9 de diciembre de 2016

MARX Y LA “MANO INVISIBLE”

Diego Guerrero

Aunque la mayoría piense que el tiempo de Marx ya pasó, y todo el mundo le cante (para bien o para mal) como a un gran pensador del siglo XIX, yo soy de la opinión de que el siglo XXI volverá a ser el siglo de Marx. Pero para explicar esto, primero hay que desvelar en qué consiste la auténtica relación del pensamiento de este autor con la famosa metáfora del padre de los economistas, el insigne liberal Adam Smith.

En términos de filosofía política expuesta al modo pedagógico, lo que el Smith filósofo y moralista entendía por Mano invisible puede describirse como el mecanismo oculto (la busca del interés privado por cada particular aisladamente) que conducía a la sociedad desde las esferas privadas individuales a la satisfacción del interés general. En términos más técnicos, podría complementarse lo anterior diciendo que en realidad Smith descubrió la tendencia a la igualación de las rentabilidades sectoriales como el mecanismo específico explicativo de las pautas de movimiento de los flujos de capital “libre” -es decir, el que no se enfrenta a barreras políticas ni de otro orden: monopolios, etc.-, pero esto no corresponde a un artículo divulgativo como éste. Me gustaría centrarme aquí en el lado más universal del problema, ése que llevó a la gran economista británica, Joan Robinson, esa Rosa Luxemburgo burguesa, como la llamaban, a interpretar el resultado del éxito de la metáfora smithiana como la degradación del problema moral en una cuestión definitivamente irrelevante, desde el momento en que cualquier conducta -altruista o egoísta- puede ser considerada “buena” si es privada, ya que contribuirá, ayudada por la mano invisible del mercado, a conseguir el bien común.

Mucho se ha escrito sobre la mano invisible, y mucho se la ha criticado también. Por ejemplo, Albert Hirschman demostró el paralelismo entre esa fórmula y su famosa “tesis de la perversidad”, el argumento preferido que utilizan los conservadores (aunque no sólo de ellos) para justificar que es mejor abstenerse de intentar políticas públicas bien intencionadas (por ejemplo, políticas keynesianas de demanda para luchar contra el desempleo), ya que, por lo general, los buenos propósitos suelen ir acompañados de malos resultados efectivos, por lo que la mejor política sería, según los conservadores, la que no existe. De ahí, la consigna de la desregulación (aunque no se caiga en la cuenta de que, para desregular, o sea, para eliminar una norma positiva, hace falta otra nueva, y esto requiere la persistencia, si no el incremento, del aparato burocrático).

Muchos amigos progresistas estarán de acuerdo con Hirschman, y entre ellos mi amigo Pablo Bustelo, que me comentaba, tras la concesión del Nobel de Economía al conservador Douglas North, lo mucho mejor que haría la Academia sueca otorgándole el premio a gente como Hirschman o Sen. Ahora que Sen ya lo tiene -y recuerdo también el comentario de José Luis Sampedro tras conocer la concesión de este Nobel: “Parece que los de Estocolmo se están portando últimamente; el año pasado, Saramago, y éste, Sen”-, podríamos apostar a que Hirschman lo tiene más cerca.

Sin embargo, yo voy a defender otra idea que también tiene mucha relación con la mano invisible, pero que hasta ahora ha sido mucho menos popular que la tesis de la perversidad. Mi idea es que Marx distinguía en Smith dos contenidos de la famosa metáfora, aceptando el primero y rechazando el segundo; y no sólo eso, sino que llevó la defensa del primero de ellos tan lejos que, convertida en “mano invisible de la sociedad” (más que en la mano invisible del mercado), esta idea constituye una de las estructuras centrales del edificio teórico de Marx. Veamos.

Pido prestada momentáneamente la distinción clásica entre lo positivo y lo normativo para intentar explicarme mejor. Para Marx, Smith había descubierto, sin duda, uno de los mecanismos económicos centrales de la sociedad capitalista, mostrando cómo era posible la reproducción indefinida de un orden social que, en principio, se sustenta primariamente en el “mercado autorregulado” (en el sentido de Polanyi), aunque ni Marx ni Polanyi eran unos ignorantes que desconocieran que los mercados generalizados, y mucho menos la sociedad de mercado, nunca han funcionado sin el apoyo (por decirlo de la forma más discreta) del Estado. Este lado “positivo” de la mano invisible también está en Marx, quien elogia a Smith por haber sido, si no el descubridor (ahí están Mandeville y varios otros), sí el racionalizador y autor de la fórmula (la metáfora) exacta necesaria para el triunfo de la idea.

Pero lo que Marx rechaza con todas sus fuerzas es el lado “normativo” de la Mano invisible. En época de Smith -que era un siglo anterior a Marx, lo que no empece para que sigan siendo válidas algunas de sus ideas, porque el simple paso del tiempo no basta para desmentir a los clásicos (que se convierten precisamente en clásicos por superar esa prueba definitoria)-, era cierto que la economía competitiva capitalista suponía un avance respecto del orden feudal. Pero la tesis de Marx es que, ya en su época -y, con más razón, podríamos decir “ahora”-, la economía capitalista se había hecho retrógrada. Como dijo Sampedro en la apertura del Primer Seminario Internacional Complutense sobre Nuevas tendencias en el pensamiento económico crítico: “El Liberalismo fue positivo, fue útil, fue valioso en sus comienzos, cuando entró a legitimar un gran cambio de poder que se producía en la sociedad europea de la época; en aquel momento, el poder se trasladaba desde el poder feudal de las tierras, de la nobleza y del clero a los comerciantes, a los empresarios, y empezaba a emerger un nuevo poder social; y en ese momento, el Liberalismo, el Capitalismo, favoreció la expansión de fuerzas productivas, favoreció el progreso de la técnica; y en ese sentido digo que es positivo; pero hoy es anacrónico; no es que sea malo: es que es anacrónico, anticuado; es que no sirve para resolver los problemas; nunca fue verdad que el mercado sea la libertad, pero hoy, es menos verdad que nunca; lo que pasa es que los señores neoliberales padecen una enfermedad frecuente en los creyentes de todas clases, sean religiosos o laicos: es la ceguera del creyente (y cuando alguien cree a pie juntillas en alguna cosa, ya no puede ver, no ve lo que sea contrario a sus creencias, ni siquiera mira: no le interesa porque vive con arreglo a sus creencias)”.

Que el mercado autorregulado, el orden extremo de mercado que desean los neoliberales como pauta normativa, sea criticado por tantos no significa que todos esos críticos sean marxistas. Lo que de verdad caracteriza a Marx como pensador de la economía y, sobre todo, de la sociedad, es la relación que sus ideas tienen con el lado que he llamado “positivo” de la Mano invisible. Para Marx existe una mano invisible, pero no del mercado, sino de la sociedad. Los críticos de la Mano invisible se han esforzado por contraponer a ésta la “mano visible” del Estado, pero Marx razonaba de forma muy distinta. Muchos críticos actuales están muy confundidos en esto.

Los neoliberales no se oponen al Estado, ni mucho menos. Para decirlo con palabras de un liberal español bien conocido, Pedro Schwartz (en sus Nuevos Ensayos Liberales): “La gente cree que los liberales perseguimos la destrucción del Estado. Muy al contrario, he dicho y quiero probar ahora, el liberalismo como programa político es un programa estatal y público (...) Los liberales, lejos de pretender la destrucción del Estado y su sustitución por no sé qué orden social espontáneo, buscan la restauración de un Estado fuerte, limitado y capaz de cumplir sus funciones necesarias: un Estado que sepa establecer y mantener el marco en el que vaya a florecer la actividad individual”. En esto, Schwartz sólo sigue a su maestro Milton Friedman, que en “Capitalismo y libertad” deja claro que “el liberal coherente no es un anarquista”. También Schwartz insiste en distanciarse de los anarquistas, recordando que los liberales “buscamos un Estado fuerte y pequeño, como baluarte de las libertades individuales”; lo que pasa es que “la actitud de los liberales ante el Estado suele caricaturizarse por incomprensión”, pues se cree que “el liberal en el fondo desea abolir el Estado, cuando busca centrarlo y reforzarlo”; en definitiva, se trata de reafirmar el “liberalismo clásico”, sin confundirlo con el “americano”, con el “socialismo”, con el “nacionalismo”, con el “anarquismo” ni con la “democracia”.

Por su parte, Marx, como los anarquistas, quería abolir el Estado. En un artículo sobre los dos socialistas alemanes, “Marx o Lassalle”, olvidado de muchos y desconocido para los demás -en un país donde no se lee a Marx, ¿quién puede esperar que se lea a Lassalle?-, el gran jurista Hans Kelsen escribe (en 1924): “Marx y Engels, precisamente como lo hacían los teóricos liberales del estado, interpretan el estado simplemente como instrumento de la clase (...) La sociedad anarquista-comunista es la que no tiene necesidad de ningún estado (...) La teoría política tal y como la desarrollaron Marx y Engels, es anarquismo puro. Esto ha quedado en el olvido, por muchas razones, durante largo tiempo”. Por tanto, Marx no tiene nada que ver con los intentos de arreglar el capitalismo a base de intervención estatal. Él simplemente hizo dos cosas: 1) observó que el capitalismo lleva dentro fuerzas que lo transformarán en socialismo (su tesis teórica); 2) lo anterior no tiene nada que ver con el fatalismo histórico, pues Marx creía que la historia la hacían los hombres, pero no como un alfarero hace su botijo, sino por medio, precisamente, de la mano invisible de la sociedad, es decir, como resultado de todas las luchas y conflictos que surgen en la sociedad capitalista, y con independencia de que unos individuos empujen en una dirección y otros en otra. Esto tampoco es un amoralismo, pues Marx, aparte de su metafísica y su ciencia, tenía su ética (léase a Rubel, por favor): no se trata de esperar a ver pasar tranquilamente desde nuestra mecedora el cadáver del capitalismo; si se entiende hacia dónde va la sociedad, es inmoral oponerse a esa tendencia racionalizadora; lo moral es, para Marx, empujar en el sentido de la historia.

El siglo XXI ha empezado como terminó el XX: mostrando a quien quiera mirar desprejuiciadamente que la realidad se parece cada vez más a la que Marx tenía en mente al desarrollar su labor de teórico y de revolucionario.

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: El artículo es parte del libro del economista marxista Diego Guerrero "Economía no liberal para liberales y no liberales"

8 de diciembre de 2016

REFERENDO A LA ITALIANA Y CRISIS BANCARIA

Alejandro Nadal. La Jornada

El sistema bancario en Italia es como un espagueti súpercocinado y mal sazonado. No se encuentra el comienzo ni el fin de cada fina tira de pasta. Todas enredadas parecen una serpiente de mil cabezas, pero todas están infectadas de un mismo mal, su cartera vencida. Lo grave es que, como Italia es la tercera economía de la Unión Europea, una crisis bancaria en ese país sería una amenaza mortal para el euro y no podrá ser barrida abajo de la alfombra.

Para el primer ministro Matteo Renzi el referendo del domingo pasado sobre reformas constitucionales habría otorgado un diseño más dinámico a la administración pública para salir de la parálisis política y el estancamiento económico. Pero los críticos de las reformas objetaron la mayor centralización del poder político y económico que resultaría de ganar el sí. El resultado fue aplastante: alrededor de 60 por ciento de los votantes rechazaron las reformas propuestas. En algunas regiones donde el desempleo es más elevado (por ejemplo en el Mezzogiorno) el rechazo alcanzó 70 por ciento.

¿Qué tiene que ver esto con los bancos italianos y el euro? Sumida en el estancamiento y el desempleo, Italia afronta además la más grave inestabilidad bancaria de su historia. La verdad es que la economía italiana no se ha recuperado de la crisis de 2008. Desde 2009 la economía italiana ha sufrido una contracción mayor a 10 por ciento y el año pasado apenas creció 0.8 por ciento, lo que ha ido agravando el problema de la cartera vencida que hoy alcanza los 400 mil millones de euros (alrededor de 20 por ciento del PIB).

Después de varios intentos fallidos para rescatar y colocarlos nuevamente en pie, los bancos italianos siguen su descenso al infierno de los números rojos. Entre los bancos más importantes con problemas graves se encuentran Monte dei Paschi di Siena (el banco más antiguo del mundo), Banco Popolare y Unicredit. Todos tienen coeficientes de cartera vencida a capital (más reservas) superiores a 100, lo que significa que no tienen suficientes recursos para cubrir sus pérdidas.

Cuando estalló la crisis financiera muchos bancos italianos estuvieron comprando bonos del gobierno, práctica promovida en su momento por el Banco Central Europeo (BCE). Pero la crisis en Grecia demostró que esa no era una buena idea y el BCE y la Unión Europea (UE) dieron marcha atrás cuando se percataron que el nivel de apalancamiento del gobierno italiano era excesivo. Hoy la política sobre rescates en la UE busca impedir que un gobierno preste ayuda para recapitalizar sus propios bancos y fomenta la idea de que en caso de crisis los primeros en absorber pérdidas sean los inversionistas de dichos establecimientos. Las nuevas reglas pretenden evitar los rescates perversos en los que la irresponsabilidad de los dueños de bancos es recompensada con recursos fiscales mientras la deuda privada se convierte en deuda pública. Esto tiene algo de sentido pero los rescates privados ignoran las interdependencias del sistema bancario y las consecuencias sistémicas de un colapso en uno de los grandes bancos.

La irritación que las nuevas reglas han provocado en Italia es considerable porque existen cientos de miles de pequeños inversionistas que compraron papeles de los bancos deteriorados y hoy ven sus ahorros amenazados. Esto explica una parte del voto de castigo en contra del primer ministro italiano en el referéndum pasado.

Para superar el obstáculo impuesto por las nuevas reglas de la UE, Renzi y su ministro de finanzas Pier Carlo Padoan adoptaron la idea de crear un banco malo, es decir, un banco privado capaz de comprar la cartera tóxica de los bancos italianos más expuestos. El resultado fueron dos fondos especiales, Atlante I y II, para recapitalizar y comprar cartera vencida, respectivamente. Pero los Atlantes no tienen los recursos suficientes para afrontar un problema de esta magnitud. Además de la falta de transparencia en sus decisiones sobre cuáles bancos debían ser ayudados, los fondos no pudieron tranquilizar a los mercados que suponen tendrá que venir tarde o temprano otra inyección de fondos públicos, con lo que la deuda pública aumentará y con ello los problemas de su financiamiento en los mercados de capitales internacionales.

El gobierno italiano y el euro afrontan un serio dilema. Los fondos Atlante (el “banco malo”) no han podido llevar a cabo el salvamento de los bancos. Pero tampoco es evidente que un gobierno que se ahoga en un pantano de deudas pueda seguir operando este rescate con fondos públicos (la relación deuda-PIB en Italia supera 132 por ciento, lo que ubica a este país en segundo lugar después de Grecia). Y tampoco se ve la salida por el lado de una inyección de recursos de países como Alemania.

La crisis de la banca italiana es también la crisis de los bancos europeos cuyas acciones se han desplomado este año. Así que aunque ya no es válido aquello de que todos los caminos conducen a Roma, lo cierto es que hoy la crisis de los bancos europeos pasa por Italia.