2 de agosto de 2016

SE DISPARA LA TASA DE MORTALIDAD DE LA POBLACIÓN BLANCA EN EEUU

Cas Madrid

"Muertes por desesperación", el drama de los blancos de mediana edad en EEUU

La tasa de mortalidad de hombres y mujeres blancos de edad media con nivel bajo de educación se ha disparado en EEUU en los últimos 15 años un 22 % por abuso de alcohol, opiáceos y suicidios, en una tendencia bautizada como "muerte por desesperación" vinculada a problemas económicos.

En una conferencia en el centro de estudios Brookings de Washington, Anne Case, economista de la Universidad de Princeton que ha dedicado años a investigar ese alza en muertes de hombres y mujeres de raza blanca entre 45 y 54 años con sólo estudios secundarios, subrayó esta semana que, en comparación, mortalidad entre hispanos y afroamericanos ha registrado un suave declive.

"Es un mundo en el que la gente que está muriendo no debería estar muriendo", afirmó Angus Deaton, premio Nobel de Economía de 2015 y profesor de Princeton, en la misma charla en la que acompañó a Case.

El prestigioso economista precisó la cifra en 96.000 muertes al año y agregó que es de un rango "solo comparable a la epidemia de SIDA/HIV de 1980 y principios de 1990".

Deaton y Case, que están casados, elaboraron las conclusiones de un reciente estudio académico publicado en la revista especializada "Proceedings of the National Academy of Sciences" que ha recabado notable atención mediática.

Esa atención se debe a las implicaciones sobre políticas públicas y el posible reflejo de los problemas económicos que enfrenta esta categoría demográfica debido a la pérdida de trabajos que exigen baja formación ante las presiones de la globalización.

En concreto, las muertes de los blancos de entre 45 y 54 años y baja formación entre 1999 y 2013 subieron en 134,4 casos, y se ubicaron en 415 muertes por 100.000 habitantes.

Entre negros e hispanos, se registró un sostenido descenso de esos casos en el mismo periodo.

Además, apuntó Case, las enfermedades detrás de estos fallecimientos no fueron las habituales, como la diabetes o los problemas cardíacos.

"El alza en la mortalidad se debe a una epidemia de suicidios y afecciones derivadas de abuso de sustancias como insuficiencia hepática (cirrosis) y sobredosis de opiáceos y calmantes. Es lo que llamamos muertes por desesperación", remarcó.

Estas características llevaron a los economistas a preguntarse cuáles podrían ser las causas tras este sorprendente auge en un grupo tan específico y plantearon la posibilidad de que tuviese relación con la creciente inseguridad económica y la frustración por el empeoramiento de su calidad de vida.

"Tras la ralentización en la productividad a comienzos de la década de 1970, y con la ampliación de la desigualdad de ingresos, muchos de la generación de 'babyboomers' (nacidos en 1946 y 1964) son los primeros en encontrar, a mitad de su vida, que no van a vivir mejor que sus padres", afirman Case y Deaton en el estudio.

Para Case, otro elemento que se añade al puzzle es que esta crisis económica y de pérdida de empleos no es algo exclusivo de EEUU, ya que es un proceso con réplicas en otros países avanzados como es el caso de Europa.

"Sin embargo", remarcó la experta, "no vemos una tendencia comparable en la tasa de mortalidad en otros países. Parece un proceso únicamente estadounidense".

Aunque reconoció que existen aún muchas incógnitas, la economista aventuró dos posibles factores de esta divergencia.

Por un lado, la más endeble red de seguridad social en EEUU frente a los sistemas más robustos al otro lado del Atlántico.

Y, por otro, el fácil acceso a potentes fármacos altamente adictivos de origen opiáceo en el país norteamericano que desemboca en sobredosis.


1 de agosto de 2016

FRANCIA: EL NEOLIBERALISMO Y LA LUCHA DE CLASES

Maciek Wisniewski. La Jornada

El neoliberalismo nació como un “proyecto de clase” (D. Harvey dixit). Un proyecto de clases altas que ante la caída de los niveles de ganancia desde las décadas de los 60 y 70 querían suprimir a los trabajadores y revertir esta tendencia desmantelando todo lo colectivo y social organizado.

Desde sus inicios fue una “guerra de clases desde arriba”. Para tapar su verdadera naturaleza se ideó toda una campaña de simulaciones ideológicas. Los neoliberales, como los “nuevos conquistadores del mercado” de los que escribía alguna vez J. Berger –que son básicamente los mismos–, “invertían los signos y falseaban las direcciones para confundir a la gente” (Hold everything dear, 2008, p. 122).

Las divisiones de clases y su lucha ya son cosas del pasado”, decían; “las únicas divisiones que importan ahora son las ‘identitarias”. Así –secundados intelectualmente por algunos post-marxistas– buscaban despolitizar lo público y dejar a los trabajadores confundidos y aferrados a las únicas identidades “disponibles”: étnica, nacional y religiosa.

Una cosa bastante astuta en medio de una guerra de clases, ¿no?

En Francia, como en otros países, fue una narrativa que abrazó no solo la derecha –y de la que en la misma medida que de sus raíces protofascistas se nutre la xenofobia del Frente Nacional (FN)–, sino también los “socialistas” (PS) e incluso la izquierda “radical” (PG).

Lo mismo pasó con el trabajo. “El trabajo ya es cosa del pasado”, decían los neoliberales –secundados intelectualmente por algunos post-marxistas– y “ya no importa tanto”, cuando en realidad estaban obsesionados con él y con la idea de flexibilizar su “rígido marco legislativo” (“factory legislation”, de la que hablaba Marx en El capital).

Una cosa bastante astuta en medio del despliegue de un brutal rollback hacia los trabajadores, ¿no?

Una vez consumado el golpe en Chile –un paradigmático caso de la “diseminación” del neoliberalismo mediante el shock–, Pinochet impuso a los trabajadores chilenos un represivo Código de Trabajo que –entre otros– daba prioridad a los acuerdos laborales y salariales por empresa sobre los tradicionales, por sectores.

Más de 40 años después en Francia, Hollande –en una maniobra digna de volverse otro paradigma neoliberal– acaba de hacer lo mismo. Los acuerdos por empresa y la nueva primacía del contrato particular por encima de la vieja ley general son puntos centrales de la ya aprobada (Libération, 21/7/16) “reforma” de Loi Travail (la ley El Khomri).

Sus críticos –con razón– hablan de “la inversión de la jerarquía de normas”.

Hasta ahora eran los trabajadores los que –gracias a los acuerdos “paritarios” que establecían estándares mínimos en cada sector productivo– tenían una ligera ventaja en la relación laboral.

La “reforma” del gobierno “socialista” cambia este balance a favor de los empresarios. Siguiendo la vieja ideología neoliberal de que “la causa de los problemas en la economía (‘falta de competitividad’, desempleo) es la ‘sobreprotección’ de los trabajadores, que ‘distorsiona’ el funcionamiento ‘natural’ del mercado”, le da más poder al capital.

El poder de individualizar las relaciones laborales y a atomizar a los trabajadores. El poder de realizar su sueño principal: que no haya nada más frente a él que “entes desnudos”, sujetos a una competencia voraz y una profunda inseguridad.

Contra sus supuestos fines, la “reforma” no viene a “combatir al desempleo”. Viene a “asentarse” en él. Es pieza clave en un modelo de control social que, haciéndose de la existencia de un vasto “ejército industrial de reserva”, domestica a los trabajadores mediante su precarización y sustituye la solidaridad gremial por el miedo individual (al despido arbitrario, a la rebaja salarial, al aumento de horas de trabajo).

Francia hasta ahora era un caso atípico en la constelación neoliberal.

Si bien desde los 80 sus tecnócratas –los “socialistas” (¡sic!) como Delors o Chavranski– eran los principales “arquitectos” detrás del desmantelamiento del “modelo social” de la UE, las mismas “reformas” en Francia avanzaban con menos vigor (pero avanzaban).

Aun así, a ojos de algunos –sobre todo a raíz de la crisis– el país, en comparación con sus vecinos, destacaba como “un (mal) ejemplo de conservación de privilegios sociales retrógrados” y/o “un peligroso caso de falta de ‘ajuste a la globalización’ que ya ocasionaba en un caos” –¡sic!– (The Guardian, 27/5/16).

Las élites europeas y francesas decidieron que “ya no había de otra”: “reformar” o “reformar” la Loi Travail, apremiando al dúo Hollande/Valls a “mantenerse firmes hasta el final”.

Así, de manera tardía, pero con estilo, Francia –y en particular su gobierno “socialista”– llegó a merecer su propio capítulo en La doctrina del shock (2007), el clásico de N. Klein, junto con casos como los de Chile o Polonia:

Por retomar de Sarkozy el “giro securitario” que desde hace unos años marca la creciente “despotización de la política” y “autoritarización del neoliberalismo” (S. Kouvelakis dixit) y plasmarlo en “estado de emergencia” que a lo largo de los meses no sirvió para prevenir ataques terroristas (Niza, Rouen, etcétera), sino para proteger al gobierno y sus políticas criminalizando a los oponentes a la ley El Khomri.

Por un impecable, creativo y combinado uso de violencia, miedo y “shock” para empujar la “reforma”: desde la brutal represión policial, uso de la “amenaza terrorista” para desmovilizar protestas, hasta mandarla a la Asamblea Nacional para su aprobación final... cuatro días después de la masacre en Niza (¡sic!).

Por confirmar por enésima vez que el neoliberalismo no necesita de la democracia y hará todo para saltársela: allí está el triple (¡super-sic!) uso del artículo 49.3 de la Constitución que –al no contar con una mayoría necesaria– le permitió al gobierno aprobar la “reforma” por decreto (¡sic!), sin debate ni voto parlamentario.

¿Y la lucha de clases? Sólo dos mensajes. Uno para la izquierda: allí está. ¡Articularla! (por si se olvidaron).

Otro para los neoliberales disgustados hoy con el auge del FN, pero que ayer la silenciaban, confundiendo a los trabajadores, precarizándolos, empobreciendo y durmiendo con cuentos “identitarios”, hasta el grado de que muchos ya solo saben identificarse con el lenguaje neo-fascista: cosechan lo que sembraron.