9 de diciembre de 2012

EL PORVENIR DE UNA ILUSIÓN


Por Marat
1.-Crisis de la razón dialéctica:
Pido disculpas por anticipado por el largo retraso en la atención dedicada a este blog. Cuestiones de índole política, con sus propias repercusiones personales, me han dejado fuera de combate durante algún tiempo.

Pero las convulsiones políticas, económicas y sociales, que se precipitan sin pausa unas sobre otras, obligan a volver al compromiso con la realidad a quienes carecemos de la opción de aislarnos del mundo. 

He de advertir al lector de que seguramente sea éste el texto más largo de cuantos haya publicado en este blog. Por este motivo, y por respeto al tiempo de quien se pasea por este sitio, le sugiero que decida si realmente puede merecerle la pena embarcarse en la lectura y digestión de un tocho más abultado que los ya habitualmente sobrecargados textos con los que suelo castigar a mis menguantes lectores.   
    
En 1927 Sigmund Freud publica una de sus últimas y más transcendentales obras: “El porvenir de una ilusión”. En ella examina el papel asignado a la religión como forma de representación ilusoria que responde a las necesidades y pulsiones humanas. A su modo de ver, para una nueva normatividad que permita controlar el estado de naturaleza en el ser humano no es necesaria la religión. Puede serlo una cultura secularizada, siempre según Freud y, dentro de ella, ejercer el psicoanálisis su papel redentor.

En esto Freud no era original. Otros muchos antes, desde Platón hasta Tomás Moro, de Licurgo a Babeuf, de Campanella a Marx, todos ellos buscaron un fundamento moral  que encuadrase la acción del individuo y la colectividad con el fin de hallar una existencia más justa y racional. Y la rueda de esa búsqueda ha continuado imparable hasta hoy.

El esfuerzo de la parte más progresiva de la Humanidad por establecer explicaciones racionales y aportar ciencia a los hechos sociales, la realidad material o cualquier otro fenómeno de alcance humano y por basar en esa racionalidad un conocimiento de sí misma que le permita una convivencia que merezca la pena ser llamada tal, se ha enfrentado desde el origen del pensamiento humano al oscurantismo, la superstición, la irracionalidad, el pensamiento mágico, la reacción, la religión y la estupidez.

La lucha entre el conocimiento y la ciencia, aún en sus fases incipientes, por un lado, y las falsas creencias y los modos ilusorios de explicar la realidad, por el otro, se ha mantenido de un modo oscilante durante siglos o incluso milenios, sin que fuera posible el triunfo definitivo del saber y la razón sobre la ignorancia y la superchería.   

De hecho, la historia ha conocido tanto etapas marcadas por el progreso –finales del siglo XVIII- como por la reacción –primera mitad del siglo XX y período que va, al menos, desde el inicio de la crisis del 2007 hasta el presente-, aunque en medio de la tormenta hayan existido algunos elementos de esperanza para la Humanidad, como la revolución rusa. Pero en ningún momento, el progreso ha sido capaz de construir un nuevo escenario estable capaz de romper definitivamente la fuerza negativa de la tradición y la opresión. Quizá la línea de la historia tenga más de discontinua que de constante.  

La crisis de la razón, -una manifestación de la crisis de civilización en la que vivimos atrapados desde hace más tiempo que en esta crisis sistémica y económica del capitalismo- hace que esa búsqueda de la emancipación del ser humano de sus necesidades y temores mediante el saber científico, el método y la acción política hayan entrado en crisis porque han fallado los vehículos políticos capaces de actuar como vanguardia en la transformación social cuando más necesaria resultaba ésta.

Si quienes nos reclamamos hijos de la rabia y de la idea, de la razón y la revolución, hubiéramos encontrado en el pensamiento emancipador un camino seguro hacia la humanización del mundo no habríamos dependido de un modo tan desesperado de la fe y la esperanza irracionales. Nuestro avance hacia la superación de la necesidad y de la opresión se hubiera sustentado en algo más demostrable, menos accesorio y precario.

La realidad es que tras los fracasos de los proyectos de ruptura con la opresión, la explotación y el dolor evitable, no hemos sido capaces de reconstruir ni la línea de pensamiento para la acción ni la superioridad social de unos valores de justicia e igualdad sociales. Todo un mundo conocido, transitoriamente menos primitivo y criminal que habíamos edificado y en el que la lucha de clases fue decisiva, se ha venido abajo.

Hace ya decenios las ideas de progreso, igualdad y fraternidad se batían en retirada pero sólo ahora es posible ver el efecto de la devastación sobre el proyecto transformador en toda su extensión.

Cuando uno se considera heredero de la razón y la ilustración y del método de análisis y transformación de la realidad concreta que ha representado desde hace más de 150 años el marxismo, se siente profundamente descorazonado al comprobar cómo las sectas de diseño New Age, el populismo y la demagogia antidemocráticos, el nuevo auge de los fascismos, la fabricación de “disidencias controladas” y de “verdades” hegemónicas mediante la repetición mediática “ad nauseam”, se imponen en el discurso social y político como falsas apariencias de rebelión que, al no dirigir la protesta hacia el corazón de la tormenta, sirven para perpetuar las formas de dominación del capital.

2.-Sobre la crítica a la democracia política y otras cuestiones:
Si el capital ha demostrado, con su fuerza aplastante, su capacidad para imponer a los gobiernos políticas antisociales ante la crisis, la respuesta de los propagadores del populismo más indecente ha sido, en lugar de ir frontalmente contra el capital, salvo en la versión simplista y absurda de limitar el capitalismo al financiero, la de culpar a lo que llaman “clase política”, sin distinciones ni matices, negando la existencia de democracia política y promoviendo la consigna maximalista de “que se vayan todos”.

La democracia política bajo el capitalismo ha sido siempre una democracia burguesa, lo que la ha hecho compatible con situaciones de mayores dosis de igualdad en lo social y económico y con otras de la mayor desigualdad en ambos ámbitos, de acuerdo a la correlación de fuerzas en la lucha de clases que se producía en el interior de las sociedades con esa forma de gobierno.

La democracia política es sólo la forma de representación política que garantiza ciertos derechos (de reunión, de asociación, de expresión, de manifestación,...); derechos que siempre han sufrido mayores o menores dosis de restricción y represión pero sin llegar a alterar lo esencial de ser democracia política mientras no se alterasen sus formas legales o se suspendiesen de forma general sus garantías. Ninguna democracia política ha sido jamás plena, siendo en ocasiones muy plebiscitaria, en otras muy institucional, en unos casos muy oligárquica, en otros muy participativa.  

Han existido a lo largo de la democracia política bajo el capitalismo democracias muy liberales en lo económico y otras más intervencionistas y de Estado social, de acuerdo no sólo a los niveles de lucha de clases sino también a las necesidades estratégicas y de desarrollo del capital y de su realización del beneficio.

Es cierto que las instituciones políticas y los gobiernos de los países del capitalismo en crisis con democracias políticas han perdido prácticamente toda capacidad de control sobre la economía pero no fue nunca dicho control un elemento constitutivo esencial de la democracia política. En todo caso el pacto social trabajo-capital se reflejó en determinadas Constituciones en la forma de “Estados sociales y de derecho” durante determinados períodos. Y las formas de planificación y control de la actividad económica que en esas etapas del capitalismo se dieron no fueron otra cosa que cesiones del capital para facilitar cierta ordenación de la actividad económica, una implicación de los Estados en la propia potenciación de los intereses económicos privados, un mejor flujo de la concurrencia del capital en los mercados y una relativa regulación del caos que siempre acompaña a la actividad del capitalismo. 

Hablar de “golpe de Estado de los mercados” responde bien a la ignorancia política más profunda, bien a una demagogia que busca el efectismo político. ¿Acaso la “revolución neoliberal” (liberal a secas) no fue iniciada por los gobiernos de Thatcher y Reagan? ¿Acaso no fueron estos los primeros en iniciar la desregulación del sistema financiero mundial? ¿Acaso la desregulación del comercio mundial dictado por la OMC (Organización Mundial del Comercio) y por el GATT no fueron aprobados por gobiernos? ¿Acaso los tratados de Maastricht y de Lisboa no fueron impulsados por los gobiernos de la UE? Y esto ha ocurrido tanto con gobiernos liberales/conservadores como con gobiernos social-liberales (nominalmente socialistas o socialdemócratas) 

Caracterizar a las democracias políticas bajo el capitalismo como democracias burguesas no significa simplemente que acepten los límites del juego de este sistema económico sino que, de un modo casi general, sus gobiernos representan los intereses de la gran burguesía capitalista y de sus grandes corporaciones industriales, de servicios y financieras.

Por tanto, no ha existido “golpe de Estado de los mercados” alguno . Simplemente el largo brazo del capital ha actuado en su beneficio, a través de los gobiernos, logrando vuelta al Estado mínimo (minarquistas), de desregulación de toda forma de actividad económica y de reapropiación por el capital del, ya cadáver, Estado del Bienestar. 

Dicho lo anterior, desde una posición revolucionaria es aberrante convertir la crítica hacia el papel del Estado burgués y sus gobiernos en una negación y deslegitimación global de las libertades políticas. Por mucho que éstas y las garantías jurídicas estén siendo recortadas de modo creciente (chantajes contra los derechos de los pueblos y su autodeterminación, prohibiciones del derecho de manifestación, represión sindical y de las movilizaciones de trabajadores, atentados a la libertad de expresión,...), aún están en pie la mayoría de los espacios de libertades políticas que es necesario defender. Y especialmente por parte de la clase trabajadora, que es la que más necesita de ellas para llevar a cabo sus luchas de un modo abierto.

Hay una tendencia creciente a trasladar el mito de la “dictadura de los mercados”, del que antes hablábamos, a la consideración del Estado democrático-burgués como dictadura política. Si bien Marx comparó lo que denominó “dictadura del proletariado” con la “dictadura burguesa”, lo hizo en términos de clase y nunca minusvaloró ni desprecio la defensa por los trabajadores de las libertades políticas. Sabía muy bien la diferencia entre las luchas sociales bajo situaciones carentes de garantías legales de otras sin  protección jurídica alguna de la persona.

Cuanto más aumente el combate de los trabajadores en términos de lucha de clases, más se incrementará el carácter represivo del Estado burgués y más tenderán a limitarse sus libertades formales pero éstas han de ser defendidas con el mismo encono por los trabajadores y sus organizaciones. Pasar a negar su existencia sin más conlleva el riesgo de la vuelta a su desprecio, fenómeno que caracterizó buena parte de la deriva política de un sector de las izquierdas alemanas en el período que fue de la República de Weimar hacia su fin, con las trágicas consecuencias que para los trabajadores tuvo el nuevo orden surgido tras ella.

Entiendo que estos argumentos no sean válidos para quienes siguen aferrados a las experiencias autoritarias de “socialismo de cuartel” y que, en la polémica entre Rosa Luxemburgo y Lenin respecto a las libertades políticas, se inclinarán por el segundo y mucho más por el siniestro personaje que sucedió al gran revolucionario ruso. Pero entiendo mucho menos su coincidencia con sujetos y corrientes populistas y prefascistas con los que coinciden en el desprecio hacia dichas libertades, una vez que la lección del fin de la República de Weimar hubiera debido dejar algún poso de aprendizaje en ellos.

De la incapacidad de las izquierdas para dar una respuesta revolucionaria y para ofrecer una alternativa de clase a la crisis capitalista deriva en gran medida la expansión de fenómenos como el del cómico, y emblema del más depurado “ciudadanismo indignado”, italiano Beppe Grillo, con su prefascista Movimiento de las 5 Estrellas, hoy ya segunda fuerza en expectativa de voto en su país, que ha recogido un descontento social para proyectarlo hacia la antipolítica -presentándose como regenerador de la vida política y las instituciones, cuando sólo es uno de tantos aventureros demagógicos como los que poblaron Europa en los años 20 y 30 del pasado siglo en el proceso de ascenso de los fascismos- Otro tanto sucede con una fuerza con una fuerza arrolladora como la de Amanecer Dorado en Grecia. Más allá del éxito de sus redes de asistencia “solidaria” sólo para griegos, que ha penetrado en los espacios y territorios de la izquierda radical griega, lo cierto es que los neonazis helenos han logrado aportar una épica a la rabia social, canalizándola en sus propios intereses, algo que están empezando a perder las izquierdas griegas, unas por la respetabilidad de la que intentan investirse ante su posible futura llegada al gobierno (Syriza), otras por su grave sectarismo y aislamiento del resto de las izquierdas (KKE). El panorama no es mejor en el resto de Europa: Hungría, Finlandia, Francia, Holanda, Austria,...El aviso de los antifascistas más activos en Europa sobre el renacido despertar de la serpiente no parece estar siendo recogido por las izquierdas con la necesaria respuesta ante tan grave realidad.

3.-Creación, auge y caída del mito de las clases medias:
La ignorancia inducida hacia amplios sectores de los trabajadores desde los ideólogos del capital, muchos de ellos bien integrados dentro de las corrientes de “izquierdas”, ha fabricado el mito todoterreno y multiclases de las clases medias.

Durante muchos decenios se ha maquillado el antagonismo esencial capital-trabajo bajo la fórmula de sustituir la auténtica división social en clases –trabajadores y empresarios- en una categoría que es ajena al antagonismo de intereses básico capital-trabajo y que expande su dimensión y composición estructural del mundo del trabajo al del consumo.

Las clases medias son, en su origen, aquellos estratos que no pertenecen a los sectores asalariados de rentas más bajas ni a los grandes capitalistas: profesionales liberales, pequeños y medianos terratenientes y empresarios; en definitiva, quienes sin ser grandes capitalistas, no estaban sujetos a las relaciones salariales.

Con posterioridad, el desarrollo capitalista, el acceso de amplios sectores de la población al consumo de masas, el incremento de los salarios en una gran variedad de sectores productivos, el desarrollo del welfarismo (Estado del Bienestar) posibilitaron introducir un criterio que ya no era el estructural –es decir, falsear y pervertir el criterio del origen y carácter de las clases bajo el capitalismo-, para redirigir el concepto básicamente a la cuestión de las rentas (el dinero poseído/ganado) y la capacidad de consumo. Nacía así la ideología mesocrática. Max Weber, como gran referente intelectual de la sociología legitimadora del capitalismo intenta crear un marco teórico global que se contraponga a las tesis del pensamiento crítico de Marx y que enmascare la realidad estructural de las clases sociales desde lo que no es sino su consecuencia: la renta y su distribución como fundamentos del acceso no a la producción sino a la reproducción social. Y para ello Weber acudió al esquema de la determinación de renta y salarios en función de la ocupación y del nivel de estudios. Apunto sólo una primera andanada que cuestiona el esquema básico de la sociología burguesa sobre las clases sociales: la ocupación y el nivel de estudios tienen un carácter dinámico continuo bajo el capitalismo que finalmente afecta tanto a valorización económica de la ocupación y el puesto del trabajador en cuanto a niveles de renta y a capacidades adquisitivas.

La ideología mesocrática –tomado el concepto de ideología en su sentido marxiano (de Marx, no de las corrientes posteriores) de “falsa conciencia”- ha sido durante la mayor parte del siglo XX el reflejo superestructural del paso a la producción y al consumo de masas, así como de la incorporación del Estado al papel incentivador en el desarrollo y crecimiento del capitalismo y al impulso de las políticas contracíclicas (1933).

Si para su legitimación el Estado capitalista necesitaba la transición del sufragio censitario al sufragio universal, para su desarrollo el capitalismo necesitaba de la reproducción ampliada del capital y esto sólo era posible mediante un acceso creciente de sectores más amplios de la población al consumo. Y, de modo acelerado, a un consumo secundario (vehículos, primera y segunda viviendas, ocio,...)

Nace de este modo la ficción de la continua expansión de las clases medias y del achatamiento paulatino de las clases trabajadoras. ¿Qué ha cambiado en la realidad para afirmar esto? Nada determinante en lo que a la realidad estructural de la salarización de las relaciones laborales de producción se refiere.

Lo que sí se ha producido es una esforzada “creatividad” para establecer una composición de la clase media lo bastante amplia y “flexible” para que casi cualquiera que no viva bajo el umbral de la pobreza o que no sea un archimillonario pudiese ser encuadrado dentro de tal categoría.

De entrada para qué limitarse a una única estratificación de la clase media. Clase media-baja, clase media-media y clase media-alta. Por amplitud de la clase media que no quede.

El objetivo es “morder” por abajo, clase media-baja, amplios sectores de la clase trabajadora a los que se les considera clase media por tener un piso en propiedad, un vehículo y una televisión de plasma.

Llamativamente, sin embargo, a la clase media se le tiende a achatar hacia arriba. Hay una tendencia marcada a excluir de ella, en su tramo más alto, a los propietarios de la mediana empresa (según la UE con un número de empleados que oscila entre más de 50 y menos de 250, si bien deben añadírsele otros criterios para su clasificación dentro de la mediana empresa tales como la facturación o su valor patrimonial, entre otros). O, cuando los incluyen, lo hacen a regañadientes bajo la denominación de “viejas clases medias”, opuestas a las “nuevas”. 

En 2006, las 500 compañías transnacionales más importantes del mundo empleaban a casi 53 millones de personas, lo que daba un ratio por multinacional que superaba los 100.000 empleados. Ni que decir tiene que hay muchas más multinacionales y multitud de grandes empresas que no lo son pero que superan con creces los 250 empleados de la mediana empresa. No digamos nada de las diferencias respecto a valor patrimonial, volumen de ventas o beneficios de unas y otras.

La lógica, la simple y palmaria lógica, sugiere que, siguiendo el absurdo de la clasificación de clases weberiana, las rentas de propietarios y principales accionistas de buena parte de las grandes empresas y transnacionales deben de ser lo bastante elevadas como para que no se ubique a estos en la misma clase social que a los propietarios de empresas de hasta 250 empleados, salvo que dentro de la clase alta, sigamos haciendo subdivisiones: clase alta-baja, clase alta-media y clase alta-alta. Pues sí, algo así hacen buena parte de los estudiosos burgueses de la estructura social de clases. 

Después, en vez de un único criterio de conformación de las clases sociales, cuantos más mejor: criterio de ocupación, criterio educativo, criterio de capacidad de consumo/ahorro/renta, criterio de propiedad o no de los medios de producción, criterio de posiciones ocupadas dentro de la estructura productiva (grupos de ocupaciones),...En ocasiones, se priorizan unos criterios sobre otros, a veces se prescinde de algunos, otras se agita y se hace un cóctel con todos ellos.

Un esquema de clasificación que emplee factores variables y cambiantes en la detección de las distintas tipologías –unos criterios para definir a unas clases, otros criterios para delimitar a otras- que integran un mismo aspecto del análisis de la realidad presenta, como mínimo, dudas respecto a su adecuación y validez explicativa.

Ecléctico en lo teórico, inconsistente en lo intelectual, oportunista en su implicación político-ideológica, el modelo de clases sociales de la sociología burguesa confunde mucho más de lo que explica. Y esa es precisamente su intención: crear una confusión sobre el origen de las clases y las desigualdades sociales.

La ausencia de una regla general válida y explicativa de la realidad social respecto a las clases sociales y su origen es una cuestión de importancia menor porque lo que importa de las teorías vigentes actuales sobre la estructura de clases no es su potencia analítica sino su capacidad para crear ideología al servicio de la clase dominante.

Rechazar el modelo teórico de la propiedad o no de los medios de producción y de las relaciones sociales de producción que se producen en el interior de la empresa y apostar por otros enfoques que insistan sobre cuestiones como los niveles de renta, la educación o el consumo persigue diferentes objetivos.

En primer lugar busca difuminar la existencia de contradicciones en los intereses de clase entre trabajadores y empresarios. 

En segundo lugar busca, a través del diseño conceptual de una larga escala de estratificación múltiple, enfatizar la ilusión de la posibilidad de ascenso social vertical desde los niveles sociales más bajos hasta otros medios o altos.

Esa estratificación múltiple puede llegar hasta las 10 u 11 categorías básicas de agrupamientos ocupacionales.  Según el esquema que enlazo, los parados forman una categoría de clase. ¿Independientemente de su origen ocupacional o de que provengan de ser empleados por cuenta propia o ajena? Habría que echarle una mirada al concepto, ¿no creen? Lo cierto es que, ya puestos, bien podrían los partidarios de este sistema de clasificación de clases seguir afinando hasta llegar al listado de actividades profesionales del CNAE e integrar dentro de cada actividad profesional las distintas categorías profesionales. Y determinar tantas clases sociales como productos de cruzar ambas variables resulten. Pero como hay sectores en los que no existen convenios colectivos (están desapareciendo de todos) podrían incluir a capón o mediante encuesta el salario y beneficios, en el caso éste último de los patronos, que recibe cada categoría dentro de cada actividad profesional. De este modo, descenderemos hasta el detalle más concreto, homogeneizando al máximo cada estrato social, lo que nos dará un perfil más “realista” de las clases sociales.    

Lo que pretendo expresar con esta irónica argumentación es que la “ciencia social burguesa” puede ser muy eficaz como “propaganda” pero como ciencia social es manifiestamente mejorable.

Y cierto que es muy eficaz propagandísticamente hablando. Ha logrado por muchos años generar el espejismo de que los estratos de clase dentro de la trabajadora son ya tan grandes que muchos de ellos han escapado a la misma y ésta última se ha convertido en minoritaria frente a lo que se conoce como viejas y nuevas clases medias.

En definitiva, la utopía capitalista se cumple porque hay tantos escalones que subir en la pirámide social que alguno se alcanzará...., con suerte. Aunque tal y como están las cosas con la crisis capitalista, quizá haya que esperar a mejor ocasión en las aspiraciones arribistas de algunos de los estratos sociales diseñados por la “ciencia social” burguesa.

Por otro lado, la supuesta extracción de diferentes estratos de las filas de la clase trabajadora, ha buscado históricamente convencernos de que, a la vez que la clase trabajadora descendía, década tras década, en número, se fragmentaba en múltiples clases con intereses sociales y políticos divergentes, pero reconciliadas de un modo casi general con el capitalismo, creciendo las llamadas clases medias, viejas, nuevas o por venir, hasta convertirse en el sector social mayoritario.  

De aquí a la eternidad, se prometieron a sí mismos los teóricos de la sociología burguesa, al imaginar las implicaciones ideológicas de todo su montaje intelectual. La parodia de una democracia postindustrial de masas alcanzada a través de un ascenso social que posibilitase a las clases trabajadoras abandonar su realidad mediante un renta creciente que les permitiese el acceso al pleno consumo. Frente al comunismo de la alpargata el capitalismo del cuerno de la abundancia del que salen interrumpidamente televisores de plasma, móviles de última generación e implantes mamarios de silicona a cascoporro. Pero no parece que la actual realidad a la que nos devuelve la crisis vaya en esa dirección. Actualmente más del 21% de la población de la UE se encuentra bajo el umbral de la pobreza. La gran mayoría de los integrantes de esta sangrante cifra pertenece a familias en las que sus ingresos provienen de los salarios.

Pero siempre resultó más sencillo hablar de pobres y ricos, de” los de arriba” y “los de abajo” o de categorías ridículas como el genérico “pueblo” (equivalente a la nación, a la que pertenecen todos, ricos y “pobres”, trabajadores y empresarios, tras la Revolución francesa), términos siempre muy efectivos para la demagogia, la caridad pública o las buenas intenciones filantrópicas pero inútiles para abordar el origen social de la desigualdad, que no es otro que el de la propiedad y, en concreto, de la propiedad de los medios de producción, pues la del trabajo es una realidad no libre (el asalariado sólo puede vender en el mercado laboral su fuerza de trabajo y nunca en situación contractual igualitaria respecto a la parte contratante) mientras la situación del empleador es siempre la de quien puede imponer sus condiciones.

El esquema de la ideología de la mesocratización social, camino hacia el valle de El Dorado, nombre de alguna urbanización de adosados a pie de playa,  funcionó razonablemente bien, en los países centrales del capitalismo, desde Bretton Woods hasta la primera gran crisis del capitalismo en 1973. Cerca del 60 ó 65% de la sociedad pareció comprar el mito del supermercado de la abundancia y las oportunidades. Las tensiones sociales capital-trabajo se difuminaron en gran medida bajo la fórmula de reivindicaciones básicamente salariales. Los espasmos sociales previos al 73 tendrían que ver más con conflictos de valores intergeneracionales, propios de un malestar cultural que luego daría con sus huesos en la pesimista postmodernidad, que con conflictos nacidos en la base material de la desigualdad social real. 

Ni siquiera 30 años duró el modelo expansivo del capitalismo que garantizaba cierta redistribución de la riqueza entre los sectores más favorecidos de la clase trabajadora por el “bienestar” creciente del crecimiento económico. Las crisis posteriores pondrían en evidencia las esperanzas en la amplitud y consistencia de los períodos de recuperación económica señalados en las tablas Kondratieff.

Una serie de crisis –asiáticas, latinoamericanas, europeas y mundiales- acortaron los períodos expansivos y extendieron de forma aritmética la duración de las primeras. Sus efectos mostraron que sólo era posible sostener consumo y bienestar sobre graduales endeudamientos de las familias mediante el crédito, mientras los salarios iban descendiendo en términos relativos, hoy ya absolutos en Europa y USA. 

Hoy, con la crisis sistémica del capitalismo  se empieza a venir abajo el cuadro estructural de la configuración de clases tal y cómo nos la habían diseñado los científicos sociales burgueses.  

El criterio antagónico de clase frente a clase, de capitalistas frente a trabajadores asalariados –en este orden porque es la burguesía la que está ganando la batalla frente a la clase trabajadora- le estalla en la cara a la vieja sociedad burguesa que escondía la naturaleza real de la formación social y económica actual bajo la alfombra del pacto social entre las tropas que debían contender.

Si algo se está demostrando en este momento actual del capitalismo es que ni la ocupación, ni la formación académica, ni la capacidad de consumo o renta son ya seguros baluartes del ideologismo burgués en la categorización social. Ser empleado o empleador, al menos dentro de las empresas que resisten en la crisis económica, determinan el escenario social principal. Y formar parte del ejército laboral (industrial en expresión de Marx) de reserva (parados) es parte de la expectativa de ser asalariado o trabajador, salvo que se opte por la salida desesperada del falso “emprendedor” sobrevenido, no del hijo de papá, que busca su sitio en el mundo empresarial bajo el manto protector de sus mayores.

Hay una falsa utopía dorada que se despeña por el barranco de la realidad hasta quebrar sus huesos en el Hades de una dominación de clase que nace del trabajo asalariado o del ansia esclava de formar parte de él a cualquier precio.. 

Cómo expresó Marx:

“El proceso capitalista de producción, pues, reproduce por su propio desenvolvimiento la escisión entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo. Reproduce y perpetúa, con ello, las condiciones de explotación del obrero. Lo obliga, de manera constante, a vender su fuerza de trabajo para vivir, y constantemente pone al capitalista en condiciones de comprarla para enriquecerse. Ya no es una casualidad que el capitalista y el obrero se enfrenten en el mercado como comprador y vendedor. Es el doble recurso del propio proceso lo que incesantemente vuelve a arrojar al uno en el mercado, como vendedor de su fuerza de trabajo, y transforma siempre su propio producto en el medio de compra del otro. En realidad, el obrero pertenece al capital aun antes de venderse al capitalista. Su servidumbre económica  está a la vez mediada y encubierta por la renovación periódica de la venta de sí mismo, por el cambio de su patrón individual y la oscilación que experimenta en el mercado el precio del trabajo”

Y sin embargo, cuando las condiciones objetivas se acercan a la necesidad de la revolución social....

4.-Los actores políticos que debieran levantar el antagonismo contra el capital no existen:
Los últimos meses están conociendo una reactivación de las luchas de la clase trabajadora que, desde un planteamiento puramente resistencial, y sin otras proyecciones ideológicas que impliquen un nivel de oposición más global, hasta el momento, al capital, que está situando a dicha clase en el centro del escenario político.

Pero lo hacen a pesar de la oposición sindical y de las “izquierdas” a un planteamiento clasista más nítido y radical. La centralidad de la clase trabajadora en las movilizaciones sociales es el resultante de las agresiones que ésta sufre a manos de los gobiernos conservadores y del propio capital, y de su respuesta, a pesar del planteamiento ciudadanista de unas falsas izquierdas políticas y sindicales, degeneradas hasta la abyección.

El proceso económico-social que hace que se den las condiciones materiales que posibiliten el enfrentamiento trabajo-capital está en marcha.

Pero la nueva subjetividad colectiva que ha de surgir para lograr ese enfrentamiento capital-trabajo ha sido capada.

Lo ha sido por movimientos tutelados por el capital, que colocan el señuelo de un único malvado que no será sacrificado al acabar el último acto de esta farsa -el capital financiero mundial desregularizado e imposible de embridar desde los gobiernos- y que pretenden redirigir la rabia social casi exclusivamente contra la representación política, que es el camino hacia una demanda sin respuesta por falta de poder real.

Lo ha sido cuando las demandas que debieran corresponder a un partido (corriente, pensamiento, organización, tendencia social) revolucionaria ha ido derivando hacia un populismo que pretende “que se vayan todos” pero que no denuncia lo esencial de nuestro drama colectivo como trabajadores: que nunca nuestras condiciones de contratación, salariales y laborales fueron tan neofeudales como en estos tiempos y que jamás los parados desearon con tanta desesperación pasar a la nueva esclavitud.

Lo es ante un sindicalismo que no mira a su presente ni a su futuro en términos de clase sino de ciudadanismo propio de consumidores bancarios, que se niega a llevar la rabia de clase al centro de la pelea, la empresa, y que pretende mezclar o sustituir trabajadores por todo tipo de estratos de descontentos que jamás pasarán del que hay de lo mío si no se produce una radicalidad de confrontación que nazca del clase contra clase y que obligue a polarizarse, subsidiariamente y no priorizando sus intereses como clase, a los sectores intermedios en ese combate.

Cuando hablo de ese sindicalismo me refiero al conjunto del mismo. Hablo del reformista que cacarea lucha pero desea volver a una mesa de negociación que ya murió o trata de desviarnos hacia ridículos referéndum carentes de salida política que expresan su concepción de la lucha como mera institucionalidad. Y me refiero también al radical que sustituye trabajadores por indignados ciudadanos, opuestos a las formas tradicionales de organización de la clase trabajadora, partidarios del espontaneismo y con un fuerte componente interclasista. Sus últimos encuentros con las organizaciones sindicales no son fruto de un proceso de maduración sino de la inevitable irrupción en escena de la clase trabajadora que les va situando a la cola de las movilizaciones.

Quiero referirme ahora a los convocantes de la reciente Huelga General del pasado 14 de Noviembre, como poco de desiguales resultados. Su lema “Nos dejan sin futuro. Hay culpables. Hay soluciones” muestra todo el cinismo y las evidentes contradicciones de quienes la han afrontado en clave reformista y ciudadanista (“una tarea común”)

Si  “nos dejan sin futuro” es evidente, entonces, que dentro del capitalismo no hay soluciones. ¿Qué sentido tiene entonces plantear que “hay soluciones”, si las que se plantean no lo son en clave de destrucción del capitalismo y de apuesta por un nuevo orden social no capitalista que no puede ser otro que el socialismo? ¿O es que de verdad se creen que sus políticas fiscales alternativas y de actuación frente a la evasión de capitales tendrían la más mínima oportunidad de llevarse a cabo si gobernase algún partido favorable a estas políticas? Pregúntenle a Hollande qué política está haciendo ahora. Si pretenden justificar los bandazos desde los gobiernos social-liberales en términos de “traición” a sus programas y a sus electores es que son más estúpidos de lo que imaginaba y les aseguro que mi imaginación al respecto es ilimitada. Sencillamente no hay posibilidad de hacer otras políticas dentro del capitalismo porque los gobiernos carecen de poder ejecutivo sobre la economía. Éste está sólo en manos de un capital que se independizó hace ya tres decenios del remedo de “supervisión” gubernamental. Si algún “indignado” pretende volver con la martingala del caso “islandés” habrá que exigirle que deje de mentir y sugerirle que se informe porque los loros son animales que hablan sin saber lo que dicen.

Esto es algo que está más que claro para la inmensa mayoría de la población en los países que sufren la crisis y para la mayoría de los trabajadores de los mismos, más allá de que sigan o no creyendo en lo que el capitalismo puede ofrecerles. Sus elecciones políticas las establecen en clave de castigo a sus gobiernos y no de crédito otorgado a los partidos “alternativos”; sencillamente porque estos no existen o sólo lo son aceptando los límites que el sistema económico les permite.

Para entender la aún limitada respuesta en forma de luchas sociales, manifestaciones, protestas, encierros o huelgas hay que comprender que los sectores más castigados por la crisis no ven salida a ofrecer soluciones diferentes dentro del sistema económico actual, sencillamente porque dentro de él no existen. En definitiva, lo que los trabajadores y la gran mayoría de la sociedad percibe es que no hay soluciones creíbles a la crisis por las que luchar. Más claro aún, la gente lo que percibe es que “esto son lentejas” y que “el que venga hará lo mismo”. El ciudadano medio, se limitará a explicarse el porqué bajo el simplista argumento de “la corrupción” o el de que “todos son iguales” pero, en definitiva, lo decisivo es que vivimos bajo la batuta del “no hay más cera que la que arde”. Si se aceptan las reglas del juego, el orden establecido y la legalidad del capitalismo y sus instituciones lo que queda es una ausencia de alternativas y de “soluciones”

Pero volvamos sobre el asunto del lema. Hay culpables” dicen CCOO y UGT, emulando el repertorio de tonterías de la 15Memez. Para unos y otros el problema real no es sistémico sino de mala fe personal. Si hubiera capitalistas buenos, piensan, esto sería el reino de Jauja. Unos cuántos capitalistas y banqueros avaros, algunos políticos malvados y corruptos. Ese es todo el problema que le encuentran al capitalismo. Revertir los recortes sociales, recuperar el Estado del Bienestar y volver a la etapa de consumo despreocupado y modorra social, aquél de “el mejor de los mundos sociales”, ese es su objetivo. 

Pero eso ya no es posible. Por mucho que se empeñen en ello el sindicalismo pequeñoburgués, las izquierdas sistémicas y el populismo indignado ese barco ya zarpó. Sus protestas sociales no son otra cosa que un intento de reequilibrar la homeostasis sistémica mediante una catarsis colectiva que evita, como si fuera fuego, tocar el centro neuronal de la propiedad privada de los medios de producción del capital. ¿Cuántas ocupaciones –reales, no ridículas flash mob- de grandes empresas han producido estos 5 años de crisis capitalista en España? Ni una sola. El chivo expiatorio son políticos (estos sacrificables en alguna medida) y banqueros (estos sólo en el caso de algún individuo cuando el capital necesite perder lastre) pero lo esencial, el capitalismo como tal, no es cuestionado y, cuando lo es, la consigna es evitar responder porqué sistema sustituirlo.  

Quizá por una conciencia de fin de época o para envenenar el debate político sobre la vieja cuestión del qué hacer esté surgiendo últimamente una serie de iniciativas de distintos “reformadores sociales” (emprendedores sociales), utopistas comeflores, dispuestos a descubrirnos de nuevo el Pacífico, ese Pacífico con olor a “socialismo utópico” reeditado en ecoaldeas, huertos urbanos, huertos compartidos, creación de moneda social y bancos de tiempo, entre otras muchas “genialidades” Esta gente es al socialismo lo que las Hermanitas de la Caridad a la idea de justicia social: un sarcasmo.

Si algo tienen en común este tipo de emprendimientos es la intención de construir pequeños jardines de Armida, islotes de feliz Arcadia, en las esquinas poco iluminadas de las ciudades del capitalismo. Falansterios de paz, amor, buenas intenciones e idílica convivencia de patronos y trabajadores en armonía con un capitalismo de rostro humano

Si después de conocer el pensamiento de burgueses filántropos y bienintencionados como Saint-Simon (no tengo porqué compartir todas las posiciones de Engels ni de Marx, al menos en este caso), Fourier u Owen aún se sigue el sendero del convencimiento como vía hacia el cambio social, la negación de la violencia revolucionaria, la conciliación de contrarios en pos de un interés común bello, noble y justo, es que se niega más de 150 años de experiencia de lo que son el capitalismo y los capitalistas. Y esta negación sólo puede obedecer a dos cuestiones: colonización de las mentes de los esclavos mediante basura ideológica o cretinismo e ignorancia o ambas cosas a la vez.

¿A qué demonios obedece saltarse toda la experiencia de las revoluciones socialistas para, haciendo una finta histórica, enclavarse, sin el añadido otros aprendizajes históricos posteriores, en el cierre categorial y dogmático de las experiencias de la Revolución Francesa (ciudadanismo integrador, pueblo disolvente de las diferencias de clase, procesos constituyentes agotados en lo institucional,...) o en los utopismos del siglo XIX de los que acabo de hablar, pasados por la turmix del neohippysmo antiglobalización y las sectas de la Era de Acuario? Es evidente. Los dirigentes de la protesta ni son  revolucionarios, ni quieren la revolución social, digan lo que digan y proclamen lo que proclamen. La reivindicación y las “alternativas” que van surgiendo son demandas correctoras a un capitalismo que se desnivela por completo por la parte del reparto de la tarta social. Ignoran los dirigentes de la protesta que el repostero que la hizo la quiere así y no necesita ni desea volver a restituir la situación al momento previo a la crisis. Estamos ya de lleno en una fase del capitalismo que ha encontrado una nueva vía de realización del beneficio mediante la minorización casi completa del Estado y la explotación de nuevos segmentos de mercado que antes eran públicos y que muy pronto serán exclusivamente privados. ¿Acaso no es ya el momento de aceptar que el regreso de los trabajadores a unas condiciones de vida del siglo XIX se va a producir sí o sí y, en consecuencia, elevar ya la reivindicación, los objetivos políticos de la lucha y el enfrentamiento con el capital a un nivel superior y total? Eso no ocurrirá sencillamente porque quienes dirigen la protesta y elaboran las “alternativas” no quieren otra cosa que recuperarse de las pérdidas.

Los primeros intentos de construir el socialismo fracasaron, aunque se demostró que era posible edificar una sociedad bajo esquemas distintos a los del capitalismo tal como entonces era conocido. En ese intento de socialismo y en la lucha por su consecución están las experiencias más enriquecedoras de la historia del movimiento obrero y de la clase trabajadora en defensa de sus derechos.   

Las conquistas sociales fueron posibles porque amplios sectores de las clases trabajadoras no querían sólo migajas y porque en el pasado (España en esto es una anomalía de casi 40 años de noche) hubo partidos y corrientes que quisieron arrebatar el poder al capital y tomar el cielo por asalto, no simplemente asegurar una cuota del PIB para la parte del trabajo.

5.-Muerte de las izquierdas:
Este proceso de degradación en las luchas contra el capital no se debe tanto a la acomodación ideológica y social de los trabajadores como a la degeneración de lo que entendemos como las izquierdas.

Hace tiempo que vengo definiendo como izquierdas sistémicas a aquellas que han fraguado su identidad durante la etapa de construcción y desarrollo del Estado del Bienestar. Provienen de la experiencia del pacto social entre clases antagónicas en sus intereses y su período de vigencia ha sido el que, partiendo de la socialdemocracia de finales del siglo XIX, se ha ido asentando durante buena parte del siglo XX, especialmente a partir del New Deal y de un modo más marcado de Bretton Woods.

Su mecanismo de intervención principal ha sido el de las políticas fiscales, mediante la redistribución de la riqueza nacional a través de mecanismos impositivos que permitieran el desarrollo de políticas sociales.

Sus variantes postcomunista, comunista ortodoxa y de la izquierda radical no han representado una opción sustancialmente diferente, fuera de sus retóricas “revolucionarias”.

A partir de la revolución conservadora de los años 70, encarnada en Reagan y Tatcher, esas izquierdas empezaron a perder su norte y a revelar su patética carencia de proyectos propios. Ya no era posible hacer política mediante la ocupación de las instituciones porque éstas habían empezado a ceder sus pequeñas cuotas de control sobre la economía.

Los socialdemócratas y social-liberales empezaron a teorizar la emergencia de la sociedad de los tres tercios (dos instalados, siendo uno de ellos clase trabajadora y el otro clase media) y uno excluido, que no llegaba a formar. según este esquema basado en la capacidad adquisitiva de los así segmentados, siquiera parte de una clase social como tal por cuanto provenía de las dos anteriores y estaba formado por infraclases y segmentos de clases que habían caído o podían caer bajo el umbral de la pobreza (familias monoparentales o desestructuradas, parados de larga duración, jóvenes y mayores con especiales dificultades de inserción social y laboral, pensionistas pobres,…). Sus políticas irían en buena medida a paliar estas lacras sociales mediante el gasto social por cuotas.

Aunque una parte de la exclusión o amenaza de exclusión social tuviera un origen en los recortes sociales que ya se iniciaban en Estados como UK o USA,
dominaba en los ex socialdemócratas la tendencia a considerar su existencia como derivada de los propios recortes o incluso como productos de disfuncionalidades de la modernidad (sistema educativo, ruptura de los núcleos familiares,…) y en ningún caso de la evolución del capitalismo hacia una nueva forma social y económica. 

Tiene importancia en ese contexto la aparición de las terceras vías (Blair) entre socialdemocracia clásica y liberalismo. En el contexto de ellas y del abandono de funciones clásicas del Estado social se produce la gran explosión de las ONGs y proliferan, de modo renovado, las empresas del llamado “tercer sector de la economía”. Colaboración Estado-sociedad en la externalización de atenciones y coberturas sociales que antes daba el primero. Más tarde se hablará de colaboración Estado-sociedad civil o, lo que es lo mismo, colaboración público-privado. Maastricht y reformas constitucionales para el control del gasto público después, por fin el Estado del Bienestar ha muerto y ahora es lo privado lo que marca la vida de las personas.

De los ex comunistas y comunistas nominales (sólo en las siglas) qué decir que no fuera no fuera el relato desesperado de los viejos rockeros por sustituir a los antiguos poperos en una melodía no tan distinta. El eurocomunismo y sus variantes más o menos socialdemocratizadas buscaban la supervivencia de sus organizaciones a través de lo sindical, municipal o ciudadano. Ya no se trataba de alcanzar el Valhalla proletario sino de mantener viva la organización y la cuota de mercado político.

¿Qué decir de los más puros entre los más puros? Los M-L acabaron siendo el depósito de la ortodoxia y la esperanza congelada de un despertar tras la larga glaciación del capitalismo “wonderfull”. Ello sin una sola autocrítica respecto a que su idea del hombre nuevo acabará en un nomenklaturista.

¿Qué fue de la izquierda radical (que era más radical, al estilo de Marco Panella y Emma Bonino, que de izquierda)? Se hizo antiglobalización, feminista, ecologista, okupa, partidaria de los pueblos indígenas y de la estética de la pobreza de América Latina frente al extractivismo del socialismo del siglo XXI (mejor pobres y decentes que desarrollados si no era bajo una lógica que no fuera la del decrecimiento)

¿Qué vino luego? El desastre para una izquierda hacía ya demasiado tiempo meramente nominal.

Crisis de 1973 en Europa y USA, crisis asiáticas, crisis latinoamericanas y, por fin, crisis mundial. Llegó durante la recuperación de Latinoamérica y en plena efervescencia de China. Pero los indicadores económicos mundiales mostraban el agotamiento sistémico. Ahora China y América Latina acusan el agotamiento de una etapa de sustitución de escenarios de crisis localizada y desarrollo local. Es el sistema en su conjunto el herido de muerte.

Socialdemocracia/social-liberalismo sin recursos que redistribuir y pasadas ya al bando “recortador”, postcomunistas que van recogiendo “las hierbas” que aquella arrojó (postkeynesianismo capitalista), comunistas fetén pillados infraganti en la peor de sus pesadillas (la obligación de hacer la revolución y padecer el mismo miedo escénico que un socialdemócrata ruso), izquierda radical que no sabe cómo conjugar su bonita red de movimientos sociales integrados con una sociedad que se está dualizando (patronos/proletarios) y que carece de presencia real en el mundo de los trabajadores.

Estamos ya en la etapa de degradación de las izquierdas y en el camino hacia su muerte.

Mucho antes habían eclosionado gran parte de esos rasgos de degeneración: el 68 francés, con sus divinas palabras, forjará una de las prometedoras vías para las sucesivas derrotas de las izquierdas; surgen extraños intentos de fusión entre marxismo e islamismo (Garaudy), de los que aún hoy pagamos sus consecuencias en forma de subordinación del pensamiento revolucionario a líneas de pensamiento que lo combaten frontalmente; el situacionismo degenera en postmodernidad; el Presidente Gonzalo, cuarta espada de la revolución mundial, socializa el horror del mundo delirante del Coronel Kurtz  de Apocalypse Now (Marlon Brando);  campesinos indígenas, guiados por universitarios con pasamontañas hijos de la burguesía, irrumpen en la historia de Chiapas y, después de que su entrada deja decenas muertos propios, acaban convirtiendo su revolución para los indígenas y para las clases populares de Méjico en una especie de movimiento esotérico-virtual. Son la más depurada plasmación de la aberración de “cambiar el mundo sin tomar el poder”. John Halloway, el autor de esa tesis, expuesta en el libro del mismo nombre, es un agente del derrotismo porque su “revolución de colorines” es una vía muerta, diseñada para la derrota. Pero la izquierda Cumbayá no tiene problemas con esto último. Es heredera del “Viva la gente” y del espíritu Coca-Cola.

Carece de sentido seguir exponiendo la deriva “izquierdista” para explicar lo que ha pasado. Me limitaré, en el caso español, a unos pocos ejemplos que evidencian la degradación ideológica de estas corrientes, degradación que, finalmente, ha recalado en su propia miseria moral.

  • El oscuro, en origen, Colectivo Prometeo convierte en dirigente del Frente Cívico del iluminado Anguita a Jorge Verstrynge. Un ex nazi, ex secretario general del PP, ex miembro sin cargos del PSOE (Guerra fue listo y le condenó a ser un don nadie en la agrupación de su partido en Moncloa), ex asesor de Francisco Frutos y síntesis de Ahmadineyat y Chavez. Se entiende que por el imperativo de la real politik Chávez deba encontrar aliados incluso en el fundamentalismo iraní. Pero no se entiende este cruce ideológico en un sujeto que ha hecho tantas transiciones políticas y he elaborado tantas macedonias mentales. Sólo se alcanza por su lastimosa ambición de seguir, a cualquier precio, en el mercado mediático, aunque se soporte sobre una televisión como Cutre-5. Lo degenerado de los ex comunistas es que tengan en sus filas a un sujeto como él, aunque si está en el grupo de Anguita, el que renuncia a ser republicano, a hablar de socialismo y de comunismo todo adquiere sentido.
  • Alberto Casillas, el camarero militante y votante del PP que actuó de defensor de los asaltacongresos del 25-S cae del caballo en su viaje por el Damasco popular y expresa su intención de afiliarse a IU, aspecto éste que la propia IU difunde con orgullo, tras recibirle en su Asamblea madrileña en loor de multitudes (no olor de multitudes. Eso se lo encuentran ustedes en el fútbol todas las semanas). Es mucho menos relevante el grado de coherencia política de un individuo que da tal salto político pero lo es mucho más el de una organización que le recibe con los brazos abiertos. Más allá de que ello ponga de manifiesto el modo en que los oportunistas captan que el régimen de partidos mayoritarios se descompone y buscan un nuevo acomodo, es sintomático que una organización vinculada al PCE encuentre este hecho como algo natural y que no parezca plantearse ni siquiera la necesidad de un período de aclimatación ideológica del futuro miembro
  • La degeneración total de la izquierda se encuentra en algunas páginas oficiales de Izquierda Anticapitalista. Me refiero en concreto a esto y también a esto. De la secta Zeitgeist (Proyecto Venus) de Peter Joseph, Jacque Fresco y Roxanne Meadows) es de la que extraen organizaciones territoriales de la sección española de una de las corrientes más buenrollistas de la 4ª Internacional el cuento para almas cándidas que explica la peculiar versión New Age sobre las supuestas conspiraciones que crearon la crisis, “los poderes ocultos” o su peregrina idea sobre el origen y la creación del dinero.
  • Cuando un grupo político se degrada hasta tal punto no debe sorprendernos que sus     webs oficiales desciendan hasta actuar de voceros de una secta libertariana y globalista como Zeitgeist, muy vinculada al Tea Party.
  • Es llamativo que siendo Izquierda Anticapitalista un grupo político pretendidamente de origen marxista, divulgue basuras intelectuales como las aludidas. El alejamiento del análisis de Marx sobre las crisis capitalistas o el dinero y su origen como equivalente general de todas las mercancias. hace pensar que el proceso de degeneración política de estos trotkistas light es imparable. No creo que propagar las tonterías de una secta se deba a una imbecilidad colectiva sino al más repugnante oportunismo que les lleva a unirse a la difusión de los vídeos de la misma porque “son populares” y les parece un modo de simple de explicar la crisis, aunque esa explicación se base en una indecente mentira. Estos “anticapitalistas”, modelo Pocoyó, debieran saber a) que el dinero no nace de la nada porque antes existen otras mercancías que lo representan, b) que siempre hay más dinero en circulación que el conjunto de la deuda porque, si no fuera así, el dinero se pillaría a sí mismo permanentemente, c) que el dinero no lo crean los bancos privados sino los centrales o el Tesoro (USA) y que, d) que no se puede crear sin límite porque se desvalorizaría, ya que representa a las mercancías a través de la relación oferta-demanda.

Sirvan los anteriores ejemplos, no como análisis, sino como evidencias del “estado del arte” en los sectores más importantes de las autoproclamadas “izquierda real” e “izquierda de la izquierda”.

Del estalinismo poco que decir fuera de su esclerotización ideológica y de su pasión antidemocrática, de su desconfianza respecto al debate político abierto y de su autoconcepción como vanguardia indiscutible que exige la renuncia a la libertad de pensamiento y crítica, dado el virus pequeñoburgués y librepensador que tal libertad supone para su catecismo ideológico. 

En cuanto a los social-liberales sólo queda señalar que, tras ver a ex presidentes del gobierno de esas formaciones avalar a los principales capitalistas del mundo, sus ridículas reflexiones en torno a la gestión (¿de qué, cuando ya no queda nada que gestionar?), la comunicación o las relaciones partido-sociedad indican que no hay vida inteligente dentro de ella. Si quedaban algunas dudas respecto a la podredumbre de esa corriente, el eterno poli, señor Rubalcaba, las ha despejado, en un intento de pirueta izquierdista para evitar ser abrasado por la “renovación” de su partido, declarando a éste “anticapitalista” y partidario de un “radicalismo reformista”, término éste que debe equivaler al de cupletero solista. Que otro ex poli, el señor Mesquida, se postule como tercera vía entre Chacón y Rubalcaba expresa muy bien el tipo de vocación de este partido respecto al Estado. 

6.-Necesidad de reconstrucción del proyecto emancipador de clase:
Frente a unas izquierdas devenidas conservadoras, que se limitan a reivindicar la vuelta al pacto social y la reposición de lo pignorado a su sujeto mantra -los “ciudadanos” (se mueren de puro interclasismo)-, lo que les convierte en cómplices “de facto” del capital, negándose a aceptar que sólo la lucha para derribar, no este capitalismo, sino el capitalismo como sistema, puede salvarnos colectivamente de la barbarie. Frente a otros segmentos reducidos de la izquierda, cuyo acto más revolucionario es sacar a pasear las herramientas a la calle y cuya tendencia a la exaltación de los santos de la patristica M-L la sitúa en la dogmática política. Frente a unas y otras izquierdas no parece descabellado actuar como si éstas hubieran muerto ya hace tiempo, dada su incapacidad política para constituirse en vanguardias de las luchas de la clase trabajadora, a cuyo rebufo se sitúan, y asumir activamente la necesidad de una posición de refundación del partido de los trabajadores. 

Esta organización tendría seguramente como tarea prioritaria la reconstrucción de un  discurso de clase y el esfuerzo por elevar la conciencia de los trabajadores como clase y en relación a los objetivos últimos y políticos de las luchas sociales.

Sólo a partir de ahí y de la recuperación del discurso revolucionario, de su teoría y praxis, será posible poner los cimientos para reorientar la acción política hacia una salida dirigida frontalmente contra el capital que -hay que recordarlo una vez más porque hay un empeño planificado en que se entienda otra cosa- no son sólo los bancos, sino muy especialmente el conjunto de estructuras productivas que se desarrollan dentro del sistema capitalista y que perpetúan unas relaciones sociales de producción determinadas y de dominación de clase.

Sin organización no existe revolución. La llamada “autoorganización desde abajo” no es otra cosa que una variante de la teoría del espontaneismo de las masas. La creencia en que los trabajadores son capaces por sí mismos de organizar las revueltas y dotarlas de dirección no es otra cosa que la infantil creencia en el “espíritu colectivo de la masa”. Sencillamente éste no existe. La experiencia de las luchas populares desde el siglo XIX hasta demuestra que la organización no nace, de manera natural, del grupo humano durante las ellas sino que ha de ser creada y planificada, aunque deba estar imbuida y enriquecida por el propio proceso y aprendizajes de las luchas.

Pero la idea de vanguardia de la organización de los trabajadores de hoy necesita ser inteligente y, a la vez, humilde, lejos de ese tono fatuo y autosuficiente que durante tanto tiempo han exhibido muchas corrientes del marxismo con guión (M-L, M-L-M, 4ª Internacional en todas sus variantes,...). La vieja concepción aristocratizante de vanguardia ha degenerado hacia un desprecio innato, y no siempre tácito, de quienes no son parte de ella. De ahí al espíritu de secta que cree estar en posesión de la verdad hay un solo paso.

Recuperar renovadamente la idea de vanguardia es obligado, tras las experiencias de movilizaciones incapaces de crecer en proyecto, en elevación de la confrontación a un nivel político superior y de establecer una estrategia de lucha que no suponga el recurso a la asambleitis en permanente espiral sin progresión.

Pero la vanguardia de hoy debe ser consciente de que las clases trabajadoras del presente han alcanzado un acceso al conocimiento, la cultura y la información muy superiores a la de algunos que creen formar parte del viejo concepto de vanguardia. 

Pueden cuestionarse esos mismos criterios de información, educación y cultura alcanzados, pues es muy cierto que el saber no siempre va acompañado del sentido crítico necesario, pero la posesión de ese saber, incluso cuando es el de la ideología dominante, es ya un hecho que cambia cualitativamente todo en la relación entre una nueva vanguardia y la clase trabajadora actual.

Esa relación requiere ser abierta y no autoritaria sino basada en la capacidad de seducir desde la fuerza de los argumentos, la madurez de las propuestas y el proyecto, la capacidad para adquirir el liderazgo desde lo reputado y no desde lo impuesto, la aptitud para aprender de las enseñanzas que los trabajadores le transmiten, con el talento necesario para debatir y examinar las propias tesis que se defienden,...Sólo así se puede alcanzar hoy la condición de auténtica vanguardia, reconocida por el colectivo, y no meramente autoproclamada y esperada de sumisa aceptación.

No me siento capaz de aportar más en relación a todo lo que he expuesto en este texto, al menos por el momento. Pido disculpas, de nuevo, por su extensión. Pero creo que era ya necesario alzar la voz frente a tanta mendacidad que ha podrido a las autoproclamadas izquierdas y proponer el reinicio de la tarea revolucionaria de reconstrucción de una vanguardia del siglo XXI al servicio de y con la clase trabajadora porque de los mimbres que quedan en pie poco hay ya que aprovechar.