

Art. 2.º Será castigado con las mismas penas y despojado de pleno derecho de la calidad de francés, cualquiera que por uno de los medios enunciados en el art. 1.º de la ley de 17 de mayo de 1810 haya excitado a los habitantes de una parte del territorio francés a sustraerse a la Asamblea nacional, sea anexionándose a un Estado vecino, sea constituyéndose en Estado independiente, sin perjuicio de las penas más fuertes en que hayan incurrido con arreglo a los artículos 81 y siguientes del Código penal.

Art. 3.º El art. 463 del Código penal podrá ser aplicado en cuanto a las penas de prisión y multa pronunciadas por los artículos precedentes.» (Diario “La Época”. Madrid. 19 de Agosto de 1871)

Es obvio que Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez no son precisamente peligrosos agentes de la I Internacional o Asociación Internacional de Trabajadores, ni peligrosos revolucionarios huidos tras ser aplastada la Comuna de París, motivo por el que se perseguía en 1871 a los miembros de la AIT. A lo sumo podría decirse de ellos que son agentes bien pagados de la concertación, la paz social y la perpetuación del poder del capital, lo mismo que el resto de las cúpulas de CCOO y UGT.

Pero los 300 sindicalistas sobre los que pende la amenaza de penas de prisión por participar en huelgas en defensa de los derechos de la clase trabajadora nada tienen que ver con los privilegios y la cómoda posición de ambos dirigentes sindicales.
Los 8 de Airbus son el mascarón de proa de la campaña, a la que las direcciones de CCOO y UGT han ido a regañadientes, tras mucho tiempo haciendo silencio y sordina e intentando rebajar las penas a multas por detrás de los juzgados o acogiéndose a una pseudoforma de amnistía, como si hubieran cometido delito; como si la huelga fuera delito. Sobre cada uno de ellos recae una media de más 8 años de cárcel (66 años a repartirse entre 8 trabajadores) por su participación en la Huelga General del 29-S de 2010.


Ha sido un movimiento desde las bases sindicales el que les ha reivindicado junto al resto de los casi 300 sindicalistas -cuyas direcciones sindicales han ocultado celosamente la lista completa de los mismos para dificultar ese movimiento de solidaridad y poder pastelear con el gobierno, la fiscalía y los poderes fácticos del capital su libertad-, razón por la que desconozco si hay entre esos 300 encausados militantes de otros sindicatos, que seguro que los hay.

Al conjunto de esos 300 sindicalistas se les pide más de 100 años de cárcel, lo que indica que con los 300 de Airbus, una gran empresa de plantilla combativa, se quería hacer un escarmiento especial con el fin de amedrentar al conjunto del movimiento sindical español y al conjunto de la clase trabajadora del país, como si ir a una huelga general con amenazas de cierres patronales y de despidos a los participantes en un país con casi 4.500.000 parados oficiales no fuera bastante represión y chantaje empresarial.

Cuando hablo del conjunto del movimiento sindical español no me refiero a las cúpulas sino a esos 300 sindicalistas, a los mineros, a los trabajadores de Panrico, de Coca-Cola, de la limpieza de Madrid, de Madrid Río, del Metro de Madrid y de tantas y tantas luchas que sí han representado la dignidad de la clase trabajadora y no los burócratas sindicales cuyos sentimientos de clase están más cerca de aquellos con los que negociaban -que ya no les necesitan- a mesa y mantel.

Hace tiempo que el capital y su Estado -el Estado no es neutro, de forma que obedezca a los dictados de cualquier clase social o facción política que represente distintos y hasta enfrentados intereses de clase (esa es la “ilusión democrática” con la que mercadea el reformismo procapitalista- han decretado el fin del contrato social y el inicio de una guerra de clases que gran parte de la clase trabajadora se niega a percibir o que, cuando lo percibe, espera a que el temporal escampe, creyendo que estamos ante una crisis coyuntural más y que cuando ésta pase, se recuperará lo adquirido tanto en forma de salarios, como de empleo y de derechos y condiciones de contratación y de trabajo. Vana ilusión.

Esta crisis del capital no es una crisis cíclica más. Es una crisis de sobreproducción que ha detonado en forma financiera y que los capitalistas y sus Estados no son capaces de superar por más centenares de miles de millones que hayan inyectado a bancos y entidades financieras sino que, al contrario, está entrando en una fase de próxima implosión con efectos aún más letales sobre la economía mundial y de las clases trabajadoras en general, que verán aún más recortados sus salarios, depauperadas sus condiciones de vida, incrementadas sus cifras de paro y perdidos sus derechos históricos conquistados.

Mientras tanto, la estrategia del capital es deshacerse de todo lo que signifique para él coste social, recuperar para el mercado lo que antes fue público para tratar de mantener la tasa de acumulación del capital, endurecer las legislación sobre libertades de reunión, manifestación, expresión, etc. hacia un concepto de “seguridad” pública y modernizar la dotación de sus cuerpos policiales, preparando el terreno para un incremento aún mayor de la represión porque saben que la recuperación de la lucha de clases se producirá con el desinfle de la ilusión democrática y la nueva fase de depauperación vital de clase trabajadora.

Esto lo sabíamos y denunciamos quienes en su día creamos la Coordinadora Paremos la Criminalización de la Protesta Social, boicoteada y reventada desde dentro por el PCE/IU/Izquierda Abierta y desde fuera por los convocantes de manifestaciones de hologramas de No Somos Delito, ligados a Podemos, y que tanto problema tenían en coincidir estratégicamente con quienes reivindicábamos la defensa de las libertades de un modo especial para la clase que sería más duramente reprimida, la trabajadora. Lo suyo era ya cuando aparecieron “la gente” y “los ciudadanos”.

Hoy la defensa de esas libertades sigue siendo fundamental para que la clase trabajadora no se vea aplastada; es algo que comprenden muy bien el capital, su Estado y sus partidos de turno en cada ocasión.

Por eso creo que todo trabajador con conciencia de clase o incluso sólo con instinto de ella debe de estar, aunque para ello tenga que ponerse una pinza en la nariz, en la manifestación en apoyo de los 8 de Airbus del jueves 11 de Febrero a las 6 y media de la tarde y que transcurrirá de Cibeles a Sol en Madrid porque son ellos quienes pueden comerse el marrón de la cárcel por defendernos a todos los trabajadores y no ningún “dirigente” sindical de alto nivel.



Que nadie entienda que apoyar a los sindicalistas represaliados y criminalizados es dar un voto en blanco, ni siquiera un balón de oxígeno a sus direcciones porque ya no queda en ellas ni un ápice de credibilidad. Pero pretender no ser solidarios con quienes arriesgan la cárcel por apoyar la causa de los trabajadores sería, además de miope y estúpido, indecente.

Más tarde será hora de ajustar cuentas con las claudicaciones sistemáticas de los burócratas sindicales y con sus estructuras intermedias antes llamadas de “aristocracia obrera” y que hoy sólo merecen el nombre de pancistas vendeobreros.

La doble criminalización de la libertad de expresión por los elementos fascistas y por los podemitas
La ley que incrimina las opiniones no es una ley del Estado para los ciudadanos sino la ley de un partido contra otro. Ella suprime la igualdad de los ciudadanos frente a la ley. No es una ley de unión sino una ley de separación y todas las leyes de separación son reaccionarias. No es una ley sino un privilegio. (…) en una sociedad en la cual un solo órgano se cree el único y exclusivo poseedor del Estado y en la cual un gobierno entra en una contradicción de principio con el pueblo y considera por ello su propia opinión, aunque ésta sea contraria a la naturaleza misma del Estado, como la opinión general y normal, la mala conciencia de la facción inventa leyes tendenciosas, leyes de venganza contra una opinión que sólo se encuentra entre los miembros del gobierno.” (“Observaciones sobre la reciente reglamentación de la censura prusiana”. Karl Marx. 1843)

Los expertos de la ONU señalaron que la definición de los delitos de terrorismo y las disposiciones relativas a la criminalización de los actos de "incitación y enaltecimiento" o "justificación" del terrorismo" incluidas en el proyecto de ley de Reforma del Código Penal en materia de delitos de terrorismo "son excesivamente amplias e imprecisas".

"Tal como está redactada, la ley anti-terrorista podría criminalizar conductas que no constituirían terrorismo y podría resultar entre otros en restricciones desproporcionadas al ejercicio de la libertad de expresión", recalcó Kaye.” (“La ONU critica la reforma del Código Penal y la llamada "Ley Mordaza" de España”. Agencia EFE. 23 de Febrero de 2015).

El pasado 5 de Febrero estaba prevista la representación de la obra de títeres “La Bruja y Don Cristobal” por los titiriteros de la compañía Desde Abajo en el canal de Isabel II de Madrid.

La obra, que los propios titiriteros (Alfonso Lázaro y Raúl García) se inscribe dentro de la tradición de guiñoles conocida como títeres de cachiporra, cuya existencia se remonta hasta la Edad Media y tiene su representación en distintos países de Europa.

Cualquiera que se dé un paseo un domingo por parque de El Retiro en Madrid verá representada esta tradición para todos los públicos, pues es en abierto, incluidos los niños.

Los guiñoles que, para quien no lo sepa o pretenda fingir que no lo sabe, son muñecos representan personajes variopintos, unos buenos y libres, otros malvados y opresores.

En España la tradición de los títeres de cachiporra fue recogida por primera vez en una coproducción entre Manuel de Falla, un señor nada sospechoso de ser un peligroso anarquista -ahora los criminalizan como tal desde la Brunete mediática de la ultraderecha porque uno de ellos es miembro de la CNT, como si éste no fuera un sindicato legal- y el poeta y dramaturgo Federico García Lorca en 1923 en una obra llamada La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón. La obra se llamaría mas tarde El Retablillo de don Cristóbal. A García Lorca sí que le sigue teniendo ganas la caverna ultraderechista española, esa que piensa que bien asesinado estaba por rojo y maricón. Mientras tanto los libros de texto aprobados por el Ministerio de Educación del gobierno del PP para la educación primaria de este país afirmaban hasta no hace mucho que Lorca se murió.


Si nos descuidamos y vuelven a gobernar no me sorprendería que modifiquen el “dato” afirmando que anda todavía por ahí “haciendo las Américas con su compañía”.

Al poder político, económico y eclesiástico nunca le gustaron los títeres de cachiporra porque hacían hablar y actuar a unos muñecos de guante y de madera pero no le quedaba otro remedio que tolerarlos en la mayoría de las ocasiones, por esa misma razón, so pena de hacer el ridículo porque tendrían que encarcelar no sólo al titiritero sino al títere, medio que expresa la irreverente burla.

Como afirma la periodista Marta Peirano en un interesantísimo artículo del que les he puesto el enlace más arriba

Los títeres de cachiporra son políticos de nacimiento y violentos por definición: son la proyección popular de la libertad contra la opresión. Se reconocen porque no son de cuerda sino de guante, y porque siempre pegan al poderoso, al rico, al policía, a la autoridad”

Si se afirma que los contenidos de la representación eran violentos y no para niños convendría recordar lo que la aludida obra coproducida por Lorca y Falla decía y hacía. Reproduzco literalmente un párrafo del interesante artículo que ya les ha mencionado:

"Oigan señores el programa de esta fiesta para niños, que yo pregono desde la ventanita del guiñol, ante la frente del mundo", dice Lorca. Su Don Cristobal es un viejo verde que se casa con la bella Rosita en contubernio con la codiciosa madre de la muchacha, que le pega los cuernos con cuatro amantes hasta que queda embarazada de cada uno de ellos. A medida que van saliendo los niños, Don Cristobal les sacude un porrazo porque cada uno es de un hombre distinto. Esto es sólo el comienzo de un largo relato de enredos, cachiporrazos y crueldades sin fin.”

Por cierto, aunque no es un guiñol sino un muñeco de paja de tamaño natural vestido de negro, en el festejo de Carnaval de Villanueva de la Vera (Cáceres), el Peropalo representa a un personaje malvado, un hombre de poder según algunas versiones, que es manteado, descuartizado, disparado con escopeta y finalmente quemado por la población de la localidad que participa en la festividad. Esa actividad es representada en plaza pública ante la vista y jolgorio de niños y mayores. ¿Violento? Es un muñeco.

El toro de La Vega, un animal de carne y hueso, es alanceado hasta su muerte en la localidad del mismo nombre en una fiesta que se considera una tradición y nadie ha prohibido. También hay niños entre los pobladores de la localidad. No he escuchado a muchos jueces ni padres de allí escandalizarse ni les he visto rasgarse las vestiduras.

Y ahora vayamos al fondo de la cuestión:

En el teatrito de pressing catch (recordaré que es una representación con tongo socialmente asumido) al que nos tienen acostumbrados la derecha del PP y su “oponente” de turno (durante muchos años el PSOE, hoy Podemos y sus marcas) ganar una posición, colarle un gol es un objetivo en el que ambos ponen el máximo empeño. Nada real se transforma en esa performance política.

La representación de ese teatrito de Don Cristobal que conforman PP y Podemos suele ser incruenta, salvo la dimisión de algún personaje menor. En este caso, la peleita virtual a través de los medios y de las redes sociales, en las que los hinchas de un lado y de otro participan como comparsas airadas, sí que ha tenido su consecuencia. La prisión provisional y sin fianza de Alfonso Lázaro y Raúl García por decisión de un juez fascista, con pasado como policía franquista, llamado Ismael Moreno, del que recomiendo conocer su http://canarias-semanal.org/not/17736/el-juez-de-los-titiriteros-un-ex-policia-franquista-metido-a-magistrado-de-la-audiencia-nacional/ ¿Hay razones para inhabilitarlo como incapacitado para impartir justicia? Yo creo -pero es sólo una opinión en mi ejercicio de la libertad de expresión- que SÍ.

Entrar a explicar el contexto de la obra, los significados reales de las escenas “violentas” y el papel que juega la pancarta “Alka-ETA” como explicación de tantas pruebas fabricadas por una policía de comportamiento mafioso y terrorista (recordemos el caso Alfon, en prisión FIES) es caer en la trampa de situar el derecho a la libertad de expresión y de creación intelectual a la defensiva. ¡VOSOTROS FASCISTAS SOIS LOS TERRORISTAS!

Conviene aclarar que la compañía Desde Abajo actúo contratada por el Ayuntamiento de Madrid cuando era alcaldesa Ana Botella y entonces nadie se rasgó las vestiduras, del mismo modo que esta compañía ha actuado en diversas localidades de España sin que nadie lo hiciese, quizá porque los responsables de la representación objeto de tanta ira garrula siempre han distinguido entre sus obras para niños y sus obras para adulto y dejado claro que ésta lo era para adultos. Otra cosa muy distinta es la responsabilidad de quienes contrataron su actuación.

La caverna mediático-fascista gritaba “apología de ETA, violaciones en un espectáculo con niños. ¡Crucifícalos!”. Y el “juez” Ismael Moreno sin esperar a que pasaran los carnavales y que llegase la Semana Santa, se saltó todo el período de la Cuaresma y les crucificó. A la fiesta se sumo ese engendro de la AVT, que ha secuestrado el nombre de las víctimas del terrorismo, se ha querellado contra unos cómicos que movían a unos títeres representando una función. Y de paso, ha dejado en el más lamentable ridículo a la memoria de esas víctimas y a los familiares de las mismas que no hacen bandera fascista de la sangre.

¿Pero era un espectáculo para niños?

Lo primero que convendría saber es cuántos fueron los padres escandalizados, qué conocían o no de la tradición de los títeres de cachiporra y si se rasgan igualmente las venas ante los espectáculos degradantes que en horario infantil nos dan televisiones como Tele 5 o si controlan los contenidos televisivos, así como los usos del móvil y de Internet que hacen sus hijos. Tengo la convicción de que una buena parte de los airados padres ante el teatrito de títeres no pasarían la prueba.

En segundo lugar convendría preguntarse a qué jugaron los organizadores y responsables de comunicación del Carnaval de Madrid (Ayuntamiento) cuando comunicaron a la vez que no era un espectáculo para niños sino para adultos y que era para todos los públicos:





Podemos y sus marcas blancas, Carmena y su equipo municipal se superan. Hasta ahora habían sido capaces de decir una cosa y a renglón seguido otra. Pero decir dos cosas opuestas a la vez entra dentro de la categoría de lo insuperable.

Convendría interrogarse por el carácter progresista de la Concejala de Cultura y ex okupa del Patio Maravillas (gran precursor podemita), corriente institucional de pacto con el Ayuntamiento de Madrid de la era Gallardón, doña Celia Mayer, cuando presentó denuncia a través de Madrid Destino (empresa municipal) contra los dos titiriteros por enaltecimiento del terrorismo. Actúo igual que la AVT, Ismael Moreno y la Brunete mediática fascista. Su decisión, por elevación, es como si la hubiera tomado la Alcaldesa Manuela Carmena, esa señora tan defensora de los derechos humanos que dejó morir a un preso de los GRAPO, cuando era jueza penitenciaria, que se encontraba en huelga de hambre pidiendo mejoras de las condiciones carcelarias y reagrupación de los presos.

Que ahora Celia Mayer, máxima responsable de Cultura en el Ayuntamiento y, por tanto, del Carnaval de Madrid, o al menos de su parte municipal, se plantee retirar la denuncia es sólo consecuencia oportunista, que no sensible, del cabreo popular y democrático contra el encarcelamiento de los dos titiriteros de Desde Abajo.

No basta con que cesase al director artístico municipal que programó la contratación de los títeres en un intento de soltar lastre, hacer rodar una cabeza de turco y salvar sus posaderas municipales. Debe dimitir ella misma, como máxima responsable de Cultura y, en consecuencia, de la programación del Carnaval de Madrid en la parte que compete al Ayuntamiento. Su papel como chivata de la policía, acusadora e incriminadora e inquisidora de dos pobres cómicos, lo exige y la decencia política, de la que tanto alardean los podemitas, también.

Que doña Manuela Carmena calificase de “espectáculo deleznable” la representación sólo indica que la deleznable, indigna y despreciable es ella, incapaz de asumir los errores municipales como máxima representante de un Ayuntamiento que un día sí y otro también hace el ridículo por sus idas y venidas, pseudoavances y retrocesos reales (Ley de Memoria Histórica municipal parada), desprecios a los trabajadores de limpieza municipal, Coca-Cola (arbolito navideño de la marca cuando ellos están en lucha), progresismo de cartón piedra, exhibición de orgullo porque Madrid sea con su mandato un lugar privilegiado para especuladores internacionales, reino de Taifas administrativo y casa de tócame Roque de descoordinación. 

¿Está la señora Carmena, jueza jubilada, mostrando una pauta de comportamiento corporativa con el sector más reaccionario y fascista de la judicatura, en concreto con alguien como Ismael Moreno? La pregunta creo que no es demasiado ociosa.

En su calificación de la obra, la señora Carmena no quedó muy por detrás del Ministro del Opus y violento destructor de libertades, y personaje siniestro, Jorge Fernández Díaz, para el que la representación fue “repugnante”

La explota-bebés, para su promoción personal, en el Congreso -que tiene guardería y ella misma una nany que esperaba fuera al niño- y antiabortista (“El aborto no es un tema que construya potencia política de transformación social y, por lo tanto, no es prioritario” , Carolina Bescansa, una de las máximas dirigentes de Podemos, ha declarado sobre la cuestión lo siguiente:

"El ayuntamiento de Madrid resolvió de manera inmediata y fulminante el asunto, relegando de su responsabilidad a las personas que organizaron el carnaval y denunciando a los titiriteros" (…) "Este es un asunto deplorable. Fueron unos títeres absolutamente impresentables. Aquí lo que ha pasado es que ha habido una compañía que ha hecho una cosa muy mal y ahora deben responder"

Pero si todo lo anterior indica la calaña humana de los apaleadores de titiriteros, no debemos olvidar a los relativizadores de la criminalización.

Veamos el vídeo de la intervención de la señora Bescansa con sus consideraciones sobre el asunto:



Veamos como Pablo Iglesias intentaba hacer luz de gas sobre la cuestión:


Es cierto que hay cosas muy graves en este país pero no le preocupan tanto al señor Iglesias como el intentar zafarse del comportamiento irresponsable y de chivatos de la policía de Podemos y de su marca blanca en el Ayuntamiento de Madrid, Ahora Madrid.

Ramón Espinar, senador de Podemos por Madrid, e hijo del usuario de tarjeta black de Bankia, y miembro del PSOE del mismo nombre, intentaba zanjar el asunto con una mera alusión a error.


Y los titiriteros acusados por los podemitas que se pudran en la cárcel.

El diputado de Podemos en la Comunidad de Madrid, Emilio Delgado, sube un escalón y llama "zumbados" a los dos artistas, a quienes acusa de abusar de la confianza de quien les contrata y de la atención del público. 




De paso, que nada debe ser desaprovechado, ataca a sectores de izquierda por criticar las canalladas de Ahora Madrid, títeres de Podemos. 

Tengo calificativos hacia este señor que estoy recitando mentalmente pero que no los traslado al texto por respeto a todos ustedes. 

Para Jorge Moruno, voz de su amo de Público (diario oficial de Podemos) y de Roures y dirigente podemita, el problema estaba en el comportamiento de los artistas, razón por la que echaba su palada de basura sobre ellos, sin olvidarse de atacar a quienes denunciamos la canallada de su partido.


Un sujeto realmente aborrecible este señor.

Conviene señalar que cuando ante un “error” -vulgo canallada del cobarde que evita asumir sus propias responsabilidades sin descargarlas en quienes no la tienen- se actúa mancomunadamente en una estrategia de luz de gas sobre esos “errores”, desvío del balón y colectiva actuación indigna (algún día habría que pedirles explicaciones a los cheerleaders podemitas en las redes sociales, capaces de justificar las mayores infamias de su partido, del mismo modo que sucede en otros partidos) estamos ante una asociación de canallas sin principio moral alguno.
Mención aparte están todos esos opinadores de ocasión que por motivos políticos, desinformación o mala intencón, que de todo ahí quieren quedar bien con unos y con otros, hacer casar lo justo con lo injusto, repartir culpas entre quienes la tienen y quienes no. Me refiero a los que dicen aquello de “injusticia” “barbaridad”, “salvajada”, “arbitrariedad” PERO...no era para niños.

Ese PERO está paliando lo que dice rechazar, la cárcel. “Olvida”, “ignora” o hace “abstracción” de que los titiriteros aclararon siempre que su espectáculo era para adultos y que el “error”, que no es simple “error” sino una mezlca de estupidez, inepcia, malas artes, engaño, cobardía y falta de decencia, hace que la carga de la prueba caiga del lado de políticos, administradores, creadores de envenenada opinión y forofos incondicionales de lo que diga el político de turno, sin un instante de vacilación, duda, investigación y reflexión sobre los hechos. Consecuencia: dos inocentes entrullados.

Una de las campeonas de ese PERO es la señora Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. Fíjense en la parte final de su texto en facebook



Por cierto, doña Ada Colau repite los mismos esquemas de comportamiento con los trabajadores del Metro de Barcelona que en su día tuvo Esperanza Aguirre, con los del Metro de Madrid, negándose a dialogar con ellos mientras estén en huelga. Cosas del cambio de los gobiernos de progreso.

En ese discurso de equidistancia calculada está la esencia del discurso podemita, ciudadanista, reformista y de la gente. Un proyecto que sólo consiste en defender el voto con uñas y dientes para hacer vaya usted a saber qué porque, ante el menor contratiempo o presión, se bañan en dos ríos a la vez, matizan y reculan. Lo importante es para ellos el gobierno, que no el poder. Una vez aposentados en él ya se irán improvisando y dosificando las renuncias, si no se producen todas a la vez, estilo Syriza. Y es que el capital sabe muy bien que cuando se le agotan unos caballos hay que cambiarlos por otros de refresco que mantengan la ficción gatopardiana de "cambio" en base a ilusiones de ilusionistas para ilusionados que, cuando se desilusionen, se irán a casa completamente desmovilizados porque tampoco es cosa de esforzarse mucho más allá de votar cada 4 años.

Son otro tipo de cómplices con la opresión y con la salvajada arbitraria de un juez y de una coalición de políticos sin escrúpulos de unos y otros partidos. Y son cómplices por oportunismo de salvar los votos hasta de donde nunca les llagarán.

Sólo pondré un ejemplo que me resulta particularmente triste porque proviene de alguien, hoy recién estrenada diputada, a la que conozco personalmente, con quien he tenido en el pasado un trato afable y que, por encima de las capacidades políticas de las que disponga, siempre he considerado una buena persona. Me refiero a la diputada de IU-UP, Sol Sánchez.


Uno no se equivoca nunca si ante el atropello y la arbitrariedad del poder y de la judicatura condena a ambos porque no hay matices ante lo injusto y descabellado.

La alusión al supuesto “error” o bien cargaba algo de responsabilidad en los artistas o bien suavizaba la canallada política como algo involuntario.

Es cierto que posteriomente Sol Sánchez, en una acción que la honra, matizó su tuit anterior en varios otros






Ante la dinámica de fascistización del Estado capitalista español sólo nos caben dos cosas: exigir la inmediata excarcelación de los dos titiriteros y la retirada de las iniciativas del ministerio fiscal contra los 300 sindicalistas, junto con la exigencia de las responsabilidades políticas y de otro tipo que corresponda aplicar a los criminalizadores en cada uno de sus ámbitos, y organizarnos para la pelea porque la lucha contra el neofascismo estatalizado y contra el capital que se ampara tras él será especialmente dura.

Es caro el oficio de titiritero cuando se paga con la cárcel un trabajo por el que apenas iban a cobrar 1.000 euros por las dos actuaciones cuando el encargado de programar las actuaciones iba a cobrar 5.600 y la coordinadora artística de la empresa municipal organizadora de los Carnavales, Madrid Destino, se llevará 23.000 euros.

¡Cómicos!
Duermen vestidos,
viven desnudos,
beben la vida a tragos.
Son adorados,
son calumniados
como dioses de barro.”
(Victor Manuel San José)


8 de febrero de 2016

EMPLEO, ESTANCAMIENTO ECONÓMICO Y ABISMO SOCIAL ¿CUÁL ES EL FUTURO DEL TRABAJO?

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:

El largo pero muy interesante artículo que les expongo a continuación tiene dos partes muy diferenciadas:
 ● La primera es el impacto que la robotización está comenzando a tener y va a tener previsiblemente en el desempleo crónico y estructural y sus consecuencias sociales, políticas y hasta ideológicas sobre la clase trabajadora.
       Especialmente interesante resulta el apunte acerca de las consecuencias sobre la generación de plusvalía, dado que sólo el trabajo humano la produce, lo que podría abundar en un callejón sin salida para el capitalismo.

 ● La segunda, decepcionante en mi opinión, es la inserción de las alternativas al desempleo en un “postcapitalismo” (cháchara del discurso reformista prosistema) que reniega de defender el socialismo como proyecto de revolución social, y que ignora que el capitalismo intenta recuperar su tasa de acumulación a través de la desposesión, como bien afirma Harvey, a la clase trabajadora de sus conquistas históricas. ¿De verdad creen los autores que en una sociedad que no haya destruido las bases históricas de la acumulación y el beneficio capitalista, el capital iba a permitir formas secundarias de remuneración, tras el reparto del trabajo, que no pudiera valorizar? Está claro que los autores o no leyeron a Marx o intentan ningunear su obra, sobre todo al ignorar que la función del Estado capitalista es la de ser el instrumento de dominación del capital. Un proyecto como el que pretenden no se entiende sin decisiones políticas desde el Estado y éste no es neutral. Lo que pretenden ya se intentó en el siglo XVIII y se llamó “socialismo utópico” porque pretendían una equidad compatible con la conciliación social. Y es que, aunque en ocasiones mencionen a Marx para darse la pincelada de "rojos", los keynesianos caen siempre del lado de las reformas dentro del capitalismo.
En cuanto a lo que ellos llaman “precariado”, término tan del gusto de los hijos de la pequeña burguesía que han accedido al mundo universitario pero que saben que vivirán peor que sus padres y no quieren identificarse con la clase trabajadora, les habría venido bien a los autores de este texto leer “La situación de la clase obrera en Inglaterra” de Federico Engels porque lo que los descubridores del Mediterráneo llaman precariado no era otra cosa que las condiciones de vida del proletariado.

En cualquier caso, recomiendo encarecidamente la lectura de este texto tanto por sus aciertos como con el fin de desmontar sus trampas ideológicas.

Sin más, les dejo con el artículo

EMPLEO, ESTANCAMIENTO ECONÓMICO Y ABISMO SOCIAL ¿CUÁL ES EL FUTURO DEL TRABAJO?
Alberto Rabilotta, Michel Agnaïeff. Alainet
Si algo define la actual dislocación social, es bien la incertidumbre en torno al trabajo-empleo. La desconexión radical y rápida de la economía con relación a la sociedad, provocada por las políticas neoliberales, ha transformado el problema del desempleo masivo y de la precarización del empleo en una cuestión de supervivencia para las sociedades, y en un reto fundamental para la sociedad que será necesario crear en el futuro.

En el año 1900 casi la mitad de la población activa en Estados Unidos estaba empleada en el sector agropecuario, y exactamente un siglo más tarde sólo el 1.9% dependía de esa rama de la economía (1). En el mismo período y del otro lado del Atlántico, en Francia, el número de agricultores se dividió por diez (2). El aceleramiento de los progresos tecnológicos en todas las áreas pertinentes hizo posible esta profunda transformación, permitiéndole al mismo tiempo seguir ocupando un importante papel en la economía. Se había logrado producir cada vez más con menos mano de obra, y eso explica el éxodo forzado de los trabajadores agrícolas hacia los refugios que ofrecían otros sectores de la economía que tenían creciente necesidad de nuevos brazos.

Un éxodo comparable puede producirse en las próximas décadas, pero esta vez sin grandes oportunidades de empleos en el horizonte. En el curso de las últimas décadas el sector de servicios ha sido el principal refugio para los trabajadores expulsados de los empleos industriales por las diferentes olas de progresos técnicos que fueron sucediéndose de manera cada vez más frecuente con los avances en la electrónica, la informática y las telecomunicaciones. Empero, la capacidad del sector de servicios para compensar las pérdidas de empleos sufridas en diferentes ramas y sectores de la economía ha ido disminuyendo por las transformaciones profundas que a su vez lo afectan, y la próxima ola de progresos tecnológicos puede ser mortífera en el capítulo de empleos en este sector, así como en otros dominios hasta ahora poco afectados. Según la OIT (3), el desempleo afectaba a 201 millones de personas en todo el mundo en el 2014, o sea 30 millones más que antes de la crisis del 2008. Los efectos que sobre el empleo tendrán las nuevas transformaciones tecnológicas agravarán un desempleo que ya es masivo. El informe de la OIT revela otro hecho agravante, como es la disociación creciente entre los ingresos del trabajo y la productividad, con esta última aumentando mucho más rápidamente que los salarios, lo que se constata en las repercusiones negativas sobre el consumo, las inversiones de capital y los ingresos del erario público.

Progresos tecnológicos y progresión del desempleo
Hoy día el progreso técnico permite alcanzar niveles de automatización (informática y robótica) que imitan algunas dimensiones de la inteligencia humana. Esos equipos de alta tecnología tienen la capacidad de asegurar de manera creciente no solamente las tareas muy rutinarias, como ha sido el caso en el pasado, sino también las tareas que exigen interacciones con los usuarios o clientes. Pero esto no termina ahí. Jean-Yves Geoffard, de la Escuela de Economía de París, subraya que “el riesgo pesa en el pasado, sino también las tareas que exigen interacciones con los usuarios o clientes. Pero esto no termina ahí. Jean-Yves Geoffard, de la Escuela de Economía de París, subraya que “el riesgo pesa también sobre numerosas actividades intelectuales, relacionadas con el tratamiento y la síntesis de informaciones, que pueden ser confiadas a esas ‘maquinas’ que aprenden cómo manipular cantidades infinitamente más grandes de datos que las que el cerebro humano puede aprehender” (4). Es pues toda la galaxia de empleos del sector de servicios, de la administración y del conocimiento, que será trastornada por el progreso tecnológico, y eso sin importar los conocimientos o habilidades exigidas por las diferentes ocupaciones. En efecto, la capacidad de los equipos basados en sistemas informáticos para tratar masas de datos poco estructurados, de interpretar el discurso humano y de comprender las acciones y decisiones humanas, no cesa de aumentar. 

Capaces de evolucionar mediante el aprendizaje automático, esos equipos podrán efectuar un creciente número de tareas que actualmente llevan a cabo los profesores, ingenieros, abogados, profesionales de la salud, especialistas de finanzas, y los administradores o ejecutivos de empresas o de los servicios públicos (5).

Empero, esta convulsión no será exclusivamente fruto de nuevos avances científicos o tecnológicos, aun cuando no se los debe minimizar dado el ritmo actual de innovaciones. Según un informe del McKinsey Global Institute (6), doce tecnologías ya existentes van a sacudir los fundamentos del mercado laboral mundial. Algunas de ellas son bien conocidas, otras menos. Estas son la “Internet nómade” (wi-fi), la automatización del trabajo intelectual, la “Internet de los objetos”, la informática en la nube, la robótica avanzada, los vehículos semiautónomos o autónomos, la genómica de nueva generación, la acumulación (stockage) de energía, la impresión tridimensional (3D), los materiales avanzados, la exploración y la recuperación avanzada de petróleo y de gas, y la energía renovable.

Otro estudio (7) sobre el riesgo de la automatización de empleos, llevado a cabo por la Universidad de Oxford, indica que la informatización afectará alrededor del 47% de los empleos existentes en Estados Unidos en el curso de las próximas dos décadas. Sus autores analizaron 702 categorías de ocupaciones o profesiones bajo el ángulo de las tareas efectuadas y las habilidades exigidas, y comparando éstas últimas con las capacidades existentes o anticipadas de los equipos informáticos. A partir de los resultados, esas ocupaciones fueron seguidamente clasificadas según el grado de probabilidad de ser automatizadas, para estimar su vulnerabilidad.

El estudio sugiere que dos nuevas olas de automatización se sucederán en el curso de las próximas dos décadas: la primera ola pondrá en alto riesgo los empleos en el transporte, las actividades logísticas y las tareas de apoyo administrativo, y aumentará la vulnerabilidad de los empleos en el sector de servicios, en ocupaciones como choferes de taxi, recepcionistas, auxiliares jurídicos, bibliotécnicos, aseguradores o vendedores de servicios por teléfono. La segunda ola, por otra parte, no tendrá impactos hasta que se resuelvan las dificultades que se plantean actualmente en la “imitación informática” de la percepción humana, de la creatividad y de la inteligencia social. Pero a medida que el recurso a la “masticación” de megadatos pueda superar las dificultades actuales, los empleos que exigen juicio, saber, creatividad y habilidades interpersonales comenzarán a ser afectados (8), por lo cual los autores del estudio se muestran prudentes y no cifran el número de empleos susceptibles de ser afectados. Por el contrario, los autores del informe de McKinsey Global Institute estiman que los algoritmos sofisticados podrían substituir (el empleo) de 120 a 140 millones de trabajadores en el terreno del saber, y a nivel mundial.

En suma, como ya sucedió, la tecnología seguirá progresando y nuevos avances acelerarán el ritmo de las innovaciones. Las tareas que puedan ser ejecutadas más rápidamente y a un menor costo por los dispositivos robóticos e informáticos lo serán irremediablemente. Tal dinámica podría incluir ciertos aspectos de las tareas definidas como creativas. No solo serán automatizadas las tareas que requieren menos cualificación, sabiendo sin embargo que “el trabajo humano deberá tener por largo tiempo una ventaja comparativa en las tareas que requieren formas de manipulación y de percepción complejas”.

Fijación en la economía y negación de la sociedad
La única tesis que avanza el pensamiento económico dominante es que la automatización eliminará simplemente las categorías de empleos que han devenido obsoletas y que las reemplazará por nuevas, contribuyendo incluso al crecimiento del número de empleos. Se plantea que, con el conjunto de las nuevas tecnologías, la automatización facilitará otros descubrimientos que permitirán la concepción de diferentes productos y, consecuentemente, la creación de nuevos empleos. Asimismo, se afirma que la automatización incentivará a que los trabajadores menos calificados busquen subir en la escala de cualificaciones para poder ocupar esos nuevos empleos, y que en tal contexto la cuestión fundamental será la formación profesional. Se trataría simplemente, según este “pensamiento único”, de una evolución similar a la que se produjo durante el desenvolvimiento del sistema maquinista industrial en las fábricas del precedente período tecnológico. Recordemos que ese proceso contribuyó, en efecto, al crecimiento de los empleos y a la creación de nuevas categorías de trabajo más interesantes y mejor remuneradas, contribuyendo así a la afirmación gradual de una ciudadanía en el trabajo, de una ciudadanía industrial.

De manera similar, nos dice el pensamiento dominante, los programas informáticos, los algoritmos, los robots y demás aplicaciones cibernéticas inscribirán a los seres humanos en un nuevo círculo virtuoso de desarrollo, propulsándolos hacia tareas de creciente valor. En suma, esas tareas permitirán a los trabajadores mejor afirmar su dimensión humana, disminuyendo los trabajos pesados y liberando los talentos según los potenciales de los individuos. Parafraseando a Joseph Schumpeter, la automatización es vista como un simple episodio de la ‘destrucción creadora’ en marcha, y sus consecuencias sociales son tratadas como un apéndice normal, siendo así banalizadas.

Si el pasado puede ser útil para imaginar el futuro, de manera alguna es garante de que así será ¿Podemos verdaderamente pretender que ésta ‘era de los robots inteligentes’ puede ser comparada a la que inauguró la máquina de vapor? ¿Tomamos suficientemente en cuenta las especificidades de la mutación económica y social que la generalización de la automatización está provocando? ¿Más precisamente, si el robot reemplaza al trabajador, quién consumirá? ¿Con qué poder de compra? ¿Cómo podrá mantenerse la demanda final en esas condiciones? ¿Qué sucederá con el crecimiento económico, necesidad sistémica del capitalismo? ¿Cómo podrá mantenerse la formación y reproducción del capital, puesto que el dinero atesorado, las mercancías no vendidas y los valores inmovilizados no constituyen capital, sino a lo sumo valores en espera de realizarse en tanto que capital? ¿Cómo hacer para que el ingreso de cada uno dependa del trabajo que provee? Más ampliamente, ¿hacia qué tipo de sociedad llevará la destrucción de empleos si el crecimiento económico ya no es alcanzable? ¿Qué pensar si se verifican las dudas del economista Robert J. Gordon de la Universidad NorthWestern, de que las innovaciones no tendrán en el futuro el mismo potencial en materia de crecimiento que en el pasado? ¿Qué devendrá la sociedad si se revela exacta su opinión de que el crecimiento económico rápido registrado a partir de 1750, y durante 250 años, no ha sido finalmente otra cosa que un episodio único y excepcional en la historia de la humanidad? (9).

Las extrapolaciones que se permite el pensamiento económico dominante en relación a la evolución futura de los empleos reposan sustancialmente sobre el carácter comparable de las ‘eras de la máquina’, aunque no hay nada que lo sustente. La ruptura de la continuidad con la era industrial de la cual estamos saliendo ha sido bien puesta en evidencia por los pensadores estadounidenses Brynjolfsson y McAfee en “The Second Machine Age” (La segunda era de la máquina). A lo largo de la ‘primera era de la máquina’, la relación entre la máquina y el ser humano fue una de complementariedad. 

La máquina permitía al ser humano decuplar su fuerza y sus habilidades, estando siempre bajo su control. Más aún, a medida que la maquina evolucionaba, mayor era la necesidad de la presencia del ser humano para controlarla. En la ‘segunda era’, la relación entre el ser humano y la maquinaria se orienta más vale hacia la substitución del ser humano por la máquina, con la automatización asumiendo el sistema de control de una maquinaria cada vez más eficiente respecto al ser humano en esa tarea. La necesidad de una presencia humana decrece rápidamente a medida que aumenta la capacidad de potencia de los sistemas automatizados, que actualmente se duplica cada dos años.

Estimulado por la creación incesante de informaciones digitalizadas y por nuevas formas de combinar ideas existentes para generar nuevas y mejores ideas, un verdadero huracán tecnológico se abate sobre la economía y trastorna el mercado del trabajo, lo que se refleja ya en los indicadores económicos recientes. Los empleos y los salarios caen mientras que la productividad y las ganancias se disparan (10). Si las tecnologías digitalizadas proveen los medios para la abundancia en la producción, también generan las condiciones para que ésta sea muy mal distribuida. Esta es, por otra parte, una característica que no tiene nada de temporal ni de fortuita, sino que proviene tanto del régimen de propiedad capitalista como del funcionamiento de las tecnologías digitalizadas, y de la utilización que de ellas se hace.

Combinatorias y exponenciales, estas tecnologías engendran una radical dinámica económica al posibilitar la conversión de una ventaja relativa –sea de un producto físico o de un servicio- en factor de dominación casi total de un nicho o segmento del mercado, con el ganador quedándose con todo el mercado. Asimismo favorecen al capital en detrimento del trabajo; el trabajo calificado en detrimento del trabajo no calificado; a los agentes económicos “superestrellas” capaces de conquistar los mercados mundiales para cerrarlos a la competencia, en detrimento de los agentes económicos locales (11).

Es igualmente dudoso que la actual revolución digital pueda crear una abundancia de empleos interesantes y bien remunerados. Ciertamente que creará un buen número, pero no en la cantidad que nos quiere hacer creer el pensamiento económico dominante cuando afirma que si los trabajadores mejoran sus cualificaciones y sus competencias, eso será suficiente para que asciendan hacia tareas de creciente valor. Se trata de un mensaje tranquilizador que en realidad es un mito, puesto que solamente un relativamente reducido número de trabajadores podrá acceder a categorías de trabajo más nobles. ¿Cuál será el destino de los otros? Una primera parte de los trabajadores seguirán confinados en la parte baja de la escala, porque ahí se encontraban. Una segunda parte se deslizará de la parte media hacia la parte baja de la escala, y una tercera parte simplemente perderá sus empleos.

En la realidad ya asistimos a la desaparición de empleos poco o medianamente calificados y a la migración forzada de trabajadores hacia empleos menos bien remunerados, frecuentemente precarios, sin seguridad de empleo y con condiciones de trabajo más duras, o directamente condenados a la salida del mercado laboral. Estamos asistiendo, en realidad, a una polarización gradual del mercado del trabajo entre empleos poco cualificados y mal pagados, y empleos más gratificantes y mejor remunerados. Para David Autor, un experto en materia del trabajo del MIT, esta polarización del mercado del trabajo, en Estados Unidos y en dieciséis Estados miembros de la Unión Europea, es el verdadero inconveniente de la automatización desde hace ya algún tiempo (12).

Sin embargo, este no es el único efecto de la revolución digital, que si bien ha creado categorías de trabajo interesantes en lo alto de la escala, en revancha también contribuye poderosamente a la inseguridad del empleo y a imponer condiciones muy duras de trabajo en las categorías relegadas o en vías de ser relegadas a la base de la escala. En su trabajo titulado Mindless – Why Smarter Machines are Making Dumber Humans, Simon Heads describe cómo los sistemas de gestión de personal semiautomatizados han transformado las condiciones de trabajo en los almacenes de las grandes empresas, en los bancos y en los centros de llamadas (13). Tales sistemas permiten seguir, literalmente, los movimientos y acciones de los empleados asalariados en la ejecución de sus tareas, juzgar su eficiencia y despedirlos si fuera necesario. Más aún, este tipo de gestión a partir de una pantalla de computadora evita a los responsables del personal los aspectos ‘desagradables’ de la confrontación con los empleados, y de evitar que se tenga en cuenta su situación particular.

Simon Head cita como ejemplo el funcionamiento de los almacenes de la compañía Amazone. Los algoritmos de esta empresa reciben los pedidos que entran y crean inmediatamente una ‘ruta’ a seguir por el empleado. Este último debe conformarse a esa ‘ruta’ y respetar el tiempo asignado para la ejecución del conjunto de gestos y desplazamientos a efectuar, y eso bajo pena de despido. Tratándose de ‘empleados temporales’ los responsables de la gestión laboral pueden despedir fácilmente a los empleados que no mantienen el ritmo exigido. Al poder reemplazar rápidamente a estos empleados por otros, al mismo tiempo la empresa se asegura que podrá seguir manteniendo los salarios muy bajos. En estos casos hay, de hecho, un retorno a condiciones de explotación abusiva gracias a la combinación de los métodos de la llamada ‘organización científica del trabajo’ (OCT), -los algoritmos que minutan la ejecución de la tarea asignada- con las ventajas de seguimiento y control que proporcionan los sistemas informáticos.

Esta combinación ha dado un nuevo impulso a la propensión de la OCT de crear ámbitos de trabajo controlados verticalmente, donde los trabajadores son despojados de sus competencias y de toda satisfacción en la ejecución de las tareas. Precisemos que es tal combinación la que produce efectos tan nefastos, y no la automatización en sí.

Monopolización de la economía y regresión salarial
La noción de ‘tareas de valor creciente’, presentada por el pensamiento económico dominante como una panacea, es bastante difusa ¿Quién se beneficia de este valor creciente? ¿El empleador o el empleado? Retomando la pregunta del ensayista Nicholas Carr, “¿medimos éste valor en el plano de la productividad y de las ganancias, o en el terreno de la competencia y de la satisfacción del trabajador?” (14). Estas dos apreciaciones no solamente son diferentes, sino que muy seguido están en conflicto entre sí, como testimonia la historia de las relaciones laborales.

Además, si la automatización contribuye a reducir el número de trabajadores requeridos para una tarea dada, también tenderá a reducir las cualificaciones exigidas para cumplirla. Al ritmo actual del progreso técnico no se puede dejar de pensar que tal erosión de las cualificaciones requeridas terminará alcanzando a las ‘tareas de valor creciente’, forzando así a que trabajadores muy cualificados se vean forzados a aceptar puestos de baja cualificación. Este proceso estaría ya en curso, según los datos presentados por Paul Beaudry y David A. Green de la Universidad de British Columbia, y por Ben Sand de la Universidad York, ambas de Canadá (15), quienes revelan que los jóvenes egresados de las más prestigiosas universidades de América del Norte que estudiaron para alcanzar los bien pagados puestos en las finanzas o la alta tecnología, cada vez más raros de encontrar, están viéndose obligados a ‘refugiarse’ en empleos de un tipo inferior para los cuales fueron preparados, o sea que son demasiados cualificados para los empleos existentes. Según los autores citados, desde el comienzo de este siglo cada nueva cohorte de diplomados se encuentra enfrentada a un mercado laboral en el cual van disminuyendo la oferta de empleos prestigiosos y bien remunerados. En el 2010, el número de tales empleos había disminuido al nivel de 1990. Esto revela una contradicción importante entre el discurso euforizante en torno a la ‘economía del conocimiento’ y la realidad factual. Las dificultades crecientes de los jóvenes diplomados estadounidenses a reembolsar las deudas contratadas para financiar sus estudios son una ilustración brutal de la realidad. A finales del 2015 el total de esas deudas sumaba 1.3 billón de dólares (16)

Pero no todo se resume a una simple cuestión de brecha salarial entre los trabajadores más escolarizados y a la necesidad absoluta para los trabajadores menos formados de subir en la escala de cualificaciones para sobrevivir a la actual transformación del mercado laboral. En realidad esta brecha se mantiene estable, como vemos en Estados Unidos, donde los salarios de los trabajadores más escolarizados comenzaron a estancarse desde antes de la crisis financiera del 2008 (17). Lo que significa que no todo de lo que sucede en el mercado laboral se puede atribuir a los impactos del progreso tecnológico.

En una de sus crónicas en el New York Times el economista Paul Krugman subraya que la explicación se sitúa también en el fuerte aumento del poder monopolista. Habría de un lado los robots y del otro los “barones ladrones” (robber barons). Si el progreso tecnológico favoreció a las empresas en detrimento de los asalariados, la concentración de empresas, por las fusiones o tomas de control, contribuyen igualmente al debilitamiento de los trabajadores (18). En casi todos los sectores de nuestra economía –escriben Barry C. Lynn y Phillip Longman en Who broke America’s Jobs Machine (19)-, un número mucho menor de grandes empresas controlan mayores partes de sus mercados, comparativamente a la situación de hace una generación.

Esta concentración permite a esas empresas mastodontes utilizar su creciente poder monopolístico para aumentar los precios impunemente, evitando al mismo tiempo acordar una fracción de la ganancia a sus empleados. Esta práctica es dañina tanto para el crecimiento de la demanda como para las inversiones. De hecho, estos grandes grupos se inscriben así en un comportamiento rentista. Es haciendo bajar constantemente la parte de los trabajadores asalariados en la distribución del valor agregado que, finalmente, pueden mantenerse en posición dominante. Y esta disminución de la parte salarial tiene como contrapartida el aumento de aquella destinada a las ganancias, sin que eso conduzca, empero, a un incremento de las inversiones. El declive del gasto en inversiones mundiales ha pasado a ser algo persistente en los últimos años (20).

En suma, el descenso de la parte salarial sirve para aumentar la distribución de las ganancias no invertidas bajo la forma de dividendos a los accionistas, bajo la presión de los mercados financieros. La desigualdad de los ingresos se vuelve más profunda, revelando así la gigantesca transferencia de riquezas que tiene lugar, de los asalariados y hacia la clase capitalista en su sentido más amplio, en un proceso que no genera un aumento de la riqueza real global (21)

Por otra parte, las empresas en causa se comportan de esta manera no importa dónde se encuentren, países desarrollados o países en vías de desarrollo, y actúan así gracias al marco definido a la vez por las normas de excesiva rentabilidad económica impuestas por los accionistas y por la rarificación de las oportunidades de inversiones rentables en economías en las cuales por razones estructurales el crecimiento se ha ralentizado. Y es así que estas empresas explotan sin piedad una correlación de fuerzas que, por los efectos de la combinación de la globalización y de la financiarización que se refuerzan mutualmente, ha sido convertida en muy desfavorable para los trabajadores. Hay que subrayar que ambos fenómenos son de carácter socioeconómico, y no tecnológico.

Fruto de la desregulación tan importante en el pensamiento económico dominante de inspiración neoliberal, el poder monopolístico mencionado anteriormente debe ser visto como el producto de un capitalismo con una sobredosis de sí mismo, retomando la definición de Wolfang Streeck (22).

¿Cambia la automatización las reglas de juego del capitalismo?
Antiguas cuestiones relacionadas con las ganancias, la utilización de las ganancias y la propiedad del capital reaparecen en los análisis y se añaden a las consideraciones más específicas de los impactos económicos y sociales del progreso tecnológico. La automatización no puede ser objetada en sí misma. Todo depende de la utilización que de ella se haga, de los valores que la encuadran y de la finalidad proseguida por la empresa y el sistema socioeconómico. En otras palabras, las sociedades no podrán avanzar exitosamente en el camino de la automatización de la producción de bienes y servicios sin reconsiderar cuestiones fundamentales, como el consumo, el trabajo, el ocio y la repartición de los ingresos. El profesor Robert Skidelsky, de la universidad británica de Warwick, ha subrayado en ese sentido que “sin esos esfuerzos de imaginación social, el restablecimiento después de la crisis actual será simplemente un preludio a otras calamidades aplastantes en el futuro” (23). La más actual de esas amenazantes calamidades es la división de la sociedad en dos partes, con una de ellas compuesta por una minoría de productores, profesionales, supervisores y especuladores financieros, y la otra parte conformada por una mayoría forzada a la ociosidad y a una existencia precaria.

El economista John M. Keynes (24) había asociado el progreso tecnológico a la posibilidad de liberar al menos parcialmente a la humanidad de su carga más antigua y natural, el trabajo. Pero, en el momento mismo en que esta posibilidad está al alcance de la mano, nuestro sistema socioeconómico se muestra incapaz de convertir el crecimiento de la riqueza y el aumento del desempleo tecnológico que lo acompaña en incremento del tiempo de ocio voluntario, y de abordar el trabajo de otra manera que como una mercancía. En un contexto en el cual la función mercantil prima sobre las otras funciones sociales, abordar el trabajo de manera diferente sería reconocer que las leyes del mercado difícilmente se pueden aplicar a esta mercancía que Karl Polanyi (25) tan justamente describió como ficticia. En síntesis, eso sería reconocer que la “magia del mercado” no podrá resolver el problema de la rarificación creciente del empleo, producto de la ruptura del ‘casamiento de razón’, viejo de dos siglos, entre el capital y el trabajo asalariado.

En “La Gran Transformación”, Polanyi nos recuerda que una economía de mercado requiere de una sociedad de mercado, en la cual el mercado autoregulado, pero en realidad desenfrenado, tiende a extenderse mucho más allá de su terreno original, el comercio de bienes materiales y de servicios. Es así que el mercado coloniza poco a poco todas las dimensiones de la actividad humana, asimilándolas a mercancías sin importar su compatibilidad a que pudieran devenirlo. Toda producción debe estar destinada a la venta y ese debe ser el origen de todo ingreso. En términos marxistas hablaríamos de subsunción a la lógica de la acumulación del capital. La tierra (o la naturaleza), el trabajo y el dinero, elementos no destinados a la venta, han sido convertidos en mercancías falsas, en mercancías ficticias pero ya encastradas en el mercado. Vivir del trabajo de uno sin pasar por el sistema se ha convertido en algo imposible.

Y sin embargo, al no imponerse límites, esta expansión del mercado conlleva en sí misma el riesgo permanente de socavarse y de minar así la viabilidad del sistema socioeconómico capitalista. Es precisamente por eso que en un pasado reciente, en los países centrales del capitalismo industrial, mediante leyes, reglamentos e instituciones se intentaba, con mayor o menor éxito, limitar esta expansión del mercado para evitar que infringiese los elementos fundadores de toda sociedad, como el altruismo, las relaciones de buena fe o la solidaridad en el seno de las familias y de las colectividades. De hecho, se trataba de impedir que el capitalismo se autodestruyera al devenir totalmente capitalista, demoliendo mediante la expansión del mercado las fundaciones no capitalistas de la sociedad en la cual había triunfado. Es por eso que desde esta óptica el trabajo, fruto de la actividad humana, la tierra, una subdivisión de la naturaleza, y el dinero, cuyas fluctuaciones son peligrosas para la organización de la producción, fueron objeto de muy diversos acomodamientos reglamentarios, con frecuencia ambiguos, entre las élites políticas y financieras, para tratar de proteger la sociedad de una mercantilización completa.

Desde entonces, con el retorno del liberalismo económico puro y duro, y de la subsecuente globalización, el capital adquirió una movilidad que le ha dado un poder coercitivo sin equivalencia sobre los Estados. Diferentes tratados internacionales, por otra parte, han creado por encima de la política los santuarios que protegen los intereses de las finanzas y de los monopolios. Si las orientaciones de un gobierno no responden a las exigencias de los inversores, estos últimos los sancionan inmediatamente retirando sus capitales, escapando así a toda restricción mínimamente inspirada por la noción del bien común o por imperativos sociales, sean de naturaleza medioambiental, de protección de la salud, de la seguridad del empleo, de condiciones de trabajo o de prosperidad.

Como apunta Zaki Laïdi (26), en la actualidad la fuerza ideológica de la sociedad de mercado reside quizás no tanto en su capacidad de convertir en mercantiles los sectores no comerciales, sino en representar la vida social como un espacio comercial, incluso cuando no hay cómo poder entablar una transacción mercantil. Y agrega que éste es un punto fundamental que se debe explicar. Se puede decir, por ejemplo, que en el sector de la educación la sociedad de mercado está actuando, no porque se lo privatiza a toda marcha, sino porque socialmente se nos presenta cada vez más la escuela como una empresa de servicios cuya misión es preparar a los niños para la vida activa. En efecto, podemos agregar, la escuela se encuentra así reducida a un simple lugar de ‘prestación de servicios’ a los ‘clientes’, algo que sucede ya con los demás bienes y servicios que hasta recientemente eran percibidos como cuasi-derechos sociales, como es notable en los casos de la salud pública o el sistema de correo postal.

En este contexto no es sorprendente constatar que la mayoría de los estudios consagrados a los cambios provocados por los avances tecnológicos en las últimas décadas sobre las formas de producción se inscriban en la lógica dominante. Es decir, en una concepción del desarrollo que confunde crecimiento y desarrollo e ignora las “externalidades”, sean los daños ecológicos y sociales; que considera como infinitos los recursos del planeta; que acuerda la prioridad al valor de cambio en detrimento del valor de uso, o del valor concreto de un bien o de un servicio; y que asimila la economía a las tasas de ganancia y a la acumulación de capital, aunque eso genera profundas desigualdades. Muy pocos estudios abordan las consecuencias socioeconómicas de estos cambios y de su impacto sobre la supervivencia misma de las sociedades nacidas de la civilización del capitalismo industrial. Pensemos en los contragolpes de la rarificación de los empleos y la disminución de la masa salarial sobre la demanda de productos y servicios o sobre los ingresos fiscales de las colectividades municipales, provinciales y estatales, y lo que eso significa para su capacidad de continuar manteniendo el financiamiento de las infraestructuras y de los programas sociales. ¿Podrán sobrevivir mucho más tiempo sin tener que revisitar sus fundamentos básicos, sea su relación con la naturaleza; su sistema técnico de producción de la base material de la vida, en el sentido físico, cultural y espiritual; su manera de organizarse colectivamente en los planos políticos y sociales; su forma de interpretar la realidad y de dedicarse a su construcción, su manera de ser y de actuar, su cultura en suma? En otras palabras, ¿podrán sobrevivir sin revisitar su modo de producción?

La automatización en la génesis de un modo de producción poscapitalista
Un modo de producción no concierne solamente la manera mediante la cual son tratados los factores de producción para brindar un bien o un servicio a ofertar para el consumo. Como lo precisó el historiador británico Eric Hobsbawm en Marx et l’Histoire (27), “un modo de producción incluye a la vez un programa particular de producción (una manera de producir, sobre la base de una tecnología y de una división productiva de la mano de obra en particular) y un conjunto especifico, históricamente válido, de relaciones sociales a través de las cuales la mano de obra es desplegada para extraer energía de la naturaleza mediante herramientas, experiencia, organización y conocimientos, en un momento dado de su desarrollo, a través del cual los excedentes producidos socialmente circulan, son distribuidos y utilizados para su acumulación u otros fines”.

Un cambio en el modo de producción implica pues un cambio de los principales aspectos que regulan la organización social de las relaciones de producción entre los seres humanos para la puesta en marcha de las fuerzas productivas (trabajadores, maquinarias, tecnología), e históricamente un cambio de este tipo ha venido acompañado de cambios en el sistema de propiedad de los medios de producción.

Un nuevo modo de producción determina a la vez la organización social de la producción, por ejemplo el recurso al trabajo asalariado, la repartición del fruto del trabajo y las relaciones entre las clases sociales, estas últimas encontrándose separadas por el lugar que ocupan en las relaciones de producción y por sus intereses respectivos. Podemos entonces comenzar aquí a interrogarnos sobre la naturaleza de las relaciones sociales que prevalecerán en un modo de producción en el cual la repartición de la creación de valor agregado no podrá seguir siendo hecha, en lo fundamental, a partir del trabajo asalariado.

En efecto, cuando las élites dirigentes permiten que la esfera de la economía se libere del control social (o del control político), inevitablemente la sociedad sufre las consecuencias, porque es desmantelada en beneficio de las fuerzas económicas. La decadencia del feudalismo, ya minado y corroído interiormente por el dinero, es una buena ilustración. El ascenso de las fuerzas financieras de aquella época permitió quebrar el sistema feudal desde arriba, subordinando social y políticamente a la señoría feudal por medio de préstamos, y por abajo encerrando a los campesinos en la espiral de los préstamos usurarios. Las bases sociales del régimen feudal fueron así poco a poco destruidas, permitiendo de esta manera el desarrollo de un nuevo modo de producción fundado sobre la propiedad privada de los medios de producción. Esos medios fueron las tierras arables, y más tarde las manufacturas. Ese proceso, o sea la destrucción de una jerarquía social en plena decadencia, de un régimen de propiedad y de un modo de producción que habían alcanzado sus límites, abrió la puerta del progreso económico y social.

La situación actual recuerda esta dinámica. La dislocación de la sociedad salida de la civilización del capitalismo industrial en los países avanzados sigue su marcha porque la economía, desencastrada de lo social y dirigida hacia el restablecimiento a toda costa de altas tasas de ganancia, está en el puesto de comando. Las bases sociales de esta civilización han sido erosionadas, particularmente las garantías que ofrecían los derechos sociales y los contrapesos al derecho de propiedad privada introducidos por los derechos laborales colectivos. Todo el edificio de protección y de derechos que sirvió de incubadora para la ciudadanía industrial –de finales de la segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970-, está agrietado por los impactos de la ‘terciarización’ laboral, de la informática, de las maquiladoras, de la multiplicación de los contratos temporales, entre la panoplia de medios destinados a aumentar las ganancias de las empresas.

Hubo cambios estructurales no solamente en el sistema técnico de producción, sino igualmente en el régimen de propiedad y en su influencia sobre los medios de producción y la riqueza colectiva. Todavía sigue su curso el largo período de transición sistémica que comenzó en la década de 1970. Este es a la vez un período de incertitud profunda, un momento de masivo cuestionamiento sobre los logros de la “civilización industrial”, y un tiempo de maduración y de emergencia progresiva de un nuevo modo de producción que se construye ineluctablemente sobre las nuevas potencialidades tecnológicas, institucionales y sociopolíticas. La naturaleza de las relaciones sociales de producción que resultarán es una cuestión civilizacional.

Paralelamente, desde un punto de vista estructural el capital está llegando al límite de su capacidad de valorización. La instauración de un modo de producción que se libera en consecuencia de la fuerza de trabajo humana y del trabajo asalariado (trabajo vivo) pone también término a la producción de valor, atrapando completamente al capital en el callejón sin salida que constituye la creación de demasiadas fuerzas de producción y de mercancías, y una insuficiente masa salarial que alimente la demanda final para absorberlas, o dicho de otra manera, demasiado capital acumulado y una plusvalía insuficiente para permitir su reproducción, para su realización. Estas son dos manifestaciones de una misma contradicción, que reside en el hecho de que el capital siempre ha tendido a disminuir la cantidad de trabajo asalariado que él emplea, al mismo tiempo que tiende a aumentar la potencia de las fuerzas productivas y la cantidad de mercancías producidas. Su objetivo y su propia naturaleza lo llevan a producir más y a más bajo costo, para lograr suficientes ganancias que le permitan la acumulación y llevar a cabo nuevas inversiones. La automatización agrava fatalmente esta contradicción fundamental, puesto que se necesita mantener una creciente demanda, y no son ni serán los robots que comprarán las mercancías producidas por ellos mismos: substitutos de los trabajadores cuyos salarios alimentan la demanda, los robots no pueden participar en la regeneración del capital. Sin trabajo asalariado el problema de la solvencia de los consumidores se plantea inmediatamente, como también la cuestión de la perennidad misma del sistema económico.

Mutación regresiva y dislocación social
La concentración de riquezas en este período de transición sobrepasa actualmente los límites de lo concebible para la existencia de una sociedad compleja. Conjugada a un desempleo tenaz, convertido en estructural por el deslizamiento masivo hacia un desempleo de larga duración y la salida de la vida activa para un creciente número de trabajadores, esta concentración de riquezas permite entrever la construcción de un nuevo sistema sociopolítico que reproducirá y amplificará los peores aspectos del sistema actual. Los cambios profundos en curso en la estructura de clases en los países de la ‘Triada’ son signos indicativos en este sentido (28).

Examinando los cambios intervenidos en la esfera del trabajo (29), el sociólogo británico Guy Standing nota que la estructura de clases creada por la civilización industrial está fragmentándose en los países centrales. La liberalización de la economía y la globalización han sacudido el orden económico, pero también las relaciones sociales, y ambos factores han puesto fin al consenso subyacente del Estado del bienestar creado después de la segunda Guerra Mundial, que consistía en un liberalismo en parte encastrado en lo social, con la característica –fruto de los derechos sociales modernos- que permitía una limitada ‘desmercantilización’ del trabajo. Ambas evoluciones –el neoliberalismo y la globalización-, han poderosamente contribuido a crear un contexto en el cual todo queda subordinado a los rigores de la competencia, que sea a nivel de la producción, la distribución, el consumo, la empresa, la nación o el individuo. Si ambos factores han llevado en la periferia, en particular en Asia, a la industrialización y a la urbanización, por la explotación de una mano de obra abundante, de bajo costo, y muy seguido educada y calificada, en revancha en los países centrales condujo a la desindustrialización, a la generalización del subempleo y la eliminación progresiva de las ventajas sociales y salariales adquiridas por las luchas de los trabajadores. Poco a poco las “sociedades del trabajo” fueron convertidas en “sociedades sin trabajos”.

La liberalización y la mundialización han concurrido así a la desagregación de la ciudadanía efectiva de la cual se beneficiaba una proporción importante de los trabajadores en los países centrales. Esta ciudadanía efectiva o industrial se fundaba en los derechos colectivos que a través de las luchas de clase cristalizaron avances importantes en materia de políticas públicas para el trabajo y abrieron la vía hacia el disfrute de derechos políticos y sociales en las sociedades industriales avanzadas. Todo esto se ha ido ‘licuando’ en el curso de la transformación de los medios de trabajo, por la influencia del desarrollo acelerado de las tecnologías de información y de telecomunicación, por la transnacionalización creciente de la producción de bienes y servicios, los cambios en la organización del trabajo, la destrucción y la restructuración del trabajo en el tiempo y el espacio, y la multiplicación y fragmentación de las identidades individuales y colectivas, en el trabajo y el resto de la vida (30).

Las antiguas jerarquías se han reforzado y nuevas fisuras salieron a luz en los rangos de quienes no tienen otra cosa que vender que su fuerza de trabajo. La brecha de ingresos con las clases superiores siguió creciendo. La creación de cadenas de producción mundiales y la constitución de espacios de poder internacionales han fragilizado a las clases trabajadoras, que han sido aún más alejadas de los centros de poder y de decisión. 

Las diferencias se han acentuado a medida que la economía perdía su sincronización con la sociedad, y se han convertido en muy marcadas en materia de ingresos, de salarios, de condiciones de empleo y de trabajo, de habitación y de la vida en general. Estas diferencias reflejan al mismo tiempo el aumento de la desigualdad y de la inseguridad económica, y el deslizamiento de una masa crítica de la población hacia una precariedad sin salida, y traducen en realidad la emergencia de una nueva estratificación social y la evolución de las mentalidades hacia la desigualdad y la orientación de las políticas sociales. Esta evolución complica, entre otras cosas, la defensa de los derechos adquiridos o las reivindicaciones de orden social.

Guy Standing distingue, por ejemplo, siete estratos jerarquizados en función del ingreso social. En la cúspide de esta jerarquía figura una pequeña élite global y globalista dotada de una inmensa influencia política; inmediatamente debajo están quienes reciben muy altos salarios, y los profesionales o técnicos a su servicio; en el medio está lo que resta de la clase trabajadora y de personal todavía estable de empresas, organismos y administraciones; y en la parte inferior se encuentran los trabajadores precarios o el “precariado”, flanqueados por los desempleados de larga duración, y finalmente los individuos marginados. Estos últimos constituyen el equivalente del lumpen-proletariado o del sub-proletariado de antaño. Standing señala, igualmente, que el régimen estatal de seguridad social está en el epicentro de una polarización: los tres estratos superiores tienden a desligarse de él más que a tratar de mejorarlo, mientras que los estratos inferiores van perdiendo el acceso por los mecanismos de inadmisibilidad o de restricciones a las prestaciones sociales existentes. La reciprocidad y la redistribución, que constituyen la esencia de la civilización, se encuentran considerablemente debilitadas.

El fenómeno distintivo de esta nueva estratificación social es el “precariado”, que no se limita a las sociedades de los países avanzados, ya que la mayoría de las poblaciones de los países en desarrollo o emergentes viven también en la inestabilidad y la inseguridad del empleo. El “precariado” reúne tanto a los trabajadores intelectuales y a los jóvenes trabajadores como a los trabajadores inmigrados y a los “trabajadores pobres’, todos ellos desprovistos de perspectiva de futuro, despojados de un buen número de derechos y sin acceso a lo que sobrevive de la clase trabajadora y de los derechos de la ciudadanía industrial.

En muchos aspectos este fenómeno comienza a presentarse como la emergencia de una nueva clase social constituida por personas en situación de precariedad permanente en el mercado laboral. Este grupo de trabajadores tiene el potencial de constituirse en una verdadera clase social, en sí o quizás para sí, en la medida en que esos trabajadores se inscriben ya en las relaciones de producción y de distribución que les son especificas. 

Estas especificidades, como subraya Standing en “La Carta del Precariado”, les conducen a una conciencia distinta y propia a ellos sobre la necesidad de reformas y de políticas sociales (31). En coyunturas sociales y políticas particulares, la similitud de sus posiciones objetivas podría conducirlos a movilizarse a nivel nacional e internacional, y a jugar colectivamente un importante papel como agente del cambio. Pensemos en las recientes movilizaciones masivas de los empleados de los fast-foods en Estados Unidos para obtener un salario mínimo de 15 dólares la hora. Otro ejemplo es proporcionado por los desempleados y trabajadores precarios de Madrid, España, que recientemente se han dotado de una estructura de coordinación y de una plataforma económica, social y política (32).

Mientras tanto, estos trabajadores forman un mundo paralelo, al margen del contrato social ya ‘laminado’ por una sociedad de mercado que tiende hacia una forma de anarquía. Para más de un observador la sociedad de mercado tiende incluso hacia una “no-sociedad” regida finalmente por nada más que lazos contractuales y un código penal que amenaza con castigos. Si algo define bien esta dislocación social en curso es la incertitud en torno al trabajo-empleo. La desconexión radical y rápida de la economía en relación a la sociedad, provocada por las políticas neoliberales, ha transformado el vital tema del desempleo masivo y de la precarización del empleo en una cuestión de supervivencia para la sociedad actual, y en un reto fundamental para la sociedad que será necesario crear en el futuro.

Trabajar menos para que todos trabajen y gocen de tiempo libre
Las nociones de trabajo, de empleo y de tiempo han sido sujetos de reflexión desde tiempo inmemoriales y en todas las civilizaciones, y como prueba el poema “Los Trabajos y los Días” de Hesíodo escrito 700 años antes de Jesucristo, porque ambos definen en realidad la relación social del hombre con la naturaleza y la sociedad. El Trabajo, con T mayúscula, consiste en mucho más que la acepción corriente y puramente mercantil que reduce su campo de aplicación al trabajo asalariado, remunerado. De la misma manera, el Empleo no puede ser solamente reducido a “tener un empleo” o a “estar sin empleo”. Lo mismo con el Tiempo, única posesión de la cual disponemos verdaderamente en la finitud de nuestras vidas. Ese Tiempo no puede limitarse al proverbio “Time is Money”, erróneamente atribuido a Benjamín Franklin pero revelador de cómo en una sociedad capitalista el “tiempo” de trabajo (no pagado a los trabajadores) es un valor o una plusvalía para el capitalista.

El impasse social y económico actual remonta a las últimas tres o cuatro décadas y proviene, en efecto, de la crisis del trabajo-empleo y del mecanismo que permite la valorización del capital. En el curso de este período los empleos y los ingresos estables han devenido poco a poco un privilegio. Las sociedades occidentales fueron incapaces de conservar los logros de la civilización industrial y de aprovechar los progresos tecnológicos logrados desde entonces para reinventarse, convirtiendo el tiempo de ‘desempleo tecnológico’ en tiempo consagrado a las actividades socialmente útiles y al ocio voluntario. La persistencia del impasse social y económico indica que la reducción continua del trabajo-empleo define ahora y de manera fundamental la metamorfosis socioeconómica en curso. Sin embargo, a la vista de los aportes del progreso tecnológico reciente, este impasse crea también una ocasión única para poner en tela de juicio el orden económico vigente, su modelo de crecimiento y su régimen de propiedad. Los imperativos ineludibles de la vida en sociedad y las inevitables limitaciones medioambientales figuran entre otros elementos que incitan a tal cuestionamiento. El rechazo o la incapacidad de abordar esta ocasión consagrarían la vía que lleva directamente a una división de la sociedad en dos, de una parte la minoría de los riquísimos especuladores, de los productores y profesionales, en la otra la mayoría reducida al ocio forzado y a la miseria.

En las sociedades que evolucionan hacia el “sin empleo”, en lugar del “pleno empleo”, la disminución del trabajo-empleo puede ser tanto sinónimo de lo mejor como de lo peor. Como ha subrayado Immanuel Wallerstein, “la historia no está del lado de nadie. Cada uno de nosotros puede influir en el futuro, pero no sabemos y no podemos saber cómo actuarán los demás para también influir en él” (33). Desde el punto de vista de la defensa de los intereses de la mayoría, la cuestión estratégica es la de saber si la automatización y la robotización pueden efectivamente contribuir al asentamiento de un modo de producción que dispondría de los atributos necesarios para la emergencia de una sociedad poscapitalista. ¿Debemos ver o no en la automatización y la robotización los medios que permitirán una repartición diferente de las horas trabajadas y una utilización del tiempo más en fase con la participación social y el despliegue personal de los individuos? Dicho de otra manera, ¿podrían verdaderamente servir para cuestionar la presente división social del trabajo y conducir a una valorización diferente del tiempo consagrado a diferentes formas de actividades, sea el trabajo productivo, el trabajo reproductivo y las actividades personales o de placer? ¿Permitirán la automatización y la robotización la creación de nuevas formas de cambio y una mejor distribución social de la riqueza? ¿Y en esta óptica, el primer paso a dar no sería relanzar la reivindicación de una semana de trabajo más reducida?

André Gorz precisaba a este sujeto que lo esencial del combate a emprender no debería ser sobre la preservación de la estabilidad del trabajo-empleo en sí misma, sino más vale contra la tentativa de perpetuación de la ideología que glorifica el trabajo-empleo en sí mismo como la fuente de los derechos, de la identidad y del alcance de logros personales. 

La reducción del tiempo de trabajo requerido para responder a las necesidades materiales debería, pues, ser considerada en primer lugar en función de las nuevas posibilidades que se abren de emancipación colectiva y personal. Diferentes medidas, como un ingreso de existencia universal y de redes de cooperativas comunales de autoproducción, pueden abrir la vía a una reapropiación del trabajo y a la construcción de un futuro liberado del molde de una sociedad fundada sobre el trabajo-empleo y el salario.

Gorz también recordaba que el trabajo-empleo, el trabajo como mercancía, no era una categoría antropológica, sino un concepto inventado a finales del siglo 18. La monopolización gradual de los medios de trabajo permitió entonces aislar el trabajo de la persona que lo efectuaba, de sus intenciones y más fundamentalmente de sus necesidades. El trabajo quedó así reducido a la cantidad de fuerza abastecida por un “trabajador”, una cantidad medible e intercambiable por dinero, comprada por un patrón que determinaría en consecuencia tanto la finalidad como las modalidades y el precio del trabajo. El trabajo fue así llevado al rango de mercancía y el trabajador desposeído del producto de su trabajo, de su autonomía y del empleo de su tiempo, a cambio de un salario.

Desde entonces, el trabajo se encontró asociado con el empleo, mientras que las actividades propias a la supervivencia, a la reproducción social, al desarrollo de los individuos y sus comunidades, y esenciales desde tiempos inmemoriales al funcionamiento de no importa qué tipo de economía, fueron retiradas de la esfera económica y por lo tanto de toda evaluación monetaria. El ‘saber hacer’ asumió así la primacía sobre el ‘saber ser’. El trabajo-empleo se impuso a la vez como la única fuente de ingresos para poder vivir y de estatuto social, así como la única base posible de la formación de la sociedad y de su cohesión.

Hoy día, a pesar de la creciente rarificación del empleo, el discurso dominante hace como si esta rareza no se debe a causas sistémicas, y continua remachando que sin empleo nada es posible, que no se puede vivir en la dignidad y que todo ingreso acordado fuera de un empleo es una forma de caridad. Todo es hecho para impedir una salida de la noción trabajo-empleo, y en consecuencia de una revalorización del tiempo fuera del trabajo asalariado, y del trabajo en su sentido más amplio. Es muy paradójico que la lucha contra el desempleo y la reivindicación del pleno empleo contribuyan a complicar esta salida, al reforzar el estatus o lugar del trabajo-empleo en la sociedad. Todo tiende así a obstaculizar un cambio radical de las mentalidades en lo referente al trabajo-empleo y el tiempo fuera del trabajo asalariado.

Simultáneamente, la aspiración de alcanzar otras formas de ser y de actuar, otras prioridades que aquellas impuestas por un empleo, está creciendo en potencia. Esta aspiración está en fase con la evolución y los cambios de valores que se caracterizan por la convergencia entre la búsqueda de nuevos equilibrios (desarrollo personal/desarrollo profesional, calidad de vida, cantidad de bienes, etcétera), la aparición de nuevas expresiones de compromisos colectivos en los jóvenes (código fuente abierto, economía social, consumo cooperativo, por ejemplo) para reemplazar el consumo individual, por ejemplo, y la emergencia de una visión del mundo más consciente, más ecológica, y sobre todo más respetuosa de la coherencia entre los valores y el comportamiento (34). Esta no es una aspiración que data de ayer, ya que podemos encontrar su origen en las críticas del trabajo-empleo a comienzos del capitalismo, cuando no se lo consideró como siendo la salvación de la sociedad, ni tampoco como la fuente de riquezas en el siglo 20, sino más bien como una experiencia vectorial de afirmación y de realización de sí mismo. Las empresas del sector de nuevas tecnologías, entre otras, privilegian mucho este punto de vista (35).

El cambio y la evolución de los valores, la rarificación del empleo, la importancia adquirida por el desempleo crónico o de largo plazo, lo extendido y la persistencia del precariado, la liberación de la imaginación y la autonomía exigida por la economía del conocimiento, el nacimiento y la multiplicación de viables iniciativas económicas no-capitalistas, figuran entre otros muchos factores que pueden contribuir a borrar los obstáculos culturales que hacen que las gentes sean “incapaces de imaginar que podrían apropiarse del tiempo liberado del trabajo, de las intermitencias de más en más frecuentes y extendidas del empleo para desplegar auto-actividades que no necesitan de capital y que no lo valorizan” (36).

Sin embargo, ese bloqueo psicológico sigue presente y el debate sobre el futuro del trabajo se cristaliza más que nunca antes en torno a la noción de “ingreso de existencia”

La potente idea de instaurar un ingreso de base distribuido por igual a todos para asegurar la supervivencia de cada uno no es nueva, Thomas Paine la mencionaba en 1797. Desde entonces ha sido objeto de diferentes interpretaciones, marcadas por las concepciones ideológicas de quienes las presentaron en un momento u otro. Más recientemente hubo quienes percibieron esta idea como un mal menor para enfrentar los peligros de un estancamiento percibido como secular, o más aún, como una herramienta apropiada para llevar más lejos la fórmula del “workfare” (retribuir la ayuda monetaria con trabajo, capacitación o estudios, por ejemplo). Por otra parte hay quienes la ven como una panacea frente a la pobreza o una manera de asegurar una verdadera igualdad de género, y hay otros, más cercanos al pensamiento de Gorz, que se interesaron sobre todo a las posibilidades que ofrece esta noción de ingreso de existencia para cambiar radicalmente la sociedad, notablemente mediante la reapropiación del trabajo.

La idea de un ingreso de existencia sigue haciendo su camino, en particular por el contexto aparentemente favorable creado por la incorporación de un ingreso de base garantizado en la agenda política de ciertos Estados europeos. Son muchos quienes la ven como una ocasión de franquear una etapa decisiva hacia una sociedad diferente. Empero, la instauración eventual de tal ingreso ha sido abordada por esos Estados como parte del espíritu del neoliberalismo dominante y sin una verdadera investigación paralela de una solución innovadora y durable a la cuestión del trabajo y su papel en la sociedad y en la vida de los individuos. La necesidad asimismo de aportar una respuesta a las urgentes y no adecuadamente satisfechas necesidades sociales por el mercado, no parece formar parte de las políticas consideradas. A juzgar por la documentación disponible, la ambición es poder manejar el ocio forzado y mantener la demanda, y no la de construir una sociedad sin desempleo a partir de una redefinición del trabajo, como presuponía la noción de ingreso de existencia planteada en la década de 1980.

En otro orden de ideas, parece muy incierto que los Estados que encaran la implantación de esa política dispondrán de los medios financieros adecuados para proveer un ingreso de existencia suficiente, en el sentido en que lo entendía Gorz, especialmente a la luz de las políticas de austeridad y de la política monetaria impuesta por el orden económico vigente. Esto plantea inmediatamente el problema de la credibilidad económica de esos proyectos de ingresos de base garantizados, tanto en su fase de implantación como en su continuidad, especialmente si anticipamos los arbitrajes presupuestarios inevitables por la situación económica actual, tomando en cuenta la lógica del capitalismo realmente existente.

Convertida en una importante cuestión política, la definición de un ingreso de existencia se ubica en el centro de una lucha de influencias en la cual “los ganadores” en la fase actual de la evolución del sistema socioeconómico no podrán dejar de participar. Y se corre el riesgo de que la noción de ingreso de base garantizado sea despojada de todo el alcance transformacional que posee y simplemente convertida en una banal ocasión de consolidar los “mínimos sociales” ya reconocidos en los países de la Triada. Este parece ser el caso en la iniciativa finlandesa. Vaciada de esta manera, la noción de ingreso de base garantizado jalonará simplemente la vía hacia una forma moderna de servidumbre, en lugar de abrir la vía a una mejor repartición del volumen creciente de riquezas producidas por un volumen decreciente de capital y de trabajo. Una mayoría de la población reducida a la precariedad permanente se vería así incitada a resignarse a su condición, a cambio de un mínimo vital definido arbitrariamente por un proceso político sobre el cual ésta mayoría tendrá menos poder aún. El ingreso de base garantizado se convertirá de esa manera en una vía rápida hacia un sistema social que, en el curso de la destrucción de empleos asalariados, estructurará y perpetuará la pobreza y marginación política de una proporción cada vez más importante de la población, que sobrevivirá así fuera de un mundo nuevo creado por una economía que hará de un “nivel general de conocimientos la fuerza productiva principal”.

Es difícil asimismo pasar por alto la ruptura que tal ingreso de base garantizado provocaría entre el trabajo y la protección social, particularmente en una fase en que el capitalismo vuelve a ser salvaje. En efecto, esta articulación se ha considerablemente debilitado desde la salida de la civilización del capitalismo industrial, pero ahora la cuestión primordial es más la repartición del trabajo-empleo que la distribución de un ingreso de existencia. A condición, por supuesto, de considerar que el objetivo a proseguir es bien el de asegurar que en el período de transición hacia una sociedad poscapitalista el nuevo modo de producción en emergencia estará basado sobre una mejor correlación de fuerzas entre el Trabajo y el Capital, y sobre un mejor equilibrio entre el trabajo-empleo, las actividades sociales y las actividades personales.

Asimismo, es un hecho que los seres humanos son también tan sensibles a la iniquidad en la repartición de ingresos como sobre la iniquidad en la repartición del trabajo. Las situaciones en las cuales algunos se ven forzados a trabajar, y otros no, son muy mal aceptadas socialmente y no podrían constituir soluciones a largo plazo. La facilidad con la cual los desempleados y las personas bajo asistencia social pueden ser estigmatizados nos dice mucho sobre ese sujeto. Como lo señala Seith Ackerman en un artículo publicado en la revista Jacobin (37), “mientras la reproducción social necesitará de un trabajo alienado, seguirá existiendo esta demanda social de una igual responsabilidad para todos de trabajar, y un malestar de conciencia sobre ese sujeto entre quienes podrían trabajar, pero que por una u otra razón no lo hacen”. Esta actitud social impone un reexámen profundo de la cuestión de la repartición equitativa del trabajo-empleo y de las posibilidades que tal repartición ofrece en materia de reducción y de una diferente planificación del tiempo de trabajo, y de la transformación de la distribución actual, profundamente desigual, de los frutos del crecimiento económico.

La disociación entre crecimiento económico y la creación de empleos puede ser gestionada tanto por la disminución de las horas trabajadas como por la disminución del número de trabajadores. Desde el punto de vista social, la primera solución es mucho más preferible que la segunda, puesto que permite tratar a todos los trabajadores de la misma manera, y al mismo tiempo asegurar al mayor número posible las ventajas de un empleo. Una vía atrayente sería la de vincular la disminución del número de horas trabajadas al aumento de la productividad, lo que igualmente permitiría proteger el ingreso “per capita”.

Pero escoger esta solución no crearía empleos suplementarios. Para poder crear más empleos es necesario que la disminución de la duración del tiempo de trabajo supere el umbral de las compensaciones por horas suplementarias o por nuevos aumentos de la productividad, o dicho de otra manera, que sea superior a los progresos de la productividad del trabajo y a la capacidad de absorción de la mano de obra por nuevas empresas u organismos. Se trata de un marco de acción sin mucho margen de maniobra.

Más precisamente, tal marco no podría ser aplicado sin que haya repercusiones importantes sobre los niveles de remuneración de los trabajadores y los gastos de explotación de las empresas u organismos. En la lógica económica actual, la realidad brutal es que la reducción del tiempo de trabajo no podrá ser efectuada sin cuestionar la remuneración. Por otra parte, su adopción y su puesta en aplicación solo será posible a partir de procesos largos y complejos, tanto a nivel de las instancias políticas como de las empresas. Finalmente, no menos problemático es el escollo de la capacidad real de intercambios perfectos o aceptables de personas en relación a las exigencias de un empleo. Tal posibilidad de intercambios está lejos de poder ser asegurada en las condiciones existentes. En un contexto mundial en el cual el costo del trabajo amenaza su existencia, una reivindicación de disminución del tiempo de trabajo que gravitaría exclusivamente en torno al principio de quitarle una parte del trabajo a quienes trabajan mucho para redistribuirlo a todos aquellos que no tienen un trabajo, no tiene muchas posibilidades de triunfar desde el punto de vista de la movilización de los trabajadores concernidos, y tampoco para llegar a ser incluida en la actual agenda política.

Hacia reformas no reformistas
Pero la terca realidad persiste. El trabajo sigue siendo la llave de la producción, y por lo tanto de la actividad económica, y la forma privilegiada de la repartición de la riqueza producida. Su validación social continúa pasando por la colectividad y el mercado. El gran reto en la actual fase de la evolución del sistema socioeconómico será el de lograr dar un mayor peso a la colectividad en la validación social del trabajo. Eso facilitará su reapropiación, aunque más no sea que sacando el sector de la economía social y solidaria de su actual papel de amortiguador social en el marco de la actual política de descompromiso del Estado, para que juegue plenamente su papel de desarrollo hacia una nueva sociedad en la cual lo económico esté encastrado en lo social. Tal proceso deberá inscribirse, sin embargo, en una perspectiva más amplia de reflexión sobre el lugar del trabajo en la cambiante situación actual. A partir de que constatamos la imposibilidad de repetir los esquemas anteriores en la lucha contra el desempleo, esta reflexión debería tomar en cuenta la existencia de necesidades sociales no satisfechas por el mercado y las nuevas posibilidades de revisar las proporciones de tiempo consagradas al trabajo-empleo, a las actividades sociales y a las actividades personales. También debería incluir la creación de oportunidades para refundar la ciudadanía sobre nuevas bases y de avanzar así en la vía de la democracia productiva.

La traducción de las conclusiones de tal reflexión en proyecto político en primer lugar, y seguidamente en una estrategia de su puesta en marcha, es un reto de talla. Este desafío se revelará con particular agudeza en el reposicionamiento y el desarrollo del sector de la economía social y solidaria, que constituye un asunto estratégico. En la fase actual de la evolución del sistema socioeconómico, los monopolios y oligopolios dominan el mercado y tienen fuerte influencia en las políticas, las leyes y reglamentos. Los poderes públicos, que controlan las colectividades, están profundamente impregnados por esta influencia. 

Los monopolios y oligopolios de sectores industriales, agrícolas, comerciales y de los servicios usan y abusan de su poder para preservar sus rentas de situación, impiden la emergencia de toda iniciativa surgida de los medios económicos y sociales que podrían poner fin a tales ventajas. Este comportamiento se propaga a los poderes públicos. Las limitaciones reglamentarias y las exigencias de funcionamiento, compatibles solamente con una producción o una organización de gran escala, asfixian la producción en pequeña o mediana escala, que sea con objetivos de lucro o no. De esta manera se dificulta la innovación económica, social y cultural. Más fundamentalmente, esas limitaciones y exigencias de funcionamiento perjudican igualmente la preservación de las diversas formas de habilidades para la vida y del “saber-hacer”, esos conocimientos y prácticas que son el fruto de los avances logrados por la humanidad y sin los cuales cualquier sociedad tendría dificultad en progresar y desarrollarse. Todo esto constituye el terreno de lucha política que apunta en el horizonte, porque en síntesis se trata de trabajar para volver a poner la economía en el seno de la sociedad.

Para retornar a la necesidad de disponer de una perspectiva más vasta, un ejemplo interesante es la propuesta avanzada por Guy Aznar (38), un investigador francés independiente, a finales de la década de 1980. Aznar lanzó la idea de una sociedad sin desempleo y en la cual se podría “vivir a tres tiempos”, equilibrando producción, actividades sociales y tiempo individual. Cada uno organizaría libremente su proyecto de vida en torno de esos tres polos: el trabajo en la esfera productiva, la actividad en la esfera social, la actividad o no-actividad en el espacio individual. Una persona podría así ocupar un empleo en el sector productivo (pequeña empresa, gran empresa, etc.), pero trabajando menos horas para permitir al mayor número posible de tener un empleo. Ese individuo podría también consagrar un cierto número de horas semanales a las actividades sociales, por ejemplo en un organismo de dimensión comunitaria. En fin, podría ocupar su tiempo libre en actividades individuales con objetivos recreativos o lucrativos, o más prosaicamente al placer y el reposo. Aznar partía de la constatación que la proporción relativa de esos tres tiempos podía ser cambiada en caso de una marcada disminución del empleo.

El tiempo de trabajo productivo sería compartido entre todos. El tiempo social existe –o sería creado- bajo la forma de la vida asociativa, pero numerosas otras funciones sociales deberán ser desarrolladas para responder, entre otras cosas, a las necesidades no satisfechas por el mercado. El tiempo libre quedaría sujeto a las opciones personales de cada uno y podría eventualmente servir para inventar un nuevo trabajo al lado del primero. Lo esencial en ese modo de organización es que cada uno pueda “vivir a tres tiempos’.

Y a cada tiempo correspondería un ingreso: para el tiempo de trabajo productivo un salario ligado al tiempo consagrado a las tareas asignadas; para el tiempo social un “segundo cheque” relacionado a la productividad de la sociedad, a su crecimiento económico, y del cual podrán beneficiar solamente las personas que habrán aceptado reducir su tiempo de trabajo, y jamás las personas profesionalmente inactivas o que ocupan un empleo a tiempo completo; para el tiempo libre, un ingreso facultativo y fruto de la autoproducción bajo el signo del valor de uso.

En el contexto específico de la Francia de finales de los años 80, Guy Aznar retenía tres estrategias para poner en ejecución este sistema: la reducción general del tiempo de trabajo para llegar al tope de cuatro días por semana; la opción personal de reducción del tiempo de trabajo productivo, recurriendo a diferentes disposiciones existentes (pre-jubilación, año sabático, tiempo parcial voluntario, etc.), la estrategia -a partir de la duración de la vida activa-, de reducir por libre decisión el tiempo de trabajo productivo mediante períodos de interrupción en alternancia con períodos de trabajo. Y la creación masiva y voluntarista de un vasto sector de empleos sociales, el sector de actividades de utilidad colectiva para responder a las necesidades sociales no satisfechas o a las necesidades relacionadas con los servicios a las personas.

Una de las orientaciones de fondo defendidas por Guy Aznar era que había que cesar de considerar el salario como la única fuente de ingresos y que, en consecuencia, una reorganización de las fuentes de ingreso se imponía. De ahí viene la proposición de un “segundo cheque”, por el cual el autor había por otra parte propuesto tres modos de funcionamiento y no exclusivos entre ellos. El objetivo común seguía siendo, empero, el de favorecer la reducción del tiempo de trabajo productivo, facilitar el ejercicio de actividades sociales y de permitir en el futuro que el hombre disponga más libremente de esos “tres tiempos” para devenir verdaderamente “el hijo de sus obras”.

Recordemos que este ejemplo fue escogido para ilustrar la importancia de abordar desde una visión de conjunto el reto del trabajo para todos, y no caer en la trampa de formulas milagrosas o de reivindicaciones “a la pieza” dictadas por la urgencia de actuar. Es importante también la forma cómo se aborda el sujeto en el ejemplo presentado, porque puede resumirse a la voluntad de partir de la realidad, abriendo bien los ojos sobre las transformaciones que están teniendo lugar, y luego de imaginar una sociedad sin desempleo retornar a la realidad con vista a determinar cuáles son los principales elementos estructurantes de tal sociedad en el contexto existente. La idea es la de no luchar simplemente contra el desempleo, sino de comenzar a construir poco a poco una sociedad sin desempleo, avanzando reivindicaciones cuidadosamente orientadas hacia la creación de esos elementos estructurantes. Esos elementos deberían, por otra parte, poder traducirse en objetivos intermediarios y con la preocupación de agrupar gradualmente a todas las fuerzas posibles del cambio, aquellas bien enraizadas en sus medios respectivos y forjadas en las luchas contra las políticas neoliberales, así como las potencialmente susceptibles de emerger de este embrión de clase social que es el precariado.

La incertitud creciente en torno al trabajo-empleo, la inseguridad estresante que esto provoca en crecientes masas de individuos, que en consecuencia se sienten incapaces de poder planificar sus vidas y de alcanzar el sentimiento de que disponen de cierto control sobre sus destinos, constituyen los factores que deberían jugar a favor de la exigencia, y del enraizamiento en la sociedad, de que hay que crear una sociedad sin desempleo. Esta exigencia no podrá, empero, imponerse en la agenda política sin una importante movilización, un movimiento suficientemente poderoso como para quebrar la intolerancia absoluta del sistema hacia cualquier desviación del orden neoliberal.

NOTAS
1-Carolyn Dimitri, Anne Effland, and Neilson Conklin, “ The 20th Century Transformation of U.S. Agriculture and Farm Policy”, Economic Information Bulletin Number 3, United States Department of Agriculture
2-Jean-Alix Jodier, « Panorama de l’agriculture – Population agricole », La France agricole.fr, 14 Enero 2010
3-«Emploi et questions sociales dans le monde – Des modalités d’emploi en pleine mutation», OIT, mayo 2015
4- Pierre -Yves Geoffard, «Former demain aux emplois d’après-demain», Libération, 25 mayo 2015
5- J. Manyika, M. Chui, J. Bughiné, R. Dobbs, P. Bisson, A. Marrs, «Disruptive technologies: Advances that will transform life, business, and the global economy», McKinsey Global Institute, mayo 2013.
6- Ibidem
7- Carl Benedikt Frey and Michael Osborn, « The Future of Employment: How susceptible are jobs to computerisation?”, Oxford Martin Programme on the impacts of Future Technology, Oxford University, Oxford, septiembre 2013.
8.- Ibídem
9- Robert J. Gordon, «Is US Economic Growth over? Faltering Innovation Confronts the Six Headwinds», NBER working papers series, Working Paper 18315, http://www.nber.org/papers/w18315
10- Bureau of Labor Statistics – USA Department of Labor
11.- Erik Brynjolfsson and Andrew McAfee, “The second Machine Age – Work, Progress and Prosperity in a Time of Brilliant Technologies”, W.W. Norton & Company, New York, 2013
12.- Timothy Aeppel, «Be Calm, Robots Aren’t About to Take Your Job, MIT Economists Says», The Wall Street Journal, Business, Real Time Economics, February 25 2015.
13.- Simon Head, «Mindless – Why Smarter Machines are Making Dumber Humans», Basic Books, Persues Books Group, New York, 2004
14.- Nicholas Carr, «The myth of the endless ladder», Rough Type, roughtype.com
15.-Paul Beaudry, David A. Green, Ben Sand, «The Great Reversal in the demand for skill and cognitive tasks», Economics, University of British Columbia, enero 2013, pdf
16.- Claude Lévesque, «Endettement étudiant : une bombe à retardement aux États-Unis», Le Devoir, Montréal, 9 de julio 2015.
17.- Heidi Shierholz, Natalie Sabadish and Hilary Wething, “Wages of young college graduates have failed to grow over the last decade”, Press release, Economic Policy Institute, mayo16, 2012
18.- Paul Krugman, “Robots and Robber Barons”, New York Times, New York, diciembre 9, 2012
19.- Barry C. Lynn and Phillip Longman, “Who Broke America’s Jobs Machine – Why creeping consolidation is crushing American livehood”, PDF, Washington Monthly, marzo/abril 2010
20.-BIT, «Emploi et questions sociales dans le Monde – Tendances pour 2016», OIT, Genève, enero 2016
21.-Michel Husson, «Le partage de la valeur ajoutée en Europe», La revue de l’Ires, No64, enero 2010
22.- Wolfgang Streeck, «How will capitalism end», New Left Review, mayo/junio 2014
23.- Robert Skidelsky, «Return to capitalism ‘red in tooth and claw’ spells economic madness”, The Guardian, London, June 21 2012
24.- John Maynard Keynes, « Economic Possibilities for our Grandchildren », in Essays of Persuasion, New York, W.W. Norton & Co. 1963
25.-Karl Polanyi, «La Grande Transformation», 1944, edición Gallimard, 1983
26.- Zaki Laïdi, «Qu’est-ce que la société de marché ?», http://www.laidi.com/comment/marche.pdf
27.- Eric Hobsbawm, «Marx et l’Histoire», Paris, Éditions Demopolis, 2008, p 74
28.- Las estadísticas oficiales no dan, por otra parte, que una imagen muy parcial de la amplitud real del desempleo. Dependiendo del número de variables utilizadas, la tasa de desempleo puede pasar así, en el caso de Estados Unidos y en el mes de octubre 2014, de 5.4% (la tasa oficial utilizada generalmente por los medios de prensa) , a 11.5% (considerando aquí a los trabajadores “desalentados” a corto plazo y por el trabajo a tiempo parcial), y a 23.0% (si se incluyen las ‘salidas forzadas de la vida activa’, una categoría que dejó de ser tomada en cuenta a partir de 1994). Fuente: http://www.shadowstats.com[1]
29.-Guy Standing, «Work after Globalization – Building Occupational Citizenship», Edward Elgar Publishing Limited, Cheltenham, UK, 2009
30.- Sobre esto ver Travail et citoyenneté : quel avenir ?, publicado bajo la dirección de Michel Coutu y Gregor Murray, Québec, Presses de l’Université Laval, 2010
31.- Guy Standing, «A Precariat Charter – From Denizens to Citizens», Bloomsbury, London, UK, 2014
32.- Diagonal, «Nace la Coordinadora de Desempleados y Precarios de Madrid», https://www.diagonalperiodico.net/global/28942-nace-la-coordinadora-desempleados-y-precarios-madrid.html
33.- Immanuel Wallerstein, “Nuevas revueltas contra el sistema”, newleftreview.es, página 102
34.- Varias fuentes analizan esta perspectiva, entre ellas Carine Dartiguepeyrou. Ver: http://www.democratie-spiritualite.org/sites/democratie-spiritualite.org...
35.- Peter Frose, «The Politics of Getting Life», The Jacobin, abril 2012
36.- Palabras de André Gorz, citado por YOVAN GILLES, «Oser l’exode de la société de travail vers la production de soi», entrevista retomada por el portal Perspectives gorziennes, 30 agosto del 2015
37.- Seith Ackerman, «The Work of Anti-Work : A response to Peter Frase», Jacobin, May 2012
38.- Guy Aznar, «Le travail c’est fini (à plein temps, toute la vie, pour tout le monde) et c’est une bonne nouvelle», Paris, Édition Belfond, 1990