31 de agosto de 2016

LA LISTA DE ORWELL

George Orwell, escritor, anticomunista
y chivato
Jorge Ángel Hernández. La pupila insomne

El afamado escritor británico George Orwell, autor de la igualmente célebre novela 1984, se empleaba de lleno y con conocimiento de causa en el entramado de la Guerra Fría cultural. Desempeñaba su papel de colaborador activo de la CIA, sobre todo a través del intelectual agente Arthur Koestler, con quien bromeaba calculando el grado de traición que podrían alcanzar las “bestias negras favoritas” de su lista de denuncias. En su meticuloso diario, Orwell compiló los nombres de treinta y cinco personas en 1949, pero engrosó rápidamente el número en ese mismo año, hasta llegar a 125 sospechosos de simpatizar con el comunismo o de colaborar con él directamente. La abultada lista sería entregada por él mismo al Departamento de Investigación de la Información (IRD, por sus siglas en inglés).

Orwell denunciaría así a quien se consideraba su amigo, el poeta Stephen Spender, por su “tendencia a la homosexualidad” y por ser “muy poco fiable” y “fácilmente influenciable”. El célebre e incluso autor superior a él mismo, John Steinbeck, fue incluido en su nómina de bestias negras por considerarlo “espurio, pseudoingenuo”, y asimismo Upton Sinclair, apenas por calificarlo de “muy tonto”. El político y periodista panafricanista George Padmore, radicado en Londres luego de haber abandonado el comunismo soviético, pasa a su lista por “antiblanco” y probable amante de Nancy Cunard.

Kingsley Martir, director del New Statesman and Nation, donde Orwell publicaba, quedaría en su lista como “liberal degenerado. Muy deshonesto”. El intelectual, actor y cantante negro Paul Robeson también fue víctima de sus acusaciones por ser muy “antiblanco, partidario de Wallace”, y J. B. Prestley por “simpatizante convencido”, “muy antiamericano” y con posible vínculo organizativo con el anticomunismo. Michael Redgrave, quien aparecería después en el filme 1984, también quedaría enlistado por el paranoico colaborador de la CIA. A esas alturas, Orwell sabía que lo aquejaba una tuberculosis que no había respondido favorablemente al tratamiento especial que desde los Estados Unidos le enviaran. Pronto, la enfermedad lo llevaría a lo que, con despiadado humor negro, Mary McCarthy consideraría, por la fuerza del giro a la derecha de sus últimos actos, una feliz muerte prematura.

Coincidiendo en el tiempo con la lista de Orwell, organizaciones racistas de los Estados Unidos boicotearon conciertos de Paul Robeson, quien, a pesar del peligro que corría, se negó a refugiarse en la Unión Soviética, donde, según declaró públicamente, se sintió verdaderamente tratado como una persona. Sus motivos respondían a un patriotismo vital: consideraba un deber heredado reconstruir su país.

La filmación y distribución de Rebelión en la granja (Animal farm) estuvo totalmente orientada por la CIA. Primero, con la gestión que acometieron los agentes Carleton Alsop y Finis Farr, cumpliendo orientaciones de su superior E. Howard Hunt, de conseguir los derechos a través de la viuda, Sonia Brownell, con quien Orwell se había casado en 1949, en el hospital donde se hallaba ingresado. El propio Hunt revela en detalles las gestiones en sus Memorias, publicadas en 1974.

Las más famosas novelas, Rebelión en la granja (Animal farm) y 1984 no fueron sino parte de su plan de trabajo como colaborador del IRD. Cada una cumple a cabalidad las normas de comunicación de requisito, así como la dirección de contenido que establecía al socialismo como un experimento fallido. Si bien en ambas es posible hallar referencias al entorno británico inmediato, que el público podía relacionar y disfrutar sin demasiado esfuerzo, muchas de las cuales fueron suprimidas en las respectivas versiones cinematográficas, el superobjetivo de ambas obras se enfoca en el anticomunismo. En ninguna de ellas da paso a la más mínima esperanza.

Arthur Koestler, artífice de las nuevas direcciones de guerra fría que el IRD alentaba, recibió en su círculo a George Orwell desde 1940. Los propósitos del Departamento estaban enfocados justamente en atraer a los rebeldes de tradición izquierdista que se habían declarado en contra del poder central socialista. El uso de desertores y descontentos liberales era objetivo central de su política, aunque muchos de ellos no fuesen avisados de que el financiamiento de sus obras procedía de la CIA. El propio Koestler, quien venía de Hungría y de un periplo comunista activo, se lanzaría al objetivo con la novela El cero y el infinito (Darkness at Noon), centrada en los excesos de los llamados procesos de Moscú.

El biógrafo autorizado de George Orwell, Bernard Crick, lo consideraba “un hombre profundamente reservado, austero, sencillo, y en cierto modo, inhibido.” Visto así, pueden tratarse de rasgos de personalidad común, incluso estos que añade: “Es de dudarse que tuviera amigos íntimos con los que pudiera desahogarse y discutir problemas y dificultades”. Sabidas sus aventuras de colaboración con Koestler, estas características adquieren un matiz diferente, que bien remiten al comportamiento del espía con objetivos definidos.

Hablaba con sus amigos sobre cuestiones de carácter público: libros, política y rarezas de la historia natural o de la vida urbana –agrega Crick–. Podía disertar incansablemente sobre pájaros, y Cyril Connolly, maliciosamente, comentó una vez que Orwell difícilmente podía sonarse la nariz sin sospechar y denunciar un cartel de los fabricantes de pañuelos”. Su radio de acción se extendía a varios círculos de relaciones, como lo revela el propio Crick: “Tenía diversos círculos de amigos y conocidos: poetas bohemios pobres y aspirantes a novelistas en los pubs de Bloomsbury, la elegante camarilla de las revistas literarias, en la que figuraban Connolly y Spender, los periodistas de Tribuney una variada fauna de activistas de izquierda, algunos anarquistas británicos relacionados con Freedom Press y la librería, y su viejo círculo de Southwold”.

Spender figuraría en la lista, lo que demuestra que ese hombre, reservado y austero, desarrollaba una plena habilidad de atraer a las personas, fingir amistad y sonsacarles sus criterios para, como planteaba el objetivo del IRD, sacarlos primero de las publicaciones y denunciarlos y juzgarlos una vez que se les comprobaran vínculos reales con organizaciones o personas comunistas. Horizon, de Cyril Connolly fue la primera de las revistas en desaparecer por falta de financiamiento en 1950. Agrega incluso Crick que, en general, Orwell “mantenía separados estos mundos y quizás era anormalmente reservado acerca de a quienes conocía y a quienes no pero, ocasionalmente, podían coincidir en su piso para un té de las cinco (al que era muy aficionado)”.

La compartimentación de amistades y relaciones de trabajo es algo natural en el medio, desde luego, y servía a su verdadero objetivo de hacer de vigilante, lo que cumplió cabalmente con su lista a menos de un año de su muerte. La compartimentación es, por demás, un requisito indispensable para el espionaje. Si hay, como lo han advertido algunos críticos posteriores, desgarramiento en estas novelas, se debe sobre todo a que Orwell cumplía parte de las funciones que se satirizan en ellas: denunciaba a quienes diferían en criterios políticos, excluía a los homosexuales y camuflaba su racismo con acusaciones de extremismo activista.

El propietario editorial Fredric Warburg, quien publicara Animal farm, con Secker & Warburg, se tomaría activo interés en su posterior producción cinematográfica, completamente financiada por la CIA y, por tanto, con un guión minuciosamente revisado por el Consejo de Estrategia Psicológica (Psychological Strategy Board), programa secreto aprobado por el presidente Truman para llevar a cabo la guerra sicológica con el bloque socialista. Este proceso de revisión provocó cambios sustanciales en sus perspectivas ideológicas y, sobre todo, en los giros simbólicos que actuaban en los patrones de juicio de la masa. Secker & Warburg sería, además, uno de los elementos del llamado “triple pase” de tapadera para el financiamiento de la revista Encounter, que editaría el supuestamente peligroso Stephen Spender.

Orwell, quien falleció en la noche del 21 de junio de 1950, dejó inconcluso, apenas esbozado, un proyecto de novela en tres volúmenes cuyo tema era la decadencia del viejo orden, la revolución traicionada y el análisis del totalitarismo inglés. Así, continuaría siendo fiel al objetivo del IRD y buscaría, con la fama de apoyo, elevar el nivel de sus propuestas literarias por encima de la trilogía de preguerra. Pero este proyecto no consiguió abultarse, ni siquiera al punto que lo hiciera su primera lista de bestias negras anticomunistas.


30 de agosto de 2016

LA INSOSTENIBLE LIGEREZA DE LOS MERCADOS

Janet Yellen
Luis Casado. Alainet

En este caso debes tomar ‘ligereza’ en la peor de sus acepciones, o sea irreflexivo, poco meditado, inconstante, falto de seriedad, inestable. Tú me dirás que tratándose de los mercados siempre es el caso, y por mi parte precisaré que me refiero a los mercados que piensan, deciden, se tranquilizan o se asustan, huyen o regresan al galope, rechazan o aprueban, exultan o lloran, aman u odian, en otras palabras a quienes “hacen los mercados”, a mendas de carne y hueso.

Suelen llevar una gorrita –o en su defecto una visera– con la mención “Experto” estampada en caracteres visibles, y no es infrecuente ver letras reflectantes si se trata de un “Economista-jefe”.

Suspenso que se suma al suspenso, tales eminencias esperaban la palabra de Janet Yellen como otros el agua de mayo. Para ser más precisos, el discurso que Yellen pronunció ayer viernes en Jackson Hole. Su palabra debía ser un faro en medio de las tinieblas.
Kevin Logan, Economista-jefe de HSBC, pensaba “que el mensaje de Yellen podría ser que ‘la neblina se levanta". Estoy citando, no le quito ni le pongo, el laburo del Economista-jefe de uno de los bancos más importantes del mundo consiste en rezar para que Yellen anuncie cielos despejados.

Por su parte, Drew Matus, Economista ‘senior’ del banco UBS en los EEUU, declaraba: “Yo (…) espero que la Presidente Yellen decida mirar el lado optimista de las perspectivas”. Matus es un fiel exponente del Método Coué. Tal método, designado con el apellido del psicólogo y farmacéutico francés Émile Coué de la Chataigneraie (1857-1926), se funda en la autosugestión y la auto-hipnosis. Para sanar basta con auto-convencerte que ya estás sano. Simple como una de tus manos.

Greg Robb, senior economist reporter de Market Watch, ‘operador de negocios’ estadounidense, precisa: “Para ser justos, Matus piensa que la FED no anunciará nada hasta la reunión de septiembre de su Comité de Política Monetaria y no hará nada concreto hasta su reunión de diciembre”. En otras palabras es urgente creer, y es urgente esperar. Creamos y esperemos.

Michael Gapen, Economista-jefe de Barclays, es optimista cuando declara: “Esperamos que Yellen entregue una señal más fuerte sobre la probabilidad de una próxima alza de tasas de interés”.

Parece cosa de locos, pero todos estos “expertos”, magníficamente pagados, no se aventuran a usar sus propios cálculos, realizados con modelos matemáticos muy similares –conceptual y metodológicamente hablando– a los que usan la FED o el FMI. Prefieren esperar a que hable Yellen, como si su palabra tuviese un poder divino. ¿Prudencia, pusilanimidad, cobardía?

Logan, Matus, Robb y/o Gapen saben tanto o más que Janet Yellen y los miembros de la FED sobre los índices, tendencias y cifras que cotidianamente entregan decenas de institutos que viven de eso.

Sin embargo, viven esperando la palabra que mana de la boca del banco central de los EEUU, órgano constituido, como UBS, Barclays, Market Watch o HSBC, por simples mortales tan propensos al error como el que más. Y cobran por ello. Su ‘autoridad científica’ (¿por qué te ríes?) no va más allá de prever cuando, o en qué grado, la FED pudiese, si los astros se conciertan, mover pieza.

Aún así, como escribe Greg Robb, como mucho su coraje les lleva a pronunciar banalidades –imbecilidades es el término que conviene– como la siguiente: “…las posibilidades de un alza de tasas este año es de 50-50” (sic). Mañana… ¿me visto de verano o voy con abrigo? “Las posibilidades son de 50-50”. Te pones un impermeable, calzas chancletas y llevas gafas de sol.

Por si la insondable ignorancia –o la inconmensurable pusilanimidad– de los Economistas-jefe no fuese suficiente, el Wall Street Journal (WSJ) incursiona en los sondeos de opinión, como si la marcha de la economía y las decisiones de sus manitúes dependiesen de la opinión de una “muestra representativa” de idiotas: “En torno a un 71% de 62 economistas encuestados este mes por el Wall Street Journal dijeron que la FED esperaría hasta su reunión del 13-14 de diciembre” (resic).

Cualquier aprendiz de estadístico sabe que una muestra de 62 individuos es tan inútil como las previsiones y consejos del WSJ. Cuando te digo que esto no se inventa…

Janet Yellen en Jackson Hole (Kansas City - Wyoming)
Como quiera que sea, Janet Yellen vino a Jackson Hole, vio y habló. La conocida publicación Fortune estima que “los mercados adoraron” su discurso. ¿Qué dijo Janet? Lo que “los mercados” querían escuchar: todo va bien y mañana mejor.

Según Fortune “Yellen tuvo sobre todo palabras amables para el Tío Sam, diciendo que ‘a la luz de los sólidos y continuos resultados del mercado del trabajo y nuestras previsiones para la actividad económica y la inflación’, la posibilidad de un alza de tasas de interés adquiere fuerza”.

Ya. ¿Y ahí? Nada. No hay alza de tasas. Habida cuenta de la forma de reaccionar de “los mercados”, o sea de los ignorantes descritos más arriba, basta con la palabra de Yellen. La misma que dudó más de lo conveniente en diciembre del 2015 para subir la tasa directriz en un microscópico “cuarto de punto de base”, o sea en un 0,25% anual, sigue dudando ahora pero es consciente de que el mundo de los Economistas-jefe no puede seguir en Babia.

Diciéndoles lo que querían escuchar les permitió respirar, y al mismo tiempo tranquilizó a Fortune, que pone en primera página:

Janet Yellen y los inversionistas de Wall Street están de acuerdo en una cosa: La economía de los EEUU es una inversión relativamente buena”.
Como diría el otro, todo está en el “relativamente”. Ni tan cerca que te quemes, ni tan lejos que te hieles. Como hubiese dicho Alan Greenspan, “Uds. creen que entendieron lo que yo dije pero no saben si lo que dije quiere decir lo que yo quise decir”.

No obstante, el laburo de Janet Yellen consiste en anunciar ‘cielos despejados’ como deseaba Kevin Logan. Nadie espera del presidente de la FED que venga a anunciar la crisis de los subprimes (Alan Greenspan ni siquiera la vio venir), ni el hundimiento de los bancos privados (Ben Bernanke juraba que Lehman Brothers sobreviviría).

Ahora Janet Yellen se esfuerza en demostrar que la FED dispone de herramientas para hacerle frente a otra eventual recesión.

Una de esas herramientas consiste en bajar las tasas de interés, pero como sabemos estaban (y de algún modo están) en cero. Ni modo de ir más abajo. Otra herramienta tradicional consiste en fabricar dinero trucho, o sea hacer emisiones sin respaldo, pero los consecutivos relajos monetarios –Quantitative Easing para los entendidos– permitieron la emisión de billones de dólares sin alterar ni la tasa de crecimiento, ni la tasa de inflación que sigue cerca de cero amenazando por el contrario con transformarse en deflación.

No importa. Janet Yellen vino, vio y habló. Los Economistas-jefe pueden dormir en paz, el futuro se anuncia resplandeciente, los EEUU siguen siendo una inversión relativamente buena, John Wayne es recordado como el cowboy por excelencia, Mickey es bueno, los ‘Chicos malos’ son malos, y todo baña en el aceite esencial que debe lubricar las bielas de este inmenso motor que es la economía globalizada.

Hasta la próxima crisis que muestra ya la punta de la nariz. Pero no lo digas: podrías despertar de su apacible sueño a los Economistas-jefe, y desatar un pánico de no veas en “los mercados”.