16 de febrero de 2016

CON MI MÚSICA Y LA FALLACI A OTRA PARTE

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
El artículo de un profesor de periodismo uruguayo bien podría haber sido escrito por un profesor de cualquier universidad española, ya que alude a un fenómeno que podemos considerar prácticamente universal y que prefiero no desvelarles para que lo haga el autor por sí mismo, ya que el texto es corto. Quizá demasiado largo para más de uno, al no ser un meme ni un tuit con un máximo de 140 caracteres.

Dedicado a la que dice de sí misma que es "la generación más preparada de la historia", aunque seguramente a estas alturas quepa ya incorporar a la dedicatoria a muchos que exceden la edad propia de esos alumnos.

Sin más.

CON MI MÚSICA Y LA FALLACI A OTRA PARTE
Leonardo Haberkorn. El informante

Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez.

No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún día a dictar clases en una licenciatura en comunicación.

Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.

Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.

Claro, es cierto, no todos son así.

Pero cada vez son más.

Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de lado durante 90 minutos -aunque más no fuera para no ser maleducados- todavía tenía algún efecto. Ya no. Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal. Pero hay algo cierto: muchos de estos chicos no tienen conciencia de lo ofensivo e hiriente que es lo que hacen.

Además, cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado.

Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante en 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea. Les pregunté si sabían qué uruguayo estaba en medio de esa tormenta. Obviamente, ninguno sabía. Les pregunté si conocían quién es Almagro (1). Silencio. A las cansadas, desde el fondo del salón, una única chica balbuceó: ¿no era el canciller?

Así con todo.

¿Qué es lo que pasa en Siria? Silencio.

¿De qué partido tradicionalmente es aliado el PIT-CNT? (2) Silencio.

¿Qué partido es más liberal, o está más a la "izquierda" en Estados Unidos, los demócratas o los republicanos? Silencio.

¿Saben quién es Vargas Llosa? ¡Sí!

¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno.

Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado. Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales.

En un ejercicio en el que debían salir a buscar una noticia a la calle, una estudiante regresó con esta noticia: “todavía existen kioscos que venden diarios y revistas”.

En la Naranja Mecánica, al protagonista le mantenían los ojos abiertos con unas pinzas, para que viera una sucesión interminable de imágenes, veloces, rápidas, violentas.


Con la nueva generación no se necesitan las pinzas.

Selfies, Facebook, Naranja Mecánica- Una sucesión interminable de imágenes de amigos sonrientes les bombardea el cerebro. El tiempo se les va en eso. Una clase se dispersaba por un video que uno le iba mostrando a otro. Pregunté de qué se trataba, con la esperanza de que sirviera como aporte o disparador de algo. Era un video en Facebook de un cachorrito de león que jugaba.

El resultado de producir así, al menos en los trabajos que yo recibo, es muy pobre. La atención tiene que estar muy dispersa para que escriban mal hasta su propio nombre, como pasa.

Llega un momento en que ser periodista te juega en contra. Porque uno está entrenado en ponerse en los zapatos del otro, cultiva la empatía como herramienta básica de trabajo. Y entonces ve que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es solo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos. Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo.

Entonces, cuando uno comprende que ellos también son víctimas, casi sin darse cuenta va bajando la guardia.

Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante.

No quiero ser parte de ese círculo perverso.

Nunca fui así y no lo seré.

Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible.

Justamente, porque creo en la excelencia, todos los años llevo a clase grandes ejemplos del periodismo, esos que le encienden el alma incluso a un témpano. Este año, proyectando la película El Informante, sobre dos héroes del periodismo y de la vida, vi a gente dormirse en el salón y a otros chateando en WhatsApp o Facebook.

¡Yo la vi más de 200 veces y todavía hay escenas donde tengo que aguantarme las lágrimas!

También les llevé la entrevista de Oriana Fallaci (3) a Galtieri (4). Toda la vida resultó. Ahora se te va una clase entera en preparar el ambiente: primero tenés que contarles quién era Galtieri, qué fue la guerra de las Malvinas, en qué momento histórico la corajuda periodista italiana se sentó frente al dictador.

Les expliqué todo. Les pasé el video de la Plaza de Mayo repleta de una multitud enloquecida vivando a Galtieri, cuando dijo: "¡Si quieren venir, que vengan! ¡Les presentaremos batalla!".

Normalmente, a esta altura, todos los años ya había conseguido que la mayor parte de la clase siguiera el asunto con fascinación.

Este año no. Caras absortas. Desinterés. Un pibe despatarrado mirando su Facebook. Todo el año estuvo igual.

Llegamos a la entrevista. Leímos los fragmentos más duros e inolvidables.

Silencio.
Silencio.
Silencio.

Ellos querían que terminara la clase.

Yo también.

NOTAS DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
(1) Almagro, Luis: Fue canciller de Uruguay en el Gobierno del Frente Amplio desde 2010 y marzo de 2015. Jugó un papel de intermediación entre el gobierno bolivariano de Venezuela y la guarimbera oposición.
(2) (PIT-CNT): Plenario Intersindical de Trabajadores-Convención Nacional de Trabajadores. Central sindical uruguaya.
(4) Leopoldo Galtieri: https://es.wikipedia.org/wiki/Leopoldo_Fortunato_Galtieri Seguramente este enlace sea una de las biografías más benevolentes sobre el dictador pero, como no estoy seguro de que lean algo más realista, me conformo con dejarles el mencionado.

15 de febrero de 2016

LA ERA DEL VACÍO IDEOLÓGICO ABSOLUTO (partes 1, 2)

Juan Manuel Olarieta. Movimiento Político de Resistencia Global

Primera parte
Uno de los aspectos más importantes de la crisis política actual no es el fin del bipartidismo sino el fin de los partidos, de todos ellos, incluso de los que se llaman como tales, y su consecuencia es la inexistencia de recambio. Como se comprobó durante la transición, desde 1939 el Estado español se lo ha jugado todo a una carta y espera que su apuesta le dure eternamente.

Esa es la verdadera esencia de la crisis política actual. La maquinaria del Estado parece haber adquirido vida propia y se niega en rotundo a cualquier (re)cambio, incluso el más insignificante.
A su vez, los viejos partidos políticos que aún subsisten (PSOE, PNV) y sus sucedáneos postmodernos (coaliciones, mareas), son un reflejo exacto de este Estado: están para impedir que cambie nada. Si esos partidos y sucedáneos políticos tienen algún plan es para cambiar de gobierno, no para cambiar de Estado. En la medida en que lo que ahora está en crisis no es el gobierno, como creen, sino el Estado, no hay ninguna alternativa sino una sucesión de elecciones y gobiernos que no van a salir de la crisis sino a profundizar en ella.

Los sucedáneos postmodernos de los partidos políticos, todos ellos, han hecho suyo aquel principio del socialdemócrata alemán Eduard Bernstein: “Los objetivos no son nada y el movimiento lo es todo”. Es el movimiento por el movimiento, marear la perdiz. A esa farsa, a la falta de un plan y de un programa político, es a lo que llaman hoy “democracia”.

No se trata de organizaciones no sepan lo que quieren sino de que no quieren nada y al decir esto me refiero -obviamente- a que no quieren “nada nuevo”. Se conforman con lo que hay.

En la literatura corriente esta situación se ha descrito de muchas maneras, por ejemplo, como desideologización, como que ya no hay derecha ni izquierda, etc. Esta semana la revista “Cambio 16” pregunta en su portada de manera retórica: “¿El espectáculo entierra las ideologías?” Comparen ahora este titular con el del libro de un ministro de Obras Públicas del franquismo, Fernández de la Mora, “El fin de las ideologías”, escrito hace 50 años.

Las mareas postmodernas han alcanzado la vieja aspiración franquista del vacío ideológico absoluto. Les falta de todo porque tratan de llegar a “todos”. Su clientela es indefinida, igual que los discursos de Franco, que también empezaban con aquel “Españoles todos”.

Por el contrario, los partidos políticos, como su propio nombre indica, representan sólo a una parte de la sociedad de manera explícita, indicándolo hasta en las siglas. Así mientras el viejo PSOE nació para ser un partido “socialista” y “obrero”, los postmodernos no quieren tener ningún contenido de clase, aunque lo tengan, naturalmente.

Como suele ocurrir, hay quien ha hecho de la necesidad virtud y aplaude este nuevo fenómeno político, el fin de los partidos políticos tradicionales y la aparición de sucedáneos “transversales”, “inclusivos”, “participativos”, “asamblearios”, que “cuentan con sus bases”, con “primarias”, etc.

Es el triunfo del menchevismo, que también tiene múltiples manifestaciones, que no son solamente orgánicas. Por ejemplo, por utilizar un concepto elaborado por Stalin, este tipo de nuevos sucedáneos políticos no sólo no tienen ideología sino que tampoco tienen estrategia porque para tenerla hay que pretender cambiar algo. Los que tengan alergia a Stalin pueden recurrir a la terminología anglosajona, que también diferencia entre “politics” y “policy”. Lo que los partidos y los medios llaman hoy “política” carece de “policy”, de dirección, de rumbo. Es como el burro dando vueltas en torno a la misma noria.

Las nuevas coaliciones no aspiran a cambiar nada porque el Estado se lo da todo (des)hecho. Son distintas variaciones de la misma partitura. Todos hablan de agrupar fuerzas, pero nadie dice para qué. Hace 20 años se burlaron de Anguita cuando exigía “programa, programa, programa”, algo que no tiene sentido en la era del pragmatismo, de la táctica sin estrategia, del salto de unas elecciones a las siguientes.

No se trata exactamente de que los nuevos sucedáneos políticos no tengan estrategia sino de que dan por buena la que ya hay establecida en el Estado. A falta de dirección propia, es el Estado el que lleva de la mano a los sucedáneos políticos, y no al revés. La falta de estrategia convierte a los nuevos sucedáneos políticos en las piezas sumisas que el Estado necesita. El seguidismo político es su razón de ser.

Por sí mismos, los movimientos sociales reivindicativos no dan más que sí de lo que hemos visto. Además de eso hace falta otra cosa: que tengan una dirección, un rumbo, un programa, algo que sólo un partido político revolucionario les puede dar.

Segunda parte
En la lucha de clases no sólo el proletariado necesita una dirección política, sino el Estado también. Sin embargo, quienes deben dirigir al Estado, los partidos políticos, no sólo no dirigen sino que son dirigidos -en todo o en parte- por el Estado.

Como en los tiempos absolutistas previos a la revolución burguesa, el Estado moderno parece haber adquirido vida propia; se retroalimenta y da la impresión de que se dirige a sí mismo, lo cual no puede ser más nefasto y explica, al menos en parte, las modernas crisis políticas, de las que España es un modelo acabado.

¿Cómo determina un Estado su propia estrategia? Expresado de otra manera: ¿quién ha sustraído a los partidos políticos su función de imponer o de cambiar la estrategia del Estado?, ¿cómo se ha llevado a cabo esa sustracción?

No siempre de la misma forma, evidentemente, aunque siempre coincide en que hay cosas a las que se las considera como esencialmente “apolíticas”. Es el caso de los nombres de los pueblos, como Guadiana del Caudillo en Extremadura, y de las calles, como Marqués de Salamanca, que se consideran como “tradiciones” que hay que respetar. Hace 100 años un ayuntamiento puso un nombre a una calle y ese mismo ayuntamiento no se lo puede cambiar. A veces es peor: ni siquiera se lo quiere cambiar. Cuando cambia el nombre de una calle es porque le obliga la ley de la Memoria Histórica. Sin ella lo dejarían tal y como está.

Pues bien, si los ayuntamientos no están para cambiar algo tan simple, ¿para qué los elegimos?, ¿por qué los cargos municipales no se convierten en vitalicios y se les encomienda vigilar para que nunca cambie nada?

Sin embargo, el aeropuerto de Madrid, que tradicionalmente se llamaba “de Barajas”, le han cambiado el nombre por el de “Adolfo Suárez” y nadie ha protestado por un gasto tan innecesario. En el futuro si alguien quiere cambiarle el nombre al aeropuerto le dirán que es -siempre ha sido- el nombre “tradicional”.

Una de las formas de secuestro político es la internacionalización o transformación de los problemas internos en problemas internacionales. No hay más que ver la proliferación contemporánea de organismos de todo tipo (UE, OIT, OMC, OTAN, FMI) que lo sirven todo ya precocinado y listo para el consumo, de manera que el político de turno no tenga otra cosa que referirse a lo que llega de un tinglado mundial que también parece tener vida propia. Así, las “recomendaciones” de la OMS sobre los diversos virus y pandemias mundiales son como las encíclicas de los Papas; están fuera de discusión.

En otros casos la política se solapa con la ciencia (o con una apariencia de ella). Es otro retorno a la vieja tecnocracia de los últimos años del franquismo. Así, en las últimas elecciones tanto Ciudadanos como Podemos acudieron a los “expertos” (Luis Garicano, Vicenç Navarro y Juan Torres) para elaborar su programa económico.

Pero si un país pone su política económica en manos de los universitarios, ¿para qué necesitamos a los partidos políticos? La sanidad pública es obra de los médicos, la política exterior de los diplomáticos, la militar de los generales... y así sucesivamente. No hace falta partidos políticos para nada; bastan los sucedáneos.

Los “expertos” se caracterizan porque son “apolíticos”, lo mismo que los jueces, como es bien sabido. Su tarea también es “apolítica” y consiste en poner determinados asuntos fuera del alcance del debate público: si alguien no tiene título universitario, tampoco tiene conocimientos, ni competencia para hablar de determinados problemas. Es mejor que permanezca callado. Es uno de los aspectos fundamentales de la dominación política: que el sometido se aperciba de su inferioridad frente al “experto” como el alumno del maestro.

Llega un punto en el que se pierde la costumbre de debatir, sobre todo acerca de ciertos asuntos, que se acaban convirtiendo así en “incuestionables”, en eso que llaman “cuestiones de Estado” precisamente porque el Estado no se puede cuestionar. Cuando alguien pretende introducir en el debate ese tipo de cuestiones es un “antisistema” o, como se decía antiguamente, un anarquista, alguien que quiere acabar con el Estado, con todos los Estados, con cualquier tipo de Estado, porque la burguesía no concibe otro Estado diferente al suyo.

En todos los Estados hay muchas “cuestiones de Estado” y muy pocos sucedáneos que se atrevan a tocarlas, e incluso a hablar siquiera de ellas. Hay regiones enteras del funcionamiento de un Estado de las que jamás se polemiza. Otras están declaradas como secreto “de Estado” para que nadie pregunte por ellas. Finalmente, las hay que están incluso criminalizadas: es un delito hablar sobre ellas o exponer un criterio diferente del oficial.

Son los viejos “arcanos” de los tiempos medievales, ese tipo de cuestiones que definen al Estado y, por extensión, a cualquier movimiento político dentro del mismo. Basta analizar el lenguaje con el que un movimiento político se refiere a una cuestión de Estado, para que se desnude a sí mismo. “Dime de lo que no hablas y te diré quién eres”.

Por eso cuando alguien viaja a otro Estado se queda sorprendido de que haya asuntos de los que allá nadie habla, o al revés, de que allá se hable con toda naturalidad de asuntos que en el país de origen nadie plantea.

Cuando alguna ciencia quiera medir el índice de democracia de un país, podrá recurrir a la cantidad y la calidad de las “cuestiones de Estado”. De paso le servirá también para medir el grado de servilismo de los sucedáneos políticos hacia el propio Estado.