26 de octubre de 2017

LAS SECUELAS DEL NACIONALISMO EN LA EX YUGOSLAVIA

Rolando Astarita. rolandoastarita.blog

En varias notas del blog he planteado que exacerbar las pasiones y las rivalidades nacionales no tiene absolutamente nada de progresista, ni de izquierda. Lo he afirmado en oposición a los que piensan que agitando el nacionalismo –incluso inventando relaciones “coloniales” o de “explotación nacional”- pueden desatar una revolución que desemboque, más o menos espontáneamente, en el socialismo. Sostengo también que la formación de una multitud de pequeños Estados nacionales, divididos por el particularismo y la exacerbación nacionalista, puede tener resultados negativos para los trabajadores.

En este respecto, el caso de Yugoslavia es ilustrativo. Tengamos presente que ya en los 1980 se manifestaban en ese país fuertes tensiones étnicas y nacionalistas, en el marco de una economía en deterioro. Con la caída de la URSS el proceso se aceleró. En 1991 Eslovenia y Croacia se independizaron. Y en 1992 Bosnia-Herzegovina y Macedonia también declararon la independencia. El presidente serbio Milosevic trató de impedirlo, y dio comienzo una guerra que se prolongaría hasta 1995. La guerra volvió a estallar en Kosovo, en 1999. A lo largo de esos años hubo desplazamientos forzosos, que afectaron a un millón de personas; violaciones masivas de mujeres; y alrededor de 250.000 muertos. Por supuesto, no hubo ni por asomo algo que se asemejara a una revolución socialista.

Pero además, las secuelas de las guerras nacionales se prolongan hasta el presente. Dejando de lado el aspecto económico del asunto –no hubo un particular desarrollo de las fuerzas productivas debido a la formación de seis Estados nacionales independientes- desde el punto de vista de la unidad de la clase obrera por encima de las nuevas fronteras nacionales, no se ha mejorado un milímetro. A fin de brindar elementos para el análisis de esta última cuestión, en lo que sigue resumo y transcribo pasajes de un texto, que me parece muy ilustrativo, de Ermac Osmic, “La morfología del nacionalismo en los países de la ex Yugoslavia”, del 21/11/16 (http://www.globalethicsnetwork.org/profiles/blogs/the-morphology-of-nationalism-in-former-yugoslavian-countries).

Osmic comienza recordando que a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial se formó la República Federal Socialista de Yugoslavia, la cual reunió seis repúblicas autónomas, Croacia, Eslovenia, Serbia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Montenegro. El Partido Comunista, dirigido por Josip Tito, las mantenía unidas, y Yugoslavia era considerada una nación supra étnica. De todas formas, las identidades étnicas y nacionales buscaban validarse bajo ese sistema, a través de protestas, manifestaciones e incluso el involucramiento en la actividad política. El régimen respondía con represión. Dice Osmic: “Por debajo de la superficie las identidades étnicas tradicionales estaban muy activas todavía, manteniendo vivas la noción de su afiliación nacional “real”, lo que culminó en las guerras de Yugoslavia de los 1990”.

En los 1990 Yugoslavia dejó de existir y las antiguas repúblicas autónomas se convirtieron en Estados independientes (más el status especial de Kosovo). Sin embargo, dice Osmic, al día de hoy muchas personas, incluidos jóvenes, todavía se refieren a sí mismas como yugoslavos. “Para ellos el nacionalismo es la causa del baño de sangre durante los noventa, así como del mecanismo político que mantiene a políticos corruptos en todas las ex repúblicas en el poder”.

Agrega: “La difusión del miedo étnico es la piedra basal de casi todos los partidos políticos que ocupan lugares en las ramas ejecutiva, legislativa y judicial de los seis países. Se trata del aparato más regresivo que quedó después de la guerra, el cual sirve para mantener el status quo vivo y en buen estado”.

Yo soy de Bosnia-Herzegovina donde hay un dicho que reza: “Está todo bien en tanto no haya disparos”. Este dicho sintetiza de una forma devastadoramente precisa el estado de pensamiento en que viven muchos de mis conciudadanos. Vivimos bajo el constante temor de que “los otros” están ahí para agarrarnos; y que la única forma de defendernos es a través de la unidad étnica. Muchos partidos progresistas han hecho lo posible para que superemos el miedo de romper el status quo; de todas maneras, las memorias de ciudades destrozadas, genocidio, miembros de familia perdidos, miedo, terror y devastación son todavía muy fuertes para simplemente borrarlos o incluso pasarlos por alto”.

Las personas anhelan el cambio, pero el aferrarse al nacionalismo es la única cosa que para ellos les garantiza “el lujo” de no ser asesinados “por el otro lado”. Lo que una vez fue el catalizador de la guerra es ahora la única cosa que la previene. Al menos, eso es lo que la gente cree. (…) Los que tomaron el poder durante la guerra todavía están en el poder. (…) Los que están en el poder, lo mantienen, y cualquier tipo de levantamiento de la gente para protestar contra esta corrupción sistemática es tan reminiscente de la guerra (cuya posibilidad está siempre pendiente sobre nuestras cabezas) que se ha convertido incluso en fútil pensar en ello. El nacionalismo es el ancla que nos mantiene a salvo y nos protege de la guerra, pero al mismo tiempo nos impide avanzar”.

Yugoslavia suprimió el nacionalismo negando a la gente la posibilidad de honrar sus tradiciones, culturas y herencias en la manera en que estaban acostumbradas a hacerlo. Los que desafiaban esas prohibiciones eran enviados a los campos de trabajo forzado, o simplemente encarcelados. (…) Después de la muerte de Tito, en 1980, los nacionalistas finalmente vieron su oportunidad de liberarse de los grilletes del régimen. Creció su popularidad, algo que no le gustó a los herederos de Tito”. Señala luego cómo los dirigentes de la Liga Comunista de Yugoslavia, dirigida principalmente por serbios, consideraron que los referéndums por medio de los cuales las ex repúblicas se independizaron de la ex Yugoslavia eran una suerte de golpes de Estado. “La guerra estalló, primero en Croacia, luego en Bosnia-Herzegovina. Hacia 2006, las seis repúblicas que habían formado Yugoslavia se habían convertido en Estados soberanos”.

Sin embargo, debido a las largas décadas de cohabitación de las diferentes etnicidades en lo que ahora se conoce como Yugoslavia, era imposible una nación homogénea en cada uno de los nuevos Estados, como la habían imaginado los nacionalistas. Simplemente, no era posible. Esto era especialmente cierto en Bosnia-Herzegovina, en la cual las tres mayores etnias, bosnios, croatas y serbios han estado viviendo juntas por siglos”. Recuerda luego que Bosnia se dividió en tres grandes grupos étnicos, llamados “pueblos constituyentes”, cada uno con una parte del poder garantizado. Escribe: “Para los políticos, hasta el día de hoy, esto significa el fomento de la idea del pensamiento tribal y el uso de la antes mencionada difusión del miedo como un medio para permanecer en el poder”.

El nacionalismo, que alguna vez fue una noción oprimida de pertenencia cultural y étnica en Yugoslavia, se ha convertido en el opresor en el presente en Bosnia-Herzegovina, manteniendo de rehén al pensamiento progresivo y reasegurando a los que están en el poder que permanecerán en el poder en tanto siga intacto el terror de la gente a la guerra”.

Son las consecuencias, en carne viva, de la exacerbación nacionalista. Mayor división de la clase trabajadora, mayor sujeción a “sus” burguesías y a “sus” Estados nacionales, inacción, desmoralización y desorientación. ¿Qué tiene todo esto de progresista?

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Discuto a Astarita que los territorios que componían la ex Yugoslavia socialista fueran naciones oprimidas pero, en cualquier caso, coincido plenamente con él en que el “remedio” de volar aquel Estado fuera mejor que la enfermedad de su existencia. Tomen nota los patriotas estelados y los rojigualdos y pregúntense a quienes hacen el juego los pseudoizquierdistas que, al uncirse al carro de las patrias, renuncian de hecho a la posición de clase. 

21 de octubre de 2017

NACIONALISMO CATALÁN Y UN TEXTO DE LENIN

Rolando Astarita. rolandoastarita.blog

En los últimos días varios lectores me preguntaron sobre el proceso independentista catalán. La respuesta provisoria que di es que, aun defendiendo el derecho a la autodeterminación y repudiando la represión del gobierno central, considero que la constitución de Catalunya como Estado independiente no es históricamente progresiva. En particular, porque no existe una relación de explotación, o de saqueo colonial, sobre Catalunya. Tampoco estamos en presencia de alguna forma de nacionalismo feudal enfrentado a un nacionalismo catalán democrático-burgués progresista. En realidad, Catalunya es una de las zonas más avanzadas de España, y su modo de producción es enteramente capitalista. Por eso también la causa última de la crisis económica de España (y de Catalunya) es el capital, y no la forma de articulación del gobierno central con las regiones autonómicas.

En otros términos, no hay razón para esperar que la independización de Catalunya dé lugar a un desarrollo cualitativamente superior de sus fuerzas productivas; o a una superación de los problemas fundamentales que padecen los explotados. Tampoco podemos esperar que, por el hecho de constituirse en nación, la burguesía catalana deje de actuar como siempre lo ha hecho toda burguesía: tratando de obtener el máximo de plusvalía de sus trabajadores. Peor todavía, la formación de pequeños Estados nacionales a lo largo y ancho de la Península Ibérica puede ser un factor de mayor atraso y rivalidades. Varios pequeños mercados nacionales en competencia proteccionista no constituyen ningún porvenir venturoso (y esto sin contar los problemas derivados de la pertenencia a la zona del euro). Por eso, la crítica socialista debería desnudar el carácter embustero de la propaganda del nacionalismo burgués y pequeño burgués catalán, que está vendiendo “espejitos de colores” a las masas trabajadoras.

Pero además, la exaltación del nacionalismo y del particularismo no tiene nada de beneficioso para la clase obrera y el socialismo. Y en Catalunya hasta podrían generarse mayores divisiones en la clase obrera (por no hablar de la relación con los trabajadores del resto de España). Por eso, la lucha por la unidad obrera por encima de los nacionalismos es central para el socialismo. Cuestión que fue tratada extensamente por Lenin en sus escritos sobre la cuestión nacional.

Así, tal vez la idea principal del líder bolchevique es que los socialistas y los obreros internacionalistas tienen, frente al nacionalismo, una doble tarea: por un lado, combatir toda forma de opresión nacional y reconocer el derecho de las naciones a la autodeterminación y a la secesión. Por ejemplo, en la coyuntura de Catalunya, rechazar y combatir la represión al referéndum por parte del gobierno central y la Monarquía. Pero por otra parte, combatir al nacionalismo y preservar la unidad de la clase obrera. Sin embargo, es este segundo aspecto el que muchos socialistas dejan de lado, en especial cuando se encienden las pasiones nacionalistas de las masas. Por eso, nunca se insistirá lo suficiente en que los marxistas defendemos la unidad de los trabajadores por encima de cualquier nacionalismo.

En este sentido, y con el fin de brindar elementos para la reflexión, transcribo a continuación un pasaje de “El marxismo y la cuestión nacional” (Lenin, Collected Works, volumen 20, pp. 395-454, https://www.marxists.org/archive/lenin/works/cw/pdf/lenin-cw-vol-20.pdf). Destaco también que recientemente Ignacio Anzaldi, lector del blog, me envió un escrito – “El marxismo y la cuestión nacional”-, donde reivindica la postura de Lenin de manera muy similar a la que aquí presento. Escribía Lenin:

Los intereses de la clase trabajadora y de su lucha contra el capitalismo exigen la solidaridad completa y la mayor unidad de los trabajadores de todas las naciones; exigen resistencia a la política nacionalista de la burguesía de cada nacionalidad. Por lo tanto la Socialdemocracia se estaría desviando de la política proletaria y estaría subordinando a los trabajadores a la política de la burguesía si repudiara el derecho de las naciones a la autodeterminación, esto es, el derecho de una nación oprimida a separarse, o si apoyara todas las demandas nacionales de la burguesía de las naciones oprimidas. No hace ninguna diferencia a un trabajador contratado si es explotado principalmente por la burguesía gran rusa y no por la burguesía no rusa, o por la burguesía polaca y no por la burguesía judía, etcétera. El trabajador contratado que ha entendido sus intereses de clase es igualmente indiferente a los privilegios estatales de los capitalistas gran rusos y a las promesas de los capitalistas polacos o ucranianos de establecer un paraíso terrenal cuando obtienen privilegios estatales. El capitalismo se está desarrollando y continuará haciéndolo, de todas maneras, tanto en Estados integrales con población mixta y en Estados nacionales separados. En cualquier caso el trabajador será un objeto de explotación. La lucha exitosa contra la explotación requiere que el proletariado esté libre del nacionalismo y sea absolutamente neutral, por así decirlo, en la lucha por la supremacía que se está desarrollando entre las burguesías de varias naciones. Si el proletariado de cualquier nación otorga el menor apoyo a los privilegios de sus “propia” burguesía nacional, esto inevitablemente despertará desconfianza en el proletariado de otra nación; eso debilitará la solidaridad de clase internacional de los trabajadores y los dividirá, para deleite de la burguesía. El repudio del derecho de la autodeterminación o a la secesión significa, inevitablemente, en la práctica, el apoyo a los privilegios de la nación dominante” (p. 424-425; énfasis agregado).

Para que lo entienda cualquiera: la izquierda debe animarse a decirle a un trabajador catalán (pero lo mismo vale para un obrero argentino, ruso, estadounidense, etcétera) que es lo mismo que lo explote un capitalista catalán, que uno madrileño, alemán o estadounidense. En otras palabras, que el enemigo es el capital, en cualquiera de sus formas nacionales. Explicar también que es solo en este marco ideológico y político que los marxistas defendemos el derecho a la autodeterminación. No lo hacemos para fortalecer el nacionalismo, sino para debilitarlo. Procuramos que con la extensión de los derechos democráticos –incluido el derecho a la secesión- desaparezcan los prejuicios nacionalistas y se avance hacia la unidad sin distinción de nacionalidades, etnias o “razas”, de los explotados.